Con el triunfo de la revolución cubana, el 1o. de enero de 1959, quienes andábamos por los 18 años de edad y hacíamos los primeros pinitos hacia la transformación del mundo, sentimos que se hacía realidad la epopeya, que David volvía a golpear a Goliat, que con la caída del tirano Batista y la expulsión de los millonarios gringos que tenían a la isla convertida en el burdel de su esparcimiento, comenzaba para el tercer mundo una etapa decidida hacia su liberación.
Fidel Castro era el líder fundamental de esta hazaña, acompañado por un puñado de barbudos mesiánicos, tripulantes del ‘Granma’. Cómo añoraba uno volverse comandante de su propia insurrección nacional, en busca de un planisferio más justo. Pero nos detenía nuestra incapacidad para la acción y la convicción de que con la palabra podíamos ir tan lejos y todavía más que con los actos intrépidos de gobierno. Quienes así pensábamos teníamos puesta la mirada en Casa de las Américas, entidad cultural que editaba libros, revistas, promovía exposiciones, conciertos y proveía un concurso en varias disciplinas literarias que mantiene su prestigio, por cuanto a través suyo han aparecido figuras de primera línea en Latinoamérica.