Cuba llora la muerte de un eminente poeta, fundador del Grupo Orígenes, Premio Nacional de Literatura 1988 y Premio Juan Rulfo 2002, y con una fecunda labor de investigación y estudio de la obra de nuestro Héroe Nacional, José Martí.
Recibió, entre otros premios, el Nacional de Literatura 1988, el Juan Rulfo 2002, el título de Oficial de Artes y Letras de Francia y la medalla de la Academia de Ciencias de Cuba. Esta entrevista que publico se la hizo mi coplega Luis Machado Ordetx hace algún tiempo.
VITIER, VESTIMENTAS DE POESÍA
Por Luis Machado Ordetx
Un venerable cubano acaba de fallecer en La Habana, justo cuando cumplió 88 años.— Queda para los lectores el testimonio de un intelectual que penetró en la hondura histórica del más universal de todos los cubanos, nuestro Apóstol.
El destacado intelectual Vitier Bolaños junto a su esposa, la poetisa
y ensayista Fina García Marruz. Los méritos forjados por ambos en la
cultura cubana y universal los sitúan como ejemplos de compromiso
social con su tiempo. (Foto: Tomada de Cubadebate.cu)
El poeta, en toda su dimensión, es de esos hombres que tienen un ángel inagotable; un agua viva, de enorme manantial, fresco y pletórico que anuncia con la palabra el contrapunto y la imagen tonal diseñada por Lezama Lima, para decantar el «árbol como sombra de la hoguera petrificada», y también hurtar y penetrar en la cubanía.
A la par, él —como el mismísimo árbol—, constituye atributos de las querencias y el firmamento telúrico de una voz inequívoca en tiempo y espacio. Cintio Vitier Bolaños [Cayo Hueso, 1921-La Habana, 2009], es todo eso y mucho más, y desde que se dio a la palabra escrita en aquellos primeros balbuceos poéticos, allá por el año 1939, se revistió de intelectual para distinguir y fomentar lo cubano; definiendo, además, un verso y una prosa con cargas de originalidad histórica en las cuales subyace un fundamento estético y moral de inalterables rumbos.
Estuvo por vez primera en Santa Clara, casi a principios de la década de los años 50 y, para no olvidar la vieja costumbre de un aula de la Universidad Central de Las Villas, regresó recientemente a su «otra casa», como también denominó a ese centro docente, con el propósito de hablar sobre «La infinitud cualitativa de la vocación esencial del cubano por su integridad: vivir en lo libre», momento en que sostuve un diálogo rápido que validó todo el entendimiento que antes tenía sobre su vida.
El instante sirvió, en definitiva, para acumular la naturaleza en torno a una concepción que avala la probidad científica y humana coronada por su memoria integradora. Y, para no perder ese insustituible encuentro que siempre propicia una «cercanía hechizada», al estilo de Lezama Lima, gustoso —aunque algunos alegaban su rotundez e inaccesibilidad para todo cuestionario, dado entre otras razones por la brevedad de la estancia— él accedió al interrogatorio, sin interesarse a priori en los temas, sino en la urgencia en revelarlos todos a la altura diáfana de su luminosidad.
Al auscultar un «relámpago» de su itinerario villaclareño, detenido en ciertos atisbos de lo insospechado, recibí las rápidas respuestas que certificaron una impronta de vitalidad y cubanía; al tiempo que el otro ofreció las gracias por las constantes provocaciones. Aquí está, como lo sustentó, el fraterno diálogo.
—¿Qué significa ser distinguido con el título de Doctor Honoris Causa en la Universidad, donde usted fungió como maestro de la primera generación de profesionales formada por la Revolución?
—Un inmenso honor que solo puedo merecer en la medida en que haya sido digno de la espiritualidad cubana de mi padre.
—Lo cubano en la poesía es un libro que nació tras una petición universitaria y editó por vez primera la casa de estudios de aquí. ¿Cómo lo percibe ahora cuando el encuentro con lo pasado es firmeza para la Patria?
—Recuerdo aquellas sesiones de Lo cubano en la poesía (1) en el Lyceum femenino de La Habana, que entonces presidía Vicentina Antuña, entre noviembre y diciembre de 1957, como el convivo más emocionante de toda mi vida. La patria se nos revelaba dolorosa y gozosamente en medio de la sangrienta lucha de aquellos días. Sin saberlo nos estábamos preparando para un triunfo que todavía parecía imposible. Hoy siento que aquel libro, rápidamente publicado en el 58, gracias a Samuel Feijóo, era mi despedida del mundo anterior a la Revolución. Y fue también, en cuanto a testimonio de la raíz poética de nuestra historia, mi umbral hacia ella.
—¿Cuáles vínculos sostuvo con intelectuales radicados en la localidad durante su estancia aquí?
—Mi condición de profesor, digamos, itinerante —ya que solo podía estar en Santa Clara tres días a la semana para poder cumplir con mis clases en la Escuela Normal de La Habana—, me impidió estrechar relaciones importantes con intelectuales villaclareños, salvo a los que ya conocía, como Samuel y Mariano Rodríguez Solveira. A Marianito y a Antonio Núñez Jiménez los encontraba con frecuencia, antes del triunfo, en la casa vedadense de Julián Orbón, el músico de Orígenes, adonde llegaban en viajes nocturnos que siempre sospeché no eran ajenos a los trajines revolucionarios interprovinciales del 58. Aunque solo oíamos música, todo parecía clandestino.
«Como dije en mis palabras de gratitud en la Universidad,(2) el hogar de Marianito y Marta Ricart fue otro hogar para mí en Santa Clara. Él fue quien me invitó a incorporarme al claustro de Las Villas, quien despidió inolvidablemente el duelo de mi padre y quien prologó sus Valoraciones póstumas.(3) Fue un intelectual ferviente y luminoso, conversador cultísimo, amigo entrañable.
«De Núñez Jiménez, ¿qué decir? Como geógrafo, espeleólogo y revolucionario, toda su vida fue un creciente servicio a la patria nacional y americana, fruto de una vocación alegre y un entusiasmo infatigable. Otros nombres y personas que recuerdo con gratitud son los de Hilda González Puig, su hermano Ernesto, el pintor; los rectores Agustín Anido y Silvio de la Torre; Gaspar Jorge García Galló, Alberto Entralgo…
—Dice que la «poesía significa un conocimiento espiritual de la patria, que va iluminando al país, y donde lo cubano se revela, por ella, en grados cada vez más distinguidos, distintos y hermosos». Pero ¿qué escribe ahora tras el tránsito acumulado por todos los géneros literarios?
—Mis dos géneros predilectos siguen siendo la poesía y el ensayo, aunque en verdad no me gusta considerar la poesía un «género literario», sino la fuente de todo lo que yo pueda conocer y pensar. Al poema acudo cuando él me llama; al ensayo, cuando lo necesito».
—Martí, definido por usted como «el mayor aporte de la cultura cubana a la universal», deja profundas raíces para los próximos siglos. ¿Cuáles cree más trascendentes?
—Creo que el legado cultural más trascendente de Martí reside en su inmensa vocación integradora que, como dije en la Universidad, «se negó a separar la materia del espíritu, lo invisible de lo visible, la estética de la ética, la política del alma, a Cristo del pobre, a Cuba de la cruz, a la utilidad de la virtud». Por ello pienso que debemos tender a integrar «nacionalmente todo aquello que en el pensamiento de José Martí se nos ofrece como un humanismo atesorado de esencias, proyectado hacia el futuro. Y no me parece que haya mejor programa espiritual para la humanidad en el próximo milenio».
—Despojado de su capacidad amatoria, así como del contacto diario en el hogar y el trabajo intelectual que desempeña junto a Fina García Marruz, ¿qué puntos más distinguidos atribuye a la poesía de su esposa?
—En mi antología Cincuenta años de poesía cubana (1952), señalé los tres elementos que me parecían sustanciales en la poesía de Fina: «la intimidad de los recuerdos, el sabor de lo cubano, los misterios católicos». Posteriormente su expresión ganó otras dimensiones, desde la más amplia y elocuente del «Réquiem por la muerte de Ernesto Che Guevara», hasta esa «punta de lirismo» que según Claude es el humor, en Créditos de Charlot, y Nociones elementales y algunas elegías. Su diversidad y riqueza tienen siempre un punto de confluencia que pudiéramos llamar: lucidez de la misericordia».
—¿Qué falta a Cintio Vitier por regalarle a la sabiduría histórica y a la cultura nacional?
—Me falta todo, y es la conciencia de todo lo que me falta lo único que puedo regalar.
El poeta, tras agradecer las pertinaces y provocadoras preguntas, según afirmó en nota al margen del texto mecanografiado que remitió, jamás reveló la hosquedad que algunos atribuían a su personalidad, sino una esencia y dulzura, casi paradigmática, del que toma la tierra por asalto y la hace propia, como si fuera esencia espiritual de todo lo celestial.
Como tal dejó una huella, para que, de falsas apreciaciones no viva el hombre sin antes auscultar con vehemencia los sueños y las bondades que transpiran otros.
(1) Cfr. Cintio Vitier (1958): Lo cubano en la poesía, Santa Clara, Universidad Central de Las Villas, Departamento de Relaciones Culturales.
(2) Cfr. Cintio Vitier: «El reino de la gracia comunicante», Islas, 42(125):7-12, Santa Clara, jul.-sep. 2000.
(3) Medardo Vitier (1960-1961): Valoraciones [Con nota prelimimar de Mariano Rodríguez Solveira], 2 t., Santa Clara, Universidad Central de Las Villas, Departamento de Relaciones Culturales.
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