Santa Clara, pródiga en poetas y poesía, se vanagloria de que el verso fluya en ella, desde ella, para ella, a partir de sus hijos, nacidos aquí o adoptados. Esta vez les presento este artículo de Carmen B. Sotolongo Valiño:
SANTA CLARA Y LA POESÍA
Niño de la Bota Infortunada, Santa Clara.
Foto: Carolina Vilches Monzón
Santa Clara es un cruce de caminos al centro de la Isla; lejos del mar, lejos de la montaña. Una ciudad pobre, de pobre arquitectura, deslucida, rodeada por la sabana y los marabuzales. Mirada desde arriba —digamos desde el Hotel, todavía su más “alto” edificio— semeja un bosque en medio de un páramo, tantos son los árboles sembrados a lo largo de las generaciones, en jardines, patios y traspatios, solares yermos, parquecitos, algunas calles con ínfulas de avenidas, orillas de arroyuelos y alcantarillas. Los árboles atraen la lluvia: en Santa Clara siempre llueve, exactamente sobre el modesto entramado urbano, pudriendo las maderas de sus techos, acelerando la fuga de sus ruinas. Cualquier pueblo de la provincia pudo tener más esplendor, mayor belleza, Caibarién, por ejemplo, Sagua la Grande. No es colonial, como la octava villa de Remedios, su célula madre, sino superpuesta, porque sobre sus partes antiguas se volvió a construir, demoliendo. Apenas hay algo que mostrar a quienes nos visitan, acaso sea esta la culpa pagada por caminar —con sacrílega ignorancia— sobre los cimientos de la primitiva Parroquial, sepultados bajo el parque Vidal republicano. Ni siquiera tiene tradiciones verdaderamente arraigadas: es lugar de tránsito; una gran masa de población flotante abarrota su precaria infraestructura; gentes que se empujan e impacientan en estrechas aceras de casas sin aleros, sin protección bajo el sol implacable. El santaclareño, nativo, de adopción o transitorio, siempre anda caminando por las calles, ante el furor de los conductores de vehículos. Alrededor del parque o en sus cercanías. Para él sólo existe lo situado en un radio de cuatro a siete cuadras a partir de la glorieta, donde toca por las tardes la Banda Municipal. Todo intento urbanístico de sacar su centro hacia las periferias está condenado al fracaso. Es, por definición, una ciudad alrededor de un parque.(1)
(En el Café Literario trato de explicar al joven narrador Idalberto Machado que no tengo una cabal respuesta para su pregunta: ¿por qué es esta una localidad de escritores, mayormente de poetas?, o, para plantear el caso con las palabras de Ricardo Riverón: Un punto en la geografía poética cubana.)
La Dra. Elena Yedra afirmaba que el proceso de conformación de nuestra modesta urbe, fundada el 15 de julio de 1689, era el de la típica “ciudad letrada” de provincias; quizás un arquitecto la llamaría “ciudad escritorio”. El otorgamiento del título— superación del estatus de Villa— muchas veces denegado, y ocurrido tardíamente en 1867, consolidó las relaciones interregionales y territoriales desde su reconocida y ventajosa posición geográfica.(2) Urbe “letrada”, es decir, asiento de una élite intelectual fuerte y donde se tramitan y resuelven cuestiones jurídicas, localidad de abogados y de escuelas, y, con el tiempo, de Academia de Ballet, de Artes Plásticas, Taller de Escultura, Escuela Normal para Maestros —en la que ejercieron figuras de la talla de Emilio Ballagas y Juan Marinello, y donde ocurrió la increíble aventura de los murales vanguardistas—,(3) Instituto de Segunda Enseñanza, Universidad Central de Las Villas. Capital de una provincia visitada por grandes escritores y artistas, centro de tertulias, Liceos, y veladas, y de muchas revistas artístico-literarias.
La Isla en el centro, se denominó un dossier de poetas villaclareños publicado a fines del siglo pasado. En su introducción, Omar Valiño precisaba: Ya se ha dicho que Santa Clara es típico cruce de caminos entre Oriente y Occidente, lugar donde se entiende bien a unos y otros. (…) de donde se explica que, a falta de riquezas materiales y atractivos físicos y naturales, sea aquel diálogo escondido en su gente el tesoro de sus reales coordenadas; verdadero motivo por el cual se recuerda a una ciudad y por el cual se retorna a ella. Tal vez por eso haya sido motivo y espacio para la poesía, aún de aquella no escrita allí mismo, pero que encuentra su cauce, su existencia más conocida, gracias a ella.(4) Sumaba a su atractivo la vocación cosmopolita e intelectual. Sí, tal vez por eso.
Y para comenzar al fin a discurrir por la lírica en la que ella es tema o sitio referido, cosa difícil, no sería ocioso invocar los ancestros, señaladamente a quien lo comenzó todo: José Surí y Águila. Es el poeta más antiguo nacido en Cuba de que se tienen noticias. Nacido en Santa Clara, en 1698 —apenas unos nueve años después de la fundación—, estudió latín, historia y medicina en Remedios, de forma autodidacta; luego ejerció de boticario y médico en su villa natal, sin título aunque muy exitosamente. Acusado de ejercicio ilegal, en 1734 defendió su competencia ante un tribunal en La Habana y realizó su alegato médico —exitosamente también— en verso. Fue dramaturgo y organizador de festejos religiosos y teatrales; en 1735 se representaron dos comedias suyas. Procurador General del Ayuntamiento, pertenecía a la Hermandad de la Orden Terciaria de San Francisco y se le conocía como el Hermano Surí. Murió en 1762, no sin antes pedir al Creador —también en verso—, su protección para la villa en un poema titulado “La festividad del Corpus”: (…) En fin dulce Dueño sacro, / Haz que toda aquesta villa / En amor vuestro se abrace.
Lezama le llamó “provinciano aprendiz de brujo” y gustó de imaginarlo hirviendo gemas preciosas “en su cazuela de sanguijuelista”. No es extraño su interés en un poeta del siglo XVIII, que no construye sus metáforas y símiles con alusiones a la fauna y a las frutas: Su deleite, como un alquimista, son las piedras preciosas para derivar de ellas el calor que la humana combustión necesita. Las piedras que San Juan pone en el Apocalipsis (…) las esparce en cinco versos: jaspe, zafiro, topacio, esmeralda, calcedonia, crisólito, berilo, sardio, jacinto, sardonia, crisoprasa y amatista.(5)
Los textos de Surí que se conservan, fueron rescatados por Manuel Dionisio González;(6) no obstante, Manuel García Garófalo Mesa, autor de la antología Los Poetas Villaclareños, publicada en 1927, sintió, como yo, necesidad de comenzar por él.(7) El criterio esgrimido por Garófalo a la hora de antologar confirma la cualidad antes expuesta de nuestra región —letrado cruce de caminos—; resulta tremendamente desenfadado y seguramente no dejaría de ser impugnado aún en nuestros días. Leyéndolo nos percatamos de que se trata de autores santaclareños, pero la ciudad y la provincia intercambiaron sus nombres en varias ocasiones.(8) He aquí su advertencia:
Aclaración. Llamamos poetas villaclareños no sólo a los nacidos en Villaclara, sino también a los que habiendo visto la luz en otra parte, han residido y cantado en la ciudad del Bélico. Valga la advertencia.
A estas páginas hemos procurado traer a todos los portaliras que ha habido en la patria de Hurtado de Mendoza y de Marta Abreu, desde el remotísimo José Surí hasta la novísima y encantadora María Antonieta Gómez, sin hacer selección alguna, así es que unos figuran por sus méritos, otros por su popularidad, y algunos lisa y llanamente porque han hecho versos.
La selección la dejamos al lector.
Es muy útil este discernimiento, esta sabiduría; nos permite ahora tender puentes con la tradición en varias direcciones, pues no podemos emprender una historia panorámica, más justa si se quiere, pero inacabable. Nos interesa destacar aquellos tópicos que han sido punto de partida, transformados, abandonados, incorporados o negados en la poesía actual. Aquellos sitios que fueron los primeros puntos referenciales, al decir de Alexis Castañeda, cuya descripción del Capiro posee exactitud y belleza: Casi llegando a la ciudad por el noroeste, se levanta de pronto el paisaje hasta 190 metros de altura en un macizo de rocas calizas cretáceas, inevitable mirador que permite la más hermosa y panorámica vista de Santa Clara.(9) La mayoría de las composiciones del libro de Garófalo pertenecen al siglo XIX, y en ellas lo distintivo de la “patria chica” son los lugares campestres que la rodean o la atraviesan, señaladamente la loma del Capiro y el río Bélico; en menor medida, Cerro Calvo y el Cubanicay, seguidos por Pelo Malo y la Loma de Belén. Es el tema literario del locus amoenus (en latín “el lugar placentero”), ambiente apacible de una naturaleza perfecta para la meditación del poeta: suaves colinas, arroyos cristalinos, aves canoras, prado, sombra, silencio.(10) Queremos perseguir el diálogo del discurso poético con estos espacios, objetos y paisajes, que en un principio van a estar fuera de la ciudad y que no van a ser percibidos como un mero recurso ornamental. “Al Capiro”, titula Fernando Reyes Borguero (1831-1865) una extensa sucesión de estrofas, de la cual entresaco algunas:
Esmeralda gentil, resplandeciente,
llena de majestad y poesía,
el indiano Capiro alza la frente
en los vergeles de la patria mía.
Canten otros al Pan y al Chimborazo,
y deleiten al mundo sus pinturas;
Yo sus soberbios cánticos rechazo
No soy cantor de altezas ni de alturas.
¡Salve hermoso y poético Capiro,
Parnaso encantador de Villaclara!
Oye mi voz y tu belleza rara
conserve el puro amor con que te miro.
Reyes Borguero escribe en pleno Romanticismo y, aunque expresamente rechaza su grandilocuencia, conserva no pocas formas heredianas: el “¡Salve!” de la despedida y el deseo expreso de los dos versos finales, tienen esa indiscutible filiación epigonal. Al llamar “indiano” al Capiro, como alabanza, está mostrando con ello compartir el punto de vista del siboneyismo que tendía puentes de identidad hacia los primeros habitantes de Cuba. Por cierto, según dice Garófalo no hay poeta villaclareño que no haya cantado al Capiro. Cuando Fernando poetiza “Al Bélico” la romántica identificación con la naturaleza y el yo hiperbólico saltan a la vista, pues sus lágrimas aumentan el menguado caudal del poco agresivo Río de la Sabana.
Detén tu curso, arroyuelo,
y llora un rato conmigo,
que los dolores del alma
menores son compartidos.
(…)
Ora que llego a tu margen,
triste, agitado, sombrío,
para aumentar con mi llanto
tus raudales cristalinos,
detén tu curso, arroyuelo,
y llora un rato conmigo.
La Villa se fundó cerca de dos arroyos —de aguas en aquel entonces cristalinas—cuyos nombres definitivos se deben a la iniciativa de dos vates románticos. Fue el bardo y periodista santaclareño Eligio Eulogio Capiró (1825-1859), quien denominó a uno de ellos Cubanicay, derivación de Cubanacán, en memoria de los aborígenes. El otro, después de varios bautizos, recibió en 1840 el nombre de Bélico, dado por Gabriel de la Concepción Valdés, Plácido, quien visitaba frecuentemente estos parajes. Manuel Dionisio afirma que Plácido lo llamó de este modo porque en sus orillas existía mineral de imán, símbolo guerrero —y por ahí anda nuestro sincretismo de origen africano reclamando su parte—, y también crecían laureles, símbolos de la victoria. Según las referencias más recientes a este tema, nuestros dos riachuelos han sido cantados, además, por Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, el Cucalambé; Manuel Serafín Pichardo, Esteban Borrero Echeverría y Antonio Vidaurreta.(11) Rosa de Araoz y Almeida (1837-1911), desde Guanabacoa, escribe “Ante una postal que representa al monte Capiro”— el título se explica por sí solo— donde menciona a una de nuestras iglesias: Creo escuchar del Buen Viaje / el bronce sonoro y santo. La nota de presentación de Isabel Machado y Hernández (1838-1918), nacida y muerta en La Habana, indica que publicó en esa capital, en 1909, un volumen titulado Ecos del Bélico. Estos espacios felices sirven para el amor y están excluidos de todo fin utilitario; el recuerdo y la fotografía subrayan su acronismo: en ellos el tiempo no transcurre, se escapa de la soledad y de la muerte.
Garófalo es un intelectual de criterio muy amplio y flexible para su tiempo: no tiene reparos en antologar la poesía jocosa, entre otros la de Justiniano A. Pedraza Rodríguez, periodista y humorista, nacido en 1859. En su composición “El Ex– Bélico” ya no trata nuestra naturaleza con el respeto de los románticos, aunque algún dejo de sentimentalismo lo permea, sobre todo cuando se recuerda en la alegre pandilla de chiquillos que se bañaban en sus aguas, y lo conjura con risueña ironía. Mostramos algunos fragmentos:
Bélico, suave arroyuelo,
tan suave como un murmullo
tímido como un polluelo
que busca el materno arrullo.
(…)
no puedes estar tranquilo
ni de tu nombre orgulloso
porque ya vas siendo un hilo
sin nada de belicoso.
Ya se va extinguiendo en ti
cuanto hubo en ti de bravío
y te vas quedando así
como parodia de un río.
(…)
Adiós, Bélico, en tu espejo
no he de zambullirme más,
y si del baño me alejo
es que estoy como tú, viejo
llevando sólo el compás.
En su extenso “Cerro Calvo”, la intención burlesca se aleja de lo sentimental y se torna irreverente, lo cual también es una tradición de la poesía villaclareña:(12)
Cerro Calvo, a tu planicie
ascendí alegre y confiado
y al mirarte enmarañado
no me expliqué tu calvicie.
(…)
Calvo, sin pelo en la chola,
hubo santos y hoy hay gente:
Don Jacinto Benavente,
San Ignacio de Loyola.
(…)
y pide enérgico y rudo
que los hijos de este suelo,
en vez de Cerro sin pelo,
te llamen Cerro – peludo.
Entre los escritores pertenecientes a los dos siglos, Manuel Serafín Pichardo y Peralta (1863-1937) canta a la nostalgia del que ya no vive en la región, pero siempre la lleva consigo. Desarrolló una exitosa carrera como diplomático, académico y hombre de letras en La Habana, España, Francia e Italia. Escribió un soneto “Al Tamarindo” —a cuya sombra, según la tradición, se dijo la primera misa al fundarse Villaclara por las familias de Remedios—. En 1889 había obtenido medalla de oro, por unanimidad, en una Feria Exposición santaclareña con su poesía “A Villaclara”. Fue declarado Hijo Predilecto de la Ciudad en 1907, y en la Velada-Homenaje celebrada en el teatro La Caridad recitó su famoso “Canto a Villaclara”, compuesto por treinta y tres estrofas, cada una de seis versos alejandrinos impecables, numeradas en romanos. Se incluye una carta donde Rubén Darío lo elogia sin reservas y añade: Los premios de la patria son los besos de las madres. En Pichardo, además de la nostalgia, el culto a su pueblo natal —del cual se declara un “cruzado”—, la celebración puntual de sus aniversarios de fundación, premios literarios incluidos, y el todavía presente Capiro —Desde la recia cumbre de mi bregar, suspiro / por volver a la falda de tu blando Capiro (…) — aparece el de la predestinación por ser centro-corazón del país. El “Canto a Villaclara” es interesante, entre otras cosas, por la lucidez con la cual se evalúa la situación del presente histórico de Cuba y el rol que debe desempeñar su región natal.
XVIII
Pueblo, en el mismo centro de la Patria engarzado,
por el fervor y el sitio, como predestinado
a ser la noble entraña que riegue Paz y Amor,
edifica en las horas del torrencial bullicio,
separa en la discordia, une en el sacrificio,
y lo que hemos perdido, sélo tú: ¡el Corazón!
El motivo de la nostalgia se privilegia en Enma Pérez Téllez, prominente intelectual de la región, según la nota introductoria. Su poema “Villaclara”, tematiza también la monotonía y la hostilidad del medio provinciano:(13)
¡Te quiero, Villaclara! aunque en ti la amargura
—encarnizada siempre contra toda criatura—
me ha hecho contraer los labios en gestos de dolor,
aunque en ti me han clavado crueles dardos y espinas
también en ti he gozado de dulzuras divinas
y te amo, Villaclara, con acendrado amor…!
Hay ocho mujeres en la vetusta antología: Garófalo, muy caballeroso, no da la fecha de nacimiento de las poetisas contemporáneas. Una de las más celebradas es María Dámasa Jova, quien aparece con “Claveles rojos”. Tal vez sean ingenuos sus claveles, pero cuando dice: Sus pétalos fingen / rizada corona / corona pequeña / de oriental rubí, siento atrevida —para la época— su acentuada connotación erótica, recuerdo las gemas de Surí, el aprendiz de brujo, y leo más atenta: Sus tonos de fuego / son magia y encanto… / ¡qué cosas evoca / su rojo color!… Termina con cinco estrofas tanáticas: Si vas de visita / al sitio sagrado / que llaman las gentes / ciudad de los muertos / y en un solitario / rincón apartado, / musita la Parca / sus tristes conciertos… Bueno, no llega a pedir la “Invocación a la vida”, sólo que le lleven los claveles rojos: pero son rubíes cargados de simbolismo de amor, pasión y analogía universal a lo largo de la pieza. La poética del jardín —“lugar ameno” urbano de naturaleza domesticada, al alcance del hombre, espacio de vida por excelencia, reforzado por el rincón, el refugio más íntimo que existe, se vuelca aquí en el cementerio. De igual forma, María Antonieta Gómez, “la novísima”, se siente atraída por el misterio de la vida, los brillos y “destellos de grana”, la agonía del alma y la muerte, aunque también semeja versar ingenuidades: Yo quisiera vivir en cada rosa, / y aspirar su fragancia, / y saber si el perfume tan preciado / que su cáliz emana, / es el mismo que sirve de veneno, / del veneno que mata… su fascinación por los milagros y transmutaciones encantaría al Hermano Surí. La concentración, en ambos poemas, del locus amoenus en una flor —rosa, clavel—, y su asociación al veneno y a la muerte, lo alejan de su connotación paradisíaca e invierten su valor, aunque de forma discreta.
Lugar destacado entre los intelectuales de nuestro pasado lo tiene, sin dudas, Ramón Font Jiménez (1885-1950) —el cual, por cierto, había nacido en Matanzas y residido en Rodas algunos años—. Fue abogado, director de varias revistas santaclareñas y colaborador asiduo de más de diez publicaciones nacionales, entre ellas El Fígaro y Cuba y América. Editó su libro Preludios en 1906 y llegó a ser estimado por Regino Boti y José Manuel Poveda como un compañero de la cruzada por la renovación y la calidad de la lírica cubana. Sin podernos detener más en él, sí nos interesa destacar cómo en su soneto “A Villa Clara”, publicado en la revista Liceo, en julio de 1915, conjuntamente con las zonas bucólicas y las “brisas” del Capiro, ya ensalza el suelo urbano en el segundo cuarteto: En ti crecí. Tu urbanizado suelo, / tus valles, tus montañas, tus umbrías, / vieron mis infantiles alegrías / como vieron después mi desconsuelo.(14) Ya vemos: tempus fugit, otro tópico literario asociado a los espacios felices.
Los Poetas Villaclareños es una colección nutrida y voluminosa: doscientos treinta y ocho páginas; cincuenta y nueve autores, la mayoría con varias composiciones, generalmente extensas. A pesar de ello no encontramos ningún verso alusivo a la glorieta, al parque Vidal, ni al Niño de la Bota, tópicos recurrentes en la literatura actual. Tal vez porque estos espacios y monumentos se instalan en un proceso paulatino (de 1911 a 1926) terminado cuando ya, posiblemente, el autor había cerrado la compilación (En Villaclara, 16 de junio de 1927. Día de Corpus Christi.) Los últimos libros a los que se refiere en sus notas introductorias son de 1925, y hace constar la existencia de varios inéditos. En la antología sólo Félix Triana Terry (1889) con su soneto “Marta Abreu”, menciona ya algo del nuevo parque, al subtitularlo “Ante la estatua de la matrona”, aunque no describe la estatua propiamente sino las virtudes de la benefactora, loadas frecuentemente en otras piezas de la antología. Habría de transcurrir algún tiempo para que fueran incorporados al imaginario poético del siglo pasado: José Antonio Pascual, los menciona sin ningún entusiasmo en “El parque provinciano”: El parque provincial en noche de retreta / lo mismo visto siempre, los mismos decorados / El Niño de la Bota, la fuente, la glorieta / Conyedo y Marta, bronces y mármoles sagrados.(15)
(Por cierto, la estatua erigida en honor a Marta Abreu, y que aún señorea en nuestro parque, fue ubicada, por decisión del gobierno, en el mismo sitio en que estaba la torre de la desaparecida Parroquial. Después de todo, Doña Marta era “pilonga”; para informarse sobre esto, que aquí constituye no más una digresión, pueden consultar en Cartacuba el artículo “Una víctima de la modernidad”, de Susana Trueba.(16) Susana no ha dedicado ninguna elegía a la Parroquial, pero sí la ha hecho tema obsesivo de sus bellísimas pinturas, lo cual ha mantenido viva a la vetusta y hermosa edificación en el mapa cultural villaclareño.)
Los poetas siguen prefiriendo los “lugares amenos” situados fuera de los límites urbanos. Con el siglo XX llega también la noche, fecunda dimensión para Samuel Feijóo, prolífico cantor de la naturaleza. Al fechar En Santa Clara, a mis 23 años su poema “Recuento”, se ubica en la nocturnidad campestre: Estas horas inciertas que atraviesan / la noche, hablan del tiempo cuando era / ebrio por la fortuna del comienzo. / Blanca aldea a mis pies se iba poniendo, /en la sierra anidaban los azules, aún era nuevo el giro del naciente… El motivo del agua, también se pone de manifiesto en su décima “Por los cerros de Santa Clara”: Hechizo de brisa en rama, / del silbido por el llano… / ¡Libre tierra…! ¡Cuán lejano / el tiempo aquel…! En la cama / verde me echo: mi dama / de aire llega. Cojo y canso / una flor blanca. Remanso / el vivo cielo. Escribiendo / estoy sobre el agua: extiendo / mi reinado de rey manso. Ambas piezas pertenecen a su libro El pájaro de las soledades, subtitulado Joven convaleciendo y escrito de 1937 a 1940. Frente a la estructura masculina que una modesta capital de provincias se empeña en encarnar como urbe civil, una naturaleza tan al alcance de la mano perdura en nuestra poesía como espacio para la meditación, refugio seguro y secreto, lugar femenino del semper festina tarde (“apresúrate siempre lentamente”) y del beatus ille.
Con el parque, la retreta, los monumentos, surgen nuevos dominios para el decir poético, pero el prestigio del Capiro se mantiene. El hecho de que fuera escenario de la acción de la tropa del Che en la Batalla de Santa Clara lo libró de desaparecer por completo en calidad de cantera caliza; así se ha conservado también como zona de esparcimiento del pueblo, de niños, enamorados y trovadores. Pelo Malo no tuvo tanta suerte, a pesar del Cucalambé.
El canto al Capiro es un tópico seguro en la décima popular, muchas veces feliz en nuestros mejores repentistas. Leoncio Yanes (1908-1987) lo versó reiteradamente.(17) El poeta advierte cómo se extienden hasta sus faldas nuevas barriadas: Amplio relieve te dan, / cual primoroso regalo: el Bélico, Pelo Malo, / Belén y Cubanacán. / En tus laderas están / mil bellezas naturales / residencias fraternales / de la población obrera / y la gracia verdadera / de tus claros manantiales. Leoncio, afirma Ricardo Riverón, fue un creador y maestro que le aportó a sus coterráneos-contemporáneos una visión distinta sobre la espinela al extremo de convertirnos a muchos en cultores de la misma.(18) La casa editora de la provincia, fundada en 1990, lleva el nombre de Ediciones Capiro, e hizo de la colina un icono en su logotipo editorial. Y aunque la presente selección se circunscribe a la poesía para adultos, no está de más señalar el hecho de que frecuentemente es tema en la dedicada a la infancia. Por cierto, el Niño de la Bota le hace la competencia en buena lid,(19) y también ha devenido icono, sobre todo de los negocios con patente, artesanías, ilustraciones y logotipos de revistas. Es en la lírica para niños donde el parque, su glorieta, su fuente, conservan el alegre prestigio de lugar de encuentro, sitio abierto urbano, nuevo locus amoenus de la poesía.
Honda huella entre nosotros ha dejado Carlos Galindo Lena. Su cuna fue Caibarién, espacio utópico de su niñez, alabado con constancia en todos sus libros. En predios santaclareños fundó un hogar, ejerció la docencia de Literatura y publicó su obra de madurez. No obstante, resulta difícil encontrar en ella referencias puntuales a nuestro territorio. Pero las hay, detectables para quien conoce su biografía. En Mortal como una paloma en pleno vuelo,(20) la pieza titulada “Cuando tocaba los ásperos lomos…”, configura alternadamente dos zonas distantes, una la de la sierra y otra donde la esposa y las hijas lo esperan; se refiere a su experiencia en la Limpia del Escambray y para siempre, con este y otros textos del mismo libro, nos conectó poéticamente con el imponente macizo montañoso.
Lejos en la ciudad la recién nacida esperaba por los besos del padre
esperaba a que sus ojos le pusiesen su traje de ternura
a que le preparase el amoroso sitio de la vida.
Y yo de noche mirando tus constelaciones
sintiendo el penetrante perfume de tus míticas cavernas
(…)
Y lejos la amada inocente gravemente herida
por el ave de luz de sus entrañas
pidiendo humilde resignada y tierna como siempre mi regreso
A quién clamaba cuando la metralleta ardía entre mis manos
a qué árbol a qué piedra milenaria
a qué río
a qué pozo de lumbre interrogaba
Nuestros muertos caían lentamente sobre mi corazón
los niños de las lomas me dolían como
las hijas lejanas
como la amada ausente…
La intemperie del aquí del poeta, naturaleza donde se vive el peligro, se contrapone al espacio añorado del allá, hogar, recinto amoroso, refugio resguardado. En otra pieza se interrogaba: Qué es más importante, hombre, el lugar donde naces o el lugar donde mueres. Murió el 20 de marzo de 2003, en Santa Clara, donde premios y tertulias llevan los nombres de sus libros: Ser en el tiempo, Aún nos queda la noche.
La convocatoria Noche cálida en Santa Clara, se ha conformado sobre el criterio de reunir escritores vivos y actuantes, de diversas edades, la mayoría con notable trayectoria, para los cuales esta ciudad —reflejada de diversos modos, refractada por las múltiples aristas de las vivencias y estilos personales de los incluidos— algo significa. Es una suerte feliz que los poemas donde a ella se refieren sean buenos poemas; en ellos está, con sus bellezas y miserias, su paraíso y su infierno, tal cual es…, o la imaginamos. Han pasado primero por el tamiz de selección de los propios escritores y luego por el del compilador, Arístides Vega. Se ha conformado un conjunto de excelente calidad y una vez más es imposible asumirlo sin el sabio razonamiento de Garófalo: se ha convocado no sólo a los nacidos en Villaclara, sino también a los que habiendo visto la luz en otra parte, han residido y cantado en la ciudad… Me parece un acierto indiscutible la inclusión de Ileana Álvarez, Jesús Curbelo, Otilio Carvajal, René Coyra, Luis Manuel Pérez Boitel, Eduardo González Bonachea, Israel Domínguez, Roberto Méndez, Reina María Rodríguez, o Alberto Sicilia, casi santaclareño por su vocación promotora.
Al doblar la esquina del 2000 se han multiplicado considerablemente en la literatura las referencias espaciales concretas: absorben la importancia asignada por la modernidad al tiempo, tienen primacía sobre él, o posiblemente sean una forma sui géneris de intentar expresarlo. Ahora alcanza a definirse completamente el motivo del urbanizado suelo: así, en el soneto de Riverón, presente en este libro, las calles Amparo y Virtudes adquieren, aunque él pretenda poetizarlas como son, un cariz hostil y sobrenatural, a la hora puntual de la escritura (4:00 am): El ocaso las hiere de tristeza / hasta el alba transita, mal vestido, / el fantasma de Dios en su calesa. De paso, el aguacero también hace acto de presencia, y, de nuevo, la noche.
En “Noche cálida en Santa Clara”, el placeteño Pedro Llanes poetiza la vida nocturna del parque y calles aledañas, la música de la glorieta, los fantasmas, los charcos, los tejados. Hay muchas imágenes visionarias arcanas, premonitorias: en ellas la ruina se convierte por arte de alquimia en metáfora. Alquimia y metáfora remiten de nuevo a José Surí y Águila, al cual imagino enterrado bajo el parque Vidal, transmutado en los elementos de la tierra, alimentando sus árboles. Al demoler la Parroquial se mudaron las tumbas hacia un cementerio, pero es poco probable que lo hicieran los restos de Surí quien, ciento sesenta y cinco años antes, por propia voluntad había sido enterrado en tierra, sin caja, en lo más inferior de la iglesia. Algunos otros olvidados seguro le acompañan. En ninguna parte existe la tumba o el osario de Surí. Y en la noche cálida: El espacio vacío desbarata la niebla / debajo de las farolas traslúcidas. En ese momento, cuando se esparce un tufillo a ceniza, aparece de nuevo la piedra preciosa que cerraba la enumeración del Mago: Las amatistas afinan el agua de Santa Clara / varada en los marpacíficos. Extrañísimo el rol conferido por la imagen a las mariposas, seres por excelencia de la metamorfosis: Las mariposas continúan su treno / burbujeando en el curso cansino (…) Las mariposas parten los techos de Santa Clara / cercanos unos contra los otros al fuego. Los titiriteros al bajar por San Miguel y alejarse “lóbregos”, hacia Villuendas; recuperan, con este apelativo el prestigio maléfico, asignado desde la Edad Media a bufones y saltimbanquis, entes funambulescos: Las amatistas oscuras desenguantan la brisa (…) en tanto aparecen los titiriteros temblando / al lado opuesto de las vitrinas / donde están enterradas las sombras. Pero lo más impresionante es su enigmática evocación: Los fantasmas luchan contra las voces / hechas pedazos en los charcos de mayo / y es inútil que las cenizas preparen las tiaras / o que vengan las espadas a la glorieta / porque de todas maneras ellos se irán. En medio de la ruina de los techos, cuando se apaga la música en la glorieta: las muchachas dejan de congregarse / con los fantasmas que se van con la noche. Sea como sea, las amatistas y los fantasmas han probado su poder de convocatoria, así, al menos, lo sintió Arístides Vega cuando eligió su título para el presente libro; Israel Domínguez, en “Divino guión”, intuyó el “efecto mariposa” del proteico texto de Pedro sobre otros poetas: Noche cálida en Santa Clara, / había escrito Pedro Llanes. / Verso que es premonición, / profecía que se cumple en otros versos /, en otros aplausos, en otros corazones.
Los viajeros, quizás hasta sin saberlo, nos revelan muy bien lo esencial. Para Feijóo era el agua, también para Reina María Rodríguez, al poetizar una experiencia de amor a la que titula, precisamente, “Gota de Agua”: nueve pisos sobre los tejados / un hombre y una mujer observan / una gota de agua (…). De sus vivenciales versos resulta inolvidable: aquella gota perdida para siempre / en el cristal de la ventana. Desde el mismo Hotel, Ileana Álvarez sentencia: Es la tarde más densa de la ciudad; / íntima lluvia cae, una dama antigua / e indolente sobre los sucios tejados. La pinareña Lidia Meriño se sienta frente a las tardes del paseo de la Paz, ese paseo donde nadie nunca ha paseado. La visión autorizada de Sicilia hace entrar en el reino de lo poético a las calles Alemán, San Cristóbal y Tristá y también a los pájaros; los pájaros del parque nos simbolizan, llegan de no se sabe dónde, llegan todas las tardes, no se quedan, se van. Acaso representan la naturaleza del viajero impenitente. En el detallado recorrido de su “Hoja de Ruta…”, el Camión Verde entra con la bandada de aves: a la ciudad más discutida, con sus cuatro semáforos gastados y sus perrillos cagando en las aceras. Con los pájaros se identifica Ileana Álvarez, al contemplarlos desde la Marquesina: soy un ave de paso que no puede / volar o mirar sino en redondo / hecha a imagen del aire. / Está rasgado el velo de mí misma. Estamos ante otra inversión: la presencia de pájaros canoros, la ausencia de aves de canto desagradable o rapaces, atributo característico de los loci amoeni, no garantiza ya la percepción del paraíso terrenal ni el encuentro del ser humano consigo mismo. La trayectoria de estos pájaros oscuros, permite a Bertha Caluff fraguar una meditación altamente introspectiva: Verlos llegar, / desde los puntos cardinales, / en bandadas probando ramas y árboles, / a tiempos memoriales evoca. Los pájaros no están: llegan; ellos encarnan la dialéctica de la entrada y la salida.
Ileana y Bertha, por otra parte, reparan también en las iglesias; en el caso de la santaclareña el motivo se convierte en una mística apoteosis: “Eclosión de la luz en la Catedral de Santa Clara”… Citando a Samuel Feijóo versa Caridad González: Entra la luz a la ciudad de Santa Clara e irrumpe en sus vitrales. / El agua estaba allí. / Arriba: un cielo seguro azul caía… Irina Ojeda, anhela esculpir con palabras en esa luz e implora: Quiero solo una gota, mínima, de agua / que a mi mano rehuye.
Ileana y Bertha, por otra parte, reparan también en las iglesias; en el caso de la santaclareña el motivo se convierte en una mística apoteosis: “Eclosión de la luz en la Catedral de Santa Clara”… Citando a Samuel Feijóo versa Caridad González: Entra la luz a la ciudad de Santa Clara e irrumpe en sus vitrales. / El agua estaba allí. / Arriba: un cielo seguro azul caía… Irina Ojeda, anhela esculpir con palabras en esa luz e implora: Quiero solo una gota, mínima, de agua / que a mi mano rehuye.(21)
Mariana Pérez glosa en ocho décimas otros tantos versos de Dulce María Loynaz, en “La tristeza del agua y el Niño de la Bota Infortunada”. Y va hilando junto con los octosílabos, historia, tradición poética y significado actual: Mirar la fuente remite / a la distancia primera / como si el bronce cumpliera / un tiempo que se repite. / Este niño no compite / con las gárgolas, su flanco / no es de Roma, ni es un blanco / torso con perfil de griego… / Pero detiene su juego: / duerme un mendigo en un banco. / (…) Mientras el mendigo duerme en el banco de Mariana, otro poeta no teme profetizar: llegará el día en que me detenga frente a sus monumentos / como uno de esos locos que conforman su fauna.(22) Los loci amoeni que conforman el parque —fuentes, bancos, árboles, monumentos— mudan su simbolismo. Tal vez es lo que expresa Teresa Rubio con su ruptura de sistema en la estrofa final de la “Coronación de la Rosière”. También Eloísa Font, en su décima “Contemplando un óleo”, viaja a un pasado detenido en “una hora que no existe”, y Ena González con su melancólico soneto “En tu ladera verde”, dedicado al Capiro, siente como perdidos para siempre (Ubi sunt) los valores idealizados de la colina.
La falta del mar es otro de los tópicos; falta más que nunca, es cada vez más lejos, más inalcanzable. Yamil Díaz exclama: ¡Qué dos cosas le faltan a mi pueblo!: el mar y un rinconcito pisado por Martí. Uno no se resigna. Es paradójico esto de las dos ausencias en una población al centro de estrecha Isla, cruce de caminos, con su Estación de Ferrocarril. La estación ferroviaria, el pito de los trenes y la ausencia del mar son leitmotivs, no sólo de la crónica de Yamil, sino también de mucha poesía. Para René Coyra, Santa Clara es, precisamente, “Cruce de caminos”, escenario de amores en se fugan y dejan marcas. Ciudad sin mar lejos del mar, precisa Sigfredo Ariel, en tanto Rubén Artiles, añade en la dedicatoria de su libro: …y a una eterna porfía entre el mar y esta breve ciudad, tan lejana de todo. Si en décadas anteriores la mediterraneidad de la ciudad no era tan percibida como carencia, ya que el dinamismo viajero permitía el disfrute del mar como contemplación y esparcimiento, donde el ser humano podía encontrar en sí mismo la bienaventuranza, ahora este mar añorado ve transformada su función; es lugar de violentos encuentros, amenazas, lesiones. Es el contraste que encontramos en “Poema a la deriva desde los ochenta”, el conflicto entre el ansia de movilidad y la permanencia, entre el viaje y el ancla. Hasta la casa, espacio interior paradigmático, de recogimiento, puede percibirse como barco frustrado: La casa también quiere escapar, / tener velas o alas, / ser el ángel / que decapita a la fijeza: / un gato de yeso se aposta en un balcón. Este gato de yeso, negro, perenne en la esquina de un balcón del céntrico entramado de callejones santaclareños, hoy ya no está, pertenece a la nómina de las pérdidas, junto a las recetas en verso de José Surí, la Parroquial, los murales al fresco de la Normal para Maestros y tantas otras cosas. El callejón del gato negro puede ser el ancla de fijación, la infancia, el último “lugar reconfortante” salvado dentro del propio ser. El dinamismo de los contrarios dinamiza los grandes arquetipos —dice Gastón Bachelard—: Lo de afuera y lo de adentro son, los dos, íntimos; están prontos a invertirse, a trocar su hostilidad. Si hay una superficie límite entre tal adentro y tal afuera, dicha superficie es dolorosa en ambos lados.(23)
¿Y el Bélico? —Se ha quedado; en calidad de familiar o amigo entrañable venido a menos. No son los artistas precisamente quienes lo han abandonado. Arístides Vega, en “Conversación en Santa Clara con Teresita Fernández”(24), atrapa la significación actual de este río. Cada verso encierra este sentido, por lo cual es difícil escoger cual nos sirve mejor: Bajo la extraña luna que en su noche / ilumina la desplomada pestilencia del Bélico / donde se bañaban nuestras inocentes abuelas (…) Dejándose ver por los pobres de Marta Abreu. En una pieza titulada precisamente “Río Bélico”,(25) Allán Padrón lo convierte en imagen del fracaso: este putrefacto / decursar del agua / que todo se lo traga. La suerte del Bélico, recogedor de los albañales, la comparte también el Cubanicay, y algún otro hilillo de agua con puentes, convertidos en sumideros. Por eso José Luis Santos lo expresa de esta forma: No sabe qué es exactamente Santa Clara / cuando el agua de los ríos sin alcurnia / la atraviesa de parte a parte.(26) Su estado actual asoma, casi sin querer, captado por la pupila del poeta y pintor Alberto Anido: Toda Santa Clara / escurre destellos / con seguridad de laberinto vencido (…), y también por Caridad González: Las cornisas anuncian la irreverencia de las ruinas. Pero es en la obra de Arístides Vega, quien tiene alma de pintor, donde aparece más interiorizada y constante esta meditación; instantáneas surgidas al compás de caminatas cotidianas y paseos de domingo: La mugre de la ciudad, con las huellas de todos los ciclones / que nos han atravesado, me conmueve. Alberto Sicilia definió algo característico: sus perrillos cagando en las aceras. Perennes, la han marcado toda como su territorio. Los canes sin dueños prefieren el parque y sus alrededores. La visión más sórdida de la noche santaclareña la ofrece Luis Pérez de Castro en su “Entre telones nocturnos”, donde se refiere a las distancias entre el callejón de Padre Chao y el puente de la Cruz, Unión y Maceo, el teatro La Caridad y la pizzería Toscana, y las convierte en escenario esperpéntico del sexo: Un ciego apunta por el ladrido de los perros, dice una escena descrita. Entre estas directrices el parque Vidal ha sido obliterado, ha desaparecido.
La conversación con Teresita Fernández trae a estas líneas a los personajes o artistas de la región. Capital de innumerables grupos teatrales y danzarios, de trovadores, músicos tradicionales, orquestas sinfónicas y de cámara, filin, bandas de concierto y de rock, escultores, pintores y dibujantes populares y de academias; el tejido entre ellos y los eventos literarios ha dejado huella en los escritores invitados. Roberto Méndez cifra “En una danza de aliento interminable” y nos lo entrega en su firma al pie: “Hotel Santa Clara Libre, después de presenciar una representación dirigida por Julio Fowler, sobre una adaptación de un cuento de Bradbury”. Esta compilación incluye el intenso poema de Sigfredo Ariel “Doris, la cantante”: En Santa Clara cerca de mi familia / frente a los almendros de la gran carretera de Camajuaní / sobre la tarde, peinada cuidadosamente / estaba Doris de la Torre Dios mío Doris de la Torre / disimula sigue caminando no le hables / que nadie la moleste Dios mío Doris de la Torre / regresó. Y el autor realiza la entrada de esta mujer, nacida en Santa Clara, en la lírica cubana, para siempre. Alexis Castañeda dedica un soneto a quien con su deambular silencioso por las calles, envuelta en un grueso abrigo aún en pleno verano, se ha ganado el apodo de “Mimí Polo Norte”: Ha crecido la noche en su costado, nos dice.
El ámbito nocturno, otrora tan intenso en la vida cultural santaclareña, se ha refugiado, casi exclusivamente y de manera muy simbólica a mi juicio, en las ruinas de El Mejunje, devenido otro punto referencial importante; es difícil abarcar todo lo que “el rinconcito más bohemio de la ciudad” representa, pero la imagen poética sí puede sugerir su justa dimensión: Elena Burke cantaba. / Vagamos por el derroche / del deseo y esa noche / secreta nos apañaba. / Era la cita, quedaba / alcohol para ungir la pena, / de contenida alacena / nos abrimos casi impuros. / Del Mejunje, de sus muros, / llegaba la voz de Elena. (Alexis Castañeda, “Motivo”) El Mejunje, centro promotor de múltiples manifestaciones culturales, lo ha sido siempre de la poesía.(27) Alexis lo comprende y expresa como nadie: la turbulencia, el roce, inscripciones en los ladrillos, Zaidita Castiñeira canta en medio del ruedo: Esta hora sin rango, si notas, sin apuntes. (…) Salgo de este refugio / con la neblina en el aliento / de ese momento exacto de los sábados. / Dios. Cómo podré esperar / tan desarmado / a que ella vuelva a cantar / sin mí. (“Filin”)
Otras viejas plazas son relacionadas con su gente. Para Jesús Curbelo, ciudadano de los parques del mundo, el Parque de La Pastora es el lugar donde piensa a Lena, Raúl y Anieska. Y el de El Carmen, lo relaciona con uno de nuestros más peculiares personajes, el escritor de relatos policíacos Lorenzo Lunar: Desde el balcón de la casa de Lorenzo / se puede disfrutar del tamarindo / alrededor del cual se fraguara la villa…Por cierto varios historiadores han puesto en duda el sitio exacto del famoso tamarindo, probablemente sustituto de un jagüey original; de todas formas así se ha transmitido y, por tanto, en cada aniversario de la fundación se siembra un tamarindo en la falda del Capiro. Sigfredo Ariel se refiere al hecho histórico inaugural y deconstruye cualquier significación heroica asignada por la tradición: Anoche fui por cierto a tomar una cerveza / en conmemoración del siglo y de todo aquello / que comienza trabajosamente / por ejemplo esta ciudad que edificaron fugitivos / que huían del corsario y de la iguana / temblando cayéndose de sueño / es decir de miedo de fatiga / sin ahondar demasiado en el cimiento / para qué.(28)
Frank Abel Dopico insistió con ironía en la enorme lejanía simbólica que nos separa de la capital del país, centro rector hasta de nuestras más humildes iniciativas: así es La Habana, / así se mide el amor allá en La Habana, / pero aquí, trescientos kilómetros después, / el amor lo medimos con la medida provincial autorizada… Sin embargo, seguimos tratando de modernizarnos: la calle Independencia se transforma en Boulevard; su ajetreo es captado por la pupila incisiva de Jorge Ángel Hernández Pérez: Todos miramos con placer los adoquines (…) La gente cruza el bulevar y se contempla. / Imágenes furtivas, espejos y vidrieras. / Buscan al paso la ciudad en su mejor perfil. / Sobre el azar que multiplica sus meriendas / pueden juntarse trovadores, / poetas, / promotores de cultura, empleados, contadores, / periodistas sin tiempo, sin noticias, / carteristas, / profesores exhaustos de entregar hermosas notas, / niños rotosos / y adolescentes menos mal vestidos / que desafían la autoridad / en la acrobacia maltrecha de sus ciclos. (…) (“Santa Clara Bulevard, 1990”). La zona descrita dista de los conceptos paradisíacos de los loci amoeni; a pesar de su alta cualificación urbanística, es de uso fundamentalmente utilitario y está caracterizada por su constante agitación, que concentra el incesante movimiento citadino. Los adoquines son universales, pero también otro tópico nuestro: como el adoquín de una calle dormida, pero que no se siente ajena ni / solitaria.; es un símil entrañable de Caridad González.
Librería, Niño de la Bota, Teatro, Mejunje, Catedral, Boulevard, Parque Central, Cine: es el resumen itinerante de Isván Álvarez en “Una tarde cualquiera”. Llama la atención el tratamiento contradictorio hacia el tiempo, en la paradoja de sus puntuales marcadores horarios —puntillosos hasta los minutos— y la displicencia del título citado. El itinerario reafirma una condición de espacio circular, de encierro. La apatía de la conversación es desmentida en la ruptura de sus últimos versos: Lloramos al final / y al salir / seguíamos llorando, porque ya era de noche.
Y entre los nuevos puntos referenciales está la plaza, el Complejo Escultórico Ernesto Che Guevara. Hace más de una década la Uneac provincial comenzó a convocar el concurso literario “Ciudad del Che”, pero los poemas ganadores ya tienen su propia antología.(29) El Memorial, definitivamente, hizo más poderosa la presencia del Guerrillero. Luis Manuel Pérez Boitel lo patentiza evocando una rapsodia oída: un canto heroico entonado: para festejar el paso del pueblo victorioso.(30) El comienzo apresa las esencias del héroe para fundirlas con el territorio: el espíritu vivo / del que llega es como tierra santa, / y es clara el agua como la aparente luz / que proviene de los montes. Pero aquí no puede faltar ese lugar en sí: la plaza. La plaza es, además de escenario de actos y desfiles, sitio en el cual la gente del barrio pasaba las largas y calurosas horas del apagón nocturno; bendecida, ya que les aliviaba la tortura. Se convirtió, por otra parte, en destino turístico, con todas sus consecuencias. “No lo sabías Guevara”, de Jorge Luis Mederos, Veleta, nos parece una pieza que atrapa con un golpe de emoción dolorosa todas estas significaciones: Ahora venden las fotos en Cancún, renegocian las fiebres / y la cerveza y el trapo te saludan. El poeta, cuya figura coincide con la del narrador poemático, se refiere a un tiempo pasado; su niñez y adolescencia: y también quise ser como tú eras para nombrar mis hijos / y viví a tu salud. Y era feliz y pobre. Uno de los segmentos más intensos sucede cuando se refiere a la plaza: He besado a mi hijo y siento miedo que me olvide mañana, / tiene tanto de qué no sonreír. / Él también se me ahoga por las noches y lo llevo a la plaza / cerca del mármol hueco y de las flores / cuando ya no hay turistas, cuando nadie / vende migajas sueltas del león.
Otro autor presente en estas páginas es Otilio Carvajal con “El Ché vive a dos cuadras de mi casa”, en el cual, al mencionar a Veleta entre sus personajes, teje vínculos perceptibles con el poema anterior, aunque su tono es más coloquial, más cotidiano. Aparece en el género lírico uno de los espacios más socorridos en nuestra narrativa: El Condado, barrio “marginal” en cuyo margen externo, ya fuera del vecindario en realidad, más asequible desde la Autopista Nacional, está situada la plaza: Allí, al doblar, donde se escuchan mejor los gritos de los guapos, entre el Condado y Virginia, en la periferia del mundo, un dedo más allá del sonido hueco de la lluvia sobre las casas de los pobres: vive el ché guevara; es decir, están los huesitos del ché que tanto amamos, si es que el amor por fin no es más que la verdad dicha sin el desespero de los que pretenden ganar con la palabra un sitio lejos del Condado. Se afirman también sus personajes: Eduardo Paret, pelotero; Veleta, escritor, el niño y, sobre todo, la gente pobre, habitantes de los alrededores. El Condado es un mal barrio, reitera, y convierte la frase en alabanza.
El tratamiento literario de estas directrices urbanas está sometido a la complejidad misma que portan los textos. Cargados de alusiones culturales, literarias, históricas y autorreflexivas, dan fe de la conciencia escritural con que han sido concebidos. El hablante de Boitel, finaliza la pieza definiendo su carácter de construcción lírica: después de las aguas de mayo / como si fuera Santa / Clara una comarca / un puerto donde alcanzaría / la gloria que ahora dibujo con toda la extraña precisión / de un artista de provincia. Mientras Edelmis Anoceto apunta: En estos gritos de los niños que juegan a la pelota / está mi hijo. / Él no lo sabría porque lo escribo tarde. Maylén Domínguez se expresa figurando un sueño difícil, juego de espejos de la escritura: Raros anuncios debieron confundirme: / desde hace tiempo / sueño que voy a nombrar una ciudad / y otra aparece.(31) La imposibilidad de trazarla resulta quizás de la ambivalencia afectiva que le provoca. Lo hostil tiene una de sus aristas más aceradas en el tema de los amigos. De los amigos que se van, se han ido o han vuelto, a pesar de todo, a veces a morir. Es una gran obsesión de Sigredo Ariel perceptible en “Doris, la cantante” “Las columnas”, “Verbena de la calle Gloria”, “Nacido en Santa Clara 1”. Es una obsesión en la propia obra del seleccionador. Otra vez la dialéctica de lo externo y lo interno, de la movilidad y la permanencia, del motivo del viaje y el estatismo.
Bárbara Yera en “Letanía del agua”, no se refiere al tema de la lluvia en los términos habituales, no es la lluvia de siempre, es la de una etapa en el pasado, ciclo de muerte y de ternura. En esta pieza encontramos —salvados los estilos epocales— aquella mezcla de hostilidad-amor de Enma Pérez Téllez. Se trata de un retorno por las estrechas y oscuras galerías del tiempo y también del deseo: Todo era volver por los viejos corredores, incipiente deseo / por llegar a la angosta oscuridad de los parques. Nunca / fue Santa Clara una ciudad tan perversa como aquella / madrugada de 1996. Mis labios lívidos y resecos buscaban / su perfecta exactitud, todo me pertenecía, la ventisca cruel / y la hiriente luz que dejan las tormentas. / Como un ejército de libélulas el tiempo arrastra un antiguo sacrificio…Por otra parte, los territorios se conectan, parecen simultáneos; así ocurre en “Camila Parker”, de Alexis Castañeda, y al mismo tiempo es, una vez más, el amor escondido, variante del deseo: Camila / si alguna vez nos encontramos / por las calles de Londres o Santa Clara / prometo regalarte una flor / e invitarte a atrevernos a llorar / por primera vez públicamente. También el enigmático y sensual “Por el cielo de Santa Clara” de Eduardo González Bonachea; en él está la lluvia, los polvos y brillos de una nocturnidad, sin embargo, agotada. A la manera de un pintor, describe roces intermitentes; escenas ambiguas, pero muy familiares: Ya de noche los muchachos estrujan sus párpados, / pestañas hechas para ver un cielo de sombras. / Encima la ciudad, / nido de cristal que han amado / en un sonido de lámpara y de pubis abierto (…) para esplendor o misterio de la ciudad / que se desvanece en el pincel.
Las superposiciones y yuxtaposiciones temporales y espaciales se encuentran bien representadas en “Los días del cinematógrafo”, de Isaily Pérez. Es la coexistencia del pasado y el presente, de la ficción cinematográfica (es decir, del arte) y la vida. Con acentuado erotismo, las modas y gestos del cine silente son añorados (en la Garbo, Valentino, Theda Bara); el objeto del deseo de la hablante lírica, parece en el inicio pertenecer a este mundo añorado y quimérico: Vestida impresionista Ella acaba de aparecer en el vestíbulo: / sombrilla Marie Laurencin y lentes azules montados al aire / con el novísimo claxon de su automóvil de celuloide / llegó 1900. Los trasvasamientos constantes entre la época de oro del cine mudo y el hoy de la escritura, entre la impostura de la ficcionalización de la hablante lírica, por una parte, y su valentía confesional, por otra; potencian extremadamente la interpenetración espacio-temporal: El ídolo italiano invadía la ciudad con El hijo del Sheik / a las ocho y media la retreta comenzó a tocar / y en los Estados Unidos los gansters se mataban a balazos (…) Santa Clara parecía un cuento / con la paz que dan las luces amarillas / y la Banda de música ejecutando en silencio, pero la ciudad eras tú misma que llegabas tan intensa / que mirarte excitaba.
Está de más decirlo: muchos autores y poemas se han quedado fuera. Y con ellos también parajes, gestos, signos, inscritos en sus versos. Por ignorancia y prisa nuestra, por dejadez de sus autores, porque no cabrían muchos más y no hay otro remedio. El decursar de la escritura ha apelado a algunos ausentes, sus formas de decir nos eran necesarias. Noche cálida en Santa Clara no es un recuento sistemático y, por tanto no puede aspirar a conclusiones definitivas; esto la salva de convertirse en el eficaz almacén, que dijera Feijóo. Preferimos, como él, buscar acercamiento y penetración, observar las señales, seguir el rastro, conjeturar, y quedarnos con esa imagen tenaz de la glorieta, dando vueltas, lentamente, para no fatigarse, sosteniendo la noche incipiente del parque, mientras los músicos de la Banda ejecutan en silencio, y Santa Clara parece, aún entre sus ruinas, un cuento, con la paz que dan las luces amarillas.
5 de julio de 2008
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Notas:
1-Cuando me refiero a lo de las tradiciones debo aclarar que, al mismo tiempo, lo contrario también es cierto: hay un grupo de prestigiosos intelectuales, encabezados por Martha Anido Gómez Lubián, que se afanan por mantenerlas vivas. Ver, por ejemplo, de esta autora: “Refranes, costumbres, leyendas y supersticiones en Santa Clara”. En la revista Signos. No. 42, Santa Clara, enero-junio de 1996, pág. 48- 96; y “Tradiciones y costumbres en la ciudad de Marta”, en Cartacuba, Boletín cultural, No. 35, Santa Clara, julio de 2002, pp. 3-4.
2-Ovidio C. Díaz Benítez: “Hace 140 años recibió Santa Clara el título de ciudad”. En: Guamo. Publicación cultural. Santa Clara, VC, Cuba. Año 1. No. 4. Mayo de 2007, pág. 8-11.
3-Ver, de Roberto Ávalos y Alexis Castañeda: Un episodio desconocido de la vanguardia cubana: los murales al fresco de la Escuela Normal de Santa Clara. Ediciones Capiro, Santa Clara, 2000.
4-Omar Valiño: “La Isla en el centro”, en: La Gaceta de Cuba. La Habana. Año 34. No. 6, nov. dic., 1996, pág. 32.
5-José Lezama Lima: “Paralelos. La pintura y la poesía en Cuba (siglos XVIII y XIX)”. En: La cantidad Hechizada, Ediciones Unión, La Habana, 1970, pág. 161.
6-Manuel Dionisio González: Memoria histórica de la villa de Santa Clara y su juridisción. Imprenta El Siglo, Santa Clara, 1858.
7-Manuel García-Garófalo Mesa. Los Poetas Villaclareños. La Habana. 1927. Los poemas, a menos que se indique otra fuente, están tomados de este libro.
8-Ver, además del referido artículo del Msc. Ovidio C. Díaz Benítez, el de Heidy Águila Zamora: “La ciudad de Santa Clara y sus nombres”. En Cartacuba. Boletín cultural. Santa Clara. No. 35, julio de 2002, pág. 20-22.
9-Alexis Castañeda Pérez de Alejo: “Santa Clara: un canto desde el Capiro”. En: Cartacuba. Boletín Cultural. No. 24, Santa Clara, julio de 2001, pág. 3.
10-Que encontramos desde Homero, pasa por Teócrito, Virgilio, Horacio y se hace tópico preceptivo obligatorio durante la Edad Media, revitalizado en nuestra lengua en el Renacimiento con Garcilaso y Fray Luis, entre otros.
11-Véase el artículo de Zoila Esther Boada Martínez y Alfredo Núñez Monteagudo: “El indio y el guerrero gimen de dolor”. En: Cartacuba. Boletín cultural. No. 25. Octubre-noviembre de 2001, pág. 24-25. Igualmente, el de Francisco Antonio Ramos y Ángel Gabriel Carrazana: “El río de los poetas ya no tiene quien le cante”. En: Cartacuba. No. 13, julio de 2000, pág. 20-22. Y, entre otros, Jesús Llorens “Las aguas de Santa Clara”. En: Guamo. Publicación cultural, Año 2, No. 13, febrero de 2008, págs. 2-6
12-El narrador, poeta y humorista Ernesto Peña González en “Curiosidades de Santa Clara”, nos informa que al fundarse nuestra ciudad se procedió a incendiar todas las casas de los remedianos que se negaban a mudarse, y extrae de la Memoria Histórica… de Manuel Dionisio una estrofa que, para Ernesto, constituye la más antigua muestra de literatura humorística que se conserva en la región y se refiere a las personas que subieron a los techos para prenderles fuego: Fueron cuatro los nombrados / para subir a las casas / Jaiba, Cometa, Tampico / y Atarraya de Guasasas. En: Cartacuba, No. 57, julio de 2004.
13-Dos años después de publicado Los Poetas Villaclareños Enma Pérez González-Téllez se casó con Carlos Montenegro estando este aún en prisión. Véase el artículo de Francisco Antonio Ramos García y Ángel Gabriel Carrazana Duardo “El autor de Hombres sin mujer se casó con una santaclareña”. En: Cartacuba. Boletín cultural. Año 7. No. 62, febrero de 2005, pág. 19-20.
14-Véase el artículo publicado por su hija, la también poetisa y pedagoga, Eloísa Font Ortega: “Ramón Font Jiménez”. En: Cartacuba. Boletín cultural. No. 45, junio de 2003, pág. 10-11. A su cortesía y colaboración debemos haber conocido de este soneto.
15-Ariel Lemes Batista: “El niño de la bota infortunada: mitos y realidades”. En: Cartacuba. Boletín cultural. No. 35, julio de 2002, pág. 7- 9. Según Lemes, el poema data de finales de la década del veinte, parecería muy pronto para la temática del hastío, pero habría que considerar en ello el prestigio de la corriente del prosaísmo irónico sentimental, encabezado por Villena, Villar Buceta y J. Z. Tallet en esta época.
16-En el No. 18, de enero de 2001.
17-Según confirmó Mariana Pérez, en Donde canta el tocoloro (Universidad Central de Las Villas, 1963) además del conocido poema en cuatro décimas que le dedica al Capiro, hay veintiséis alusiones más a esta colina. Leoncio se hacía llamar, precisamente, El cantor del Capiro.
18-Ricardo Riverón Rojas: “Un señor algo viejo, con una humildad enorme”, columna de autor “Al cantío de un gallo”, en CubaLiteraria, 13 de diciembre de 2007.
19-Ver, por ejemplo, “Canto” y “La fuente”, décimas incluidas en el libro de poesías para niños Boquita de remolacha, de Teresa Rubio González, publicado por la editorial Capiro en el año 2007.
20-Editorial Letras Cubanas. La Habana, Cuba, 1988.
21-“Luz de agua”, en: Sobre la bestia blanca. Reina del Mar Editores, Cienfuegos, Cuba, 2005. Sólo se cita la procedencia de los poemas no incluidos en nuestra “convocatoria”.
22-Allán Padrón: “Santa Clara”, inédito. ( En proceso de edición en Ediciones Capiro)
23-Gastón Bachelard: La poética del espacio. Fondo de Cultura Económica. Cuarta reimpresión en Argentina, 2000, pp. 63 y 189.
24-En Dibujo de Salma. Ediciones Capiro, Santa Clara, 2006.
25-Inédito. (En proceso de edición por Ediciones Capiro)
26-“Ileana Águila dice “muchacha en Ámsterdam” y surge el poema”. En: Los apagados muchachos del verano. Ediciones Capiro, Santa Clara. 2007.
27-También de la humorística. La poesía jocosa y hasta irreverente —que ha quedado fuera de esta convocatoria pues no se puede abarcar todo— es una gran tradición en Santa Clara, como dijimos al principio. Gran parte de ella ha sido escrita en los predios mejunjeros.
28-“En la antigua iglesia”. Escrito en playa amarilla. Ediciones Matanzas, Matanzas, Cuba, 2004, pág. 14-15.
29-Rapsodia para el Che. Poemas ganadores de los Premios “Ciudad del Che”.Editorial Capiro, Santa Clara, 2007, 42 pp.
30-Véase Alicia Elizundia: Bajo la piel del Che. La Habana, Ediciones La Memoria, Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau. 2005. Especialmente las páginas 155-162.
31-Véase el artículo de Noël Castillo: “Fingimiento y fermosa cobertura: poesía siempre”. En: Umbral. Revista cultural publicada por la dirección de Cultura en Villa Clara. No. 1, pág. 22-26, 1999. Este autor ha publicado más recientemente un ensayo dividido en dos partes en sendos números (el 23 y el 24) de la revista Umbral, 2007, titulado “Materia reciclable. Joven poesía cubana, ni epigonal ni expósita”, en el cual se exponen criterios muy interesantes acerca de algunos de los poetas aquí mencionados.
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