Por Mariana Enriqueta Pérez Pérez (escritora, investigadora y promotora cultural)
Mis compañeros saben que no acostumbro a promover debates y que pocas veces hablo en los de «Hacerse el cuerdo» (Filial de Literatura, Uneac, Villa Clara), excepto en el último (abril), cuando se discutió el tema de la promoción musical. Allí expresé casi todo lo que sentía y opinaba al respecto, pero sucede que este es un asunto de todos los días, y debe ser atendido por nosotros si queremos preservar la cultura realmente meritoria, esa –y únicamente esa– que trasmite valores estéticos y humanos a las personas de cualquier país y edad. Sé que alguno va a sonreír maliciosamente porque estoy ocupándome de la música, yo también sonrío con él, pero a veces suceden hechos que no pueden ser silenciados, por ello, hoy salgo al camino «con mi adarga al brazo». Aclaro que está permitido, y se necesita, disentir o confirmar lo que diré a partir de aquí; si recibo aunque sea una respuesta me daré por satisfecha.
Por suerte, Santa Clara cuenta nuevamente con su teatro La Caridad –sabemos quién lo creó y para qué–, donde han podido, en más de un siglo, apreciarse los mejores ejemplos del buen arte; sólo un ejemplo: Enrico Caruso (1920). Por suerte, casi puedo, desde mi casa, tocar el edificio con la mano. Y por suerte también, casi siempre dispongo del tiempo y los cinco pesos para entrar a los conciertos y espectáculos.
En el último mes he disfrutado, en La Caridad, de géneros musicales diferentes, por cuatro agrupaciones excelentísimas (valga el superlativo): «Cuba Añejo Son» (domingo 4 de abril), que dirige el pequeño gigante Rachid López; «Un homenaje a Antonio Gades», Concierto del cantaor Andrés Correa (10 y 11 de abril), «El Show de Jerry Herman», por el Teatro Lírico “Rodrigo Prats” de Holguín; el recital de graduación, al frente de la Orquesta Sinfónica de Villa Clara, de Verónica del Puerto Bievz, y en cuyo programa hubo música de Beethoven, Mozart, Kovalevsky y Arturo Márquez. Esos cuatro conciertos se ofrecieron en una sala casi vacía, a pesar de su alta calidad. En las cuatro ocasiones, salí del teatro –y ríanse bastante de la frase cursi– con «el alma henchida» de goce estético, de esa delectación que hace reír, suspirar, llorar… ¡y hasta levitar!, como lo siento con Beethoven, sin ser una conocedora del sinfonismo, sólo porque la buena música provoca sensaciones increíbles. Me faltan otros sucesos importantes que no estuvieron en esas tablas y, sin embargo, por sus motivos y nivel de calidad, debieron haber estado: «Se formó la guajirá», espectáculo cubanísimo, ideado y conducido por Alexis Díaz Pimienta, en el patio de la Uneac; concierto del Dúo Darias –Sala Caturla ocupada a la mitad– en el que Mario Darias Mérida –por cierto, nacido en Calabazar de Sagua– y Ana Irma Ruz interpretaron textos, musicalizados por él con mucha sensibilidad y virtuosismo, de la puertorriqueña Lola Rodríguez de Tió –¿sabían que esa patriota y poetisa escribió una décimas preciosas a Villa Clara (Santa Clara) y que fue amiga de Marta Abreu?–, El Indio Naborí y José Martí; y, en la Escuela Profesional de Arte, al mediodía del 3 de mayo, sin periodistas ni cámaras de televisión, el concierto «Si no creyera en la esperanza», dedicado a los Cinco Héroes, por el Dúo Ad Líbitum, con la poetisa y narradora María de las Nieves Morales y su esposo, el trovador, compositor, poeta y narrador Leonel Pérez Pérez (de ellos escribo en otro trabajo), quienes demuestran que la poesía y la música, aderezadas con exquisitez y buen gusto, son las armas mejores para transmitir eficazmente las ideas políticas.
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