Decir Cirilo Villaverde es recordar inmediatamente a Cecilia Valdés. Este prolífico autor murió un día como hoy, pero de 2894, en New York. Para rendirle homenaje escogí este artículo de Gina Picart, y al final encontrán valoraciones de ilustres cubanos sobre la vida y la obra del precursor de la novela cubana.
Cecilia Valdés, óleo de Cosme Proenza Almaguer
El hombre que se considera el padre de la novela cubana, nació en Pinar del Río, el 28 de octubre de 1812, en tierras del ingenio Santiago, donde vivió sus primeros años, hasta que su familia se trasladó a La Habana. Perteneciente a la clase patricia de los hacendados cubanos, Villaverde conoció de primera mano los horrores de la esclavitud, a la que odió y combatió durante toda su vida.
Muy joven aún se graduó como bachiller en Leyes. Trabajó por corto tiempo en algunos bufetes, pero pronto cambió esta profesión por otra más amada: la de maestro, que combinó con el periodismo, como era usual en su época. Publicó sus primeras obras en la revista Miscelánea de útil y agradable recreo. Asistió con asiduidad a las tertulias de Domingo del Monte, y colaboró con numerosas publicaciones, entre las que se cuentan Recreo de las Damas, Aguinaldo Habanero, La Cartera Cubana, Flores del Siglo, La Siempreviva, El Álbum, La Aurora, El Artista y Revista de La Habana. Delmonte reparó en él desde muy pronto y le prestó su guía y apoyo.
Villaverde fue autor de la controvertida novela Cecilia Valdés o la loma del Ángel, considerada la primera obra del género en Cuba, aunque anteriormente a su publicación fueron dadas a la imprenta en la isla otras novelas que la crítica considera solo intentos inmaduros. Cecilia…, llevada al cine en una muy personal interpretación del cineasta cubano Humberto Solás, ha sido durante décadas objeto de polémicas, basadas generalmente en su calidad literaria. Se la acusado de que sus personajes no son verdaderos caracteres, sino arquetipos epocales, de que la prosa, realista, carece de esplendor, de que posee enfoques esquemáticos… Sin embargo, a la luz de la nueva teoría literaria y los estudios teóricos especializados de las últimas décadas, Cecilia Valdés ha sido objeto de una revalorización que reconoce en ella una obra literaria absolutamente madura y echa por tierra todos los anteriores defectos que le habían sido adjudicados.
En mi opinión personal, Cecilia Valdés es una novela técnicamente perfecta y sólidamente escrita. Muestra por parte de su autor una profunda comprensión de la época que describe, y sus personajes están lejos de ser entelequias planas y sin relieve caracterológico. Los conflictos psicológicos que se plantean en Cecilia Valdés son de gran complejidad, y revelan que su autor era un fino observador de la naturaleza humana y capaz de percibirla en todo el amplio registro de sus matices. En cuanto a su prosa, mal degustada por las generaciones literarias cubanas de la segunda mitad del siglo XX por causa, pienso, de su acendrado rechazo al realismo en la literatura y su ferviente adicción al experimentalismo, yo la considero depuradísima, equilibrada, clásica muestra de la lengua española, hermosa, redonda y de enorme poder evocativo. Siempre que releo la novela, cuando me dejo llevar por la pluma de Villaverde en las descripciones de ingenios, siento como si ante mis ojos cobraran vida todos los grabados del fabuloso Libro de los ingenios de Laplante. Ha tenido que pasar mucho tiempo desde mis años de estudiante, he tenido que crecer intelectualmente y perderle el respeto al criterio ajeno para llegar a comprender en toda su grandeza la novela de Cirilo Villaverde.
Piénsese siempre la figura de Cecilia Valdés nacida de otra pluma que no sea la de Villaverde, y hágase el experimento de cerrar los ojos y tratar de verla chancleteando por las calles de la Habana Vieja, por la Alameda de Paula, por la Plaza de la Catedral… Simplemente NO se logrará nunca.
Sobre el autor dijo Martí en una de sus siempre hermosas crónicas: “De su vida larga y tenaz de patriota entero y escritor útil, ha entrado en la muerte, que para él ha de ser el premio merecido, el anciano que dio a Cuba su sangre, nunca arrepentida, y una inolvidable novela. Otros hablen de aquellas pulidas obras suyas, de idea siempre limpia y viril, donde lucía el castellano como un río nuestro sosegado y puro, con centelleos de luz tranquila, de entre el ramaje de los árboles, y la mansa corriente recargada de flores frescas y de frutas gustosas. Otros digan cómo aprovechó, para bien de su país, el don de imaginar, o compuso sus novelas sociales en lengua literaria, antes de que de retazos de Rinconete o de copias de Francia e Inglaterra diesen con el arte nuevo los narradores españoles”.
Una valoración semejante, proveniente de labios de José Martí, es más que suficiente para consagrar a Villaverde como un precursor del idioma y colocarlo definitivamente en el Olimpo de la literatura hispanoamericana.
Villaverde fue un patriota desde su más tierna juventud, y consagró un enorme esfuerzo a luchar por la libertad de Cuba. Terminó forzosamente sus días en el exilio de los Estados Unidos, como tantos patriotas nuestros, pero allí, a una edad provecta y muy enfermo, continuó hasta su postrer instante batallando por la independencia de Cuba, escribiendo artículos, conspirando y preparando a los jóvenes exiliados con el fuego de su palabra y de sus ideas.
Es de esperar que la verdad termine por imponerse sobre tanto pensamiento distorsionado que ha caído durante dos siglos sobre Villaverde, su vida y su obra, de un modo injusto e inmerecido. Es ora de que se le reconozca, sin regateos, su grandeza como escritor y su condición sublime de patriota que llevó a Cuba en el corazón sin sacrificar su causa al amor a las letras.
Gina Picart
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Valoraciones de su obra
Manuel de la Cruz:
Dos amores, como todas las lucubraciones del señor Villaverde, es un documento precioso para el conocimiento de la génesis y desarrollo del género en nuestra literatura, y también para el estudio de la evolución del perseverante y laborioso escritor, que ha consagrado todas sus energías a recabar la independencia de la novela, dándole tono y caracteres genuinamente locales.
[…]
Cecilia, una obra maestra del género, señala el grado máximo de perfeccionamiento que hasta ahora ha alcanzado nuestra literatura.
[…]
Villaverde fue siempre apasionado hasta la exageración, y este exceso ha sido uno de los elementos más activos y preciosos de su arte. El prurito de reproducir lo real sin mutilarlo ni ponerle máscaras ni afeites, lo ha hecho aparecer como un producto del realismo contemporáneo.
No hay obra verdaderamente grande que no sea expresión de un sentimiento poderoso. El soplo de inspiración que anima las páginas de Cecilia Valdés es soplo de patriotismo, de amor compasivo a la colonia desgraciada, cuya imagen horrible se traza no obstante con segura mano, y de amor apasionado a la Cuba nueva que pugna por alzarse, por erguirse y caminar.
[…] dio Villaverde en sus apuntes de Excursión a Vueltabajo (…) gallarda muestra de sus dotes superiores, considerado como narrador, distinguiéndose en la animada descripción de tipos y lugares. Páginas ligeras, escritas sin grandes pretensiones, deleitan, sin embargo, por su naturalidad y frescura.
La trama de su Cecilia Valdés se complicó, el escenario se amplió, y la que había de ser, en la primera intención de su autor, mera novela de costumbres, se convirtió por la intensidad de la emoción, la riqueza de los recuerdos y la profundidad escrutadora de la mirada del artista patriota, en evocación maravillosa, en exteriorización palpitante de la vida íntima de un grupo humano. Cecilia Valdés es la historia social de Cuba.
[…] aunque el argumento de El espetón de oro no sea en el fondo original, es una novela nueva en su género y sobre todo muy cubana. No puede confundirse esta obra (…) con ninguna de otro país: las escenas tienen todo el aspecto, colorido y especialidad locales: los personajes llevan el carácter distintivo de la sociedad, y el diálogo es eminentemente cubano y natural.
Publicada en 1843, Dos amores es un instrumento de gran utilidad para medir la evolución de Cirilo Villaverde en cuanto novelista, lo que vale decir la evolución de la novela cubana en el siglo XIX. Una vez más, hay que buscar los valores de la obra narrativa de este autor, en el logro de ambientes, en las descripciones (como las de la tienda de don Rafael y la casa de las beatas), en el dibujo de algunos personajes secundarios, en la intención de hallar asuntos propios cubanos. Una vez más, como en casi toda la obra de Villaverde, nos parece encontrarnos con bocetos de novelas que, de haberse desarrollado, hubieran podido tener una magnífica calidad. ¿No es esto lo que le ocurre a casi toda la narrativa cubana de la primera mitad del siglo XIX?
José Martí:
Ha muerto tranquilo, al pie del estante de las obras puras que escribió, con su compañera cariñosa al pie, que jamás le desamó la patria que él amaba, y con el inefable gozo de no hallar en su conciencia, a la hora de la claridad, el remordimiento de haber ayudado, con la mentira de la palabra ni el delito del acto, a perpetuar en su país el régimen inextinguible que le degrada y le ahoga.
Como creación artístico literaria no me conformo con Cecilia Valdés.(,,,) si la novela es obra de arte que ha de satisfacer el buen gusto, conteniendo a la vez un fondo de útil enseñanza, un fin moral, tendente al perfeccionamiento social, Cecilia Valdés o La Loma del Ángel no es una novela, o, por lo menos, no es tan buena como se la supone.
[…]
Ahora, por lo que respecta a El Penitente, aún cuando vale bien poco, no vale más Dos Amores. A ser posible diría que la última vale menos. En El Penitente siquiera encuentra el lector movimiento, vida, algo, en fin, que revela cierto temperamento, bien que un tanto flojo, en el autor; pero en Dos Amores no encontrará otra cosa que sosera y monotonía insufribles en cada una de sus páginas.
[…]
Y tengo para mí que Cecilia Valdés debe su desaprobación, demostrada por una tibia popularidad, más que a su imperfección artística al espíritu retrógrado que la informa. Que cuando todo en nuestros tiempos tiende a reformar, a democratizar las sociedades, y a enaltecer el sentimiento popular, claro está que no ha de recibirse con verdadera complacencia una obra que, no obstante de iniciar un plausible período de mejoramiento literario, ostenta en su fondo un marcadísimo apego a las más detestables vejeces de una época de maldición.
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