El poeta Raúl Arias, miembro del movimiento tzántico, viene mañana a Cuba. Su coterráneo César Cando Mendoza lo presenta:
RAÚL ARIAS, EN CUBA
Caricatura: César Cando.
En cuatro días más, Raúl Arias (Quito, Ecuador, 1943) visitará Habana, por sus propios medios, y sin intermediarios.
Extensa labor cultural, la de Arias, lo mismo sentado a la mesa de un bar, departiendo un café con humo de tabaco que de pie declamando poemas en la tarima improvisada de un barrio popular.
Viejo lobo de la pluma, cuando su primera etapa de creación escribió en la revista Pucuna (Nº4, Quito, abril 1964) el cuento Mariposa Negra, una suerte de autobiografía temprana, con la huella de Poe, donde aún persiste la penosa orografía del principiante que coloca en la mariposa malagüera el presagio de la muerte de su tío enfermo. Sin embargo, en Arias no deja de divisarse los brotes poéticos del modernismo tardío: “Una pelusa pequeñita cruzó delante de mí y me agarré a ella tenazmente por un instante. Desapareció, y el cuarto de colores de mi cerebro siguió inventando el mundo”. A riesgo de equivocarnos, el cuento conlleva simbolismo: la mariposa encarna la desilusión de vivir. La generación de Pucuna eligió “Saltar por encima de los montes con una luz auténtica, de auténtica revolución: y con una pica sosteniendo muchas cabezas reducidas”, como dice el primer manifiesto de los Tzántzicos (Pucuna Nº 1)
El poema sin título porque no hace falta dedicado a los vagabundos (Pucuna Nª5), Arias encuentra mejor derrotero: “Vagabundos/ sosteneos y hablad quietos en la luna/ voy a echar lágrimas como la tierra lanzó sus pájaros/ con camisas/ para picotear a su propios hermanos”. Es evidente la lucha de clases. Y la incidencia de Franz Fanón por el desgarramiento en el final del poema aludido: “seréis eternos/ como la arena y todos sus camellos/ como el mar y todos sus naufragios”. Feliz coincidencia con los versos de José María Arguedas (Perú, 1911-1969) que, en la novela Todas las sangres (1964) pone en boca de una mestiza la canción de semana santa: “(Ha calmado ya el furor de mi sangre,/ ha vuelto ya la paloma, aleteando la gloria.)” Esto último es lo que Arias desea a los vagabundos que, como él, han “pisado tantas veces estas calles/ que a veces deseo salirme del pantalón con canillas/ y dedos sucios”.
Lo erótico en la poesía de Arias es una constante: “El sexo es una gran noche/ que no se olvida de castigar a sus creyentes/ (…) /la hembra más perfecta/ la que orina en las calles/ y pare genios del mundo (…)” Es la mujer que, no por falta de urinarios en la ciudad pacata, alza la pollera en la esquina colindante de la plaza de la Independencia, en Quito, para depositar el residuo líquido como protesta a los comensales de turno del palacio presidencial, en los años sesenta.
Desaparecida deliberadamente Pucuna, no así todos sus integrantes, Arias reúne 34 poemas con el nombre de Poesía en bicicleta (Quito, 1975), algunos publicados en la revista aludida, donde radicaliza su voz, inclusive contra los de su generación: “A poetas de mi tierra,/ poetitas de mierda/ con quienes aprendí a conocer/ una nueva enfermedad:/ la trinofobia.” A ellos dirige sus dardos envenenados: “…no se sorprendan/ cuando guiando mi bicicleta/ les caiga encima,/ (…)” La ironía afilada como machete montubio, la sorna, el verso de doble interpretación abundan en Arias, que conoce acertadamente el valor de la palabra. El poema Que las palabras piensen es uno de los mejor logrados: “…se enternezcan, duerman, sueñen y despierten./(…)Que jueguen como niños en la calle./ (…) Que antes que nada, luchen por las otras,/ por la encarceladas en la ignorancia/ o en las cárceles mismas/ (…) Que las palabras peleen, se alisten y desfilen.” Me ha hecho evocar a Roque Dalton cuya poesía nació en la boca del fusil.
En Lechuzario (Quito, 1983), Arias no deja de pedalear poesía. He visto al poeta, como lo hacía a su tiempo, el mexicano Juan José Arreola por las calles trepidantes de máquinas, disfrutar de una vetusta bicicleta por los alrededores de su casa, en la parroquia Conocoto, y me pareció que preguntaba en alta voz:”¿A dónde quieres ir/ en mi bicicleta / de palabras?/ Tal vez al país del Nunca Jamás?/(…) ¿De acuerdo?/ Sube,/ ey, sube, amigo,/ conmigo/ por las calles del limbo”. Pero el poeta no coagula en el limbo. Pisa la tierra, en Cocinero Agge, poema donde declara que es “…un escupitajo para la CIA y compañía./(…) Burla burlando, Arias arroga el dardo con la puntería de viejo shuara: “Philip Agee/ no es un buen cocinero/ pero ahí nos dio una lista,/ nombres de hierbas/ con las cuales/ puedes hacer un plato/ para matar el hambre/ de todo un regimiento”. Enseguida derrama una sarta de Pérez, Arízagas, Baqueros, Velascos, Vacas y Vareas, entre otros, conservadores, liberales y socialcristianos que son “Un vómito / para tanta comida preparada!/ (Por favor un vaso de agua)”. Agge, que murió hace poco, mucho festejó al leerlo, en la Bodeguita del Medio (Habana), donde Arias beberá más de una copa de ron no sin antes declamar un fragmento de su popular poema Picadas del Viento.
En Trinofobias (Quito, 1988), el poeta en bicicleta recoge algunos trabajos publicados y entrega otros que hacen relación a lapsos que van de 1963 a 1987. El cuaderno tiene un aldabón inspirado en el cartero Patrick, de 44 años, que apretó el gatillo de sus tres pistolas para matar a 14 humanos, dejó mal heridos a otros, antes de suicidarse. La tragedia ocurrió en Oklahoma, EE.UU.: “…No tienes defensa,/ Patrick./ Te han sitiado/ por todos los costados./Te han atado las manos/ en el país de la libertad./ Y eso / no lo puedes aceptar./”(…) El poeta reitera con ansiedad: “Dispara, Patrick, dispara./ Mira que te quieren burlar./ Mata, Patrick, mata,/ contigo no pueden jugar./ Y para que no te digan que estás loco/ Patrick,/ pégate un tiro final.” ¿Cuántos Patrick han repetido la tragedia en la “meca de la democracia”? Las invasiones provocadas por la OTAN, con los marines y la maquinaria norteamericana, dispuesta por casi todos los presidentes de la Casa Blanca, contra Vietnam, Irak y (hoy) Libia, ¿acaso no es un Patrick mejorado a la enésima potencia?
Arias ha incursionado en el teatro y el ensayo. Motivo especial es la interpretación novedosa que ha hecho de las obras y la vida de nuestro Eugenio Espejo. No ha ganado premios “oficiales”; lejos de él, muy lejos, el palanqueo anticipado para recoger las migajas municipales. Ha recibido sí el reconocimiento de Los de abajo, en la expresión muscular del narrador mexicano Mariano Azuela. Por algunos años hizo armas en el Departamento de Cultura, de la Escuela Politécnica Nacional, donde se acogió al derecho de jubilación.
Arias tiene impulso para largo. En la ciudad Habana buscará hasta encontrar el espacio merecido. Y de retorno habrá más producción literaria, como hacía Hemingway después de las escapadas de pesca.
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