Quería publicar algo novedoso relacionado con nuestro José Martí, en este aniversario 157 de su natalicio —se me adelantó 100 años—, y me decidí por esta genial conversación entre mi colega Mercedes Rodríguez García y mi amigo Yamil Díaz Gómez, tan compenetrado con la vida y obra de El Maestro. Las fotos también son de Mercedes.
EL MARTÍ DE YAMIL, EL PADRE DE ISMAEL

Se ha dicho que la obra del periodista, narrador, poeta y editor Yamil Díaz Gómez está caracterizada por varias obsesiones, entre ellas, José Martí y los poetas cubanos, al punto de reconocer que ama a Santa Clara por su gente y su dinámica cultural, pero no a la ciudad como ente físico, ya que «sin mar y sin un sitio pisado por Martí» no le halla encanto alguno.
Por si fuera poco, nombró a su hijo Ismael, como el del Maestro. Así que en este aniversario 157 del natalicio de nuestro Héroe Nacional, me decidí a buscar, en Yamil, al Apóstol, a quien no solo ha visto en sueños, sino en ese otro plano al que engañosamente llamamos «realidad».
Contemporáneo y auténtico, Martí emerge en este diálogo con un hombre que, por ser poeta, ya nada en él resulta común y corriente. Sin acotaciones, sin retórica, sin florituras ni ambages, manteniendo siempre el tono coloquial, como le pedí, me respondió el cuestionario enviado con premura. No hubo entrevista. Pese a mi insistencia, evadió el diálogo.
Creo que en su habitación-biblioteca de la añeja y céntrica casona, sobre la medianoche, prefirió quedarse a solas con Martí, bajo la tutela de Cintio.
—Alguien entendido en cuestiones del espíritu me contó que el primero de febrero de 1971 a la una de la tarde, el alma de Martí vagaba por Santa Clara buscando un vientre a punto de eclosionar. ¿Pudiera haber sido el de tu madre? Es que siempre he tenido la idea de que naciste martiano, incluso físicamente muchos te hallan cierto parecido con él. ¿Qué piensas al respecto?
—Como yo creo en la reencarnación, te diré lo que pienso de ello: aquel mediodía de hace casi 39 años, quien reencarnó en el hijo menor de mi madre ha de haber sido alguno de aquellos mambises iletrados que conocieron a Martí en las montañas de Oriente. Esos que oían sus arengas, y algo mejor: lo vieron dormir en una hamaca, escribir a sus amigos, almorzar, comentar las hazañas de la Guerra Grande. Tal vez no lo entendían —de acuerdo con el concepto vulgar del verbo «entender»—, pero sí lo entendían de una manera más profunda: como lo hacía aquel niño salido del vientre de mi madre en quien el amor a Martí se dio casi «por generación espontánea», de forma tan temprana que ha de ser anterior al más antiguo de todos mis recuerdos.
—De niño ¿cuál fue tu primer contacto con José Martí? A esa edad ¿cómo veías al Maestro?
—De niño me llamaba la atención cualquier cosa relacionada con Martí. Aprendí precozmente, por supuesto, algunos Versos sencillos, lo dibujé en mis libretas. Leí una fascinante antología titulada Martí por Martí. Ya hacia finales de la primaria, comencé a escribir una «biografía» del Apóstol e hice en mi cuarto todo un Rincón Martiano con flores blancas y retratos.
—¿Algún hecho o situación específica que te vincule a él definitivamente?
—Lo difícil sería encontrar un hecho o situación específica que me distanciara de Martí. Está en el aire de Cuba —ya lo decía Eliseo Diego—, en la luz, en la tierra. Basta salir a la calle para vivir en comunión con él. Pero sí, existe un hecho que me vincula definitivamente a él de una manera no solo sentimental, sino ya más «profesional». Cuando estudiaba Periodismo en la Universidad de La Habana, Pedro Pablo Rodríguez nos dio una conferencia sobre el periodismo martiano. Recuerdo que nos hizo una lectura comentada de la crónica sobre el terremoto de Charleston. Quedé tan deslumbrado que decidí hacer mi trabajo de diploma sobre Martí. Cinco minutos después de la conferencia, Pedro Pablo aceptó ser mi tutor. Así fue como entré en el tema a partir de intereses investigativos, hasta hoy.
—Si es que has llegado a desentrañarlas, ¿cuáles pudieran ser las principales características de la personalidad de Martí afines con las tuyas?
—Preferiría dejar a un lado las mías y concentrarme en las de él. Desentrañar las «características de la personalidad» de Martí no es tan sencillo, pero tampoco imposible. Mucho nos ayudaron en esa tarea autores como Blanche Zacharie de Baralt, Leonardo Griñán Peralta y el maestro Ezequiel Martínez Estrada. Con aciertos y desaciertos, don Ezequiel se acercó a su caligrafía, a su iconografía. Creo que es hora de que grafólogos, psicólogos y otros expertos actualicen estas búsquedas, en las que a partir de los manuscritos y los dibujos podamos precisar un poco mejor cuáles fueron los rasgos de su personalidad. Pero, para volver a tu pregunta, hay dos rasgos martianos que son los que más le admiro, los que me gustaría poder exhibir también: su extraordinario don seductor y su indoblegable voluntad.
—¿Lo has visto en sueños? Me refiero a algún sueño real, a lo onírico, sin metáforas.
—Perdona, no solo lo he visto en sueños. Me parece que en ocasiones lo he visto también en ese otro plano al que engañosamente llamamos «realidad».
—Muchas veces a nuestros niños y jóvenes se les pide asumir los mismos sacrificios que Martí, sin que verdaderamente —pienso yo— se encuentren identificados con esa vocación. No se trata ya del «culto a la estatua» como refería Portuondo en su artículo Retratos infieles, pero sí del modo tan convencional y fortuito que se le da a la figura de nuestro Apóstol. Tampoco de aprender y repetir hasta el cansancio sus frases harto conocidas, pero desgajadas del conjunto que les sirve de forma.
—Pienso que el sacrificio de Martí —que incluyó dolorosamente sacrificar a su hijo, para poder cumplir su tarea como padre de toda una nación— buscó precisamente evitarnos sinsabores a sus hijos de su hoy. Pero ya sabes que figuras de esa magnitud nunca se salvan de las lecturas aberradas ni de la manipulación.

Dibujo de Ismael Díaz Domínguez,
de nueve años, hijo del entrevistado.
—¿Cómo te gustaría que en nuestras escuelas enseñaran la vida y obra del Apóstol?
—A partir de aquellos textos martianos en los que asoma un ademán autobiográfico. Por ejemplo, tomar los Versos sencillos y contar a los niños cuál es la anécdota que está detrás de esta o aquella cuarteta; decirles quién fue la mujer a la que quiso en Aragón, o cuál favor recibió «de la tierra generosa»… Tomar sus cartas y explicar quiénes son las personas que menciona, los elementos contextuales respecto al lugar desde donde la escribe. Y así…
—El antiimperialismo de Martí, tras largos y enconados combates ideológicos ha logrado sentar plaza de manera irrecusable. Háblame de ese Martí cuya esencia revolucionaria le haría despreciar las falsas libertades y democracias burguesas, tanto como las posiciones oportunistas en el terreno político-ideológico.
—Martí se ha mantenido tan vivo como abiertas se han mantenido las venas de lo que él llamó Nuestra América. Creo que siempre habría estado contra el imperialismo «norteamericano o cualquier otro» —como valientemente precisó el Che Guevara en 1965—. Creo que no habría dejado de sufrir ante las corrupciones y los oportunismos que tantas veces siguieron a los movimientos emancipatorios del continente desde el siglo XIX. Creo que no se habría cansado nunca de luchar por la Libertad que no es «burguesa» ni «proletaria», porque los apellidos destruyen la pureza de los conceptos—, sino sencillamente sagrada e irrenunciable.
—¿Crees que la actitud de los jóvenes cubanos hacia los destinos de la nación guarde correspondencia con la vasta finalidad patriótica de la obra martiana? ¿Qué ventajas reportaría a la Patria del futuro uno de sus hijos formado en las doctrinas del Maestro?
—No me siento apto para juzgar a «los jóvenes cubanos», pues de los millones que existen apenas conozco personalmente a algunos cientos. Ahora se ha puesto de moda hablar horrores de los jóvenes y acusarlos de una pérdida de valores que ciertamente ha ganado terreno en toda la sociedad, independientemente de las edades. Creo que a la luz de los momentos históricos actuales y futuros, Martí seguirá siendo un paradigma insuperable para los niños, jóvenes y adultos de Nuestra América.
—Si pudieras retroceder en el tiempo, ¿en qué etapa, día o momento de la vida del Apóstol te gustaría detenerte?
—Viajaría al 19 de mayo de 1895, ante todo para ver si la tragedia de ese día se pudiese evitar. Pero si me tocara ser un espectador pasivo, al menos me permitiría precisar hechos, aclarar dudas que duelen más que inquietar.
—En cuestión de gustos y estilos ¿con quién te quedarías, con el Martí escritor o con el Martí periodista?
—Precisamente para quedarme con el Martí escritor, me quedaría con el Martí periodista.
—Porque sé que desprecias los estereotipos y los clisés, ¿qué no te agrada de Martí? ¿Nunca te has cuestionado algunos de sus actos? Producto de tus investigaciones, ¿qué sabes que poco o nada se conozca de su vida?
—Bueno… difícil tu pregunta. Sí me he cuestionado algunos de sus actos, como la ruptura con Gómez y Maceo en 1884, en la que me parece que actuó con soberbia y no con su habitual sentido de la moderación… Y en el plano más íntimo, por ejemplo, su dramática vida amorosa, creo que por fin este año terminaré mi libro sobre el tema, en el que se hablará de hechos poco conocidos, pero debidamente explicados y contextualizados. Desprecio los clisés y estereotipos, como también la ligereza y la falta de responsabilidad.
—De todos los cubanos ilustres que han escrito sobre el Apóstol, ¿a quiénes recomendarías para empezar a conocerlo, a amarlo, a imitarlo…?
—Siempre es injusto mencionar a unos y olvidar a otros, cuando tantos intelectuales cubanos y no cubanos nos han regalado páginas brillantes sobre él. Pero si hay que comenzar por algún autor —y si no se trata solo de emprender la tarea de conocer, sino también de amar al Apóstol— yo recomendaría a Cintio Vitier. ¿Quién sabe si mientras yo respondo a tus preguntas, el maestro Cintio está conversando con Martí?
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