Se acerca el Día de San Valentín, 14 de febrero, y hace algún tiempo encontré una carta que le envió Carlos Marx a su esposa, Jenny von Westphalen, el 21 de junio de 1856. No he dudado ni un minuto en publicar los fragmentos que copié aquella vez para compartir con ustedes ese amor tan tierno que le profesó el Prometeo de Tréveris a su Jenny.
¡Amada mía!: Te escribo de nuevo porque me encuentro solo y porque me es difícil estar siempre platicando contigo mentalmente, y al mismo tiempo, como tú no sabes nada de esto, no me oyes ni puedes responderme.
Tu retrato no está mal, es maravilloso, me viene bien, y ahora comprendo por qué hasta las lúgubres madonnas, las más monstruosas obras de la virgen, podían encontrar fervorosos admiradores, e incluso, mayor cantidad de admiradores que las mejores pinturas. En todo caso, ninguna de estas lúgubres obras fue tan besada, nadie las miró con este estremecimiento piadoso, nadie las adoró tanto como yo a tu retrato que, aunque no es lúgubre, es sombrío, y no refleja en absoluto tu gracia, tu encanto “dolce”, creado especialmente para besarte el rostro. Yo afirmo que los rayos del sol se imprimieron mal, y encuentro que mis ojos no se han deteriorado con la luz de la lámpara nocturna ni con el humo del tabaco, y son capaces de dibujar no solo en sueños, sino en la realidad. Tú estás ante mí como viva, te tomo en mi s brazos, te cubro de besos de la cabeza a los pies, caigo de rodillas ante ti y suspiro. Yo la amo, madame. Y efectivamente, te amo más fuerte de lo que alguna vez amó el moro de Venecia.
[…]
El falso y vacío mundo crea una errónea y superficial idea de las personas. ¿Cuál de mis numerosos calumniadores y detractores me ha reprochado alguna vez que sirvo para el papel de primer amante en algún teatro de segunda? Y es así. […] Mi amor hacia ti, lejos de mí te costará trabajo comprobarlo, significa tanto como lo que es en realidad: una especie de gigante, en él se junta la energía de mi alma y la fuerza de mis sentidos. […]
Es que esa variedad que nos impone la enseñanza y la conducta moderna y esa expectatividad que nos hace poner en duda todas las sensaciones objetivas y subjetivas, sólo sirve y existe para hacernos ruines, débiles, burgueses e indecisos. No obstante, no es el amor de Feuerbach, ni el amor al proletariado, sino el amor a la amante, a ti, el que hace al hombre de nuevo hombre, en el completo sentido de la palabra. […] Te sonreirás, querida mía, y te preguntarás por que estoy tan retórico. Pero si yo pudiera apretar tu tierno y limpio corazón al mío, me callaría y no pronunciaría ni una palabra.
Cuando Jenny murió, Carlos dijo: “También el Moro ha muerto”. De él es este:
Soneto final a Jenny
Una cosa, pequeña, debo aún decirte:
gozoso acabo esta canción de adiós
las últimas ondas de plata van a buscar
el aliento de Jenny par encontrar su alma.
Saltando alegres por rocas y torres,
corriendo a través de torrentes y lluvias,
mientras las horas con el pulso vital
buscan consagrar en ti su plenitud.
Envuelto en el amplio manto de mi ardor
elevado y brillante el corazón de orgullo,
triunfalmente libre de fuerzas y presiones.
Recorro con firmeza el espacioso terreno.
el dolor se deshace ante tu cara luminosa
y del árbol de la vida brotan los sueños.
Te juro se me hizo un nudo en la garganta… tanto amor!
Un beso Amparo!
Preciosa entrada Amparo. He recordado también la pareja que formaban Ignacio Agramonte y su esposa.
Que publicación más hermosa, que amor tan fuerte… y puro