Nos amábamos rodando por el espacio y éramos una
bolita de carne sabrosa y salsosa, una sola bolita caliente
que resplandecía y echaba jugosos aromas y vapores
mientras daba vueltas y vueltas por el sueño de Helena
y por el espacio infinito y rodando caía, suavemente caía,
hasta que iba a parar al fondo de una gran ensalada.
Allí se quedaba, aquella bolita que éramos ella y yo; y
desde el fondo de la ensalada vislumbrábamos el cielo.
Nos asomábamos a duras penas a través del tupido follaje,
los ramajes de apio y el bosque del
perejil, y alcanzábamos a ver algunas estrellas que andaban
navegando en lo más lejos de la noche.
De El libro de los abrazos.