Por Francisco A. Ramos García
Esa fue la expresión final de mi hijo después de cansarse de combinar varias veces las postales. Todo comenzó cuando revisando los libros comprados por mi, ese día en la Feria, tomó un cuadernillo de atractiva cubierta y descubrió al final varias tarjetas, cada una con una frase y dibujos[2] alegóricos a las mismas, leyó el texto en el orden propuesto[3] y después bajo mi sugerencia las mezcló, alterando el orden inicial, nuevamente leyó —no pierde sentido— me dijo, repítelo, le propuse —¡tampoco lo pierde!—. Y entusiasmado ya el solo continuó barajando y construyendo nuevas lecturas. (más…)