“¡Libertad, es tu hora de llegada! El mundo entero te ha traído hasta estas playas, tirando de tu carro de victoria. Aquí estás como el sueño del poeta, grande como el espacio de la tierra al cielo”
José Martí
Por Rafael Jorge Farto Muñiz
La Estatua de la Libertad llega a Nueva York
La génesis de los intentos humanos por representar el símbolo de la libertad se localiza entre los naturales de Frigia, país del Asia antigua, quienes se identificaban usando un gorro encarnado con una estrella al frente cuando defendían su territorio de los invasores bárbaros; en 1789, los luchadores franceses que se rebelaron durante las jornadas memorables de la Revolución Francesa, enriquecieron dicho atributo con la figura de una vigorosa e indoblegable mujer, a la cual nombraron Mariane. En 1886 aquel símbolo fue instalado en el continente americano, cuando el gobierno francés obsequió al de los Estados Unidos la Estatua de la Libertad que se encuentra ubicada en la bahía de Nueva York, en recordación de la gesta que protagonizaron juntos en el siglo XVIII para liberar del yugo colonial inglés a las Trece Colonias británicas en América hasta lograr su independencia, proclamada el 4 de julio de 1776; fecha que marcó el inicio de una contienda que se prolongó por siete largos años, hasta echar del suelo sojuzgado a las tropas inglesas, dando paso al surgimiento de una nueva nación: los Estados Unidos de América.
En aquellos momentos el calificativo de “Unión” debió parecer apropiado, por cuanto significaba la unidad entre esos pueblos en interés de consolidar el desarrollo armónico de una región cuyos habitantes compartían elementos comunes y habían sufrido el saqueo de sus riquezas y la imposición de patrones culturales semejantes por una misma potencia a través de centurias. Quizás ni los que concedieron tal denominación a la naciente república se percataron del sentido expansionista que encierra y el peligro que engendró para los demás países del área al no conferírsele un nombre propio, limitado por fronteras, sino, por el contrario, el término unitario quedó expuesto de manera imprecisa, sin obstáculos para interpretaciones geófagas.
Las consecuencias de tal desliz comenzaron a manifestarse muy pronto en naciones vecinas. En 1789, cuando entró en vigor la primera constitución de los Estados Unidos, su competencia abarcaba solamente los territorios antes ocupados por las trece colonias inglesas; no habría de transcurrir mucho tiempo sin que extendiera sus dominios: en 1803, compró a Francia la Luisiana; tomó posesión de La Florida occidental en 1810; en 1821, compra La Florida oriental a España; se le suma Texas en 1836; en 1848 ya había arrebatado a México la región del sudeste, gran parte del valle situado entre las Montañas Rocosas y la Sierra Nevada y la franja costera de California; luego compra a México nuevas tierras para trazar en línea recta los límites con ese país; en 1846 se firmó un tratado con Inglaterra mediante el cual los Estados Unidos obtuvieron los territorios del noroeste y fijan la frontera septentrional con Canadá.
Hacia 1861 estalló la llamada “Guerra de Secesión” entre los estados esclavistas del sur y los industrializados del norte, finalmente triunfadores, quedando consolidada una nación que comenzó a gestarse con trece estados en la segunda mitad del siglo XVIII y en 1865 contaba ya treinta y ocho y pretendía continuar ampliándose indefinidamente. Desde principios del siglo XIX también Cuba estuvo incluida en los planes anexionistas norteamericanos: en 1809 y 1811 las administraciones de los Estados Unidos hicieron propuestas a España para comprarle la Isla; en ambas oportunidades la respuesta peninsular fue negativa por considerarla una de sus principales colonias ultramarinas, amén de que Inglaterra, interesada también en ejercer su dominio sobre la Mayor de Las Antillas, se opuso a tales acuerdos.
En 1823 comenzó una nueva maniobra estadounidense, conocida como política de la “fruta madura”, consistente, sin desechar ofertas de adquisición que se reiteraron a lo largo de todo el siglo, en esperar el momento oportuno en que Cuba fuese a parar, como un fruto maduro, a los tentáculos del “paciente benefactor” en busca de ayuda. En ese mismo año fue proclamada la “Doctrina Monroe”, que advertía a las potencias europeas no intentar apropiarse de países que en América hubiesen alcanzado la independencia y con relación a Cuba agregaba que, por el momento, la dejarían como estaba, bajo el dominio español, sin permitir bajo ninguna circunstancia pasara a otras manos que no fueran las suyas; luego, en 1826, poco tiempo antes del Congreso de Panamá, donde El Libertador, Simón Bolívar, orientó fuese analizado un proyecto para liberar a Puerto Rico y Cuba, el gobierno norteamericano anunció sin ambages la política que marcaría su proceder en lo adelante al precisar:
“(…) no deseamos ningún cambio en la posición ni en la condición política de la Isla, (se refiere a Cuba) y no veríamos con indiferencia que el poder de España pasase al de otra potencia europea. Tampoco querríamos que se transfiriese o agregase a ninguno de los nuevos estados de América (…).” (1)
El 28 de octubre de 1886, fue develada en la bahía de Nueva York la Estatua de la Libertad que allí se conserva, obsequio del gobierno y pueblo francés al norteamericano. Al producirse el trascendental acontecimiento el Héroe Nacional cubano, José Martí, estaba presente entre la multitud y recogió en un artículo que, bajo el título “Fiestas de la Estatua de la Libertad” (2), remitió al director del periódico neoyorquino “La Nación” al día siguiente; trabajo cuya aparición se dilató por casi tres meses, hasta el primero de enero de 1887. En el mismo, Martí describía los pormenores del suceso, reflexionaba sobre aspectos relacionados con las interpretaciones de que ha sido objeto el concepto de “libertad” y emitió criterios generales de vigencia imperecedera al sentenciar:
“Terrible es, libertad, hablar de ti para el que no te tiene. Una fiera vencida por el domador no dobla la rodilla con más ira. (…).
“Del fango de las calles quisiera hacerse el miserable que vive sin libertad la vestidura que le asienta. Los que te tienen, oh libertad, no te conocen. Los que no te tienen no deben hablar de ti, sino conquistarte.”
En estas líneas se aprecia el pesar que embargaba al Apóstol, cuando todavía no se vislumbraba el momento preciso de romper las hostilidades contra el poder colonial en Cuba y lo penoso que resulta ver a pueblos enteros vivir sometidos a los dictámenes de potencias extrañas; pero no es esta una lamentación sumisa, ni la súplica plañidera del miserable que se arrastra pidiendo clemencia bajo la bota que lo asfixia; es un llamado vigoroso al combate, una clarinada capaz de despertar las almas aletargadas por los infructuosos esfuerzos pasados y un alerta para los que habiendo conquistado la libertad, corren el riesgo de perderla. Cuando hace referencia a los sucesos acaecidos la víspera, destaca la trascendencia de aquel símbolo que representa la fraternidad entre pueblos distantes geográficamente, aunque unidos por un noble empeño, y destaca:
“Ayer fue, día 28 de octubre, cuando los Estados Unidos aceptaron solemnemente la Estatua de la Libertad que le ha regalado el pueblo de Francia, en memoria del 4 de julio de 1776, en que declararon su independencia de Inglaterra, ganada con ayuda de sangre francesa. Estaba áspero el día, el aire ceniciento, lodosas las calles, la llovizna terca; pero pocas veces ha sido tan vivo el júbilo del hombre.”
Resulta muy sugestiva la manera de exponer que los Estados Unidos “aceptaron” el obsequio, emblema de rebeldía del pueblo galo, surgido en el fragor de la Revolución Francesa; se trata de la frase: “Ayer fue, día 28 de octubre, cuando los Estados Unidos aceptaron…”; es evidente que al encerrar la fecha entre comas, indica a todas luces que existieron divergencias entre los gobernantes norteamericanos respecto a recibir el ofrecimiento, mensaje que se transmite a partir de un ¿sencillo? signo de puntuación: “Ayer fue, (se intercala la fecha), cuando los Estados Unidos aceptaron…”; la manera de mencionar el momento en que tuvo lugar el hecho, implica que tal decisión fue sometida antes a debate, un asunto sobre el cual no existía consenso y al final se decidió mediando reservas. Para reafirmar lo dicho, baste la evidencia de que la inauguración se produjo el 28 de octubre, casi cuatro meses después del 4 de julio cuando se conmemoraba el aniversario 110 de la proclamación de independencia, y debió ser el momento adecuado para celebrar tan significativo acto. Más adelante describe la alegría de los presentes a pesar de las condiciones climáticas adversas y exclama:
“¡Tienes razón, libertad, en revelarte al mundo en un día oscuro, porque aún no puedes estar satisfecha de ti misma! ¡Y tú, corazón sin fiesta, canta la fiesta!”
Esta forma que utiliza el Maestro de dirigir la palabra a la Libertad, exhortándola derechamente, sin vaguedades impersonales, a expandir su influencia en todas direcciones, es un elemento recurrente en el discurso; unas veces llamada, otras sugerida, presente siempre en su reclamo:
“¡Libertad, es tu hora de llegada! El mundo entero te ha traído hasta estas playas, tirando de tu carro de victoria. Aquí estás como el sueño del poeta, grande como el espacio de la tierra al cielo.
“Ese ruido es el del triunfo que descansa.
“Esa oscuridad no es la del día lluvioso, ni del pardo octubre, sino la del polvo, sombreado por la muerte, que tu carro ha levantado en el camino.”
No es casual que así se exprese un hombre comprometido con la lucha de su pueblo, quien por aquella época estaba enfrascado en una intensa vorágine de actividades revolucionarias entre los emigrados cubanos dispersos por los Estados Unidos, llamándolos a la unidad de acción para desarrollar con éxito la “Guerra Necesaria” contra el dominio español en su país y además:
“(…) impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América.” (3)
Tal como dijera a su entrañable amigo mexicano Manuel Mercado en carta inconclusa del 18 de mayo de 1895, víspera de su caída en combate. Rememoraba Martí las relaciones fraternales surgidas al calor de la lucha entre gente sencilla y caudillos militares de países distantes, pero unidos por la utopía de cercenar las ataduras del vasallaje en suelo americano, al decir:
“Un grano de poesía sazona un siglo. ¿Quién no recuerda aquella amistad hermosa? Grave era Washington y de más edad: a Lafayette no le asomaba el bozo; pero en los dos había, bajo diversa envoltura, aquella ciega determinación y facultad de ascenso en que se confunden los grandes caracteres.”
Si bien Martí reconoce en Jeorge Washington al líder de entendimiento claro y voluntad férrea, capaz de guiar a sus coterráneos en la lucha por alcanzar la soberanía del país, en Lafayette admiró de manera especial el desinterés, la entrega, el sentimiento humanista:
“(…) el heroico espíritu de aquel marqués de Lafayette, a quien de mozos salieron a recibir con palmas y con ramos, porque amó a Washington y lo ayudó a hacer su pueblo libre.”
Cuando habla de Lafayette lo califica como el “héroe”, cuya alma fuerte se amoldaba mejor al combate por las reivindicaciones humanas, que a la pompa de ser llevado en hombros de vasallos “como santo en andas”. Es notorio que el Apóstol cubano experimentó una profunda estimación hacia el adolescente a quien, sin asomarle aún el bozo, tuvo el valor de echar a un lado las prerrogativas de un título nobiliario; dejar atrás familia, hogar y riquezas para irse a redimir pueblos cautivos:
“¡Qué tamaño el de esa alma, que depone los privilegios de la fortuna, para seguir en sus marchas por la nieve a un puñado de rebeldes mal vestidos! (…).
(…). Se muestra general de generales. Con una mano sujeta la herida para mandar a vencer con la otra a los soldados que se preparaban a la fuga. De un centelleo de la espada recoge la columna dividida por un jefe traidor.
Si sus soldados van a pie, él va a pie.(…): ¡he aquí un hombre que brilla, como si fuera todo de oro! “
Y agrega:
“Mujer y monarca dejó aquel noble niño por ayudar a las tropas infelices que del lado de América echaban sobre el mar al rey inglés, y ponían en sublimes palabras los mandamientos de la Enciclopedia, por donde la especie humana anunció su virilidad (…).”
Se evidencia en el discurso el concepto martiano acerca de la fuerza que cobran las ideas cuando están respaldadas por una filosofía que preconiza la justicia y el ascenso humano. Aquí se refiere, y reitera en otros párrafos, a los postulados de la Enciclopedia, es decir, las doctrinas que hacia 1751 produjeron en París un cambio radical en las concepciones políticas y sociales de la época. Dirigida por Diderot y D´Alembert y sustentada también por Voltaire, Rousseau, Turgot, Montesquieu y otros pensadores conocidos como los “Enciclopedistas”, la obra formula los fundamentos teóricos que contribuyeron a preparar el clima intelectual necesario y armar al pueblo galo de la fortaleza ideológica suficiente para hacer germinar la revolución de 1789.Las ideas de la Enciclopedia constituyeron el basamento filosófico de los revolucionarios franceses para comenzar un movimiento de masas que dio al traste con el absolutismo de la monarquía a partir del 14 de julio de ese año y la aprobación el 26 del propio mes de un documento, preámbulo de la Constitución, compuesto por diecisiete artículos bajo el principio de que:
“Los hombres nacen libres e iguales en derechos; propiedad, libertad, seguridad y resistencia a la opresión son derechos inalienables y naturales; la soberanía reside en la nación; todos son iguales ante la ley (…). “(4)
La mencionada constitución fue puesta en vigor el primero de octubre de 1791 y es un código cuya vigencia trasciende el espacio y el tiempo en que vio la luz y compone la esencia de todos los movimientos progresistas que le han procedido en las distintas regiones del planeta. En ese contexto histórico se consolidó la Estatua de la Libertad. Retomando el mensaje de José Martí, es notorio que cuando insiste en destacar las virtudes del marqués de Lafayette no lo hace solo por exaltar valores individuales, sino que atañe también a quienes lo siguieron dispuestos a ofrendar hasta la vida en aquel empeño. Cuenta que a la hora del triunfo inminente:
“Washington mismo desesperaba en aquellos instantes de la victoria. Nobles franceses y labriegos americanos cierran contra el inglés Corwalis y lo rinden en Yorktown.
Así aseguraron los Estados Unidos con el auxilio de Francia la independencia que aprendieron a desear en las ideas francesas. Y es tal el prestigio de un hecho heroico, que aquel marqués esbelto ha bastado para retener unidos durante un siglo a dos pueblos diversos en el calor del espíritu, la idea de la vida y el concepto mismo de la libertad, egoísta e interesada en los Estados Unidos, y en Francia generosa y expansiva. ¡Bendito sea el pueblo que irradia!”
Reitera la nobleza del pueblo francés y alude nuevamente a los axiomas de la Enciclopedia, “por donde la especie humana anunció su virilidad”; frase que sintetiza la identificación martiana con los enunciados de libertad e igualdad entre los hombres y el derecho que les asiste de repeler cualquier manifestación de sometimiento. Establece además la notable diferencia que existe en ambas naciones al interpretar el concepto de libertad, “egoísta e interesada” en la sociedad estadounidense, basada en el individualismo y la egolatría; y en Francia “generosa y expansiva”, capaz de brindar solidaridad a otros pueblos, y resalta:
“En la plaza de Madison es la fiesta mayor, porque allí, frente al impío monumento que recuerda la victoria ingloriosa de los norteamericanos sobre México, se levanta, cubierta de pabellones de los Estados Unidos y de Francia, la tribuna donde ha de ver la parada el Presidente.”
Califica de “impío”, a través de la propia prensa neoyorquina, el monumento a la guerra de rapiña desatada por los Estados Unidos contra México y de “ingloriosa” la victoria obtenida por aquellos que, apoyados en la superioridad bélica, despojaron a estos de más del cincuenta por ciento de sus territorios, justificando los hechos mediante intensa propaganda, incluidos los célebres filmes del oeste, donde los “indios” son tratados como salvajes que agredían a los dadivosos “cowboys”, portadores de la civilización, el desarrollo y las buenas costumbres. En otros espacios continua la narración del desenvolvimiento de la parada militar, la composición de la presidencia y otros pormenores del magno acontecimiento para más adelante preguntar: “¿Y Francia?”; interrogante que responde a renglón seguido:
“¡Ah! De Francia, poca gente habla. No hablan de Lafayette, ni saben de él. No se fijan en que se celebra un don magnífico del pueblo francés moderno al pueblo americano.
De Lafayette, hay una estatua en la plaza de la Unión, pero (…), también la regaló Francia. (…). Este pueblo en que cada uno vive con fatiga para sí, ama poco en realidad a aquel otro pueblo que ha abonado con su sangre toda semilla humana.”
Alerta el Apóstol sobre las malformaciones que ya se evidenciaban en aquella sociedad; en este caso disminuyendo la importancia del rol jugado por los franceses durante la contienda, en otros soslayando la colaboración prestada por vecinos antillanos, tal como dice el periodista Arnaldo Musa en un artículo donde asegura que los escolares en Estados Unidos, aunque saben superficialmente de la participación francesa en el logro de la independencia de ese país:
“(…) ignoran que el millón 200 000 libras esterlinas con que Washington pudo pagar a sus ejércitos, (…), fue una donación (…) de las mujeres cubanas de La Habana. Ignoran que ese dinero fue reunido por un hombre de 31 años, Francisco de Miranda, precursor de la independencia de América. Ignoran que la donación de las habaneras fue entregada personalmente a un joven militar de 21 años que se escurrió clandestinamente en Cuba y que, llamándose Claudio Enrique de Saint-Simon, iba a convertirse años más tarde en fundador de una doctrina precursora del pensamiento socialista.
(…) que 10 años antes de la Gran Revolución Haitiana, el pueblo de esa isla fue capaz de organizar un ejército voluntario de 3 000 milicianos en apoyo de los escasos 6 000 hombres de George Washington.” (5)
Por encima de las interpretaciones malsanas que pudiesen exponer quienes pretendan utilizar la esencia del concepto de libertad en función de convertirlo en una suerte de “patente de corzo” justificante de conductas injerencistas e incluso tratando de convertir en privado un símbolo cuya significación trasciende a toda la especie humana, está vigente la palabra de José Martí cuando contaba que al aproximarse el momento de correr el velo que cubría la Estatua:
“(…) los espíritus, (…), bulleron de manera que pareció que se cubría el cielo en un toldo de águilas.
Un respeto profundo engrandecía los pensamientos como si la fiesta de la libertad evocase ante los ojos todos los que han perecido por conquistarla. (…). La sombra de un solo combatiente llenaba una plaza. Se erguían, abrían los brazos, miraban a los hombres como si los creasen, y emprendían el vuelo.”
Nótese el modo de acentuar que la libertad es un atributo de la humanidad y gloria de quienes a través de la historia han ofrendado hasta la sangre por conseguirla; además, su alcance intemporal se puede colegir en esa magistral metáfora donde indica que el espíritu de aquellos batalladores se yergue, mira a los hombres “como si los crease” y emprende el vuelo hacia la eternidad. Cuando transcribe el mensaje contenido en el monumento dice:
“De Moisés tiene las tablas de la ley: de la Minerva el brazo levantado: del Apolo la llama de la antorcha: de la Esfinge el misterio de la faz: del cristianismo la diadema aérea.
Como los montes, de las profundidades de la tierra ha surgido esta estatua, “inmensidad de idea en una inmensidad de forma”, de la valiente aspiración del alma humana.
El alma humana es paz, luz y pureza; sencilla en los vestidos, buscando el cielo por su natural morada. Los cintos le queman; desdeña las coronas que esconden la frente; ama la desnudez, símbolo de la naturaleza; para en la luz de donde fue nacida.”
La estatua provoca en Martí un torrente de emociones capaces de hacer brotar los sentimientos más diversos; desde una profunda angustia por su ausencia en la patria querida, límite que no conoce fronteras para convertirse en Humanidad, hasta la euforia de quien tiene la certeza de poder alcanzarla en fecha no lejana. Luego se detiene en los detalles del monumento:
“La túnica y el peplum le convienen, para abrigarse del desamor y el deseo impuro: le sienta la tristeza, que desaparecerá sólo de sus ojos cuando todos los hombres se amen: va bien en pies desnudos, como quien solo en el corazón siente la vida: hecha del fuego de sus pensamientos, brota la diadema naturalmente de sus sienes, y tal como remata en cumbre el monte, toda la estatua en el alto de la antorcha, se condensa en luz.”
De este modo ha de ser considerada la Estatua de la Libertad, como un símbolo de redención universal que atañe a la especie humana en su conjunto y no admite ser manipulada para alcanzar intereses mezquinos, a pesar de que algunos, aprovechando la desinformación de muchos, traten de adjudicárselo como patrimonio exclusivo y encubrir su esencia con fines diametralmente contrarios a las causas que le dieron origen. Esta representación en el continente no fue tampoco exclusiva de Norteamérica, sino que años más tarde saltó el Atlántico y se instaló también en la Mayor de Las Antillas.
El monumento a los mártires en San Juan de los Remedios
De acuerdo con los datos que aporta la revista “OPUS HABANA” correspondiente a enero de 2003; luego de terminar en Cuba la última guerra independentista del siglo XIX, fue bajada del podio que ocupaba en medio del Parque Central habanero, el 12 de marzo de 1899, una estatua de la reina Isabel II e inmediatamente después comenzó a realizarse una encuesta para formular sugerencias sobre la efigie que debía sustituirla, proyecto dado a conocer a partir del 30 de abril de 1899 en las páginas del periódico “El Fígaro”. En ese sentido fueron consultadas ciento cinco personalidades cubanas y se extendió hasta antiguos autonomistas y representantes de la prensa española, quienes opinaron al respecto y las propuestas, sometidas a consulta posterior entre los propios participantes, se comportaron como sigue:
“(…), a favor de Martí votaron apenas 16, encontrándose divididos los demás sufragios de esta forma: Carlos Manuel de Céspedes (13), Estatua de La Libertad (8), José de la Luz y Caballero (7), Cristóbal Colón (5), Cuba Libre (4), La República (3), y la Independencia, la Revolución y la Concordia (2 votos cada una, al igual que la estatua del rebelde cacique Hatuey).Alcanzaron solo un voto las siguientes personalidades: Félix Varela, José Antonio Saco, Narciso López, Ignacio Agramante, Antonio Maceo, Marta Abreu y Máximo Gómez, así como dos propuestas que reflejaban la influencia de los Estados Unidos en el destino de Cuba, ocupada en ese momento por tropas norteamericanas (…).” (6)
Entre los que optaban por la Estatua de La Libertad estaba la patriota y benefactora de la ciudad de Santa Clara Marta Abreu de Estévez, quien al ser interrogada sobre las causas que motivaron su preferencia por ese monumento respondió lacónicamente: “porque la idea significa más que las personas” (7), frase donde resumía el sentir de sus compatriotas por obtener definitivamente la independencia nacional. El resultado no satisfizo a la comisión evaluadora, decidiéndose aplicar de nuevo la encuesta, esta vez ampliada a los lectores de “El Fígaro” mediante papeletas adjuntas en distintos números del rotativo; el 28 de mayo del mismo año se publicaron los resultados del escrutinio con el nombre de las personas que hicieron las proposiciones y las diez que obtuvieron la mayor cantidad de votos:
• la de Diego Vicente Tejera, por la estatua de Martí: 375
• la de Marta Abreu de Estévez, por la de La Libertad: 371
• la de Antonio González Lanuza, por la de Cristóbal Colón: 184
• la de Máximo Gómez, por la de José de la Luz y Caballero: 123
• la de Saturnino Lastra, por un grupo representando a España, Cuba y Estados Unidos: 89
• la de Luisa Pérez de Zambrana, por la de Máximo Gómez: 84
• la de Diego Tamayo, por la de Carlos Manuel de Céspedes: 69
• la de Manuel María Coronado, por la del presidente de Estados Unidos firmando la proclama de la independencia: 61
• la de Carlos M(iguel) de Céspedes, por la de Cuba redimida por el soldado cubano: 44
• la de Enrique Núñez, por la de Antonio Maceo: 32” (8)
Correspondió justamente erigir la estatua de José Martí. Construida en Italia con mármol de Carrara por el escultor criollo residente en Roma José Vilalta de Saavedra y un costo en moneda norteamericana de 4 500 pesos, fue develada por el presidente, Tomás Estrada Palma, el 24 de febrero de 1905, en presencia del Generalísimo Máximo Gómez, quien izó la bandera cubana, Leonor Pérez, Carmen Zayas Bazán, Amelia Martí y otras personalidades; no deja de resultar significativo que la demanda por la Estatua de La Libertad estuviese tan pareja con la de José Martí. Lo cierto es que en esos momentos fue muy exigua la diferencia entre los que se inclinaban por la Estatua de La Libertad y los que lo hacían por la del Héroe de Dos Ríos, solo cuatro votos de desacuerdo; lo que indica, además de otras deducciones, el ansia libertaria prevaleciente en aquellos momentos cuando la nación, luego de largo bregar, continuaba bajo soberanía extranjera. En tales circunstancias se comprende la disparidad de criterios y la coincidencia de que un símbolo redentor absorbiera el interés de un segmento considerable de los encuestados.
Al término de la guerra, el Generalísimo Máximo Gómez se encontraba en territorio de San Juan de los Remedios; el 5 de enero de 1899 llegó a esa ciudad, primera visitada por él después del armisticio, en compañía de altos oficiales y soldados de la localidad o vinculados a ella por diversas razones, a los que se sumaron vecinos y colaboradores, como la insigne patriota Antonia Romero Loyola. Al calor de la euforia revolucionaria del momento, surgió la iniciativa de erigir un mausoleo donde depositar los restos de los mártires remedianos que cayeron por la independencia de Cuba; en esos mismos días se constituyó una organización que, bajo el nombre de “Club In Memoriam” y encabezado por una comisión gestora compuesta por personalidades prestigiosas, se encargaría de gestionar los fondos necesarios para llevar a feliz término tan loable empeño. Las colectas públicas no se hicieron esperar y fue de tal magnitud el fervor de los vecinos en aquella campaña, que el periódico local “Las Villas”, rotativo fundado en 1896 por el Mayor General Francisco Carrillo en los campos de la revolución, informaba el 22 de noviembre de 1899, lo siguiente:
“Club In Memoriam
Relación de cantidades donadas hasta la fecha, para levantar un monumento a los Mártires de la Patria.
De esta forma podemos verificar la participación popular en el afán de construir un sitio donde se rindiera tributo a los caídos en defensa de la soberanía nacional, siguiendo además la tradición de rendir cuentas periódicamente a la ciudadanía, a través de la prensa local, sobre sus aportes financieros para realizar obras sociales. Hasta el año 1902 los talleres de reparación de ferrocarriles estuvieron situados en un solar al costado derecho del comienzo de la carretera que conduce desde Remedios a Caibarién; en esa fecha fueron trasladados para otro sitio e inmediatamente:
“El “Club In Memoriam” pide a la empresa del F.C. los terrenos de la salida de Caibarién, donde estuvieron los talleres, para eregir el monumento a los mártires de la independencia. (…).” (10)
La solicitud contó con suficiente respaldo popular y el terreno fue transferido al Ayuntamiento poco después. A partir de entonces comenzaron las obras de acondicionamiento de una plazuela que llevaría el nombre de “Parque del Mausoleo”, donde serían depositados los restos mortales de los coterráneos que cayeron por la causa libertaria. En 1904, contando ya con una suma considerable de dinero y adelantadas las obras constructivas del parque, los remedianos recibieron la noticia de que en la Exposición Internacional de París, había obtenido premio y sería puesta en venta una Estatua de La Libertad construida en Carrara, Italia, con mármol de esas canteras, por el escultor Carlos Nicoly y Manfredy, e ipso facto comenzaron las gestiones para adquirir la significativa obra de arte y trasladarla sin dilación a Remedios. Los desvelos de aquellos compatriotas seguidores del postulado martiano de que “Honrar, honra” fueron recompensados muy pronto; el 15 de abril de 1906 el semanario “Remedios Ilustrado” publicaba la siguiente información:
“En Progreso.
Cuando á raíz de la terminación de la guerra de independencia comenzó (…) el Lcdo. Joaquín María Vigil y Quintanal á llevar á cabo su proyecto de levantar en esta Ciudad un monumento en honor de los mártires de la Patria, para lo cual solicitó el concurso de todos, (…), dudamos de que el éxito coronara su obra, por cuanto que el importe de la misma representaba algunos cuantos miles de pesos, que suponíamos no pudieran recolectarse por el estado de penuria en que el país se encontraba.
Pero la actividad y la constancia (…) han vencido todos los obstáculos y en breve tendremos (…), levantado el mencionado histórico monumento en el centro de un bonito paseo (…).
(…), tratando de darle á Remedios esa grandiosa obra, donde reposarán los restos de tantos mártires que sucumbieron defendiendo el ideal de la Patria.” (11)
Esto significaba que la ansiada estatua se encontraba ya en Remedios y estaban por concluirse las obras del parque donde quedaría situada definitivamente; en el párrafo inicial se reitera la preponderancia que en ocasiones se le confiere al protagonismo del líder, en este caso al Lic. Vigil; no obstante, como antes comentamos al destacar el reconocimiento de Martí hacia el Marqués de Lafayette, los éxitos colectivos son reflejados a través de una suerte de sinécdoque, o sea, identificar la parte por el todo. Cuando el 13 de mayo de 1906 quedó instalado el monumento en el lugar previsto, el hecho tampoco escapó a la sagacidad periodística; el semanario “Remedios Ilustrado” se hizo eco nuevamente del suceso en el número correspondiente a la fecha señalada mediante un artículo donde se destaca que:
“Remedios ha saldado la deuda de gratitud que tenía contraída con los mártires (…). Ha hecho justicia a vuestros grandes merecimientos, ha honrado dignamente vuestra memoria. Un monumento, sencillo, sí, pero expresión sincera de la piedad y del cariño de un pueblo, recordará a las futuras generaciones vuestro valor, vuestra abnegación, vuestra gloriosa caída.” (12)
Evidentemente los vecinos estaban conscientes de la trascendencia de aquel acontecimiento y su importancia en la formación de valores éticos y patrióticos de las sucesivas generaciones; la inauguración se produjo el 5 de febrero de 1907 y el emotivo acto quedó recogido en versos, que incluimos en los anexos, por un poeta local; más no pasó mucho tiempo sin que los lugareños retomaran el asunto. El propósito original del mausoleo era depositar allí los restos de los combatientes independentistas, pero al dilatarse el proyecto se decidió por el Ayuntamiento llevarlos a un panteón edificado a tales fines en la necrópolis local y la población estaba inconforme con que el monumento quedara en el ejido. Por esos tiempos existía en un costado de la Plaza “José Martí”, en el centro de la ciudad, un ruinoso edificio donde estuvo instalada una tienda de ropas, terreno que fue comprado para construir un parque con el nombre de “Francisco Javier Balmaseda”, destacado patriota e intelectual remediano, aunque se le conoce como “Parque de La Libertad”, donde quedó instalada definitivamente la Estatua el 22 de diciembre de 1911, traslado que realizó el contratista Paulino Fraginals por la suma de $400.00, también recaudada por cuestación pública.
La Estatua remediana, única de su tipo reconocida en Cuba, tiene una base de piedra rústica que representa la esclavitud; luego un segundo cuerpo construido con mármol de Carrara igual que el resto, con un sol fulgurante, aunque su faz es la de un anciano envejecido con la inconformidad de haber visto pasar frente a él tantos siglos de esclavitud, y a su lado una inscripción que reza: “El pueblo de Remedios a los Mártires de la Patria”. En lo alto, emergiendo victoriosa hacia la posteridad, una bella, pero fuerte e indoblegable figura femenina que representa a Cuba rompiendo las cadenas del vasallaje; detrás, el yunque donde quedaron esparcidos los restos cercenados de la oprobiosa esclavitud; bajo sus pies descalzos: las leyes, edictos y distintivos que sustentaban el inhumano régimen impuesto a la humanidad a través de la historia y lleva en su mano izquierda la antorcha que ilumina el sendero de la dignidad a sus mejores hijos. A diferencia de su homóloga neoyorquina, le cubre la cabeza el gorro frigio, baluarte de quienes en el Asia antigua defendieron su integridad contra los invasores bárbaros, devenido símbolo de la Patria que está representado en nuestro escudo nacional, en lugar de la corona de aquella, y en la diestra, en vez de la Constitución, porta una espada representativa del machete mambí, para perpetuar en la memoria de todos los cubanos la sentencia pronunciada por el Lugarteniente General Antonio Maceo de que:
“La Libertad no se mendiga, se conquista con el filo del machete.”
Citas y referencias:
(1) Colectivo de autores: Historia de Cuba, Edit. “Pueblo y Educación”, Instituto Cubano del Libro (ICL), La Habana, 1974, 6 t., t. 2, p. 53
(2) Martí Pérez, José J.: “Fiestas de la Estatua de la Libertad”, periódico “La Nación”, Nueva York, 1° de febrero de 1887. En: “Antología Mínima”, selección y notas de Pedro Álvarez Tabío; Edit. Ciencias Sociales, Instituto Cubano del Libro (ICL), La Habana, Cuba, 1975, 2t., t.I, pp. 325-341. (En lo adelante continuamos el análisis de este texto, cuando refiramos otros se irán incluyendo)
(3) Martí Pérez, José Julián: “Carta inconclusa a Manuel Mercado”, 18 de maya de 1895, en: Antología Mínima, Op. Cit., t.I, p. 209.
(4) Enciclopedia Ilustrada Cumbre: Edit. “Cumbre” S.A.; México DF.; 6° edición, 1966, t.4, p.352.
(5) Musa, Arnaldo: “La antihistoria norteamericana”, periódico “Granma”, Ciudad de La Habana, Cuba, sábado 28 de febrero de 2004, p.5, col.1-2.
(6) Leal Spengler, Eusebio: “Primera estatua”, en: Revista “Opus Habana”, Oficina del Historiador de la Ciudad, vol.VII, N°1, año 2003, p.7.
(7) Ídem.
(8) Ibíd.
(9) Periódico “Las Villas”, Remedios, miércoles 22 de noviembre de 1899, Año III, N° 180, p.2, col.5.
(10) Periódico “La Legalidad”, Remedios, 28 de diciembre de 1902, Año II, N° 61, p.1, col.2.
(11) Periódico “Remedios Ilustrado”, Semanario de Literatura, sport e interés general; Remedios, abril 15 de 1906, p.6, col.2.
(12) Ídem, 13 de mayo de 1906, p.1, col.1.
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