Cuando nos enfrentamos a la certeza de que seremos madres, nos embarga una felicidad inmensa, pero también, nos asaltan dudas y temores. No es una tarea nada fácil la de ser madre, y más cuando se es única hija, sin niños pequeños cercanos en la familia, como fue mi caso. Nada diestra en manejarlos. Ni el pomo sabía coger bien, pero siempre hay ayuda de los mayores…
Además, en aquellos tiempos, década de los 70, no se hacían ultrasonidos ni otras pruebas, como ahora; quizás a las que tenían alto riesgo obstétrico sí se los hicieran, pero al resto no. No se sabía, hasta cuando nacía, si el bebé estaba sano, el sexo… El sexo era lo de menos, con la canastilla de color blanco o amarillo se resolvía ese problema. La salud era lo fundamental. Así que me pasé 9 meses en una constante zozobra. Y al fin, el 17 de enero de 1975 nació mi primer hijo: Abel. Tuvo dificultades por la demora en el parto, no lloró, se puso cianótico…, una angustia terrible, tan grave en aquella incubadora, pero fue muy bien atendido y terminó la zozobra, y salió del hospital materno perfectamente.
Ese fue un momento inolvidable, olvidando los dolores y otros pesares. Al tener esa criaturita entre los brazos pensaba si era posible que fuera ya madre. Tenía 21 años, creía que era vieja ya, ahora me doy cuenta de lo jovencita que era para comenzar.
A los 14 meses estuvo grave, hospitalizado, con una sepsis que le inflamó la laringe, la tráquea, los bronquios, fiebre de más de 40 grados, que le costó una punción lumbar, justo el día que yo cumplía 22 años. Una tos perruna que se oía en los bajos del hospital. Sueros, inyecciones, análisis, vaporizaciones dentro de la cuna con una sábana alrededor para que no se escapara el vapor. Fueron tantos días de incertidumbre, miedo, angustia, que no quiero recordar. Lo que pasó el pobrecito fue un horror. Bajó tanto de peso que la ropa le bailaba. Pero poco a poco se fue recuperando y nunca más se repitió aquella agonía con esas dimensiones, porque la laringitis le repitió, pero las vaporizaciones eran el remedio. Todavía él recuerda el ritual de la vaporización, todos lo recordamos. Pero más yo, que era la única que se las daba, porque los demás de la familia desaparecían en ese momento…