Por Horacio Ricardo Silva
Ocurrió en un carnaval, en Buenos Aires. Un carnaval como éste, pero 75 años atrás. Quiroga había aguantado a pie firme, frente a un docto tribunal, la sentencia inapelable: agonía hasta morir por cáncer de próstata.
Nadie le dio a elegir; pero él, que había fijado el norte de su brújula en la libertad, desoyó la condena y se aplicó a sí mismo la eutanasia reparadora, en el Hospital de Clínicas, en la madrugada del 19 de febrero de 1937.
La vida de Quiroga había sido, desde su infancia y juventud, una constante exploración en busca del más allá de los límites establecidos. Su personalidad maduró en la ruptura de lo convencional. Le pareció pequeño y mezquino el mundillo de las letras rioplatenses. En él, como en pocos artistas, se conjugó la necesidad de vivir el arte, pero en carne propia.
Esa necesidad vital lo llevó a instalarse en la selva misionera, en San Ignacio, a 1.100 kilómetros de la gran urbe. Solos, él, su joven esposa, su ingenio, y la asombrosa capacidad creativa de sus manos, que se manifestó en la agricultura, la jardinería, el paisajismo, la mecánica, la carpintería, la taxidermia y cuanto oficio podía surgir de su taller de herramientas misionero. (más…)