A cien años de su nacimiento parecería que no es necesario reiterarlo, pero resulta pertinente hacerlo: Emilio Ballagas pertenece a lo mejor de la tradición poética cubana. La frase, tantas veces repetida para valorar a otros poetas, no pierde sustancia para que cabalgue emparejada a su creación, pues su voz, íntima y auténtica, llenó uno de los segmentos más significativos de nuestra lírica del siglo xx. En posesión de un discurso del cual estuvo ausente, desde sus mismos inicios, el deseo o la voluntad de sobrepasamiento, al mantenerse siempre en equilibrio frente al de sus contemporáneos, Ballagas supo que el poema no constituía un capricho, sino que era la textura de una experiencia que sólo se entrevé súbitamente, como el vuelo del pájaro. Y si anudó una red para liberar la palabra, la audacia de su gesto tuvo el don de la ligereza, que es también libertad creadora, abismo recobrado, tiempo como fugacidad e intersección de la muerte en la vida. Una extrañeza que es un entrañarse.
Como todo gran poeta, Emilio Ballagas fue también un pensador que estuvo al tanto de su entorno: el cultural en su más amplio espectro, y también el social y el político, además de haber dejado plasmado en no pocos textos, de manera directa o incidental, su propio sistema poético y su experiencia de poesía, como lo han hecho otros muchos escritores “preferentemente imaginativos” a lo largo de la historia literaria universal, y donde los cubanos también han dejado huellas notables, comenzando por nuestro José María Heredia. E, igualmente, no pueden desmerecerse los aportes ballaguianos a la interpretación y a la divulgación de los postulados estéticos de la poesía de vanguardia en sus vertientes pura y negrista, así como la labor de rescate y de puesta al día para el lector cubano de su tiempo de voces líricas poco conocidas en nuestro país, preferentemente inglesas y francesas. Pero esta zona de su creación que hemos tratado de redescubrir y rescatar, 1 y que en alguna medida el propio poeta había dado a conocer a través de la publicación de tres folletos que contienen, cada uno, los ensayos titulados Pasión y muerte del futurismo (1935), Sergio Lifar, el hombre del espacio (1938) y La herencia viva de Tagore (1941), se enriquece también con los trabajos reunidos en la Órbita de Emilio Ballagas (1965, 1972):2 “La poesía en mí” (1937), “Ronsard, ni más ni menos”(1951) y el ya aludido Sergio Lifar…., dedicado al arte de este bailarín y coreógrafo ruso francés. Pero su labor fue mucho mayor, y llegó a mantener, con algunas alternancias temporales, dos columnas fijas en el Diario de la Marina entre la década del 40 y finales del año 1952: “Peristilo” y “Periscopio”, donde incluyó desde ensayos y notas críticas a libros publicados –tanto de autores cubanos, los más, como de autores extranjeros– hasta comentarios sobre exposiciones o sobre representaciones teatrales. Ante un corpus de esta naturaleza, del cual se ha escogido una selección que verá la luz bajo el título de “Prosa” por la Editorial Letras Cubanas, es posible entonces estimar y valorar con mayor conocimiento su quehacer en este campo, razón que nos ha inclinado a presentar una muestra en el homenaje que le rinde La Gaceta de Cuba por el centenario de su nacimiento. Cinco trabajos, uno de ellos manuscrito y presumiblemente inédito que se localiza en la Sala Cubana de la Biblioteca Nacional “José Martí”, titulado “Crisis y crítica”, fechado en 1934, una conferencia de igual clasificación, “Magia blanca y poesía” (1932) y tres trabajos de menos extensión: “Poesía negra liberada” (1937), “Sobre Nocturno y elegía” (1939) e “Historia, leyenda y poesía (1950) conforman la muestra que le rinde tributo de merecida recordación.
Los escogidos revelan en buena medida cuáles fueron las inquietudes que transitaron por el espíritu impaciente de Emilio Ballagas. Con “Crisis y crítica” se inscribe decididamente en lo que Antonio Gramsci denominó “intelectual orgánico”, al mostrar su preocupación, y también su fe, por los destinos de la humanidad y en particular por los de su patria.3 “Magia blanca y poesía” y “Sobre Nocturno y elegía” forman una especie de entretejido que contribuye a dar cuerpo a su poética. Sin embargo, es de notar –y lo pude advertir plenamente al preparar la selección de su “Prosa”– que el autor de Júbilo y fuga, quizás sin proponérselo, trasladó a la mayoría de sus trabajos, ya fuera un ensayo, una nota crítica o un artículo periodístico de carácter cultural, su pensamiento poético, bien deslizado “al paso” o bien diáfanamente formulado. Muestra de la anterior afirmación es el breve prólogo que escribió para un brevísimo libro titulado Canción cruzada (La Verónica, La Habana, 1940), de la autoría de dos “retoños líricos” surgidos en la Escuela Normal de Maestros de Santa Clara, las hermanas Acacia y Aída Hernández Jiménez, del cual tomamos el siguiente juicio:
La Poesía existe independiente del poeta; muérese de llanto en la lluvia, se desnuda en una rosa o asciende libre desde el mar en el júbilo blanco de una gaviota […] Como la verdad sin el filósofo y el metal antes de sacarlo a la luz, la Poesía está siempre esperando por el poeta, en una espera esperanzada, sin que el desasosiego borre las nubes o seque duramente los ojos, sin que la rosa vuelva a vestirse de miradas marchitas ni la gaviota feliz quiebre sus alas en carbones torcidos. El poeta como el filósofo y como el investigador científico no crea, descubre.
“Poesía negra liberada” forma parte de los estudios que realizó acerca de la llamada poesía negra,4 tema que siempre lo atrajo como parte de sus intereses sobre los movimientos de vanguardia, una de cuyas vertientes, el cubismo, puso de moda en Europa el llamado negrismo, cuando hacia 1906 Picasso pintó sus primeros cuadros basados en ese tema, tan transitado luego por otros muchos artistas europeos y latinoamericanos, y al que Ballagas recurrió en su Cuaderno de poesía negra (1934). Si bien defendió y practicó este tipo de manifestación, la consideró parte integradora de un arte totalizador, universal y único, tal y como lo formula en este artículo.
“Sobre Nocturno y elegía”, publicado un año después de la aparición de este libro-poema, es un texto sorprendente, que califico y juzgo como acto de “desnudez” ante el ejercicio de la creación poética. Allí Ballagas se despoja del élan o de la alquimia íntima generadora de toda poesía porque explica cómo elaboró este poema, el por qué sí de una palabra asumida y el por qué no de una palabra rechazada y de aquellas que desechó por falta de ritmo. “Me sentí sorprendido, dice, cuando al acabar el poema y leerlo en voz alta en el silencio de mi habitación advertí que cada estrofa constaba invariablemente de siete versos. Más sorprendido cuanto que el siete es un número cabalístico y yo fui nacido en día siete.5 Esto pertenece a lo que puede llamarse lo mágico en el poema. Lo místico cala más adentro”. El fino desbroce que realiza, estrofa a estrofa, casi vocablo a vocablo, ratifica su ansia de alcanzar la perfección, el manejo del verso hasta más allá de las propias palabras, si ello fuera posible. Por otra parte, el tono del trabajo invita al diálogo, a la conversación con un interlocutor que quiere aprender (él también lo desea) a hacer poesía. Quizás ello explique su publicación en una revista que, como Varona, estaba dedicada a “la información y los intereses del estudiantado” y trataba de suplir “…la falta de comunicación directa y periódica entre el alumnado y sus profesores”. Por último, “Historia, leyenda y poesía” es una muestra de su elegante periodismo cultural, en este caso para tratar de explicar la imbricación y el deslinde que existe en esta tríada de elementos de aparente desarticulación.
En una carta a Juan Marinello fechada el 24 de junio de 1933, Ballagas le expresa: “La prosa cada día me seduce más con sus dificultades y porque (sin matar el alma) se puede poner en ella más técnica que en la poesía. Cuando llegue a ser dueño de una prosa no desearé nada más”.6 Creo que Emilio Ballagas se apropió de la prosa para, entre muchas razones posibles, tratar de explicar y de explicarse la poesía en tanto acto de creación del espíritu, aunque sus formulaciones al respecto descansaban en las propuestas del abate Henri Brémond expuestas un discurso pronunciado en la Académie Française en 1925 y que desató una fuerte polémica que puede sintetizarse en dos consideraciones esenciales: “la poesía es inexplicable y alude a una realidad inaccesible por la vía del conocimiento racional”.7 En su “Magia blanca y poesía” lo reflejó de esta manera:
¿Y cómo tejer sin hilo? ¿Cómo pescar peces en el aire? ¿Cómo inventar palomas de la nada? –Son estos problemas de la nueva poesía. Me diréis que más bien parecen tópicos de magia que de poesía. Y contestaré que eso debe de ser –eso es– la poesía. Le interesa saber lo que las cosas son en esencia pero sólo para transfigurarlas en el sentido literal religioso del vocablo. Hay que ir a la nueva poesía provistos de la varita mágica.
La magia de la poesía, explicarla. Ése fue su propósito, que trató de cumplir, bien con los trabajos que había publicado o quizás tratando de enhebrar un libro con ese fin. Lo cierto es que entre sus papeles fue encontrado el título de uno, de ensayos, que preparaba: “Necesidad del cielo”,8 el cual, tomado metafóricamente, pudiera ser una señal del sentido que Emilio Ballagas le otorgó a la poesía como extensión de lo contemplativo teresiano.
El impulso hacia los límites de lo expresable convoca en el mismo destino al poeta y al prosista Emilio Ballagas en esos bordes que contribuyen a dar la temperatura de la realidad. El autor de Sabor eterno supo rescatar y rescatarse en su prosa de algo espontáneamente oculto que intentó develar a toda costa: la poesía, que conduce al hombre hacia y hasta su esencia última. Creo además que su prosa le sirvió para indagar, o, mejor, conocer o inquirir qué es lo que está del lado de allá de la poesía, y de esa manera expresar qué halló a lo largo del camino seleccionado mediante un pensamiento de un vuelo discreto pero efectivo; y le valió además para meditar acerca de la potencia y de la impotencia del acto creativo; y también para obrar, cuando el dolor se tornara transparente, en busca de la resurrección de la palabra que se creía perdida.
Notas
1 Hay otros segmentos en la obra de Ballagas, hasta ahora inéditos, que merecen atención, y son los relacionados con su labor como guionista de cine y adaptador de obras poéticas para el teatro. Si bien conocemos solamente una muestra de uno y otro, no dejan de tener interés. En el primer caso aludimos a la existencia en el fondo “Emilio Ballagas” del Archivo Literario del Instituto de Literatura y Lingüística “José Antonio Portuondo Valdor” de un documento de trece cuartillas mecanografiadas que contiene, en distintas fases de elaboración, un guión para el cine basado en la novela Francisco, de Anselmo Suárez y Romero. Sobre el mismo hemos elaborado un trabajo que se titula “Emilio Ballagas y el cine: un guión en tránsito”, que verá la luz por ediciones Ácana, de Camagüey. En el segundo nos referimos a la adaptación escénica que realizó, volcada en catorce cuartillas, del poema “La bruja”, del poeta griego Teócrito, cuyos originales se encuentran en la Sala Cubana de la Biblioteca Nacional “José Martí”.
2 Este volumen fue prologado por Ángel Augier y la selección corrió a cargo de Rosario Antuña. Recoge, además, una selección de poemas de varios de sus libros.
3 En varias de las cartas que se conservan de Emilio Ballagas late una profunda inquietud ante los destinos de Cuba. En una dirigida a Juan Marinello, entonces en México, fechada el 24 de agosto de 1933, a apenas unos días de derrocada la dictadura de Gerardo Machado, le comenta:
…ya tendrá noticias de todas las máculas que han ayudado a librarnos definitivamente de Machado. Y es que en la política, como en el padrenuestro, hay que repetir a diario ‘líbranos de todo mal’… Y Machado con ser suma y compendio de todas las calamidades no se ha llevado consigo todos nuestros males. Los militares dieron el golpe –como acertadamente dijo Roa– con un ‘oportunismo gástrico’. Tenemos un gobierno de facto y los yanquis se empeñan en que sea de jure para salvar las apariencias; no acabamos de suprimir el congreso ovejuno para con los déspotas y leoninos siempre para con el pueblo. Lo importante y lo que me da alegría es que todo esto lo ha provocado un estado de ánimo popular y que ya las mentalidades mediocres conocen los males de la intromisión norteamericana; lo importante es que el pueblo está aprendiendo a conocer la medida de su propia fuerza y se ha tomado justicia por su mano.
Esta carta puede consultarse completa en las páginas 428-429 del tomo I de Cada tiempo trae una faena… Selección de correspondencia de Juan Marinello Vidaurreta. 1923-1940, preparada por Ana Suárez y publicada en el año 2004 por el Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana “Juan Marinello” y la Editorial “José Martí”.
4 Al respecto Ballagas dio a conocer, además de este trabajo, los titulados “Poesía negra española” (1941), “Situación de la poesía afroamericana” (1946) y “Poesía afrocubana” (1951), a los que se debe agregar su Antología de la poesía negra hispanoamericana (1935) y su Mapa de la poesía negra americana (1946), cuyos respectivos prólogos se incluyen en el volumen que hemos preparado.
5 7 de noviembre de 1908.
6 Tomada de Cada tiempo trae una faena… ed. cit., t. 1, p. 419.
7 Enrique Saínz: “La poesía pura. Brull, Ballagas, Florit”, en Historia de la literatura cubana. La República. t. 2. Ed. Letras Cubanas, La Habana, 2003, p. 311-316.
8 El dato lo aporta el norteamericano Argyll Prior Rice en su libro Emilio Ballagas, poeta o poesía (1966)
Cira Romero
Excelente. Gracias a nombre de Ballagas. Sólo el olvido es la muerte. Un abrazo Daer Pozo.
Descubrí a Ballagas en un viejo libro titulado “Nuevo ritmo de la poesía infantil”. Hoy he añadido su “Canción para dormir a un negrito” a la colección de poemas poco conocidos que estoy realizando bajo el título de Flor de Pretericiones y, haciéndolo, he ido a dar con este magnífico escrito suyo de usted que añado al aparato documental con el que publico el poema. Un saludo.