El estudio del proceso independentista cubano no ha estado ajeno a las contradicciones que en él se generaron, como tampoco a las desavenencias que confrontaron muchos de sus más altos representantes, ni a lecturas que entorpecen nuestra clara comprensión del papel que muchos de ellos desempeñaron en determinados momentos. Una de las figuras incomprendidas por algunos de sus contemporáneos y débilmente estudiada aún por los historiadores, es precisamente la de José Quintino “Quintín” Bandera Betancourt, quien participó en las tres guerras por la independencia de Cuba.
Aunque, salvado en la historia por el libro de Abelardo Padrón: Quintín Bandera. General de Tres Guerras, de la Editorial Letras Cubanas, 1991, en sentido general, a través de la historiografía se han abordado aristas de su carácter y pasajes históricos que lejos de resaltar los valores morales de este patriota, han marcado notablemente las divergencias que confrontó con algunos de sus contemporáneos. Tales discrepancias Bandera las reconoció y de seguro superó, pues como escribió en sus Memorias: “[…] mis problemas son unos y los de la Patria son otros”; de manera que siempre doblegó su interés y apreciación personal de las dificultades, a lo que para él constituía una suprema meta: la definitiva liberación de su Patria, y sobre lo cual expresó: “[…] siempre he tenido por único y exclusivo lema luchar por la libertad de nuestra Cuba […]”.
El proceso de lucha dejó en este hombre una experiencia muy rica; su niñez permeada por el rudo trabajo del campo y los hornos de carbón, unido a su contacto directo con el dolor y la discriminación de su raza, hicieron de él un convencido patriota, cuyo pensamiento político se creció y forjó al calor de la batalla y en el contacto directo con otros líderes que constituyeron para él ejemplos de moral y convicciones.
Una de las figuras que consideramos ejerció notable influencia fue Antonio Maceo Grajales, su compadre y amigo, el cual —a pesar de algunos altercados y disgustos confrontados— lo supo apreciar y reconocer como uno de los líderes indiscutibles del independentismo. El hecho histórico de la Protesta de Baraguá, protagonizado por el Titán de Bronce, devino en nutriente para el pensamiento político de Quintín Bandera, cuyos enunciados principales y expresión ideológica, supo defender hasta sus últimos momentos.
Quintín Bandera —hijo de negros libres—, nació en Santiago de Cuba, el 30 de octubre de 1834 y fue bautizado en la Iglesia de la Santísima Trinidad, el 8 de noviembre de ese año, registrado en el Libro 7c, folio 147, No. 483. Se incorporó a la contienda el 1ro. de diciembre de 1868, engrosando las filas del Mayor General Donato Mármol, quien operaba en la zona de Palma Soriano. Participó en numerosos combates como Tabacal, Sevilla, Madrugón, Rejondón, Samá, Loma de Guisa, El Retiro, Cuatro Caminos de Chaparra, Bueycito, Santa Rita y Melones, entre otros, bajo diferentes jefaturas. Su desempeño y disciplina le merecieron ascender en la escala de la oficialidad, logrando los grados de cabo, alférez y teniente.
Al transcurrir casi diez años de lucha y penurias en los campos de batalla, este hombre había sido ejemplo de moralidad y firmeza revolucionaria, de madurez política y patriotismo; las sediciones de Lagunas de Varona (1875) y Santa Rita (1877) no pudieron hacerlo cómplice.
La situación en las filas del Ejército Libertador para estos años se había tornado en extremo difícil, el panorama en Las Villas y Camagüey era muy diferente al que se presentaba en Oriente; en las primeras reinaba el desorden, la indisciplina y el divisionismo, abriéndole con ello las puertas a la gestión pacificadora de Martínez Campos. En Oriente sin embargo, se combatía duramente y se asestaban sonados golpes al enemigo.
Este contraste fue corroborado por Bandera, a partir de su traslado a Las Villas en 1877, bajo las órdenes de Máximo Gómez, donde permaneció nueve meses, hasta su regreso a Oriente en los primeros meses de 1878. Su estancia en ambos escenarios —el centro y el oriente cubanos— le dio una visión de la situación por la que atravesaban las huestes mambisas y lo hizo testigo del resquebrajamiento de la unidad y disciplina de los cubanos que culminó en negociaciones con el enemigo y la firma del Pacto del Zanjón el 10 de febrero de 1878.
Para Bandera esto no fue otra cosa que una traición y sobre ello, al referir su recorrido por Las Villas, escribió en sus Memorias: “[…] de allí empezó el desorden […]”. Desde su arribo a Oriente, permaneció en Cambute bajo las órdenes de Leonardo Mármol, con la alta responsabilidad de garantizar las comunicaciones al cuartel general y en febrero de 1878 el Mayor General Antonio Maceo lo mandó a buscar y lo asignó al Regimiento Santiago.
En esta circunstancia se produjo el acontecimiento histórico de la Protesta de Baraguá, contra el Pacto del Zanjón, el 15 de marzo de 1878, protagonizada por el Titán de Bronce, en la que participaron otros oficiales y soldados, entre los que estuvo Quintín Bandera, en enérgico reproche ante lo que para ellos significaba traicionar los principios enarbolados durante casi diez años de lucha y por los que tantos cubanos habían ofrecido su vida.
La histórica protesta enarboló dos consignas que constituían la médula de la revolución: la abolición de la esclavitud y la independencia de Cuba, sin las cuales no se aceptaba la paz. En ella quedó demostrado el ascenso de las masas populares al liderazgo de la revolución, que tuvo su máxima expresión en el General Antonio Maceo; junto a él se encontraban hombres de procedencia humilde, hombres de pueblo como lo fue Quintín Bandera.
Este acontecimiento histórico vino a ser también, para él, la expresión máxima de sus convicciones revolucionarias, cimentadas por diez años de lucha. En este acto quedó demostrada la firmeza de sus convicciones e ideal independentista que nunca abandonó y por los que años después —en circunstancias muy diferentes— alzó su voz. El gobierno provisional electo en Baraguá le otorgó el grado de teniente coronel demostrándose así la confianza que en él se tenía como revolucionario y como líder.
Los meses posteriores, resultaron muy difíciles para las tropas mambisas, el hambre y la carencia de recursos de todo tipo hizo cambiar el curso de los acontecimientos. Maceo partió al exterior en busca de ayuda, pero antes le asignó a Quintín importantes misiones como la de garantizar la seguridad militar del Gobierno en Armas y en caso de ser inevitable el fin de la guerra, debía ocuparse del licenciamiento del Ejército Libertador y pedir a Martínez Campos autorización para fundar una comunidad agrícola, con el real propósito de agrupar a los combatientes rezagados desde el Cauto a Majaguabo. Todas estas misiones fueron cumplidas al pie de la letra, con extrema disciplina hasta su capitulación en el poblado de San Luis.
La firmeza de su ideal independentista lo demostró al ser uno de los que encabezó en Santiago de Cuba el nuevo proceso emancipador conocido como la Guerra Chiquita (26 de agosto de 1879), cuyo abrupto final, le deparó amargas epopeyas en las cárceles españolas. La prisión se convirtió en pesado grillete que lo ataba e impedía continuar conspirando por la independencia; el dolor y la nostalgia se apoderaron de él, sobreponerse fue cuestión obligada; aprender las letras y recibir lecciones de Historia y Gramática, entre otras, fue su tarea de orden, hasta que en 1886 lo indultaron y regresó a Cuba.
Al arribar a su tierra natal se vinculó rápidamente al movimiento conspirativo conocido como la Paz del Manganeso, encabezada por Antonio Maceo en 1890. No vaciló en sumarse al levantamiento encabezado por José Martí en 1895 y figuró entre sus organizadores, en la región de Santiago de Cuba, e integró la brigada de Cambute. El 22 de octubre de 1895 partió de Mangos de Baraguá la Columna Invasora, y a Bandera se le dio la misión de dirigir la Infantería, bajo las órdenes directas de Antonio Maceo. En ella cumplió importantes misiones, pero nuevamente las contradicciones internas provocaron situaciones que de algún modo afectaron sus relaciones con importantes líderes como Maceo y Máximo Gómez.
El 16 de marzo de 1896, se produjo otro incidente debido a una mala interpretación de una orden dada por Maceo. Bandera permaneció en el combate luego de que Antonio se retirase, cuestión esta que disgustó mucho al general, quien lo destituye del mando; no obstante Quintín se mantuvo combatiendo.
La marcha invasora no se detuvo y Maceo nunca dejó de confiar en el General Bandera, a quien en julio de 1896 designó como Jefe de la 1ra. División, del 4to. Cuerpo de Ejército, en el que debía cumplir la misión de reagrupar tropas en Las Villas para reforzar la dirección occidental.
El 23 de marzo de 1897 cruzó la Trocha de Júcaro a Morón y se estableció en Trinidad, desde donde se negó a marchar a Occidente, hasta tanto no se le entregaran los pertrechos que consideraba necesarios, manteniéndose prácticamente inactivo. Por ese y otros motivos, considerados como indisciplinas, Máximo Gómez dispuso su destitución y procesamiento jurídico en julio de 1897, donde resultó sancionado a la pérdida de sus derechos políticos y militares y se le permitió mantener una escolta de 12 hombres y dos ayudantes, con los cuales combatió el último año de la guerra. El 15 de febrero de 1899, se acordó reconocerle la antigüedad en el grado de General de División.
La intervención norteamericana en el proceso, saboteó el triunfo cubano tras duros años de guerra y Quintín Bandera tuvo la oportunidad de ver el advenimiento de la República, de conocer sus males y combatirlos. Su actitud ante el fenómeno de la independencia de Cuba y la abolición de la esclavitud —preceptos enarbolados en la Protesta de Baraguá— se mantuvo siempre bajo firmes cimientos ideológicos.
A la República mediatizada, la llamó “República de las Traiciones”, convirtiéndose en elemento de denuncia de los males y vicios que la aquejaban, en los que resaltó aspectos y/o demandas tan deseadas como la independencia. Si bien había sido eliminada la esclavitud, la República mantuvo las mismas condiciones de explotación al obrero, por eso se le vio siempre protestando ante tales situaciones. Alzó su voz igualmente contra la Enmienda Platt, el anexionismo y la base de Guantánamo.
Sobre este fenómeno hizo profundas reflexiones; se mostró preocupado por las maniobras del gobierno norteamericano con sus ofertas, que como sentenció, se hacían para “[…] ahogar entre sus manos, la soberanía de un pueblo que luchó y lucha y peleará por su libertad y en absoluta independencia, sin apéndices indignos y sin carboneras inaceptables, que menoscaban y merman nuestro territorio […]”.
De sus últimos años abundan hermosos y profundos pensamientos que dejan clara su posición ideológica y revolucionaria. El servilismo del gobierno cubano a los intereses norteamericanos, la discriminación racial, la explotación al obrero —entre muchas otras—, fueron denunciadas con valor por el General Bandera y en ellas evocó a sus compañeros de armas entre los que figuraron los Maceo Grajales: “[…] Ya es hora pueblo cubano de pedir cuenta exacta de nuestra independencia absoluta: el pueblo americano sabe que ya es tiempo, de hombres preparados para su Gobierno; el pueblo americano sabe que ya es tiempo, de obtener nuestra Libertad”.
Estas palabras pronunciadas por el General Bandera en época de la República neocolonial, nos evocan las de Antonio Maceo en Baraguá. En momentos y contextos diferentes, Quintín Bandera coloca los ideales defendidos en la Protesta de 1878, en el discurso político de los que como él no se conformaron con el status implantado en Cuba, a partir de 1902.
En poco tiempo sus palabras se convirtieron en filo de machete mambí, de manera que en 1906 se alzó contra el gobierno servil de Estrada Palma, quien en acto de extrema traición ordenó su brutal asesinato. De esta manera, el 23 de agosto, perdió Cuba un fiel servidor de sus derechos, sus principios y moral; un paladín de lo más radical del pensamiento político cubano de ese siglo, cuya obra y legado permanecen vivos en el proyecto de la Revolución Cubana de estos tiempos.
Su acto de rebeldía ante lo que significó el gobierno de Estrada Palma, es de hecho una evocación al ímpetu revolucionario que llevaba por dentro. Con sus más de 70 años, materializó el sentimiento oculto de muchos cubanos, el de aquellos que siguiendo el ejemplo de Baraguá no podían quedar cruzados de brazos ante tanta felonía. Libertad y enfrentamiento fue la expresión de aquel actuar, la condición que le imponía su madurada conciencia política.
*Máster en Ciencias e investigadora del Centro de Estudios Antonio Maceo Grajales.
Tomado de Granma
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De EcuRed: «Sumido en la pobreza, fue a ver al presidente Estrada Palma en busca de un trabajo y este sólo ofendió al ofrecerle una limosna».
«El presidente Estrada Palma prohibió enterrarlo en tumba propia y que se le colocaran flores y se ordenó luego arrojarlo a una fosa común. El Padre Felipe Augusto Caballero colocó sobre la tumba su propio epitafio para identifacarla y luego se lo comunicó a la viuda de Quintín con las siguientes palabras.
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