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Archive for the ‘Misceláneas’ Category

Leyendo este artículo me enteré el porqué del estribillo: Pican, no pican, los tamalitos que vende Olga, Olga. La primera vez que oí hablar de fondas fue a través de los cuentos mi padrastro, que siempre tenía qué contar de su niñez y juventud. Durante esta lectura a cualquiera se le hace agua la boca. Y qué decir de las partes jocosas. Seguro que disfrutará saber de las fondas:

LAS FONDAS

Por Ciro Bianchi Ross

Tamales 

Tamales.

Hace mucho tiempo que quería escribir sobre la fonda cubana, aquel establecimiento gastronómico donde, mal que bien, se comía por unos pocos centavos y que existió hasta la llamada ofensiva revolucionaria de marzo de 1968. Comercio pequeño, popular, que en el escalafón culinario estaba por encima de la fonda de chinos y por debajo del más modesto de los restaurantes. Un local generalmente abierto a la calle, con un mobiliario heterogéneo y manteles manchados de grasa y en los que, a diferencia de otras casas de comida, las mesas no eran exclusivas y ningún vestuario desentonaba.
Las fondas mantuvieron viva la tradición de la cocina cubana y no pocos grandes chef se iniciaron en estas. Platos habituales de la fonda cubana eran la carne asada y el pargo frito, con su carne blanca y fina, y el picadillo a la habanera, donde el timbal de arroz se corona con un huevo frito y se orla con una cadeneta de melosos platanitos orinegros. Muy recordadas son las célebres «completas» que se ofrecían, como aquella que en un solo plato incluía arroz blanco, frijoles negros y picadillo, con el añadido de dos platanitos de fruta, u otra, más cara, que sustituía el picadillo de la propuesta anterior por una generosa rueda de boliche de res asado y mechado con tiras de entreverado de cerdo.
Si no había dinero para tanto, bastaba al cliente ordenar un sopón al que podía añadirse aceite a discreción, pues las aceiteras de cristal, panzudas y de bocas estrechas, estaban siempre, al igual que las azucareras, al alcance de la mano del comensal.
No había, en lo esencial, diferencias entre la oferta de la fonda cubana y la de los chinos. Ambas trabajaban la línea de la cocina criolla e incluían en su menú no pocos platos de la cocina española e internacional. Lo que se conoce como comida china, y que incluye platos de la cocina de cuatro regiones de ese gran país asiático, no entraba en la carta de las fondas cubanas ni aun en aquellas regenteadas por chinos. Muy recurrida eran en unas y otras toda la gama de los arroces amarillos, las llamadas ensaladas de estación, las viandas fritas o hervidas y los potajes. La pata y panza. Toda la carne de res se identificaba en las fondas como de palomilla, cuando en verdad, la mayor parte de las veces, se trataba de cañada o boliche, y no quedaban fuera platos como el caldo gallego y la fabada asturiana.
El origen de las fondas en Cuba se pierde en la noche de los tiempos. Vienen desde los comienzos de la colonización, cuando se impuso la necesidad de alimentar y dar alojamiento a marineros y viajeros que tocaban los puertos cubanos. Es la fonda española que deriva hacia la fonda criolla. Sí puede precisarse el origen de las fondas de chinos. Lo hace el narrador Leonardo Padura en un reportaje que publicó hace muchos años en estas mismas páginas.
Dice Padura que en 1858, Cheng Leng, un asiático que tenía fama de sagaz y malicioso y portaba documentos a favor de Luis Pérez, abrió una pequeña casa de comidas en Zanja esquina a Rayo. Su ejemplo fue seguido por Lan Si Ye, nombrado Abraham Scull, quien inauguró también en la calle Zanja un puesto de frituras, chicharrones y frutas. Poco después en la calle Monte abrió sus puertas la bodega de Chin Pan (Pedro Pla Tan), el tercer comerciante chino registrado en la historia de la Isla.
A partir de entonces, dice Padura, en los alrededores de las calles Dragones, San Nicolás y Rayo comenzaron a asentarse una serie de chinos vendedores ambulantes de viandas, frutas, verduras, carne, prendas, quincallería y loza… Había nacido el barrio chino de La Habana. 

Para familias

Las fondas por lo general estaban provistas de ventiladores de techo, que no alejaban el calor, pero espantaban las moscas, que eran también comensales ávidos de esos lugares. Las de chinos contaban con reservados para familias; espacios que se aislaban del salón mediante un biombo. Ya fuera una fonda cubana o de chinos, su propietario, al solicitar la licencia que le permitiría operar, la declaraba como «figón», esto es, un establecimiento comercial, taberna o fonda, de ínfima categoría. De esa manera abonaba al fisco la menor cantidad de dinero.
Claro que una fonda por lo general nacía y moría en sí misma. Pocas veces lograba el propietario allegar el dinero que le permitiera ampliar su negocio y crecer. O le faltaba empuje para hacerlo.
No a todos. En 1945, José Sobrino y su esposa Elvira abrieron una pequeña barra con comida en la calle Egido esquina a Acosta, en La Habana Vieja, y lo bautizaron con el nombre de Puerto de Sagua. Pese a su relativamente privilegiada ubicación —frente al Gobierno provincial y cerca de la Estación Central de Ferrocarriles— el local tenía mala sombra. Quebraban todos los comercios que allí se instalaban.
A Sobrino y su esposa, sin embargo, les fue bien, y tres meses después adquirían una casa vecina y la convirtieron en fonda especializada en cocina marinera. Como las cosas seguían yendo cada vez mejor, el matrimonio decidió ampliar aún más su negocio y adquirieron los comercios menores que se encontraban a su alrededor. Con la ampliación del local, Puerto de Sagua se hizo más atractivo y acogedor y, lógicamente, aumentó su clientela. El progreso continuó sin interrupciones. En 1953, el bar-restaurante estrenaba nuevo mobiliario y nueva decoración y se climatizaban sus salones. Un restaurante especializado en mariscos que capitalizaba en su beneficio los años de experiencia de José y Elvira Sobrino en Isabela de Sagua.
Ellos en 1922 abrieron un hotel en esa localidad de la región central de la Isla. La existencia transcurría allí plácida y rutinaria hasta que el 9 de diciembre de 1944 un incendio arrasó el edificio, perdiéndose en pocas horas el esfuerzo de muchos años. Para hacer más angustiosa la tragedia, el inmueble no estaba asegurado. El espíritu de lucha se sobrepuso a la desgracia y en los planes de José y Elvira se alzó la idea de venir a La Habana y abrir un restaurante especializado en mariscos, aunque para ello tuvieran que transitar por el oscuro peldaño de la fonda cubana.
Puerto de Sagua sigue siendo un acreditado restaurante. La Bodeguita del Medio comenzó también como una fonda, y ya sabemos en qué se convirtió. Antes de que la Bodeguita fuera la Bodeguita, en la trastienda, Armenia, la esposa de Martínez, el propietario, cocinaba el almuerzo para dos o tres clientes.

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Puerto de Sagua, antes y ahora.

¡Pican, no pican!

No se puede hablar de la gastronomía popular cubana si no se mencionan las fritas, las frituras, los tamales sin y con picante, los batidos de fruta, el sándwich, los chicharrones, el guarapo y el café con leche. 

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Por Quino 

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Quino y Mafalda. 

Se debería empezar muriendo y así ese trauma quedaría superado.
Luego te despiertas en un Hogar de ancianos mejorando día a día.
Después te echan de la Residencia porque estás bien y lo primero que haces es cobrar tu pensión.
Luego, en tu primer día de trabajo te dan un reloj de oro.
Trabajas 40 años hasta que seas bastante joven como para disfrutar del retiro de la vida laboral.
Entonces vas de fiesta en fiesta, bebes, practicas el sexo, no tienes problemas graves y te preparas para empezar a estudiar.
Luego empiezas el cole, jugando con tus amigos, sin ningún tipo de obligación, hasta que seas bebé.
Y los últimos 9 meses te pasas flotando tranquilo, con calefacción central, roomservice, etc. etc.
Y al final… ¡Abandonas este mundo en un orgasmo!

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Joaquín Salvador Lavado (Guaymallén, Provincia de Mendoza, 17 de julio de 1932), más conocido como Quino, es un humorista gráfico y creador de historietas de nacionalidad argentina e hijo de emigrantes españoles. Su obra más famosa es la tira cómica Mafalda (publicada originalmente entre 1964 y 1973).

Cubadebate

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Mi amiga uruguaya Claudia Marsiglia me envió este texto, escrito por la también uruguaya Simone Seija Paseyro, y como me fascinó, se lo regalo a quienes visiten VerbiClara:

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Sin título. Carlos Enríquez

Alguien me dijo que no es casual… que desde siempre las elegimos. Que las encontramos en el camino de la vida, nos reconocemos y sabemos que en algún lugar de la historia de los mundos fuimos del mismo clan. Pasan las décadas y al volver a recorrer los ríos esos cauces, tengo muy presentes las cualidades que las trajeron a mi tierra personal.
Valientes, reidoras y con labia. Capaces de pasar horas enteras escuchando, muriéndose de risa, consolando. Arquitectas de sueños, hacedoras de planes, ingenieras de la cocina, cantautoras de canciones de cuna.
Cuando las cabezas de las mujeres se juntan alrededor de “un fuego”, nacen fuerzas, crecen magias, arden brasas, que gozan, festejan, curan, recomponen, inventan, crean, unen, desunen, entierran, dan vida, rezongan, se conduelen.
Ese fuego puede ser la mesa de un bar, las idas para afuera en vacaciones, el patio de un colegio, el galpón donde jugábamos en la infancia, el living de una casa, el corredor de una facultad, un mate en el parque, la señal de alarma de que alguna nos necesita o ese tesoro incalculable que son las quedadas a dormir en la casa de las otras.
Las de adolescentes después de un baile, o para preparar un examen, o para cerrar una noche de cine. Las de “venite el sábado” porque no hay nada mejor que hacer en el mundo que escuchar música, y hablar, hablar y hablar hasta cansarse. Las de adultas, a veces para asilar en nuestras almas a una con desesperanza en los ojos, y entonces nos desdoblamos en abrazos, en mimos, en palabras, para recordarle que siempre hay un mañana. A veces para compartir, departir, construir, sin excusas, solo por las meras ganas.
El futuro en un tiempo no existía. Cualquiera mayor de 25 era de una vejez no imaginada…y sin embargo… detrás de cada una de nosotras, nuestros ojos.
Cambiamos. Crecimos. Nos dolimos. Parimos hijos. Enterramos muertos. Amamos. Fuimos y somos amadas. Dejamos y nos dejaron. Nos enojamos para toda la vida, para descubrir que toda la vida es mucho y no valía la pena. Cuidamos y en el mejor de los casos nos dejamos cuidar.
Nos casamos, nos juntamos, nos divorciamos. O no.
Creímos morirnos muchas veces, y encontramos en algún lugar la fuerza de seguir. Bailamos con un hombre, pero la danza más lograda la hicimos para nuestros hijos al enseñarles a caminar.
Pasamos noches en blanco, noches en negro, noches en rojo, noches de luz y de sombras. Noches de miles de estrellas y noches desangeladas. Hicimos el amor, y cuando correspondió, también la guerra. Nos entregamos. Nos protegimos. Fuimos heridas e inevitablemente, herimos.
Entonces…los cuerpos dieron cuenta de esas lides, pero todas mantuvimos intacta la mirada. La que nos define, la que nos hace saber que ahí estamos, que seguimos estando y nunca dejamos de estar.
Porque juntas construimos nuestros propios cimientos, en tiempos donde nuestro edificio recién se empezaba a erigir.
Somos más sabias, más hermosas, más completas, más plenas, más dulces, más risueñas y por suerte, de alguna manera, más salvajes.
Y en aquel tiempo también lo éramos, sólo que no lo sabíamos. Hoy somos todas espejos de las unas, y al vernos reflejadas en esta danza cotidiana, me emociono.
Porque cuando las cabezas de las mujeres se juntan alrededor “del fuego” que deciden avivar con su presencia, hay fiesta, misterio, tormenta, centellas y armonía. Como siempre. Como nunca. Como toda la vida.
Para todas las brasas de mi vida, las que arden desde hace tanto, y las que recién se suman al fogón.

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Como me gusta publicar en mi blog cuestiones sobre mi ciudad de Santa Clara, aprovecho este trabajo que Ricardo Pérez Artiles publicó en el periódico Vanguardia, de Villa Clara. Se trata de las cuatro rutas de ómnibus urbanos que existían antes del triunfo de la Revolución. Recuerdo esas guaguas y, también, que para que el chofer las detuviera, se halaba un cordón que hacía sonar una campanilla para avisar cuándo el viajero quería bajarse. Eran muy cómodas, con asientos forrados en piel y con muelles. Y además, un torniquete, donde teníamos que echar una moneda para que la barra cediera y para poder pasar al interior.
Como no he podido encontrar una foto de aquellas guaguas, encontré estas, que aunque no eran de Santa Clara, son de las que conocí en aquellos tiempos:

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Conozca las antiguas rutas santaclareñas:

EN RUTA CON LAS RUTAS DE AYER

Antes del triunfo de la Revolución, la ciudad contaba con cuatro rutas de ómnibus urbanos. A saber, rutas 1, 2, 3 y la 6, más conocida popularmente como La Loca por su enmarañado recorrido.
Se debe recordar que por entonces no existían paradas oficiales y los ómnibus se detenían en cualquier lugar que fuese solicitado por el pasajero, quien accionaba una campanilla mediante un cordón extendido por el interior del vehículo.

Ruta no. 1: Recorrido de ida: Salía del Hospital San Juan de Dios, hoy Celestino Hernández Robau, y se incorporaba a la calle Colón hasta el Parque Vidal. Bajaba por Luis Estévez hasta el Ferrocarril y subía por la calle Maceo para llegar a Unión y enrumbar por la Carretera a Sagua hasta Guamajal.

Regreso: Desde Guamajal hasta el Ferrocarril. Luego, subía por Maceo hasta San Pablo, y de ahí por Máximo Gómez hasta el Parque Vidal. Descendía por la calle Cuba y finalizaba su itinerario en el Hospital.

Ruta no. 2: Recorrido de ida: Nacía en la Carretera Central y calle Sexta, reparto Vigía. Se incorporaba por toda la Central y doblaba por Colón hasta el Parque Vidal. De ahí por la calle Marta Abreu tomaba la Carretera Central hasta la Riviera, fin de su recorrido.

Regreso: Desde la Riviera por la Central, hasta la Carretera del Cementerio, y subía por Independencia para llegar al Parque Vidal por Máximo Gómez. Luego descendía por Cuba hasta la Central y de ahí hasta la calle Sexta de la Vigía.

Ruta no. 3: Viaje de ida: Nacía en Independencia y Maceo y tomaba la Carretera a Camajuaní hasta la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas, donde concluía el recorrido frente a una cafetería que allí existía.

Regreso: Partía por la Carretera a Camajuaní hasta la calle Independencia. De ahí subía a San Isidro para tomar Martí y por Maceo regresar a su piquera.

Ruta no. 6 (La Loca): Viaje de ida: Iniciaba su recorrido frente a la fábrica de refrescos Coca Cola, en el reparto Domínguez. Enfilaba por la calle Cuba hasta la calle Capitán Velasco, y de ahí al Paseo de la Paz hasta llegar a Juan Bruno Zayas, esquina a Nazareno. Doblaba por Nazareno hasta Colón y llegaba al Parque Vidal.

Descendía hasta Martí y por esa calle tomaba la Carretera del Cementerio hasta el antiguo Aeropuerto de Santa Clara (hoy EINPUD).

Luego, regresaba por la propia Carretera Central hasta la calle Virtudes —esquina a la Terminal de Ómnibus— y subía por Tristá hasta el Parque Vidal.

Finalmente, la ruta no. 6 bajaba hasta Unión, por Gloria, y de ahí a su piquera, en el reparto Dobarganes.

Regreso: Desde la calle San Rafael, en Dobarganes, hasta el Ferrocarril y por Máximo Gómez hasta el Parque Vidal. Luego, por la calle Marta Abreu tomaba la Carretera Central y llegaba al antiguo Aeropuerto.

Sin detenerse, la guagua continuaba por la Carretera del Cementerio hasta Virtudes, y de ahí subía por Tristá hasta Cuba, al costado del Parque Vidal, para llegar a San Miguel y descender hasta Alemán.

Por la calle Alemán seguía hasta la Central y de ahí al Paseo de la Paz hasta Capitán Velasco. Finalmente, enrumbaba por Prolongación de Cuba hasta la antigua Coca Cola, donde tenía su piquera.
Como dato curioso, el tortuoso recorrido duraba 1 hora y 40 minutos, aproximadamente.
Agradecemos la colaboración de los hermanos Manuel y Sebastián Guerra Artiles, choferes de esas rutas por muchos años, y sin cuya ayuda no hubiera sido posible este trabajo.

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El señor Juan Antonio Hernández, embajador de Venezuela ante el Estado de Qatar, me ha enviado un mensaje, que aparece al final, donde acusa de plagio al escritor villaclareño Ernesto Peña, uno de los más destacados jóvenes literatos de la provincia de Villa Clara y que obtuvo recientemente el Premio Alejo Carpentier 2010, en novela, otorgado por la Fundación que lleva el nombre del ilustre intelectual cubano y la Editorial Letras Cubanas, con su obra “Una biblia perdida”. Vea además la entrevista que le hicieron José Ernesto Nováez Guerrero y Jenny Pérez, estudiantes de Periodismo: Ernesto Peña: «Me importa el público que me lee».

La respuesta de Ernesto no se ha hecho esperar y la publico con mucho gusto:

Ernesto Peña. Foto: Carolina Vilches MonzónUn amigo me enseñó que es lúcido conceder segundas oportunidades a los desconocidos. Pero como el señor Juan Antonio Hernández no es un desconocido para mí, aprovecharé esta lamentable ocasión para enviarle un abrazo de amigo, y de paso, halarle las orejas. Digo que no es desconocido porque, aunque no le he tratado personalmente, su excelente obra Hacia una historia de lo imposible: la revolución haitiana y el “libro de pinturas” de José Antonio Aponte, inspiró algunos diálogos de mi novela y alumbró varias cuestiones relativas a la creación de personajes (como el memorioso Argos, ficticio espía del barón de Vastey).
Para usted, señor Hernández, mi gratitud y cariño. Gratitud que debo también a los historiadores cubanos, los doctores María del Carmen Barcia, Gloria García, Félix Julio Alfonso y al poeta e investigador Yamil Díaz; a los ibéricos, Sigfrido Vázquez Cienfuegos, Juan Bosco Amores Carredano, Felipe Abad León, etc. cuyos artículos e investigaciones también resultaron muy útiles en la configuración del ambiente de mi novela y la psicología social de la época en que se mueven mis personajes.
Después del tributo merecido, señor Hernández, quisiera pasar a la parte fea de su carta. Ante todo, es importante recordarle que soy escritor de ficción (o pretendo serlo) y no investigador e historiador del arte, como usted. Usted me acusa de plagio, olvidando que yo me apoyé en su investigación pero HICE una novela, no emití juicios de índole científica. Trabajé con escenas particulares (creadas por mi imaginación) donde inventé situaciones dramáticas, no llegué a conclusiones o resultados de examen. La ficción literaria —y esto lo sabe usted muy bien— tienen un fin diverso de la investigación histórica. Porque si usted me acusa de plagio por usar elementos de su investigación, entonces debemos acusar de plagiarios a todos los escritores de novelas históricas que realizan consultas de diversas fuentes para hacer verosímil la época que recrean.
Usted habla de “la apropiación indebida que hace de mi trabajo intelectual el señor Peña”, sin haber leído mi novela y basándose exclusivamente en entrevistas que concedí. Reitero: ¿He publicado yo una tesis doctoral y robado sus ideas, o hice una novela donde predomina la ficción y en la que aparecen sus ideas de manera indirecta? Y una vez más, ¿es razonable comparar una novela y un libro de historia? 
Quienes me conocen saben que nunca he quitado crédito a quien lo merece. Dígame en qué parte de las entrevistas concedidas a La Jiribilla y a Vanguardia afirmo que todo lo que expongo fue el fruto de una tesis mía o algo semejante. Que fui yo el descubridor de esos contenidos que usted desarrolló y defendió con éxito? Por temor a equivocarme, releo en La Jiribilla y me cito: “la mayor parte de la información que compilé…”. Compilé, señor Hernández. Es decir, las fuentes (su tesis doctoral, entre otras) existían previamente. ¿Acaso no consultó usted también a Palmié y a José Luciano Franco, al igual que yo? ¿No se apoyó en el excelente trabajo de trascripción hecho por Jorge Pavez? ¿Quién parte de la nada hoy día?
En otra parte digo:
“En la novela, juego con la posibilidad de que el influjo más significativo sobre Aponte partiera del barón De Vastey, erudito pensador de la corte de Henri Christophe”.
Lo anterior, lo sugirió usted en su libro y yo lo ficcioné inventando un enlace entre Aponte y el barón: el espía Argos. 
Tal vez mi error, lo que ha creado el malentendido, es no haber mencionado su nombre. ¿Se trata de eso, señor José Antonio Hernández? ¿No dije que lo “curioso” de mi novela histórica, en cuanto a ideología, se lo debía a su obra? ¿Por esa omisión en una entrevista merezco sus insultos? ¿Por esa causa pretende usted aplastarme con su evidente erudición? Porque si yo debo contestarle (como si fuera un escolar) una pregunta de carácter histórico, a usted que es especialista en el tema, entonces yo tendría derecho a preguntarle: ¿Qué sabe usted de la infancia y la adolescencia de Aponte, que yo INVENTÉ en mi novela? ¿Qué sabe del carácter del pulpero Chacón y de las reflexiones del marqués de Someruelos? ¿Cuánto conoce usted la psicología del interrogador José María Nerey, uno de los protagonistas de mi obra? 
Yo como escritor aprendo rápido (y quizás debido a ello se me escapen pormenores históricos) porque mi propósito no es el conocimiento científico sino la creación de situaciones dramáticas.
En cambio, usted me acusa de plagiario, saqueador y descarado. Es penoso que un embajador y un intelectual de su calidad se exprese públicamente en tales términos sin haber solicitado explicaciones, o al menos un pequeño encuentro privado con el blanco de sus agravios.
Esto que lamentablemente hago público (porque usted no me concedió otra alternativa), pudiera habérselo comunicado mediante un mensaje privado. Pero usted quiso de antemano que la bola de nieve echara a rodar. Espero que en beneficio de ambos. Pero en caso inverso, sepa que yo no le guardo rencor. Todo lo contrario, anhelo que mis palabras disuelvan este malentendido y si algún día tengo el placer de encontrarle personalmente, no me niegue usted un estrechón de manos.
Con afecto, Ernesto. 
PD: Le digo de antemano que no continuaré esta plática sin sentido. 
Santa Clara, marzo de 2010.

Mensaje de Juan Antonio Hernández:

ACUSO DE PLAGIO AL SEÑOR ERNESTO PEÑA, GANADOR DEL PREMIO “ALEJO CARPENTIER” POR LA NOVELA “UNA BIBLIA PERDIDA”.
Me he apartado, brevemente, de mis obligaciones como embajador de Venezuela ante el Estado de Qatar, para escribir esta carta. La indignación de diversos amigos, conocedores de mi trabajo académico sobre la figura histórica de José Antonio Aponte, hizo que llamaran mi atención sobre ciertas declaraciones formuladas por el señor Ernesto Peña a propósito de una novela suya, “Biblia perdida”, la cual obtuvo, recientemente, el Premio “Alejo Carpentier”. Respondo, por tanto, con esta nota, a esa inquietud de amigos muy queridos, manifestada a través de correos electrónicos y llamadas telefónicas. Casi todos ellos pertenecen al ámbito académico y de la cultura en general.
En lo que sigue voy a sustanciar, con diversos ejemplos, la apropiación indebida que hace de mi trabajo intelectual el señor Peña. No lo hago con el propósito de exponerlo a la vergüenza pública o de exigirle compensación alguna por derechos de autor. Lo hago por amor a la verdad, un tipo de amor que alguien dedicado a escribir novelas históricas debería comprender.
Mi trabajo sobre la revolución haitiana y el “libro de pinturas” de José Antonio Aponte se encuentra disponible, desde el 2005, en internet. Dicha publicación electrónica es parte de las políticas de la Universidad de Pittsburgh en torno a la divulgación de las tesis doctorales producidas en esa casa de estudios. Dicha versión puede consultarse en:
http://etd.library.pitt.edu/ETD/available/etd-04172006-152726/unrestricted/VersionFinal1.pdf
Dos miembros de mi jurado de tesis, John Beverley y Gerald Martin, ampliamente conocidos en Cuba y América Latina, fueron testigos del arduo trabajo que culminó en ese texto con el que obtuve mi Ph.D en el 2005. Tengo conmigo, incluso, diversos correos electrónicos que atestiguan que, al menos, desde el 2000, he estado trabajando en torno a la llamada “conspiración de Aponte”. Por si no bastase lo anterior mi ex colega y amiga, Susan Buck Morss, seguramente recuerda las conversaciones que tuvimos sobre el “libro de pinturas” cuando fui profesor en la Universidad de Cornell, entre el 2005 y el 2007. Desde el 2006 parte de mi tesis doctoral forma parte del prólogo de una reedición de “Las conspiraciones de 1810 y 1812” de José Luciano Franco, la cual está por aparecer en la prestigiosa Biblioteca Ayacucho de Venezuela. Por último, en el 2008, el Premio Casa de las Américas me honró con una mención especial, en la categoría de ensayo histórico social, con “Hacia una historia de lo imposible: la revolución haitiana y el libro de pinturas de José Antonio Aponte”.
Dicho lo anterior pasemos a las declaraciones, verdaderamente insólitas, del señor Peña.

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Los aficionados tienen disímiles formas de demostrar cuál es su equipo. Vea estas fotos que me donó mi colega Carolina Vilches Monzón:

No hay duda de cuál es el equipo que defiende esta muchacha:

Uñas naranjas

La conga santiaguera no está mirando distancias: aquí la ven en el Parque Vidal, de Santa Clara.

Conga santiaguera

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Mi colega Yandrey Lay Fabregat, periodista muy joven pero muy talentoso también, nos lleva de la manomano por esos caminos tormentosos y laberínticos que sufrimos los cubanos cuando tratamos de hacer un trámite de la vivienda: papeleo, peloteo, demoras, errores, ineficiencia y, por supuesto, pérdida del precioso tiempo: 

EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO

No pierdas tu tiempo, no se
lo hagas perder a los demás.

Caricatura de Martirena 

Caricatura de Martirena 

Corren los años sesenta. José Lezama Lima, el gran escritor cubano, concurre a una asamblea en su centro de trabajo. Se discute sobre las impuntualidades. Pasadas unas cuantas horas, los asistentes reiteran los mismos puntos. Lezama se levanta y comienza a disertar sobre la concepción del tiempo en los filósofos antiguos. Al final, termina describiendo la colección de relojes de Federico de Prusia.
Un amigo me contó la anécdota. La recuerdo cada vez que alguien me hace perder el tiempo, un entretenimiento de moda por estos días. La gente gasta su vida en colas, guardias, reuniones, esperando el transporte que no llega. Pero en ningún lugar la tortura es mayor que al gestionar un trámite de la vivienda.
El papeleo puede durar años. Para consultar a un funcionario debes esperar horas o asistir a las oficinas varias ocasiones antes de acertar con la persona adecuada. Los que han pasado por eso te aconsejan marcar la cola temprano en la mañana y llevar «algo» en la mano. El funcionario puede llegar tarde y atender dos o tres casos de los muchos que se presentan. 
Incluso, si logras recibir pronto los documentos, aún las cosas pueden ir mal. Con frecuencia padecen faltas de ortografía, omisión de palabras, equivocaciones en los planos. Entonces el doliente tiene que recorrer oficina por oficina hasta eliminar errores y horrores.
Los retrasos cuestan más que dinero. El trámite en la vivienda es el primer paso para efectuar otros. La demora puede hacer que pierdas los recursos para construir tu casa o que se venzan los papeles de la notaría. No es raro reiniciar el proceso dos o tres veces hasta dar con una combinación ganadora.
Time is money, reza un viejo proverbio anglosajón. A veces la relación funciona a la inversa y usted tiene que hacer un «regalo modesto» para ahorrarse meses o años de espera. Y también el desgaste en las suelas de los zapatos por tanto correteo en vano.
Hace cuatro años se le dio bastante divulgación al intento de simplificar los trámites en Vivienda. Estos se redujeron de 46 a 19. En total se eliminaron 9 pasos y 18 fueron asumidos por los propios funcionarios. Además, se crearon las oficinas de trámites, donde los solicitantes pueden acceder al inversionista, al arquitecto de la comunidad.
No todo sucedió como estaba previsto. Las oficinas no brindan todos los servicios que estaban planificados inicialmente. Los horarios extendidos nunca pasaron de ser un proyecto. Los funcionarios tuvieron que abandonarlos, al comprobar que la gente seguía acudiendo en horario laboral. En ocasiones la costumbre puede más que la razón.
Las dependencias de Vivienda carecen, en primer lugar, de muchas condiciones necesarias para enfrentar una tarea de esta envergadura. Su fuerza laboral es muy inestable. Algunos de los que entran a trabajar no poseen los conocimientos imprescindibles y tienen que aprender sobre la marcha.
Casi ningún abogado quiere que lo ubiquen allí. La asesoría jurídica es uno de los puestos clave del mecanismo. Algunas veces un técnico tiene que ocupar la plaza reservada a un graduado de educación superior. Muchos de sus adiestrados piden la liberación al terminar el servicio social.
El salario de un jurídico de la Vivienda ronda los 415 pesos, muy por debajo de otros profesionales. Es quizás el peor pagado de los oficios que puede ejercer un licenciado en Derecho. Además, no existe ninguna clase de estimulación.
Los defectos de formación empeoran con los años. Tan grande es la cantidad de trámites cursados que los trabajadores no tienen oportunidad ni tiempo para superarse. Tampoco existe un mecanismo que penalice las pifias reiteradas en la documentación. Como la fuerza laboral resulta tan inestable, se achacan los errores a los anteriores técnicos.
Máximo Gómez afirmaba que «el cubano cuando no llega, se pasa». Con frecuencia las faltas se deben a un exceso de celo. Los funcionarios tienen tanta documentación atrasada que, al tratar de agilizarla, se equivocan de nuevo. Ahora mismo existen trámites pendientes del 2007 y 2008.
De nada vale aconsejar «Apresúrate despacio» o dar un escándalo en las instancias correspondientes. Las medidas deben ser más contundentes. Con frecuencia los agraviados acuden a quejarse a las Oficinas del Derecho del Ciudadano en Fiscalía. Es la manera más rápida de intentar una refutación del tiempo perdido.
Contra la velocidad en los trámites conspiran, además, ciertas dificultades organizativas. A veces el técnico no encuentra a las personas necesarias para llevar su función a buen término. O en las oficinas faltan el papel, la corriente eléctrica o la tecnología imprescindible.
La ineficiencia ha pasado de excepción a regla. Los funcionarios de la Vivienda también necesitan asistir a turnos médicos, comprar en la bodega y hacer colas en las rebajas. Casi siempre en horario laboral.
Hará falta mucho esfuerzo para corregir esos males. Deberíamos empezar ahora mismo. Intentar, por ejemplo, un gigantesco ejercicio de voluntad. Pensar que las horas son un tesoro inmenso y que cada segundo perdido en vano no regresa jamás. Si todo sale bien, si nos llegamos a creer la metáfora, podremos ahorrar el tiempo que nos queda. Y a lo mejor, también, multiplicar los panes y los peces.

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