Desde mi exilio en tierras nórdicas, y en mi calidad de simple militante del PDA, me atrevo a ofrecer a mis compatriotas algunas reflexiones sobre el proceso electoral interno de nuestro partido, y sobre las tareas de nuestro Segundo Congreso, que se reunirá a comienzos del próximo año. Espero de este modo contribuir a un debate franco, abierto, fraternal y respetuoso.
Los militantes del Polo Democrático Alternativo acuden a las urnas para elegir a los delegados a su Segundo Congreso -y al Primer Congreso Juvenil-, en los mismos momentos en que las bolsas del mundo capitalista se desploman en la peor crisis de su historia. Una crisis provocada por la codicia neoliberal, la política guerrerista y la especulación de los precios del petróleo en aras de los intereses del complejo militar-industrial.
Simultáneamente, la candidatura ultraconservadora del Partido Republicano de los Estados Unidos se hunde, como las bolsas de valores del mundo, en el desaliento y el derrotismo, mientras en las esferas de la oligarquía norteamericana se produce la desbandada, casi a ritmo de pánico, hacia el carro triunfal del candidato demócrata. Si no hay sorpresas dramáticas de ultima hora -todo puede pasar en el corazón del imperio- habrá por primera vez en la historia un presidente negro en la Casa Blanca.
Vamos a nuestra consulta democrática interna en los mismos momentos en que el régimen del presidente Uribe, por medio de sus fuerzas policiales o de sus amigos, las Águilas Negras, balea y asesina a estudiantes, trabajadores, investigadores sociales, indígenas, campesinos y líderes populares, en tanto que el propio presidente de la república ofende con arrogancia a los jueces, a los periodistas y dirigentes de la oposición y a todo el que se atreva a formular la menor crítica contra su gobierno. Vamos, pues, a las urnas, bajo el asedio brutal de un régimen nacido y sustentado en la política de las masacres, los genocidios, el desplazamiento forzado de millones de compatriotas y la arrogancia criminal de bandas armadas que siembran el terror y la muerte en los campos de Colombia. Es un gobierno cuyos mandos militares asesinan jóvenes civiles y los hacen aparecer como guerrilleros muertos en combate, y cuyos soldados reciben cinco días de descanso por cada ciudadano muerto. Es un gobierno cuyos servicios de inteligencia realizan tareas de espionaje contra la oposición legal. Es un gobierno protegido por quienes han conducido al mundo a la catástrofe económica y a crueles guerras imperiales. Es un gobierno cuya función, encomendada desde los círculos de poder de una potencia extranjera, consiste en proteger el modelo económico que ha fracasado
estrepitosamente en todos los rincones del planeta: el modelo neoliberal, basado en el despojo, la superexplotación y la codicia sin límites de la usura capitalista.
Pero también vamos a votar en momentos en que los trabajadores colombianos, los campesinos y los indígenas, muestran con ejemplar heroísmo que en nuestra patria hay voluntad de lucha, conciencia de los derechos del pueblo, decisión de resistir y capacidad de movilización. Ellos son un ejemplo de integridad para la nación atormentada por la guerra, las injusticias sociales y la arbitrariedad de los poderosos. Nuestros hermanos indígenas, acosados por bandas paramilitares y por guerrillas que pretenden expulsarlos de sus tierras, dan la cara a sus perseguidores y le ponen el pecho a las balas del gobierno para demostrar su voluntad de mantenerse unidos y reclamar sus legítimos derechos. Honor a ellos.
Son, igualmente, los mismos momentos en que los actores de la guerra -todos, sin excepción- se hunden en el descrédito y el rechazo de las grandes mayorías nacionales, del país nacional, del país civil. Recogen así el fruto de sus propios abusos, sus insolencias, su falta de respeto al pueblo, su arrogancia, sus amenazas, sus matanzas, su política de odio destructivo, sus secuestros, su degradación moral y humana. Hoy sabe el pueblo de Colombia que ninguno de los actores de esta guerra puede garantizar con sus armas un futuro de justicia y solidaridad; que todos los actores de la guerra, sin excepción, están sumidos en un conflicto monstruoso que solamente trae sufrimiento y dolor, llanto y tragedia a millones de compatriotas.
Estamos, pues, viviendo momentos cruciales en el mundo y en el país. Y es en el marco de esta coyuntura histórica que nosotros, militantes del Polo Democrático Alternativo, elegimos nuestros delegados a un congreso que deberá decidir qué partido queremos, qué tipo de liderazgo nos vamos a dar, cómo vamos a articular la participación de las bases en la vida partidaria y en las luchas de nuestro pueblo, y de qué manera vamos a garantizar el desarrollo de un Partido capaz de conducirnos en el camino de la construcción de una nueva sociedad, justa, pacífica y solidaria.
De hoy y de mañana
No se trata, pues, solamente de un congreso que va a decidir quién será el candidato de nuestro partido en las presidenciales de 2010. Esto es sin duda muy importante, pero no es lo más importante. Esta es la cuestión de corto plazo, pero esto solo no resuelve el problema de nuestra estrategia política: la construcción de un partido moderno, con estructuras de participación desde las bases, con mecanismos de decisión verdaderamente democráticos y con capacidad para transformar la sociedad colombiana, tanto desde el gobierno como desde la oposición. En suma, un partido que sea capaz de trazar una política coherente para las próximas generaciones, no solamente para las próximas elecciones.
Pero estas dos cosas, la tarea de corto plazo de encarar las elecciones de 2010 y la tarea de largo plazo de construir una estrategia política, están entrelazadas. Porque no es posible ponernos de acuerdo sobre un candidato si no estamos de acuerdo al menos en algunos principios básicos.
El presidente del PDA, Carlos Gaviria, ha dicho – y ha dicho bien- que las coaliciones políticas deben ser hechas sobre la base de acuerdos programáticos. Esto, creo yo, vale tanto para las alianzas con fuerzas externas al Polo como para las alianzas dentro del Polo.
En mi opinión, el problema más acuciante de nuestro país es el problema de la paz. Debemos terminar esta guerra sin dirección y sin destino, en la que hemos tocado el fondo de la degradación humana. Muchos compañeros piensan que la tarea prioritaria de este período es derrotar al uribismo, expresión neofascista de una nueva clase emergente nacida de la violencia narco-paramilitar. Esta es solamente una parte de la verdad, porque el uribismo es solamente uno de los actores de la guerra.
Yo creo que debemos derrotar a todos los actores de la guerra. Debemos derrotar al guerrerismo y al sucio negocio de la violencia organizada, que recoge ganancias inmensas de la sangre y el dolor del pueblo. Debemos trabajar por una inmensa coalición política del país civilista para aplastar en las urnas, en el 2010, al país guerrerista.
Es ahí donde debemos trazar la línea divisoria en este período. De un lado, los que están con la guerra; del otro lado, los que estamos con la paz.
Esto implica acuerdos programáticos en la aplicación de una estrategia de construcción de la paz. Esto implica, necesariamente, acuerdos programáticos en torno a una gran cantidad de cambios políticos y sociales que corrijan seculares injusticias, reparen crímenes y permitan al pueblo la recuperación de sus derechos a una vida digna y a una participación activa en el proceso social. Esto implica iniciar la solución del enorme problema de la tenencia de la tierra, la devolución de sus tierras y la reparación debida a los millones de ciudadanos desplazados, el pleno derecho de los trabajadores a organizarse y a participar en las tomas de decisión de la gestión social y económica, y muchísimas cosas más sin las cuales no son posibles las premisas de la paz.
Hay que buscar esos acuerdos programáticos en todos los sectores y niveles de la vida nacional. Que los oligarcas recalcitrantes, que prefieren el genocidio antes que compartir algo de sus enormes privilegios, queden al desnudo ante el país y digan con toda franqueza que no quieren la paz sino la guerra. Que aparezcan y se manifiesten aquellos que están dispuestos a trabajar por la reparación de las terribles heridas que el país sufre a causa de la interminable serie de nuestras guerras civiles.
Creo firmemente que esa línea divisoria deberá marcar nuestra estrategia política para este período y para la próxima década.
La unidad
Todas las listas de candidatos y todas las tendencias que han participado en esta campaña electoral han manifestado su ardiente vocación por la Unidad de nuestro partido. A primera vista, esto parece algo maravilloso. Sin embargo, en nombre de la Unidad hemos visto una profusión de tergiversaciones, falsedades y calumnias, algunas de ellas firmadas con nombres falsos para ocultar la verdadera identidad de sus autores. Conviene, pues, que se digan algunas palabras acerca de la unidad de nuestro partido.
Bien sabemos que el PDA es un conglomerado de diferentes tendencias, corrientes y opiniones. Bien sabemos que cada una de esas expresiones políticas mantiene sus propias formas de construir liderazgo y su propia “cultura” política. Desde las corrientes organizadas como partidos disciplinados, con sus propias instancias de dirección, finanzas, comunicaciones y movilización, hasta los grupos dependientes de la autoridad arbitraria de algún cacique o caudillo, podemos ver en el PDA toda la gama de formas organizativas, podríamos decir, desde la Edad de Piedra hasta los Tiempos Modernos. Mientras esta situación subsista, la tan mentada Unidad será solo un complejo sistema de frágiles consensos, cuando no el dominio hegemónico de los partidos organizados sobre las agrupaciones tribales y los caciques menores.
Construir la unidad implica construir partido, estructura moderna, capacidad de participación efectiva de las bases y respeto irrestricto a la diversidad de opiniones y tendencias.
No puede haber unidad entre estructuras partidarias hegemónicas y una multitud de caciques y capitanejos que arrastran tras de sí una masa clientelista y consumidora de favores electorales.
No puede haber unidad entre unos partidos que ejercen su derecho a la organización propia y compartimentada y una masa de militantes a quienes se nos niega ese derecho, y se nos acusa de divisionistas y “agentes del enemigo” por la osadía de querer ejercer ese mismo derecho.
No puede haber unidad entre calumniadores y calumniados, entre los que injurian y son injuriados, entre los que están libres de toda sospecha y los que siempre somos sospechosos, por el delito de tener opiniones propias.
No puede haber unidad entre los que se niegan a abandonar su arrogancia y los que nos negamos a ser sumisos y obedientes.
No puede haber unidad entre quienes sacan provecho de nuestros votos para ganar curules parlamentarias y sillones de concejales, y una masa de electores que solo reciben injurias y agravios cada vez que intentan formular una crítica a sus elegidos.
No puede haber unidad en la injusticia ni en la desigualdad.
Si los dirigentes del PDA no oyen la voz de la razón y no corrigen rumbos, el Polo se romperá inevitablemente y veremos a muchos de los orgullosos próceres regresar a los agujeros donde estuvieron arrinconados en calidad de insignificantes minorías, hasta que el Polo les dio la oportunidad de actuar y figurar.
Si las bases del PDA no ponen todo su esfuerzo y su inteligencia en la construcción de un verdadero partido participativo y actuante, seguirán siendo simples clientelas dependientes de que los dioses les manden un cacique bueno que les reparta dádivas y favores.
Estas son algunas de las cosas que nuestro congreso debe discutir con franqueza y claridad, aunque el mundo se venga abajo y las bolsas de valores se derrumben, ojalá para siempre.
Con saludos fraternales,
Carlos Vidales
Estocolmo, octubre 25 de 2008.
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