Así se llama el libro de Osvaldo Rojas Garay que fue presentado en días pasados en Santa Clara, exactamente en los portales de la casa de cultura “Juan Marinello”. Fue un encuentro con anécdotas, curiosidades y coincidencias llevadas de la mano de esta enciclopedia viviente que es nuestro colega Rojas Garay, por que no es solamente de deportes lo que atesora su memoria prodigiosa, sino de disímiles temas, sobre todo de música.
Fue una presentación compartida entre los escritores y aficionados del béisbol Lorenzo Lunar Cardedo y Yamil Díaz Gómez, y que el público agradeció infinitamente. Allí estaba su familia, sus amigos, sus lectores, porque sus informaciones, entrevistas y artículos están en la página deportiva del periódico Vanguardia, o en elprograma Explosión de las 12, de la emisora CMHW, la Reina Radial del Centro.
Estuvo también Silvio Montejo, esa gloria deportiva al que conocen como la Bala de Caibarién y el cual también contó varias anécdotas curiosas.
Precisamente estaba esperando que Yamil me enviara lo que leyó ese día parra publicar este hecho relevante de nuestra cultura santaclareña. Y aquí está, para que se conozca quién es Osvaldo Rojas Garay:
Osvaldo Rojas Garay es un hombre rodeado de leyendas. De hecho, su condiscípulo Carlos Fundora inició una brillante carrera de humorista con solo contar a viva voz ciertos “casos y cosas” del entrañable Osvaldo. Así supimos que —para salvarse de procacidades— era él el único ser humano del planeta que agitaba el pomo de yogur con un movimiento horizontal. Escuchamos también que renunció a una beca de estudios en Europa, porque no tenía en quién delegar la tarea diaria de recortar las estadísticas deportivas de la prensa; que rompió el récord mundial de temporadas sin defender la tesis que le daría su título de filólogo; y que nunca vio el mar hasta los veinte años, pese a haber nacido en esta isla estrecha y larga, y ser cubano como nadie…
Pero, más allá de sus anécdotas, lo que convierte definitivamente a Rojas Garay en leyenda viviente, es la extrema naturalidad con que el béisbol cubano encontró en él al más fiel escudero y a su hombre más campechanamente sabio.
Feliz he sido al acariciar por fin las planas de sus Casos y cosas de la pelota, libro que tan acertadamente Capiro publicó. ¡Qué bueno que la más representativa editorial de Villa Clara no se encierre en las llamadas bellas letras y ofrezca espacio justo para otras manifestaciones del talento! Sobre todo, si ese talento encarna en un guajiro que ha conjugado en sí la disciplina y constancia de Muñoz, la exactitud de Vinent, la fuerza al bate de Cheíto, el brazo de Rogelio, la modestia de Huelga, el poder de observación de Víctor Mesa, y el fatalismo geográfico de Amado Zamora.
Si tantas veces nos hemos dolido de la desventaja del intelectual de provincias, ¿qué diremos de aquel que ha hecho su obra desde un poblado; aquel que, desde Báez, descubre los errores que se repiten en una y otra Guía de béisbol, en una y otra narración deportiva; aquel que, desde Báez, estuvo al tanto del hecho insólito, del récord deslumbrante, de la cifra redonda o del aniversario cerrado que a veces, en cualquier otro rincón de Cuba, ignoran los medios, las autoridades, y hasta los propios deportistas? Osvaldo Rojas es una gloria nacional, cosa que la nación no sabe, y que ahora le dice un libro como este.
Durante casi veinte años —los mismos que él tardara en conocer el mar— miles y miles de villaclareños hemos esperado su voz al mediodía, el “Relato interesante” de La explosión. Sabemos que sus archivos, su memoria y la pelota son inagotables. De esos pocos minutos de diálogo íntimo con él, que nos ofrece mágicamente la radio, nacen ahora 161 páginas que el viento no se llevará, y a los lectores nos servirán de mucho.
Casos y cosas de la pelota es como un juego que se va a extrainings. Escrito en una lengua ágil, sencilla, fluida como el agua, mantiene todo el tiempo el interés, por su registro enciclopédico de situaciones curiosas, cercanas a lo real maravilloso, que pueblan medio siglo de series nacionales. Con un rigor que ya quisieran muchos historiadores, se detiene en sucesos que rebasan con mucho las frías estadísticas y nos los cuenta como un vecino, como el viejito del barrio, casi como si el propio autor no se percatara de que página tras página hace para nosotros algún descubrimiento.
Aquí tendremos noticia sobre algunos jonroneros cantantes; y nos enteraremos de sucesos tan raros como que Michel Abreu le botó la pelota a Michel Abreu, y Pedro José Rodríguez fue dos veces novato del año, y Marquetti —después de retirado— llegó a doscientos jonrones, y Juan Carlos Calvo pitcheó dos veces en un mismo juego, y el lanzador Jacinto Blanco, aunque permitió tres, se quedó sin promedio de carreras limpias porque no sacó jamás un out, y Felipe Álvarez esperó 18 años para que le anotaran dos cuadrangulares, y Fernando Sánchez anotó desde primera con un flaicito, y un mismo día hubo dos juegos perfectos —uno en Los Ángeles y el otro en Cabaiguán—, y cierta vez se fue la corriente en el estadio en medio de un roletazo inofensivo de Montejo, así que ese hombre espectáculo pudo pararse otra vez en la goma y pegar un buen jonrón.
De esas pequeñas historias, que unen lo estadístico con lo anecdótico, nace este libro a un tiempo divertido y didáctico. Criollísimo best seller que logra ser sensacional sin sensacionalismo, Casos y cosas de la pelota quedará como ejemplo de un periodismo investigativo que prefirió, a la exhibición de los sabihondos, ese sabroso coloquialismo de quien lamenta que en un momento “se perdieron los jonrones”, ese sabroso coloquialismo de quien no será menos experto porque exclame: “¡Qué jilito!”
“¡Qué jilito!”, podemos repetir, amigo Osvaldo, ante este libro tuyo tan criollo, tan verdaderamente nacional, sin chovinismos ni regionalismos; tan justo en su rescate de figuras retiradas; tan cargado de humor; tan apegado a la verdad; tan matemático en su juego de equilibrios, de modo tal que, aunque aparezcan montones de estrellas, su único protagonista es el béisbol cubano.
Casos y cosas… representa una nota distinta dentro del despertar editorial que en la Cuba reciente han vivido los temas beisboleros. Inteligentemente dividido en 16 capítulos que agrupan las estampas por familias temáticas, lo mismo puede ofrecer uno dedicado a las lechadas que otro a los juegos de knock out. Y así como en la pelota se dice que el séptimo es el inning de la suerte, en este libro el octavo es el capítulo de la carga humana y la ternura. En esas páginas subtituladas “Cuestión de familia”, los apellidos “Sánchez”, “Gourriel”, “Acebey”, “Zamora”, “Linares”… nos demuestran que la pelota ha sido en Cuba una manera más de unir a padres e hijos, abuelos y nietos, hermanos y hermanos…
Gracias al hermano Rojas Garay porque en medio de una terrible crisis de nuestro béisbol —marcada por las constantes derrotas, la indetenible fuga de talentos y el empobrecimiento técnico—, ha sido capaz de presentar el 1ro de julio un libro donde cuenta sucesos de unas semanas antes, del 12 de marzo. Porque trabaja incansablemente por devolvernos la fe en nuestros atletas. Porque somos muy poco agradecidos cuando llamamos “jilito” a este batazo enorme que es fruto de un honesto intelectual que ya sufrió en carne propia todas las desventajas, excepto la de ser un hombre impuro.
No me preocupa, hermano Rojas, si todavía agitas el yogur con un movimiento horizontal del brazo; si renunciaste a Europa para siempre; si otros fueron más rápidos que tú en hacerse de un título; si demoraste media vida en conocer el mar. Sé que tu libro reivindica el terreno de béisbol como un espacio que le ofrece a este pueblo la alegría de vivir, y sé que nuestra patria —larga, estrecha y hermosa— hoy se levanta en las gradas para corear ante ti: “¡Se va, se va, se va; adiós, Lolita de mi vida…!” o, todavía mejor: “¡Gracias, Osvaldo!”
Yamil Díaz Gómez
Fotos: Vladimir Toledo y Ramón Barreras
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