Estas palabras van dirigidas a una caótica madrugada de la vida. El río (en el recuerdo) hace nacer una canción que se prolonga, silenciosamente, por todos. Ahí no existe elemento que no sea tocado por el mundo que brota de la magia. El tiempo pierde su vigencia aportando alimento frágil para el amor. El asombro es un disparo que se adueña del corazón de los pájaros. No olvides, Lu, tú llegabas a mí en gotas de relámpagos, así, brillando desde tus propios ojos en donde reside un terremoto de flores que viven frenéticamente en algún cercano lugar de mi piel. Yo no puedo estar aquí y en otra parte, así es el mundo, el amor. Uno no puede darse al viento como un momento volátil simple, somos complicadas aves de misterioso canto que nosotros mismos no entendemos, pero tampoco eso nos preocupa ahora cuando te escribo. Lo que quiero decirte es otra cosa. La belleza del bosque fragiliza nuestros sentidos y nos lanza al remolino del fuego este que mueve a uno. De eso quiero hablarte, Lu, te veo tan lejana. Ya sé que este sitio es, excesivamente, incómodo para recordarte, pero lo hago sin remedio. Uno es una copa vacía y sin mano que la tome sin el amor. Yo sé que jamás me has visto porque jamás soy el mismo y cambio vertiginosamente buscando mi propio rostro, es decir, la vida que no terminará jamás de conmoverme con absoluto frenesí. Lu, me olvido del paraíso sin ti, la palabra me asiste con obsesión y no te busco porque me interesa tu condición de golondrina. Los viejos poetas chinos me han enseñado a esperar que reviente la primavera cuando ella misma quiera para disfrutar del olor de las flores tumbado en medio de bosque. Hoy no puedo devolverme a recoger mis huellas, mañana, tal vez.
Eddy Rafael Pérez
Tomado de Página doblada en la mitad. Escrita en tinta roja, Barquisimeto. 18-01-1978. Total y rigurosamente inédito.
Deja una respuesta