Por Juan Carlos Arencibia Rey
Un libro publicado es un hecho artístico que indica siempre un camino recorrido. Fabio y otras obras teatrales, de Roberto Orihuela, editado por la Editorial Capiro, tuvo su lanzamiento el 22 de septiembre último en la céntrica librería Pepe Medina, y ofrece piezas del importante teatrista en lo que pudiéramos llamar un «segundo aire» en su producción dramatúrgica.
Accidente, Misha-Misha, Fabio y Cristina* apuntan a lo más contemporáneo de su creación —escritas y estrenadas entre 1986 y 2005—, pero muestran cierta continuidad de la raíz fundamental en su formación y madurez como artista, que fue sin duda la etapa en que integró el Grupo Teatro Escambray (GTE). Miembro de este desde 1971, escribió en el resto de esta década tres títulos imprescindibles para el teatro nacional. Con Ramona, La emboscada o Los novios bastarían para situar a Orihuela entre los dramaturgos más importantes del teatro cubano de la Revolución.
Accidente, la última obra creada por él para el GTE, Premio en el Concurso 13 de Marzo de la Universidad de La Habana 1986, es una de sus obras de mayor rigor crítico, pues en ella toca puntos débiles en la construcción del sistema económico socialista.
En 1998 funda el Grupo Teatro Laboratorio de Santa Clara, y realiza un interesante trabajo de experimentación al escribir y dirigir su propio repertorio, a base de obras concebidas como investigación del hecho teatral desde dentro; es decir, que resultan de un serio análisis del concepto de la dramaturgia total, aplicado al momento «único e irrepetible» que es la puesta en escena.
En Misha-Misha la mirada crítica vierte luz sobre el papel del intelectual en una de sus facetas, y juzga cómo una actitud torcida en el individuo puede alejar del bien común su encargo social. El objeto es el llamado periodista independiente, pero analiza el asunto a través de su desmitificación.
Fabio resulta una obra desgarradora y bella a la vez. Tomando como base de la acción el acto terrorista en que muere el joven italiano Fabio Di Celmo (hotel Copacabana), la pieza propone una condena a esta práctica que tanto lacera a la humanidad. Pero, desde el principio, el texto nos advierte que no estamos ante una obra de teatro documento; no es la recreación exacta de los hechos lo que interesa, sino que estos formen parte del recurso de la apropiación, a través de la mezcla de la historia misma con poesías y escenas de ficción, para desde lo singular de un suceso hacer un canto universal a favor de la vida.
Con Cristina el análisis regresa a nuestras debilidades sociales, pero visto con una intención grotesca, pues muy sucio y dañino es el asunto que revela. Se trata de la historia de una adolescente que no recibe en su hogar lo mínimo para ser feliz y construirse un futuro por medio de una realización sana y útil. Cerradas así las puertas naturales a la felicidad, aparece una amiga que la conduce por el camino opuesto: la tienta, invita, convence y la inicia como prostituta.
Estas piezas no son fruto de ese estado convencional en que un dramaturgo concibe un texto a la espera de algún colectivo que se interese por él. Aquí, por el contrario, lo evidenciado por Orihuela como literatura dramática brota de la responsabilidad artística del director al frente de un proyecto, por lo que la propuesta que hoy publica Capiro constituye el resultado de una actitud estética y de circunstancias concretas del proceso de trabajo artístico.
Como expresó el propio creador, esta publicación resulta, además, «un reconocimiento a los acto¬res y al equipo técnico de Teatro Laboratorio», que lo ha acompañado a lo largo de estos años, y sin duda ha hecho posible el viaje de estas obras, de las tablas a la imprenta.
* Cristina, aún en proceso de montaje.
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