Caminamos algo así como una hora efectiva,
que para mí fueron dos por el cansancio de la yegüita;
en una de ésas, le metí un cuchillazo en el cuello abriéndole una herida (…)
yo soy una piltrafa humana y el episodio de la yegüita prueba
que en algunos momentos he llegado a perder el control.
(Diario del Che)
Quien pudo abrir así tu cuello ni le temió al cielo de tus cascos,
ni a la profunda noche de tus ojos,
ni a la frustrada primavera de tu vientre.
Temió por la dispersión de sus instintos,
por la desesperación brutal del gesto,
que hizo brotar la fina sangre de tu inocencia
altiva.
Sostenedora del jinete, eras la fuerza,
eras la pureza en cuatro patas radiantes y
sencillas.
eras el verbo,
eras la hermana menor de Rocinante
galopando interminable por los ásperos
caminos de la historia.
El que cabalga entrega parte de su sueño a la
cabalgadura.
Así, dulce yegua de la espesura andina,
quién conoció de tu alegría en el dolor de
aquella hora,
cuando tu lomo fue por unos días el sitio
de la gracia,
el duro asiento del martirio,
el umbral para el conquistador de la esperanza.
Mañana el guerrillero dispensará tu gesto,
juzgará su descontrol severamente.
Pero ya
la pena de tu herida está en el inventario
de los quebrantos y las dichas del guerrero.
es también, a tu modo, pequeña guerrillera,
una mínima rosa de sangre por la vida.
Carlos Galindo Lena, de Últimos viajeros en la nave de Dios. Premio de la Crítica 1997.
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