Con el triunfo de la revolución cubana, el 1o. de enero de 1959, quienes andábamos por los 18 años de edad y hacíamos los primeros pinitos hacia la transformación del mundo, sentimos que se hacía realidad la epopeya, que David volvía a golpear a Goliat, que con la caída del tirano Batista y la expulsión de los millonarios gringos que tenían a la isla convertida en el burdel de su esparcimiento, comenzaba para el tercer mundo una etapa decidida hacia su liberación.
Fidel Castro era el líder fundamental de esta hazaña, acompañado por un puñado de barbudos mesiánicos, tripulantes del ‘Granma’. Cómo añoraba uno volverse comandante de su propia insurrección nacional, en busca de un planisferio más justo. Pero nos detenía nuestra incapacidad para la acción y la convicción de que con la palabra podíamos ir tan lejos y todavía más que con los actos intrépidos de gobierno. Quienes así pensábamos teníamos puesta la mirada en Casa de las Américas, entidad cultural que editaba libros, revistas, promovía exposiciones, conciertos y proveía un concurso en varias disciplinas literarias que mantiene su prestigio, por cuanto a través suyo han aparecido figuras de primera línea en Latinoamérica.
No creo que la decadencia de la revolución cubana haya comenzado cuando Fidel dio un traspié en un auditorio y se fue de bruces, como afirma el poeta Eduardo Escobar, hilando muy delgadito, con el argumento de que sus rodillas no soportaban ya el peso de sus sueños. Un tropezón cualquiera da en la vida, y tropezones y sobresaltos fueron los que se dieron en los tiempos pugnaces de Sierra Maestra. De los que se levantaron para triunfar. Caída aparatosa fue la de la Unión Soviética -que amparaba las insurrecciones nacionales que le convenían-, enredada en sus propios cordones. La ‘transparencia’ impuesta por Gorbachov terminó por invisibilizarla. Y la zafra se quedó sin su comprador principal. Si del ejemplo del triunfo de los barbudos dependía la sovietización del mundo, Cuba tomó la determinación de exportar su revolución. Le fue mal, a pesar de lo bien intencionado de los propósitos de la conferencia Tricontinental.
Los mejores murieron en las montañas, y también los peores. Los más jóvenes, y también los guerrilleros más viejos del mundo.
Cuba fue abandonando su proyecto de mundializar su modelo. Con el embargo o bloqueo impuesto por los Estados Unidos, cuando se dieron cuenta de que no pudieron invadirla ni hacer realidad los centenares de intentos de asesinar al líder barbudo, la sumieron en una miseria que los cubanos han sabido disimular con su dignidad.
En estos días se cernieron sobre la isla de nuestros afectos tres horrendos huracanes, empezando por el ‘Ike’, que dejaron sin techo a miles de humildes cubanos. Por entonces recibí un premio de poesía en Venezuela, el ‘Chino’ Valera Mora, con el mismo monto de 100.000 dólares ofrecidos por Batista a quien le entregara a Fidel. Destiné el diezmo de 10 mil dólares para esos dolientes damnificados. Me hubiera gustado donar más, pero sobre mis finanzas había soplado también un viento de quiebra. Fernando Vallejo se dio el lujo de donar su premio completo, el Rómulo Gallegos, a los perros de Caracas. Y antes, García Márquez a los del MAS. Sin contar que este movimiento al socialismo estaba dividido en «perros» y «halcones».
Hoy sabemos que ya no fuimos, y menos mal, colegas comandantes de Fidel Castro en una revuelta imposible. Probablemente nos salvó nuestra cobardía, si así puede llamarse cierta sensatez de proveniencia búdica. Pero 50 años después de la entrada triunfal en La Habana, ahora que ha abandonado el poder, nos congracia ser sus colegas en las actividades de escritor y de columnista de prensa. Ya estoy leyendo su libro sobre la violencia en Colombia. Y no me pierdo sus reflexiones en el periódico Granma. Sorpresas te da la vida.
Más que por su revolución, Cuba merece solidaridad por su resolución. Patria o muerte. Venceremos. Dijeron. Y no están vencidos.
Jotamario Arbeláez (jmarioster@gmail.com)
eltiempo.com / opinión / columnistas 13 de enero, 2009
Fuente: Nos Topamos Con
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