La disciplina es innegociable, dijo la gerencia de los Leones del Escogido cuando anunció el despido del jardinero estadounidense Joey Gathright hace un tiempo. Y sí, claro, en cualquier béisbol la imagen de un equipo es tan importante como la producción de carreras o una cadena de victorias. Por eso, en los días que corren en la pelota cubana la parsimonia de un mánager es noticia y la gente no habla de tal o más cual jugada, sino del encontronazo del partido inicial entre matanceros y pinareños.
Obvio que la 54 Serie Nacional de Béisbol continúa con los desaciertos de la pasada campaña, la «cañona» de Demis Valdés en el listado de los cocodrilos así lo alertó. Lo que mal empieza mal acaba, dice el consejo de la abuela y la lección no se aprende en unos meses de descanso.
El estadio no puede ser reflejo de lo que sucede en la calle, porque los peloteros son, y deben ser, ejemplos para las generaciones de pequeños. Son figuras públicas que lidian con más de un acoso y responden a un patrón educacional con muchos ojos encima.
El problema es que las reglas no se respetan. Si las jugadas de apreciación no tienen marcha atrás, no hay por qué discutirlas. Pero siempre aparecerá quien las reclame, incluso usando manoteos sin sentido. Es la guapería callejera, el «cubaneo» o la pelota caliente, como quieren endosarle ahora para que suene a lo que no es. Que los peloteros que no tienen turno inmediato al bate no pueden estar fuera del banco, eso lo deja claro otra regla, mas, lo invito a fijarse bien, cuando pasen unos meses, o quizás solo semanas, y entonces veremos qué pasa. También están reglamentadas las visitas al box, las demoras de los lanzamientos, el personal ajeno dentro de la banca o fumar en los dogouts, en fin, un volumen amplio de letra muerta para algunos profesionales del béisbol actual. No le pusieron coto a tiempo, y la pelota se fue y se fue, pero no de jonrón. Puro foul a las mallas.
El arbitraje sufre hoy un proceso de desacreditación que hasta para cantar un strike lo piensan tres veces. La máxima autoridad de un juego de pelota se mueve entre una palmadita y una expulsión. Los bien llamados hombres de negro están condenados dentro y fuera del circo romano, en que se ha metamorfoseado el pasatiempo nacional. La Federación Cubana de Béisbol lleva una renovación, al parecer, y no sé dónde ni cómo, pero ha de pensarse en el traspaso de riendas. El animal creció y está indomable.
En las gradas la historia no es muy distinta. Está desde el que arroja los cucuruchos de maní, la botella o lo que le venga en gana al terreno hasta el que apuesta. También, el que ingiere bebidas alcohólicas y en ese estado más de uno se cree Mijaín López. En fin, las indisciplinas y el mal ambiente tienen asientos diarios en nuestros estadios. ¿Qué hacer? En una encuesta en línea a propósito de los acontecimientos del 17 de febrero pasado, varios seguidores de la pelota dieron tres soluciones: sanciones severas a los implicados, mayor autoridad a los árbitros y multas más altas.
Por supuesto, la magia no ha terminado. El cubano sigue amando la pelota, pero el paquete tiene defectos por mejorar. Entre las ausencias aún sin frenar y esta guapería barata que invade el espectáculo, muchos quedan sin deseos. Es cosa nuestra salvar lo identitario y sanar ese mal. La disciplina, es más que obedecer reglas y mandatos, es también esa línea de conducta que nos separa de los primates. Se clama por el punto final.
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