El 10 de enero de 1929, el heroico líder estudiantil y fundador del Partido Comunista de Cuba, Julio Antonio Mella, fue asesinado en Ciudad de México por orden del dictador Gerardo Machado y su cuerpo sepultado en el cementerio de Dolores de aquella ciudad.
Julio Antonio Mella. Retrato de Tina Modotti.
Cuando el pueblo derrotó la feroz tiranía machadista, el 12 de agosto de 1933, los dirigentes del Partido Comunista, el Ala Izquierda Estudiantil, la Confederación Nacional Obrera de Cuba y otras agrupaciones revolucionarias acordaron trasladar los restos de Mella a La Habana para rendirle un homenaje popular y colocarlos en un obelisco que se levantaría en el Parque de la Fraternidad como merecido y permanente recuerdo a su memoria.
El líder comunista Juan Marinello y varios compañeros viajaron a la capital de la hermana república y el 6 de septiembre de 1933 exhumaron e incineraron los restos. Sorprendentemente, en el cementerio, un oficial de la gendarmería mexicana intentó secuestrar las cenizas. La rápida acción de los cubanos lo impidió y las ocultaron en la casa de la doctora Mirta Aguirre, quien se había refugiado durante la tiranía en aquella ciudad. Al celebrarse la despedida solemne de los restos en el Anfiteatro Bolívar de la Universidad azteca nuevamente los gendarmes irrumpieron en el acto y ocuparon la urna, solo que la encontraron vacía.
Marinello y sus acompañantes habían sospechado que eso iba a ocurrir y mantenían las cenizas ocultas. Con mucho cuidado y secreto planearon el traslado de esa reliquia hasta Veracruz y de allí a La Habana, en barco. El 27 de octubre desembarcaron en el muelle de la antigua Ward Line. Una multitud de revolucionarios aguardaba para acompañar a los restos de Mella hasta el local de la Liga Antimperialista situado en los altos de la esquina de Reina y Escobar. Desde esa misma noche desfilaron estudiantes, trabajadores e intelectuales rindiéndole honores póstumos al querido y respetado revolucionario.
Los soldados destruyendo el memorial de Mella en el Parque de la Fraternidad. Foto de Generoso Funcasta de la revista Bohemia.
Pero aquellos días eran convulsos. Con la caída del dictador Machado el mando del Ejército, con la anuencia de la Embajada americana, había nombrado presidente provisional a Carlos Manuel de Céspedes, hijo del Padre de la Patria. Tres semanas después, el 4 de septiembre, ese gobierno fue derrocado junto con los jefes militares por el llamado golpe de los sargentos. El nuevo cabecilla militar, Fulgencio Batista y Zaldívar, devino de sargento a Coronel Jefe del Ejército, dando los primeros pasos como dictador apoyado en una fugaz Junta de gobierno conocida por la Pentarquía, pero no fue del agrado de la diplomacia yanqui.
La Pentarquía fue disuelta el día 10 del propio mes y a propuesta del Directorio Universitario fue nombrado presidente el doctor Ramón Grau San Martín. Este gobierno se debatiría entre las tendencias revolucionarias y antiimperialistas cuyo abanderado era Antonio Guiteras y de otra parte las fuerzas reaccionarias sostenidas por el ambicioso coronel Batista quien se mantuvo al frente de las fuerzas armadas con el beneplácito del Embajador norteamericano Summer Welles.
El entierro de las cenizas de Mella estaba previsto para el día 29 de septiembre a las tres de la tarde en un monumento que se había levantado en el Parque de la Fraternidad interpretando una imagen de Mella realizado por el escultor español Juan López y había sido autorizado por el flamante gobierno de Grau San Martín.
Paquito González Cueto de 13 años de edad, asesinado por los esbirros batistianos
durante el entierro de Mella. Retrato de estudio desconocido.
A las tres de la tarde bajaron la urna del local de la Liga Antimperialista a la calle Reina donde esperaban miles de personas con brazaletes de sus respectivas organizaciones, cartelones y telas con consignas antimperialistas. Desde el balcón, el dirigente comunista y poeta Rubén Martínez Villena pronunció unas palabras sobre el héroe -fue su último discurso público pues falleció el 16 de enero de 1934 víctima de la tuberculosis. Terminada la alocución se inició la marcha. Paquito González Cueto, un niño de 13 años de edad, de la Liga de Pioneros de Cuba, alzaba un cartel en el que se leía ¡Abajo el imperialismo!
Habían caminado unos metros cuando unos francotiradores apostados en las azoteas dispararon con saña a aquel indefenso cortejo fúnebre. Uno de los primeros en caer fue el niño Paquito. Varios camiones cargados de soldados aparecieron y secundaron aquella criminal acción, golpeando a los concurrentes y buscando la urna con las cenizas para desaparecerlas. Las órdenes fueron dadas por Fulgencio Batista para agradar al imperio.
En la confusión, entre tiros, golpizas, muertos y heridos, Ramón Nicolau, uno de los dirigentes comunistas que cargaban la urna escapó con ella y pudo salvarla. Mientras tanto, en el parque otros pelotones de soldados rompían a mandarriazos el obelisco levantado y dispersaban a tiros y culatazos a los que valientemente estaban a su alrededor protestando de aquel infame atropello. El fotógrafo de la revista Bohemia Generoso Funcasta captaba alguna de aquellas escenas de horror.
Durante decenas de años permanecieron ocultas en varias casas de rigurosa seguridad bajo el ferviente cuidado de Juan Marinello hasta el triunfo de la Revolución de Fidel. Había llegado la ocasión de venerar aquellas cenizas en el momento más adecuado de la historia del Partido Comunista cubano.
El día escogido fue el aniversario cincuenta de la fundación del primer Partido marxista-leninista de Cuba. Las cenizas de Mella fueron expuestas en el Aula Magna de la Universidad de La Habana del 17 al 22 de agosto de 1975 donde Fidel y el pueblo rindieron los más altos testimonios de respeto y admiración. Después fueron acogidas en el Museo de la Revolución hasta que el 10 de enero de 1976 fueron depositadas definitivamente con todos los honores en el Memorial que lleva su nombre frente a su querida Universidad. Allí reposan como una alegoría de lucha y coraje, en el mismo lugar donde tantos estudiantes se enfrentaron contra las fuerzas represivas de las dictaduras y los gobiernos corrompidos siguiendo el heroico ejemplo de Julio Antonio Mella.
Referencias:
Mario Kuchilán Sol: “Fabulario. Retrato de una época” Instituto del Libro 1979.
Diarios de la época.
Granma de agosto de 1975 y enero de 1976.
Jorge Oller Oller
Fuente: Cubaperiodistas
MELLA ME FASCINA, MUY BUENO EL ARTICULO DE HECHO ESTOY A LA ESPECTATIVA DE UNA AMIGA ALEMANA QUE VA A PRESENTAR UN LIBRO SOBRE MELLA EN LA FERIA DEL LIBRO PROXIMO, CASULAMENTE ANOCHE ESTUVE HABLANDO DE ESTO.
EXITOS, TIENEN UN NUEVO INCONDICIONAL.