Hay erratas que ponen en aprietos a cualquiera, y hay veces que la culpa no es de quien escribe, sino de los que revisan o los que editan, aunque también hay quien comete sus errores en esta lengua tan rica como lo es la española, no siempre los correctores somos los culpables. Celima Bernal nos cuenta sus experiencias:
Nada puede ser más desagradable para un escritor que encontrar una errata en alguno de sus trabajos. En mi caso, he descubierto centenares, algunas «de campeonato»: «bibijagüa», «tí», «Jeréz», tildes y signos de menos o de más; le, donde debía ir les, personajes que cambian de nombre… en fin, ¿para qué angustiarme recordándolas? Lo peor es que nadie les quita a los lectores la idea de que fue nuestra la culpa, de que cometimos los dislates por desconocimiento o por falta de cuidado.
Eso no quiere decir que jamás nos equivoquemos, muy lejos de ello, pero lo cierto es que la mayoría de las veces se trata de un desliz ajeno, porque una cuida lo suyo con muchísima dedicación, son madrugadas y madrugadas pensando en cómo dar un giro diferente a ese párrafo, en cómo mejorar aquella expresión, de qué modo hacerla más bella. Luego, igual que los hijos, se van de nosotros los artículos, los libros, andan de acá para allá, y ya no nos pertenecen.
La publicación de unos versos míos: «A mis hermanos muertos el 13 de Marzo», me tuvo sin dormir varias semanas. Eran muy malos, lo confieso apenadísima, pero ni a causa de esto, merecían semejante destino. Por: «…lúgubre viaje…», alguien puso: «…legumbres viejas…», y como si tal locura no hubiera sido suficiente, al final, en vez de: «…hay una humedad de sal mojándonos las ojeras…», se leía, para mi desesperación: «hay una humedad de sol mojándonos las orejas».
Sin embargo, en cierta ocasión, una errata me hizo pensar que podía salvar la vida, gracias a ella. Fue en tiempos de la clandestinidad. Nixon, después presidente de los Estados Unidos, ocupaba en aquel momento un cargo que le exigía visitar los países de América, en viaje «de buena voluntad». Había estado en Venezuela, y pretendía venir a Cuba.
Yo había redactado un escrito, «Go home, Mr. Nixon»; se había publicado en hojas sueltas con mi nombre de guerra; pero siempre existía el peligro de que fuera descubierta, por indiscreción, o por denuncia. Quien lo copió en stencils, cometió una falta garrafal: en lugar de «Empire State», escribió: «Humpire Estates». Primero, me dolió muchísimo: luego pensé: «Si vienen a buscarme, les enseño mi foto frente a ese edificio, y les muestro que no soy capaz de semejante disparate». Eso me tranquilizó. ¡Qué tonta! Aquella gente no daba tiempo a explicaciones.
Celima Bernal
Fuente: Cubaperiodistas
Me hizo sonreir el chispeante artìculo de Celima Bernal. El 13 pròximo se cumpliràn 43 años de haber ingresado yo en «La Comisarìa de Papel», secciòn que dirigìa Evaristo Acevedo, y que se publicaba en la desaparecida y añorada revista humorìstica española «La Codorniz», ferozmente castigada por el dictador Franco.
Yo era corresponsal en mi pueblo de «La Hoja del Lunes», de Vigo (Galicia), y decìa que los pueblos sin iniciativas de sus habitantes se iban muriendo, màs o menos. Pero el famoso «duende» hizo que se publicara: «…Y UNA VILLA QUE SE ESTA DEJANDO MORIR POR FALTA DE INICIATIVA EN SUS HABITACIONES». Y don Evaristo, apuntillaba: «…las villas acaban extinguièndose». (Cito esto como homenaje a mi amiga Amparo Ballester, correctora de las buenas…, y gran persona).