Actualmente aplicamos el adjetivo ominoso a todo aquello ‘que es detestable y merece ser condenado y aborrecido’, como en “una guerra ominosa”, “una afrenta ominosa”.
La palabra nos llegó al español a partir del latín ominosus “de mal agüero, que presagia mala suerte”. En esa lengua, se formó como derivado de omen, ominis, que significaba ‘agüero, presagio’ y también ‘compromiso asumido ante los dioses’.
La acción de ‘presagiar’ se llamaba entre los latinos ominatio y a quienes formulaban tales presagios se los llamaba ominator.
Melius ominare, expresó Cicerón para alentar a alguien: “ten mejores esperanzas para el futuro”.
De La palabra del día, por Ricardo Soca
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