El 26 de agosto de 2003 falleció el escultor Delarra, quien tuvo a su cargo la realización de la escultura del Che, los frisos y los murales de alto relieve presentes en nuestra Plaza de la Revolución en Santa Clara, fue el principal responsable de la ejecución de todo su conjunto monumentario, y modeló para el Memorial las imágenes que identifican a los nichos donde reposan los restos de los combatientes del Destacamento de Refuerzo que cayeron junto al Guerrillero de América en Bolivia.
Y por eso escogí este bello homenaje que le dedicó Aracelys Bedevia:
Érase un escultor que solía captar la imagen de las personas y llevarla al barro, mientras establecía una conversación con ellas. No necesitaba de un modelo inmóvil, atrapaba muy rápido la expresión de sus rostros, los gestos, el movimiento de la boca o del pelo, el mundo interior de sus personajes.
Apenas usaba palillos. Modelaba sobre todo con la yema de los dedos, con tanta rapidez que era difícil definir el momento exacto en que a ese pedazo de barro que amasaba le nacía una nariz o una sonrisa.
De joven anduvo de plaza en plaza, haciéndoles fotografías escultóricas a numerosos pobladores: al ciego, al violinista, al hombre que se sentaba en la esquina de la acera.
Una hora le bastaba para terminar el «retrato». Y eran tantas las personas que le rodeaban cuando trabajaba en las calles, que su presencia llegó una vez a cerrar el tránsito y hubo que pedirle ayuda para dispersar el tumulto.
A los 11 años -según narran sus familiares más cercanos- hizo la primera escultura en el patio de su casa del Cerro: ahí colocó al Martí que tanto amaba. Después nacieron de su talento otras muchas cabezas: hombres y mujeres ilustres de las artes, la ciencia y la historia.
Fue dueño del barro, el hierro, el hormigón, la madera, el lienzo (adonde llevó gallos y caballos). En todo su quehacer puso fuerza e ingenio. La huella de su presencia está en casi toda Cuba y en otros países como México, España, Japón, Angola y Uruguay, en los que dejó más de 120 obras monumentales y de mediano formato.
De sus manos nació el Che de Santa Clara, monumentos al Generalísimo Máximo Gómez y otros como el de Federico Engels, los de José Martí; así como el dedicado a las víctimas del bombardeo atómico en Nagasaki, entre muchos.
A Isis y Leo, dos de sus hijos, poseedores ambos de una vasta experiencia y prestigio como escultores y pintores, les enseñó que antes de esculpir o pintar una figura, hay que conocer quién es el personaje sobre el que va a trabajarse, sus características, temperamento, carácter. De lo contrario -les decía- lo que nace es «un muñecón vacío». Y a Flor de Paz, la mayor, le inspiró a dibujar el mundo con palabras.
José Ramón de Lázaro Bencomo se llamaba este artista (fallecido hace menos de un año), o mejor, se llama, porque como dice la poetisa Olga Navarro, «él es vida y sigue presente entre nosotros». Todos lo conocían por su seudónimo artístico: Delarra.
Así firmó la mayoría de las más de 1 500 obras que produjo entre esculturas, pinturas de caballete y mural, dibujos, grabados, piezas de pequeño formato y cerámica.
Quiso representar a algunos de sus contemporáneos de la Cultura y modeló sus cabezas en el estudio de La Habana Vieja, hoy convertido en la galería Cabagallos. Abrazó con fuerza la idea de recrearlos artísticamente y esculpió a Pablo Armando Fernández, sobre un libro; a Olga Navarro, rodeada de mar y caracoles; a Zaida del Río, con un pájaro en la cabeza. También a Jesús Orta Ruiz, Harold Gramatges y Enrique Núñez Rodríguez.
Aracelys Bedevia
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