La distancia clava su dimensión sobre la multitud.
Alguien remueve el estertor de los rincones y
avanzar el pie es un signo que apacigua
el halo de los cuerpos. Si de pronto, la lluvia
empapa es un llamado de las eras, un lapso donde
volverse niño desenvaina las grandes madrugadas,
ese desorden que la distancia enfila a duras penas
para tenderlo hacia detrás y hacia delante
como un infinito y un cosmos alígero entre dientes.
Si de pronto suena una trompeta callejera, los acordes
conminan a los cuerpos que en lo lejano siguen cerca
y son un cardumen colorido, estrepitoso y distanciado
donde cada uno es un grano de la arcilla, un polen
imposible de unir o separar, imposible de hacer magma.
Si de pronto, nos amaramos con la causalidad remota
la distancia vendría a ser un puerto, una caleta salvadora
en que los peces cubren y fecundan las espumas
anticipando, modelando el cristal de la sangre,
trayendo la voz marcada desde siempre,
como esa flor que se apropia de su espacio
al ritmo de un interior inexplicable, todo arriba.
Pero estamos hechos de una sustancia amatoria
que tiramos por la ventana de los tiempos
hacia fauces calcinantes que decapitan
y alargan, cada vez más, esa distancia.
Norelys Morales Aguilera, periodista y poetisa santaclareña (Cuba). Poesía del libro Desde el terral.
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