Juan Carlos Recio publicó en su blog Sentado en el Aire un artículo sobre La pupila insomne que por interesante, amena y autobiográfica también quiero tener en VerbiClara:
LA PUPILA INSOMNE

Tengo el impulso torvo y el anhelo sagrado
de atisbar en la vida mis ensueños de muerto.
¡Oh la pupila insomne y el párpado cerrado!..
(¡Ya dormiré mañana con el párpado abierto!)…
Tuve buenos maestros en mi niñez hasta la Secundaria y Pre-universitario, de geografía, historia, y literatura principalmente. Fue antes, mucho antes de que les llamaran emergentes u otra cosa que sonara impersonal. Ellos, no escaparon a cierta forma de consigna, les era imposible, pero en una buena parte, fueron sustancialmente provechosos; y aunque nunca les dije algún agradecimiento por esa ganancia, tampoco los traté con otro apodo que no reverenciara su trabajo.

Tengo una hermana de nombre Esther, que nunca le gustó la escuela y siempre iba descalza por un palmar en la zona del campo donde vivíamos, iba hasta una presa cercana a recoger flores de patos chinos y escribía en los troncos el nombre de su enamorado de turno y recitaba siempre un poema nuevo, aprendido de pronto entre su arranque amoroso y su deseo silvestre de hablar con el viento. Esther mezclaba poemas de muy diferentes estilos y autores, por ella, supe antes que nadie, de los sonetos de Nicolás Guillén, sin que se me hiciera un ruido de héroe, poeta nacional, o toque de rumba. Con ella supe de la música de esa zona para mí desconocida del poeta con todas sus flores de abril. Fue mi hermana quien recitó, ante una de las palmas y en solemne homenaje a su primer amor perdido La casada infiel, de Lorca, y luego cuando demoraban sus días tristes por alguna esperanza o promesa de amor que no se declaraba, escuché, que a ella, como a César Vallejo, le dolían los huesos como si se hubiesen quedado mucho tiempo a la intemperie bajo la lluvia; o cuando perdió su virginidad, lo supe por esos versos de Martí, donde una niña se ahoga en su pena. También escuché de Góngora, de La
Avellaneda, Rubén Darío de Heredia cuando la llamaban y ella tenía que alejarse de
su patria de palmas.
Sin olvidarse claro de recitarme cada cierto tiempo, aunque el calor del mediodía nos apedreara, Veinte poemas de amor y una canción desesperada, porque ella con frecuencia también tiritaba como un astro.
Fue por mi hermana, a la que miro ahora desde una foto de hace 20 años, la primera que me enseñó a pensar en el valor de la poesía, en el sentido de la vida, aunque a veces entre boleros de Portillo de la Luz y algunos poemas de Buesa, mi hermana se quedaba ausente como una patria mal iluminada, y yo, cogedor de yeguas al fin, me escapaba al monte con desgano.
Un día, cerca de un arroyo ella me habló de La Pupila Insomne, y no recuerdo ante cuál palma, pero me dijo que se sentía más enamorada de Rubén Martínez Villena, que de su novio; en ese entonces no sabíamos ni mi hermana ni yo, sobre la carta pública en respuesta al artículo Nuestro Rubén, de Jorge Mañach, por la ironía de este último al desvalorizar su poesía y compararlo con Rubén Darío; carta donde el poeta le dijo al crítico «Yo destrozo mis versos, los desprecio, los regalo, los olvido: me interesan tanto como a la mayor parte de nuestros escritores interesa la justicia social».
Y ahora, (porque según mi hermana, al hacerle referencia sobre este post, me recuerda lo que me contó aquella tarde con sus ojos del amor que le suena lejano, se enamoró de su gallardía —y no es leyenda sino la historia de mi hermana—, que comprendió al poeta que prefería anteponer su deber a la Patria, que a sus metáforas. Y ella, tan justa y social, también lo reconocía y escribió en una de las palmas su nombre como si lo hiciera con letras de oro.
Mi amigo Arístides Vega Chapú me ha acaba de regalar, entre otros libros, La pupila
insomne (editado en el 2008, por la Casa Editora Abril), me reencuentro al poeta, ya no me llega de la voz de mi hermana y su actitud solemne de recitadora ante el palmar de su locura, y al igual que con los sonetos de Nicolás Guillén, he volcado junto a él, como una furia que no ciega, un ojo avizor de quién descubre con certera claridad y buen apetito; muy similar a aquellas cicatrices casi imborrables que mi hermana grababa de sus amores en las altas palmas. De la furia del poeta y de su autenticidad, de su solemne sentido de mirarse por dentro, de desgarrar desde su amor, el odio, por si creía verse inútil, sin que saltara ante la pólvora. Solemne, como un dedo que apunta al infinito.
Juan Carlos Recio Martínez, NY, 18 de febrero del 2010.
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IRONÍA

Toma, toma mi lira; quiero darte,
como recuerdo de mi fe pasada,
esta lira infeliz que fue mi espada
y que fue mi broquel y mi estandarte.
Póstuma ofrenda de mi inútil arte,
la dejo ante tus pies abandonada,
aunque a golpes tu planta idolatrada
con ofendida majestad la aparte.
(más…)
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