Batista, últimos días en el poder, de los periodistas cubanos José Luis Padrón y Luis Adrián Betancourt, recién publicado por Ediciones Unión, ofrece una visión viva y apasionante de ese proceso, aparentemente tan conocido
En medio de las festividades navideñas, los noticiarios europeos, localistas y eurocéntricos, comenzaron a transmitir imágenes de sucesos ocurridos en una islita hasta entonces solo conocida por su producción de azúcar y tabaco. Día tras día, los acontecimientos se precipitaban.
Emergían los nombres de los nuevos protagonistas. El derrumbe de la dictadura era inminente. Parecía algo prodigioso.
En dos años un pequeño grupo de guerrilleros había socavado el poder de un ejército profesional respaldado por el imperio. Con el amanecer del año, se producía el desplome definitivo.
Los hechos fundamentales de la historia son bien conocidos. Existe, además, una extensa bibliografía, obra de periodistas, de participantes de uno y otro lado, así como de historiadores. Sin embargo, Batista, últimos días en el poder, de José Luis Padrón y Luis Adrián Betancourt, recién publicado por Ediciones Unión, ofrece una visión viva y apasionante de ese proceso, aparentemente tan conocido.
A partir de una revisión exhaustiva de las fuentes disponibles que incluye libros, prensa de la época y documentos desclasificados de la CIA y del Departamento de Estado, los autores construyen un relato apasionante que atrapa el interés del lector al modo de una novela de suspense.
El desenlace se sabe de antemano, pero lo importante es descubrir cómo se van entretejiendo los hilos de una trama en extremo compleja. Organizado a la manera de un diario, el texto restituye el trasunto sincrónico de los hechos de cada jornada. Despojado de tentaciones retóricas, conjuga los recursos del periodismo y la narrativa para lograr una extrema eficacia comunicativa.
En la secuencia narrativa de las treinta y dos jornadas, se superponen y conjugan los planos del suceder sincrónico, el pensamiento y la acción del dictador, los combates en las antiguas provincias de Oriente y Las Villas, las conspiraciones militares, el actuar de la Embajada norteamericana y las contradicciones internas con la CIA, las estrategias del Departamento de Estado para salvar una situación fuera de control.
El decurso de los acontecimientos históricos ofrece una progresión dramática donde la tensión en aumento no deja respiro al lector hasta alcanzar, con la huída, el clímax de un primer desenlace. El desarrollo de los hechos demuestra que la caída de Batista constituye el episodio inicial de un proceso cuyos verdaderos contendientes perfilan poco a poco sus rostros reconocibles. A la Revolución se opone, raigalmente, el imperialismo. El carácter narrativo de la obra se revela en el modo de construir el relato y en la capacidad de convertir a los actores -voluntarios o involuntarios- de la historia en verdaderos personajes.
Las pasiones, las intrigas cortesanas, las rencillas personales, la ambición de poder y de riqueza, los intereses creados y la precariedad de las alianzas que de ellos dimanan, la cobardía de unos y la astucia de otros animan el panorama de una época y se proyectan hacia el porvenir. Algunas notas grotescas, como los intentos intervencionistas de Trujillo son sabrosas pinceladas de color.
Era el último mes de la guerra. El avance de los rebeldes, las sucesivas victorias militares iban sentando en los territorios liberados las bases de la nueva institucionalización. Al propio tiempo, las derrotas del régimen socavaban la moral de las tropas y quebrantaban desde dentro los pilares del régimen, las lealtades sustentadas en la corrupción y la connivencia en los crímenes.
Sorprendido por los acontecimientos, Eisenhower ponía en movimiento a los servicios de inteligencia, a la seguridad nacional, a los departamentos de Estado y de Defensa y a algunos políticos latinoamericanos para encontrar una solución de última hora mediante un golpe militar o un gobierno de transición civil distanciado de Batista y de Fidel Castro.
El embajador Earl Smith, comprometido hasta el último momento con la dictadura, involucrado personalmente con los grandes intereses mineros de la Moa Mining Co., resultaba incompetente para diagnosticar la realidad y proponer una guía de acción consecuente. Sobrevivía aislado en el edificio desafiante de la recién estrenada representación diplomática.
Los autores del libro se interrogan con frecuencia acerca de las causas de tanta incapacidad para valorar la situación cubana, a pesar de los grandes recursos empeñados en la empresa. Sabido es que, desde su creación, la CIA dispuso de una fuerte base en La Habana destinada al monitoreo y a la intervención en los asuntos internos del país. La red incluía a funcionarios con cobertura diplomática, la subordinación de los cuerpos represivos cubanos entre los que se destacaba el BRAC, a informantes nacionales y norteamericanos radicados en el país con fachada de empresarios o de estudiantes.
Fichas detalladas de dirigentes políticos, obreros y hasta de simples estudiantes universitarios obraban en los archivos. A no dudarlo, tan abundante documentación no fue procesada de manera adecuada. Sirvió para denegar algunas visas en la atmósfera caldeada por el macartismo.
Las hipótesis formuladas por los autores en este aspecto se atienen en gran medida a las coordenadas históricas del momento. En plena Guerra Fría, el interés por el patio trasero ocupaba un plano secundario. Se daba por descontada la lealtad de la “siempre fiel Isla de Cuba”, a pesar de que algunos funcionarios reconocían el “antiamericanismo” latente en el país. A estos factores, cabría añadir otros, aún vigentes en la contemporaneidad cuando el espionaje dispone de recursos sofisticados inconcebibles entonces.
Estas fallas profundas se manifiestan en las repercusiones políticas de cada aventura imperial.
El desdén por el otro implica insuficiencias en los análisis políticos y subestimación del ineludible componente cultural. Así ocurrió en Europa después del desembarco en Normandía durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los muros se cubrieron con la consigna “yankees go home”.
Así ha sucedido en Iraq después de la invasión. Esa memoria dolorosa existía en Cuba a partir del intervencionismo plattista. Se reafirmó luego con el apoyo irrestricto a gobiernos corruptos y represivos. La dependencia económica tuvo expresión tangible a través de la discriminación exacerbada en los enclaves donde las empresas operaban como un poder autónomo e imponían a los nativos, en el diseño urbano y en el trato un verdadero apartheid. En Iraq fueron depredados testimonios patrimoniales de la historia de nuestra civilización. En La Habana, los marines ultrajaron la estatua de José Martí.
Atenido a la secuencia de los hechos, este libro es obra de una pasión ardiente. Útil rememoración de acontecimientos iluminados por datos sepultados en archivos clasificados, invita, sobre todo, a una provechosa reflexión sobre el presente y el porvenir.
Graziella Pogolotti
Fuente: Cubaperiodistas
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