Madre India, madre mía, madre cubana y prieta.
Ahora que hago un alto breve en mi vida inquieta,
para llegar hasta tu altar, escucha, madre mía,
la confesión secreta,
de un niño grande y loco,
romántico y poeta,
que su dolor te va a rezar.
Yo no quise decirlo a nadie, madre mía,
y no quise decirlo porque muy bien sabía
que nadie puede comprender lo que en la cripta oscura de mi alma en agonía
un cáncer es mi pena
que sangra noche y día
y rezuma mi hondo padecer.
Pero aquí, sin testigos, en estas soledades,
saltan a flor de labios mis íntimas saudades
y van sinceras hacia ti.
Acórreme, mi prieta virgencita de El Cobre,
tú sí puedes mirarme, cansado, triste y pobre,
y comprender lo que hay en mí.
Hoy que está alegre y hermosa la mañana.
Que la lengua de bronce de una alegre campana,
canta tu triunfo bajo el sol,
yo vestiré mis penas de gala para verte,
y no teniendo otro tesoro que ofrecerte,
te traigo un cuento de Guiñol.
¡Ese cuento es mi vida!
No soy como los otros se figuran.
Mis ansias, como salvajes potros se desbocaron y caí,
y se ha enlodado el cuerpo,
sin enlodarse el alma,
y me he purificado,
porque bebí con calma
todo el veneno que bebí.
Nadie sabe que sufro.
Nadie sabe que tengo el alma hecha girones,
porque siempre mantengo, ante la estulta humanidad,
una sonrisa triste,
pero sonrisa al cabo.
De ser estoico y hermético me alabo
¡Si ellos supieran la verdad!
No he de poner mis penas,
en pública almoneda.
Una coraza férrea -mi orgullo-
a todos veda la entrada del dolor que llevo oculto,
avaro de mi hondo sentimiento.
Y a nadie, madre mía, a nadie le consiento ¡una piedad falta de amor!
Por eso, madre india, vengo hasta la montaña,
a mostrarte mi entraña encallecida de sufrir.
Pero que no conozcan nunca lo que yo te he contado.
Que no conozcan nunca que contigo he llorado la inmensa angustia de vivir.
Y cuando lejos de ti, madre querida,
cuando buscando un bálsamo a mi enconada herida,
entre los dos se extienda el mar,
acuérdate del raro y absurdo peregrino,
que llegó hasta tu templo,
que siguió tu camino,
y que después más nunca nadie ha visto llorar.
* Poeta matancero. Esta plegaria fue publicada en su Breviario de mi vida inútil (1932).
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