
Para algunos “lectores exigentes”,
el Canto General es una obra dispareja.
La Cordillera de los Andes
es también una obra dispareja,
señores “lectores exigentes”.
Nicanor Parra
No resulta fácil abordar el tema del latinoamericanismo en el Canto General. En primer lugar, porque el concepto de “latinoamericanismo” en la época en que Neruda compuso su monumental poema no coincide del todo con el concepto dominante de nuestros días. Y en segundo lugar –aunque el primero, sin duda, en orden de importancia–, porque el Canto es, ante todo, el testimonio poético de un autor que se encuentra en proceso de maduración ideológica, un autor militante que inició la obra a fines de la década de 1930 concibiéndola como un Canto de Chile y luego fue transformando su propio plan, en concordancia con nuevas perspectivas y conocimientos adquiridos en los años de actividad y militancia política, exilio, clandestinidad, contactos con pueblos y culturas del continente, hasta convertir su proyecto inicial en un Canto General de América –y no solamente de América Latina–, un inmenso mural en el que aparecen retratados con brillantes colores y sombras ominosas los pueblos y sus tiranos, los héroes y los anti-héroes, las trabajadores sencillos y los opulentos sátrapas de todo el continente. El término mural es apropiado porque el propio Neruda reconoció el poderoso influjo de los muralistas mexicanos Orozco, Siqueiros y Rivera en el proceso ideológico que lo condujo a dar forma al Canto General. En efecto, en 1940, como cónsul general en México, conoció y admiró a los grandes muralistas, especialmente a Rivera y Siqueiros quienes –no por casualidad– habrían de ilustrar la primera edición del Canto General. (más…)
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