Versión española de la «Elegy Written in a Country Churchyard», del poeta inglés Thomas Gray (1716-1771), hecha por el poeta argentino José Antonio Miralla. Terminó su traducción en 1823, cuando tenía solamente 24 años, Filadelfia.
Amén de otras traducciones de esta elegía, ha sido la de Miralla la que se escogió para incluir en: Antología clásica de la literatura argentina, de Pedro Henríquez Ureña y Jorge Luis Borges (1937); y Cien poesías rioplatenses. 1800-1950. Antología, de Roy Bartholomew (1954).
La esquila toca el moribundo día,
la grey, mugiendo, hacia el redil se aleja,
a casa el labrador sus pasos guía,
y el mundo a mí y a las tinieblas deja.
La débil luz va del país faltando,
y alto silencio en todo el aire veo,
menos do gira el moscardón zumbando,
y allá, do el parque aduerme el cencerreo;
o en esa torre envuelta en hiedra, en donde
el triste buho quéjase a la luna
del que, vagando por donde él se esconde,
en su antiguo dominio le importuna.
Bajo esos tilos y olmos sombreados,
do el suelo en varios túmulos ondea,
para siempre en sus nichos colocados
duermen los rudos padres de la aldea.
Del alba fresca la incensada pompa,
la golondrina inquieta desde el techo,
bronco clarín de gallo, eco de trompa,
no más los alzan del humilde lecho.
No arde el hogar para ellos, ni a la tarde
se afana la mujer, ni a su regreso
los hijos balbuceando hacen alarde
de trepar sus rodillas por un beso.
¡Cómo las mieses a su hoz cedían,
y los duros terrones a su arado!
¡Cuán alegres sus yuntas dirigían!
¡Cuántos bosques sus golpes han doblado!
No mofe la ambición caseros bienes
y oscuras suertes de fatigas tales,
ni la agudeza escuche con desdenes,
por humilde, del pobre los anales.
El boato de blasón, mando envidiable,
y cuanto existe de opulento y pulcro,
lo mismo tiene su hora inevitable:
la senda de la gloria va al sepulcro…
No los culpéis, soberbios, si en su tumba
la memoria trofeos no atesora;
do en larga nave y bóveda retumba
de alto loor la antífona sonora.
¿Volverá una urna inscrita, un busto airoso,
el fugitivo aliento al pecho inerte?
¿Mueve el honor al polvo silencioso?
¿Cede a la adulación la sorda muerte?
Tal vez en este sitio, abandonados,
hay pechos donde ardió celestial pira,
manos capaces de regir estados
o de extasiar con la animada lira.
Mas su gran libro, donde el tiempo paga
tributos, nunca les abrió la escuela;
su noble ardor fría pobreza apaga,
y el torrente genial de su alma hiela.
¡Cuánta brillante asaz piedra preciosa
encierra el hondo mar en negra estancia!
¡Cuánta flor, sin ser vista, ruborosa,
en un desierto exhala su fragancia!
Tal vez un Hampden rústico aquí se halla
que al tiranuelo del solar, valiente
resistió; un Milton que sin gloria calla;
de sangre patria un Cronwell inocente.
Oír su aplauso en el Senado atento,
ruinas, penas echar de su memoria,
la tierra henchir de frutos y contento,
y en los ojos de un pueblo leer su historia,
su suerte les vedó; mas en su encono
crímenes y virtudes dejó yertas;
viéndoles ir por la matanza al trono,
y a toda compasión cerrar las puertas;
callar de la conciencia el fiel murmullo,
apagar del pudor la ingenua llama,
o el ara henchir del lujo y del orgullo
con el incienso que la musa inflama.
Lejos del vil furor del vulgo insano,
nunca en vanos deseos se excedieron,
y por el valle de un vivir lejano
su fresca senda sin rumor siguieron.
Mas, protegiendo contra todo insulto
estos huesos aquel túmulo escaso,
de rústica escultura, en verso inculto
pide el tributo de un suspiro al paso.
Nombre y edad por pobre musa puestos
vez de elegía y fama desempeñan;
y esparcidos en torno sacros textos
que a bien morir al rústico le enseñan.
Pues, ¿quién cedió jamás esta existencia
inquieta y grata al sordo olvido eterno,
y dejó de la luz la alma influencia
sin mirar hacia atrás lánguido y tierno?
Al irse el alma, un caro pecho oprime
y llanto pío el ojo mustio aguarda:
Naturaleza aun en la tumba gime,
y aun en cenizas nuestro fuego aguarda.
Por ti, que al muerto abandonado honrando
su triste historia haces que en verso fluya,
si acaso sólo, pensativo errando,
un genio igual pregunta por la tuya,
tal vez un cano labrador le diga:
«Del alba le hemos visto a la vislumbre,
sacudiendo el rocío en su fatiga,
ir a encontrar el sol en la alta cumbre.
Al pie del roble aquel, algo inclinado,
que hondas raíces tuerce, caprichoso,
yacía por la siesta recostado,
viendo el vecino arroyo bullicioso.
Ya en ese bosque desdeñoso andaba,
sus temas murmurando y sonriendo;
ya solitario y pálido vagaba,
como de amor y penas falleciendo.
Faltóme un día en la colina usada,
junto a su árbol querido; en la dehesa
al otro no le hallé, ni en la cascada,
ni en la alta loma, ni en la selva espesa.
Con ceremonia lúgubre cargado
en el siguiente al cementerio vino;
lee (pues sabes) lo que está grabado
en esa piedra, bajo aquel espino».
Epitafio
De la tierra en el seno aquí reposa
un joven sin renombre y sin riqueza;
su cuna no esquivó la ciencia hermosa
y marcóle por suyo la tristeza.
Generoso y sincero fue, y el cielo
pagóle; dio cuanto tenía consigo:
una lágrima al pobre por consuelo;
tuvo de Dios cuanto pidió: un amigo.
Su flaqueza y virtud bajo esta losa
no más indagues de la tierra madre:
con esperanza tímida reposa
allá en el seno de su Dios y Padre
hermoso poema, lo recuerdo desde mi tierna adolescencia secundaria y lo reencuentro en mis postrimerias, ya cerca de seguir en sendero del labriego
Pues me alegra que lo haya encontrado en mi blog, estimado Jaime. Saludos cordiales desde Cuba.