Por José Antonio Quintana García
Aunque nunca visitó Ecuador, José Martí, el Héroe Nacional de Cuba, excelso poeta y periodista, poseía un vasto conocimiento de la historia de aquel lejano país sudamericano. Estaba al tanto del quehacer literario y científico de sus intelectuales. Hay numerosas referencias en sus Obras Completas que así lo evidencian.
A propósito de la Feria Internacional del Libro desarrollada en La Habana, dedicada a esa nación andina como país invitado, comparto con los lectores sus reflexiones acerca de un libro publicado por un geógrafo ecuatoriano, Manuel Villavicencio.
El texto fue dado a conocer en 1882 en un artículo publicado en La Opinión Nacional, de Caracas, del cual Martí era corresponsal, desde Nueva York, donde se encontraba exiliado por sus ideas anticolonialistas.
Sus comentarios también subrayan la importancia de conocer la historia de Nuestra América. Decía el autor de La Edad de Oro:
«Muchos misterios del tiempo de la conquista dejan de serlo, y muchas que parecen maravillas quedan reducidas al nivel de hechos comunes, apenas se da el lector a hojear en el libro de Thomas Gage, que escribió por aquellos tiempos, y fue fraile en América, la verdadera relación de la conquista de México por Hernán Cortés, o se lee en el Padre Juarros, que ha escrito una crónica infantil y minuciosa de la conquista de Centroamérica, como vivían los generosos y batalladores príncipes cachiqueles, quiches y zutarjiles, que andaban siempre en querellas, como andamos todos ahora, sin ser indios, o se recorren las páginas de una Geografía excelente del Ecuador, de Villavicencio, que cuenta en sumario fidedigno las guerras interiores de la casa de los Incas. Lo que pasma al leer esas narraciones, no es tanto la intrepidez de los invasores, como el poder del odio de los invadidos, que no veían que apoyando a los extranjeros contra sus enemigos locales, se creaban un dueño poderoso para sí mismos […] Vivimos, por incuria, por no registrar nuestros archivos, por no publicar las joyas que guardamos en ellos, en una lamentable ignorancia de los acontecimientos de nuestra vieja historia, que, una vez estudiada y descubierta, será una fuente de provechosísimas lecciones para pueblos que, como casi todos los de Sudamérica, son mirados como una presa natural por otras codiciosas naciones de la Tierra. Esa historia vieja enseña una verdad: la conquista se realizó, merced a las divisiones intestinas y rencores y celos de los pueblos americanos. Por satisfacer odio momentáneo y abatir a sus enemigos, y complacer su orgullo, aquellos pueblos cayeron en esclavitud constante. Los pueblos de una raza deben ser como los hermanos de una familia. En cónclave privado deben computar sus mutuos derechos, y decirse sus quejas y sus deseos, pero cuando el extranjero llama a las puertas, todos los hermanos deben mover a una misma hacha de armas, si el extranjero viene de guerra. Si viene de paz, con el arado en una mano y el libro en la otra, se le sienta a la mesa, […].»
Cuando José Martí, poeta, periodista y revolucionario cubano escribió su célebre artículo La Exposición de París, sobre el magno evento que sesionó en la capital francesa en 1889, incluyó información sobre Ecuador, país que nunca visitó en su peregrinar por Nuestra América, pero cuya cultura e historia conocía muy bien.
En ese texto escribió: «Y juntos como hermanos, están otros pabellones más: […] el del Ecuador, que es un templo inca, con dibujos y adornos como los que los indios de antes ponían en los templos del sol, y adentro, los metales y cacaos famosos, y tejidos y bordados de mucha finura, en mostradores de cristal y de oro: […]»
Al insertar su texto en la revista La Edad de Oro, de la cual pudo publicar apenas cuatro números en Nueva York, pero que le ganaron prestigio y admiración por su capacidad para escribir literatura infantil, no consiguió una ilustración correspondiente al país andino. Con su latinoamericano siempre a flor de labios expresó entonces.
«Una pena tiene La Edad de Oro; y es que no pudo encontrar lámina del pabellón de Ecuador. ¡Está triste la mesa cuando falta uno de los hermanos!»
En estudio que ha hecho la investigadora María Caridad Pacheco González se registra el conocimiento que tenía Martí de la vida y la obra de escritores ecuatorianos. De Pompilio Llona, señaló que se distinguía «por la sonoridad de sus versos, la osadía de sus concepciones y una especie de forzada sublimidad con que quita la verdadera vibración poética a sus fantasías».
Escribió en La Opinión Nacional de Caracas, del cual era su corresponsal en Nueva York, acerca del poeta Mera, autor de un libro sobre el desarrollo del pensamiento en su país.
También elogió la obra Parnaso Ecuatoriano, publicada en Quito, en 1879, por Manuel Gallegos. Y del famoso poeta y prosista José Joaquín de Olmedo expresó que cantó a Bolívar mejor que Heredia. Tampoco le fue ajeno el quehacer del botánico ecuatoriano Pedro Guerrero, de José Mejía, a quien calificó de «el gran orador del Ecuador»; disfrutó de la obra del pintor Samaniego, «el feliz paisajista, el de suaves matices, el pintor de las vírgenes»; conoció del «abundoso versificador Piedrahita».
Cuando falleció el eminente periodista ecuatoriano Federico Proaño, apuntó: «que salvó el fresco ingenio de la fatiga y la vergüenza del periodismo de oficio en las repúblicas rudimentarias».
Otra arista ilustra el conocimiento de Martí de la historia y la política ecuatorianas. Por ejemplo, al referirse en una crónica a las delegaciones que acudirían, en 1889 al Congreso Internacional de Washington, advierte: «Por el Ecuador, cuyo presidente Flores se ha visto en batallas cerradas con Washington, viene, como para dar prueba viva de que aún allí van ya a menos las revoluciones porque en el Norte desdeñan la otra América, el Presidente a quien Flores acaba de sustituir, incisivo con la pluma y poderoso en la costa liberal: José María Caamaño».
Para terminar estos breves apuntes acudo al discurso «Con todos y para el bien de todos», pronunciado el 26 de noviembre de 1891 en Tampa, pieza oratoria considerada un clásico en el género, Martí se vale de la experiencia negativa que sufrieron los ecuatorianos con el dictador Ignacio Veintimilla para advertir a los patriotas cubanos que lo escuchaban la verdadera intención que guiaba sus pasos de líder democrático: «¡Para ajustar en la paz y en la equidad los intereses y derechos de los habitantes leales de Cuba trabajamos, y no para erigir, a la boca del continente, de la república, la mayordomía espantada de Veintimilla […]».
Publicado en dos partes en:
http://www.invasor.cu/index.php/es/historia/20199-jose-marti-y-los-ecuatorianos-i
http://www.invasor.cu/index.php/es/historia/20200-jose-marti-y-los-ecuatorianos-ii-y-final
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