Nunca dejará de llamarme la atención la alegre desenvoltura con que la Academia Española se permite inventar palabras o grafías que no existen en la lengua, pese a las afirmaciones de sus miembros en el sentido de que «los únicos dueños de la lengua son los hablantes».
Son bien conocidos en ese sentido los casos de «güisqui» y «cederrón», vocablos nacidos en los mullidos sillones de la RAE, pero hojeando el Diccionario encontraremos muchos otros casos de imposición despiadada del diktat académico sobre las preferencias de los hablantes. Un buen ejemplo es el de la designación de los verbos pronominales, tachada como «antigua» por la Docta Casa, que ahora recomienda llamarlos verbos pronominados. O el de los verbos intransitivos, que ahora deben llamarse «verbos neutros».
Una sencilla búsqueda en Google permite comprobar que la preferencia de los hablantes constituye es un parámetro de poca importancia para los académicos. En efecto, si buscamos la forma «anticuada» verbo pronominal (la búsqueda debe hacerse entrecomillando las palabras) encontraremos 76.000 casos, mientras que para la forma verbo pronominado, consagrada como «correcta» por la Academia, el buscador muestra apenas 39 casos, una diferencia de 1.948 a uno. Análogamente, Google muestra 1.290 casos de la forma verbo neutro, recomendada por la RAE, contra casi 25.000 de la antigualla verbo intransitivo, que todos usamos.