
De izquierda a derecha, el locutor Víctor Manuel Menéndez, Osvaldo Rojas Garay y Polo Montañez en el programa Esperando la Pelota. Foto: Archivo del autor
Por Osvaldo Rojas Garay
Amo tanto la música como el deporte, por eso no desaproveché la oportunidad aquel domingo 21 de abril de 2002, cuando me preparaba para salir al aire en el programa Esperando la pelota, media hora antes del comienzo del partido entre Villa Clara y Cienfuegos en el estadio 5 de Septiembre.
Hasta los estudios de CMHW ubicados provisionalmente en la sede de la corresponsalía de Radio Rebelde —debido a los estragos causados por el ciclón Michelle a la Reina Radial del Centro— había llegado Polo Montañez, acompañado de María Eugenia (Maruchi) Guerrero, hermana de Antonio Guerrero, para promocionar el concierto que como parte de una gira nacional haría en áreas aledañas al estadio Sandino.
Era la segunda vez que Polo se presentaba en Santa Clara. Ya lo había hecho en una ocasión en el centro recreativo El Bosque.
¡Qué lástima, ahora lo que tenemos es la programación deportiva!, comentó alguien. «Eso no tiene problema. Hablaremos de música y pelota», contesté.
Le pedí a Eric Cárdenas, el realizador de sonido, que grabara la conversación, sin sospechar que aquel casete guardado por mí se convertiría probablemente en el último testimonio radial de la presencia del Guajiro natural en la provincia, pues siete meses más tarde, a consecuencia de las lesiones sufridas en un accidente de tránsito, Polo nos abandonó físicamente el 26 de noviembre de 2002, hace diez años.
El día de su actuación en la capital villaclareña, Polo paseó por el Parque Vidal. Allí, según me comentó entonces el colega Guido de Armas, se le acercó un muchachito ciego acompañado por su abuelo, quienes querían conocerlo. El cantautor que José Da Silva descubrió en el hotel Moka, en Las Terrazas, Candelaria, los invitó a los dos a su concierto.
En Esperando la pelota el autor de Un montón de estrellas contó que en el partido inaugural de la XLI Serie Nacional de Béisbol, entre Industriales y Santiago de Cuba, el 6 de enero, lanzó la primera bola vistiendo el traje de la selección indómita, en el «Guillermón Moncada».
«Cuando llegué a Pinar del Río, la gente estaba brava. Entonces, allá empezó la zafra y me fui el primer día con ellos a cortar caña. Nunca más tiré una pelota en ninguna parte», dijo en tono jocoso.
Relató sobre su encuentro con Antonio Muñoz en Trinidad. «Nos hicieron un plato llamado Guajiro natural». En una de las presentaciones lo sorprendió Cándido Fabré, su ídolo. «Ese sí es pelotero», subrayó Polo en aquel momento.
No se separaba de su sombrero, hablaba bajito, y de vez en cuando dejaba escapar un «claro», en tono muy campesino, al afirmar algo. Dijo que tenía 46 años, que el 5 de junio cumpliría 47, pero en verdad parecía tener muchos más. Eran seguramente las huellas de su incesante bregar en su época de machetero, tractorista, ordeñador de vacas y carbonero.
Convertido de la noche a la mañana en uno de los cantantes más escuchados en Cuba y Colombia, le pregunté a Polo cómo llevaba el fenómeno de la fama y la popularidad, y me contestó:
«La fama para mí es como botar una caja de cigarros Populares, aunque, claro, un artista sin fama significa que no tiene público ni aceptación. Yo me siento el mismo guajiro natural que sale para el parque y se sienta a hablar con todo el mundo. Hay mucha gente que no está preparada para eso y la fama lo hace cambiar muy rápido».
Una buena parte de lo recaudado en los 15 conciertos realizados durante la gira fue destinada al incremento de los fondos para la base técnico-material del sistema de enseñanza artística nacional.
En otra parte del diálogo, Polo anunció el lanzamiento de su segundo disco «Guitarra mía», el 24 de mayo en la Feria Cubadisco 2002.
Ya en el epílogo del programa, advirtió: «Hoy el público me va a hacer botar la pelota aquí en Santa Clara».
Meses más tarde lo llamé a su casa. Por mi mente no podía pasar que en poco tiempo, un día de noviembre, como señaló en la sentida despedida el director provincial de Cultura en Pinar del Río, Lázaro Alvarado, la muerte nos privaría «de ese hombre humilde y bondadoso que venció su miedo escénico para cantarles a miles que le aclamaban».
Recuerdo perfectamente la gran demostración de cariño que le brindó la afición santiaguera aquella inolvidable tarde en el Guillermón Moncada. Polo fue una estrella fugaz que cautivó a todos con su gracia natural y su talento musical. Gracias, Osvaldo, por evocarlo.