Se acerca el cumpleaños de la ciudad de Santa Clara, otrora villa de la Gloriosa Santa Clara, y están desapareciendo tarjas y se están destruyendo monumentos sagrados de nuestra historia. Así nos lo hace saber mi colega Luis Machado Ordetx en:
¡MISTERIOS!
Texto y foto: Luis Machado Ordetx
en las páginas del periódico El Fígaro.
Detalla la inscripción en mármol colocada por acuerdo del
Ayuntamiento de Santa Clara en la casa donde nació
el poeta Manuel Serafín Pichardo.
El cosmopolitismo, a veces, embriaga; y otras, desarraiga a las personas. Del primero ofrezco consideraciones a partir de conversaciones sostenidas por dos ancianos que, alejados de Santa Clara, indagaron sobre la existencia de tarjas y monumentos que perpetúan la memoria histórica, pero por raras razones ya no están.
Todo se fundamenta en un misterio: buscaron afanosos la lápida, de mármol blanco de Carrara, colocada en la mañana del lunes 15 de julio de 1907 para reconocer el lugar exacto de nacimiento del poeta y periodista Manuel Serafín Pichardo y Peralta (1863-1937), reconocido entre los escritores cubanos más destacados de su tiempo. La ciudad celebraba entonces el aniversario 218 de su fundación, instante en que el bardo fue reconocido, por acuerdo del Ayuntamiento, como Hijo Predilecto. Más de un siglo pasó.
Por la prensa de la época reconstruyo la ceremonia pública y solemne: cambio del nombre de la calle Santa Ana por el correspondiente a Manuel Serafín Pichardo, colocación de una tarja conmemorativa en la casa número tres, de la calle Gloria, actual Leoncio Vidal, en las cercanías del Parque.
Hubo discursos, bullicios de admiración, banquetes, y en la tribuna del teatro La Caridad, el poeta congratulado leyó el extenso “Canto a Villaclara”, integrado por 33 estrofas, de seis versos alejandrinos con escritura impecable y numerado en romano, en el cual refiere nostalgia y exaltación de la historia de su ciudad natal.
Lo cierto: tablilla y lápida andan perdidas, y de la segunda no existe ni su sombra, refieren fuentes especializadas del Centro de Patrimonio Cultural. En la década de los años 50 del pasado siglo se colocó a un costado de la cafetería El Recreo, cuando esa calle dejó de llamarse Manuel S. Pichardo y se renombró como Lorda. En el segundo lustro de la década de los 80 desapareció.
No obstante, a partir de una edición de El Fígaro, publicación habanera de esa fecha, tal vez todo se reconstruya a partir de lo referenciado en las páginas 371-380; pero se requiere dedicación para restituir no solo la lápida, sino, además, la trascendencia del poeta, periodista y diplomático villaclareño.
En papel oro, tipo tabloide, los viejitos mostraron en un banco del parque Leoncio Vidal el arsenal documental que tenían entre sus manos. Tal vez eso reedite lo que pasó en Santa Clara a contrapelo del desarraigo que en ocasiones ensombrece a quienes contemplamos la historia como un hecho inanimado por el tiempo. Sin embargo, sabemos que sencillamente lo que transcurrió constituye un cuerpo viviente y alumbrador.
Muchos de los que escriben —me incluyo— no son nacidos bajo los fueros de la pila bautismal, pero llevan la ciudad en las entrañas; entonces, por qué tanta depredación de los sitios que perpetúan la memoria de hombres, mujeres y sucesos que antes rescribieron lo que actualmente compete defender.
No se comprendería la historia con máculas. Gracias a la investigación fotográfica de José Antonio López Godoy (TOM), el escultor José Ramón de Lázaro Bencomo (Delarra en las artes cubanas), logró en 1989 la réplica que ahora elogiamos del Niño de la Bota, y Santa Clara ganó otro patrimonio, el que jamás debió situarse en la ausencia.
El periodista Otto Palmero Rodríguez, desde estas páginas contó la infausta trayectoria de la Santa Clara de Asís en un reportaje que tituló en la segunda década de los años 80 como “La Madonna de la Charca”; ahora contemplamos cómo el monumento al patriota Miguel Gerónimo Gutiérrez (constituyente de Guáimaro), sufre del acoso malintencionado de adultos y de juegos infantiles en el parque de la iglesia de La Divina Pastora. Ya la mano extendida del poeta y revolucionario carece de dedos.
La lista de enumeraciones sería interminable hasta llegar al Parque de la Audiencia: uno de los pedestales que soporta la estatua de José Miguel Gómez (Tiburón) carece de una lámina de bronce que, en relieve, reproduce hechos de la historia independentista; la minúscula tarja que recuerda a la maestra y patriota Carmen Gutiérrez (Colón esquina a San Cristóbal) recibió los brochazos de un despistado pintor que decidió tapar las letras con el color que lleva la fachada de una instalación estatal de Comercio.
En San Cristóbal esquina a Cuba, donde nació el poeta y patriota Eduardo Machado, hubo una casa con una tarja que identificó el lugar de nacimiento; luego construyeron un parque, y la historia echó a volar. Similar ocurre con el sitio que perpetuó la memoria de la Maestra Nicolasa, en Maceo y Candelaria.
En los últimos años, parece ser que el bronce despierta una soberana codicia y algunos individuos inescrupulosos, hurtan —mejor dicho, roban— cuantas tarjas “desprotegidas” reconozcan y distingan nuestra historia en inscripciones con el color de ese metal. También el proceder se multiplica en aquellas elaboradas con determinadas fundiciones en las que predomine el aluminio.
Después, las letras son comercializadas, convertidas en chatarra barata y hasta trocadas, sabe Dios dónde, por “pura y efímera baratija”; y la historia, por desgracia, con el decurso del tiempo desaparece y tenderá al olvido en las futuras generaciones.
El deber ciudadano obliga no solo a exigir por la conservación, sino también por la protección. Sencillamente, son patrimonios que pertenecen a la colectividad y, por tanto, jamás deben ser pasto de misterios.
Si mal no recuerdo esa tarja que ilustra este articulo estaba sujeta a la fachada de la casa de mi amigo Armando Valdueza en la calle Gloria. Mi amigo aun vive en Cuba en la calle Santa Barbara, el pudiera verificar mi afirmacion. Su familia fue desalojada de esa casa en 1965 y la casa derrumbada para hacer el estacionamiento (parqueo) de Coppelia.
Me acuerdo muy bien que me intereso el futuro de la tarja.
Recuerdo de haber leido algunos de los versos de Pichardo en aquel entonces y comentar mi lectura con Doña Victoria Pichardo Vda de la Torre quien (creo) fue su sobrina. Doña Victoria vivia en Central y Colon y por aquellos tiempos era octogenaria.
Quisiera poder leer de nuevo algunos de los trabajos de Pichardo. Hace 45 años que los lei.
Gracias Amparo por ese articulo.