Un día como hoy, 13 de noviembre, nació Marta de los Ángeles González Abreu Arencibia. Ocurrió en 1845. Santa Clara sabría después que ese acontecimiento sería crucial para su desarrollo.
Monumento a Marta Abreu en el parque Leoncio Vidal, de Santa Clara,
obra de August Maillard, con texto del poeta santaclareño Juan Evangelista Valdés.
No por gusto Marta Abreu de Estévez —que es como se le conoció siempre después de su matrimonio con Luis Estévez Romero y hasta nuestros días—, ganó la denominación de Benefactora. Fueron muchísimos los beneficios que aportó a los santaclareños esta excelsa señora: teatro La Caridad —cuyas ganancias mantenían el asilo de los pobres—, obelisco en recordación a los sacerdotes Juan de Conyedo —una calle lleva su nombre— y Francisco Hurtado de Mendoza —en el Boulevard hay una escuela primaria que lo honra con su nombre—, lavaderos públicos para las mujeres que lavaban en los ríos Bélico y Cubanicay, la Planta Eléctrica, la Estación de Ferrocarriles, así como donaciones que favorecieron a niños pobres, músicos, bomberos, policías, la Estación Observatorio de Astronomía, entre tantos. Además, contribuyó con su dinero a la independencia de Cuba, al punto de que llegó a decir: “Mi última peseta es para la revolución, y si hace falta más, y se me acaba mi dinero, venderé mis propiedades, y si se acaban también, mis prendas irán a la casa de venta, y si fuera poco, nos iríamos nosotros a pedir limosna para ello, y viviríamos felices porque lo haríamos por la libertad de Cuba.” El Generalísimo Máximo Gómez dijo de ella: «Si se sometiera a la deliberación en el Ejército Libertador el grado que a dama tan generosa habría de corresponder, yo me atrevo a afirmar que no hubiera sido difícil se le asignara el mismo grado que yo ostento.»
Mi colega Mercedes Rodríguez García publicó en el periódico Vanguardia este excelente artículo que propongo a mis lectores:
MARTA, EXCELSA GENERALÍSIMA DE GÓMEZ
No es esta una más entre todas las mujeres dignas de Santa Clara. Esta dama de porte distinguido conquistó miles de corazones. Mas no fueron sus ojos verdes y andar señorial los responsables. Le sobraban virtudes, convicciones, aciertos y cualidades para imponerse a sus atractivos físicos.
Gracias a la desmemoria colectiva no hay celebraciones masivas este sábado, cumpleaños 165 de Marta González-Abreu Arencibia. Y debiera —más que nunca— recordársele, homenajeársele. No por sus resplandores de gloria, sino por las altas dignidades que en ella se resumen e imprimen a la historia local —y como pueblo— personalidad inconfundible. O como dijo alguien «esa tónica de espiritual elegancia y generosidad» de la que todos los santaclareños somos deudores.
EL VERDADERO VALOR DE ESA SEÑORA
Sin miedo a equivocaciones —y salvando diferencias de época, sociales y políticas— fue Doña Marta una de las precursoras en nuestra Isla de lo que hoy denominamos servicio social. Ha de recordársele por su gran contribución a la causa de la independencia de Cuba. Como afirmara Fermín Valdés Domínguez, «su patriotismo es la cifra y la clave de todas sus excelsas virtudes».
Tras el estallido de la revolución del 24 de febrero de 1895, Marta y su esposo Luis Estévez-Romero salen de Cuba hacia Europa, desde donde continuó al tanto de los destinos de su Patria. Fue la persona que más aportó a la insurrección armada.
El propio Generalísimo Máximo Gómez durante una visita a Santa Clara el 13 de febrero de 1898 expresó: «No saben ustedes los villaclareños, los cubanos todos, cuál es el verdadero valor de esa señora […] Si se sometiera a una deliberación en el Ejército Libertador el grado que a dama tan generosa habría de corresponder, yo me atrevo a afirmar que no hubiera sido difícil se le asignara el mismo grado que yo ostento».
Calificada como la primera y más sobresaliente de las cubanas —en su dualidad de incansable filántropa y ferviente patriota—, se calcula que donó a la lucha independentista más de medio millón de pesos, aunque la cifra podría ser aún mayor.
Tampoco olvidó Marta a Santa Clara, y desde París sostuvo con su dinero la cocina que en tiempos de la reconcentración de Weyler existió en el Convento de los Padres Pasionistas.
De tan genuino amor Doña Marta dejó constancias al afirmar: «Mi última peseta es para la República. Y si hace falta más y se me acaba el dinero, venderé mis propiedades; y si se acaban también, mis prendas irán a la casa de venta. Y si fuera poco, nos iríamos a pedir limosna por ella. Y viviríamos felices porque lo haríamos por la libertad de Cuba».
EN UNA CIUDAD MUY ABURRIDA…
En el seno de un hogar opulento en la casa no. 47 de la calle Sancti Spíritus —hoy Juan Bruno Zayas— nació la hija de Pedro Nolasco González-Abreu y Rosalía Arencibia. En la villa donde pasó su niñez y juventud, residían apenas 8 mil habitantes.
Para los jóvenes debió ser una ciudad muy aburrida: sin casino, paseos públicos, ferrocarriles, periódicos ni alumbrado público.
MÁS ALLA DE LA CARIDAD PÚBLICA Y LA LIMOSNA
Al fallecer su padre en 1876, la mitad de los bienes de la familia pasa a propiedad de su madre, y la otra, repartida entre las hijas: Rosa, Marta y Rosalía. Las tres, de común acuerdo, materializaron la voluntad póstuma de Don Pedro, quien dejó testado 20 mil pesos para la fabricación de una escuela para niños pobres, inaugurada el 31 de enero de 1882, con el nombre de «San Pedro Nolasco».