15 de abril de 1961
Era sábado y la mañana amaneció soleada en Cuba. La población se movía expectante y serena. Era un secreto a voces que Estados Unidos preparaba una agresión militar contra Cuba, e incluso algunos de los funcionarios de la Casa Blanca indicaron que preparaban tropas en países centroamericanos para ejecutar las criminales acciones.
Ese día, miles de hombres ya estaban movilizados en sus respectivos puestos de combate. Una mayoría eran civiles incorporados a las Milicias Nacionales Revolucionarias, nacidas desde lo más humilde del pueblo, que el 1 de enero de 1959, día en que triunfó la Revolución, juraron que en este país no habría un retroceso hacia el capitalismo.
Se conocía de fuentes seguras que se preparaban acciones agresivas contra el pueblo cubano y su Revolución, organizadas por Washington y apoyadas por gobiernos títeres, como los de Nicaragua y Guatemala, que, se supo después, prestaron territorios y asesores para entrenar a fuerzas contrarrevolucionarias.
¿Por qué aquel odio visceral hacia la Revolución?. Estados Unidos, que siempre ha mantenido afanes anexionistas hacia la Isla pronto comprendió que la derrota del tirano Fulgencio Batista (1952-1959) y la llegada del líder revolucionario Fidel Castro con sus tropas a La Habana, después de recibir desde la Sierra Maestra hasta la capital el apoyo compacto de la población, significaba un cambio radical en los postulados políticos, económicos y sociales del país que ellos consideraban su traspatio.
La Revolución siempre fue clara en sus objetivos. En 1961 había promulgado leyes que lesionaban los intereses estadounidenses en la Isla, y destruido la estructura económica que dejaron atrás los gobiernos de la seudorrepública. Los batistianos, que huyeron hacia el cercano vecino del Norte, exigían a sus protectores la derrota del Gobierno Revolucionario.
De ahí que desde los primeros meses de aquel 1959, los estrategas norteamericanos de turno idearan liquidar el proceso de transformaciones económicas y sociales que se sucedían en Cuba, utilizando diversos métodos terroristas, rechazados todos por el pueblo, que cada día se preparaba para defender militarmente sus ideales y conquistas.
Poco después de las 06:00 hora local de aquel sábado, en una acción simultánea, seis aviones ligeros del tipo B-26 fabricados en Estados Unidos y empleados por la US Air Force durante la Segunda Guerra Mundial y contra Corea del Norte, bombardearon el aeropuerto de Santiago de Cuba, la base aérea de San Antonio de los Baños, las instalaciones de la Jefatura de la Fuerza Aérea y la pista de Ciudad Libertad, en La Habana.
El saldo fue siete fallecidos, entre ellos mujeres y niños que vivían en lugares cercanos a los puntos de bombardeo, y decenas de heridos.
El Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba confirmó poco después que las naves habían despegado desde Nicaragua. Fragmentos de los proyectiles lanzados fueron mostrados al Cuerpo Diplomático en La Habana. En ellos aparecían las siglas APSO TARGET, US NAVY, en clara demostración de su procedencia y de quienes eran los organizadores y ejecutores de la acción enemiga, dirigida a destruir la pequeña y anticuada fuerza aérea cubana, desproteger las tropas locales cuando iniciaran la agresión por tierra y llevar el miedo y la confusión a la población.
En aquellos momentos Cuba contaba para su defensa sólo con 12 pilotos y 11 cazas de combate en condiciones de volar.
A media mañana, se conocía el parte oficial firmado por el Comandante en Jefe Fidel Castro: «Nuestro país ha sido víctima de una criminal agresión imperialista que viola todas las normas del derecho internacional. Cada cubano debe ocupar el puesto que le corresponde en las unidades militares y en los centros de trabajo sin interrumpir la producción, ni la campaña de alfabetización, ni una sola obra revolucionaria. La Patria resistirá a pie firme y serenamente cualquier ataque enemigo, segura de la victoria.»
El poder de fuego de las baterías antiaéreas cubanas, cuyos miembros eran en su mayoría jóvenes y algunos hasta adolescentes, alertadas de la posibilidad de un ataque enemigo, logró el retiro de los bombarderos B-26, e incluso evitaron su retorno, pues después se conoció que el plan comprendía un segundo ataque aéreo de similares proporciones.
Cuando se pasó revista a los resultados de los ataques, se comprobó que la destrucción de los aviones cubanos en tierra había fracasado. Las medidas de precaución fueron reforzadas de inmediato, y fortalecidas las baterías antiaéreas, pues los primeros ataques presagiaban otras acciones militares.
El enemigo sufrió severas pérdidas. Algunos aviones no regresaron a las bases (uno de ellos cayó en el Estrecho de La Florida), otros lo hicieron averiados debido al fuego antiaéreo cubano, que demostró de manera clara que no se podía violar de manera impune el cielo patrio.
Asimismo, la aviación cubana quedó en condiciones de repeler otros posibles ataques. La escalada terrorista contra la Revolución Cubana sólo había comenzado.
Fuente: Radio Baraguá
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