He publicado varias veces post relacionados con la novela Issa Nobunaga, de mi amigo Carlos Almira Picazo, doctor en Historia y escritor español. Esta entrevista de Raúl Borondo García al autor esclarece cualquier duda.

ENTREVISTA
La historia está ambientada en el s. XVI en Japón, y es una novela pero parece muy real, ¿cómo surge la novela y qué tiene de real?
Carlos Almira: ”Issa Nobunaga” nace de mi afición por los haikus. Como muchos autores, yo empecé escribiendo poesía, y en un momento determinado, a finales de los años noventa, cayó en mis manos un libro de haikus de Matsuo Basho. Fue un deslumbramiento. Aparte de escribir muchos poemas de este estilo tradicional japonés (recuerdo largas caminatas con Lola, mi mujer, por Granada y por Huelva, componiéndolos juntos), descubrí la historia y la biografía de muchos autores famosos de haiku, desde el siglo XVII hasta hoy. Supongo que entonces, poco a poco, se fue gestando en mí la novela. De hecho, uno de los protagonistas, Issa Nobunaga, es un poeta errante inspirado en dos personajes reales: Issa Kobayashi y Santoka Taneda (el primero vivió inmerso en plena naturaleza, en una pobreza voluntaria, escogida, como un especie de San Francisco de Assís, allá por el siglo XVII; el segundo fue también un monje, pero alcohólico y desgraciado, un vagabundo sin familia en el Japón de la primera mitad del siglo XX).
Esta afición me llevé, al mismo tiempo, a indagar en la Historia de Japón, y entonces di con un personaje capital (de una importancia comparable a la de Julio César en occidente) en la historia moderna, política y militar de este país, aunque desconocido aquí: Oda Nobunaga. Me documenté sobre su vida y el período en que brilló, y de pronto me imaginé a estos dos hombres completamente distintos juntos: el político guerrero y el poeta; el uno real y el otro, ficticio; los vi juntos, con sus dos posturas vitales contrapuestas, hermanos, queriéndose y condenados a no comprenderse nunca del todo, emprendiendo aventuras vitales irreconciliables, en el Japón aún medieval de Oda Nobunaga.
Además de permitirme una narración de aventuras, semejante binomio me obligaba casi a abismarme, a sumergirme en las psicologías tan diferentes de ambos personajes, y por contagio, de los del resto de la novela.
Y por otra parte, estaba la fructífera tentación de contraponer dos posturas tan diferentes ante el mundo y la vida, la que preconiza el valor de la acción y la que postula la inmersión, la contemplación, y en suma la anulación del yo ante el Universo, propias del guerrero y del poeta respectivamente.
Y una de las dificultades de esta novela fue articular todos estos niveles (como describir el canto de un pájaro en plena batalla). Supongo que la sensación de realidad tiene que ver con mi identificación poética con ambos personajes, con su fuerte carga de autorretrato, aparte de la descripción y los detalles históricos. Todo empezó con los haikus.
Las circunstancias de los personajes están muy determinadas por el lugar y el tiempo, por eso me gustaría saber: ¿hubiera sido posible en otro lugar y en otro tiempo?
Carlos Almira: Sí, supongo que “Issa Nobunaga”, en la medida en que yo haya sabido transmitir mis emociones, debe tener algo de intemporal. Pero tal como surge y luego se plasma narrativamente, pienso que no podía sino pertenecer a ese lugar y ese tiempo concretos.
En primer lugar porque (y también esta fue una dificultad, y no pequeña) al ir construyendo la atmósfera de la novela, tenía continuamente en mente la sensibilidad especial de los haikus: esa atención continua hacia el detalle y la naturaleza; el ritmo lento, intenso, sorpresivo, con el que parece acaecer todo. Por ejemplo, un aspecto fundamental de los haikus son las elipsis, el afán casi suicida de condensar el mundo entero en tres versos, en diecisiete sílabas, el enorme peso de lo no dicho, de lo apenas sugerido; pues bien, la elipsis es quizás el recurso estructural más importante de “Issa Nobunaga”.
Además, esta sensibilidad, esta posición vital tan peculiar, esta indefinición vital si se quiere, encajaba casi a la perfección en la época en que transcurre la novela: en la segunda mitad del siglo XVI la estructura feudal medieval de Japón estaba en plena crisis, y frente a ese desmoronamiento del mundo tradicional, vivido de formas tan distintas por el guerrero y el poeta, se presentaban dos respuestas, dos alternativas, dos cosmovisiones “salvadoras” posibles, tan diferentes como el occidente, traído por los marinos portugueses, y la naturaleza con sus ciclos eternos y continuos; el guerrero escogió la primera y el poeta la segunda.
En otro lugar y en otra época hubiera salido una historia muy distinta, aún manejando las mismas emociones.
La novela es muy precisa en los detalles tanto del lugar, forma de vestir, comer, ¿fue difícil recopilar la información?
Carlos Almira: Quizás, visto ahora retrospectivamente, esta fue una dificultad menor: en el sentido de que, aunque rastrear tanta documentación (textos escritos, imágenes, mapas, incluso planos del castillo de Azuchi, tanto en fuentes escritas como en internet), se trataba de una tarea casi historiográfica, es decir, bastante metódica. Es verdad que a menudo aparecía algo, un hallazgo, como supongo que ocurre también en la investigación histórica, que me hacía de pronto buscar por otros derroteros, otras cosas —por ejemplo, El libro de la almohada, de Sei Shonangon, me animó a explorar más el elemento femenino, que hasta entonces estaba casi ausente, al menos en el plan original de la novela—. Siempre me ha resultado difícil construir personajes femeninos. Y llegado a un punto determinado de acumulación de información, lo difícil era pararse y no buscar más, poner un límite para dejar espacio a la ficción, que era en definitiva de lo que se trataba.
Me gustan los nombres, son brillantes (aunque le agradezco el glosario), ¿son nombres ficticios o reales?
Carlos Almira: Aquí hay también una curiosa simetría: prácticamente todos los nombres de los daimios y samuráis corresponden a personajes históricos, y son por tanto, reales; en cambio, los nombres de los personajes más vinculados con el poeta, Issa Nobunga, son todos ficticios, o están a medio camino (por ejemplo, el del propio Issa Nobunaga, tomado en préstamo de los de dos personajes reales, Issa Kobayashi y Oda Nobunaga). Es como si cada uno de ellos arrastrara una especial estela de realidad o irrealidad tras de sí: en suma, el mundo de la acción representado por el propio Oda Nobunaga, se mueve en el nivel de afirmación del yo, del poder de la realidad y de la Historia; mientras que el mundo de la contemplación y la inmersión en el Universo, del abandono del yo, encarnado por Issa Nobunaga, parece bordear siempre el ensueño, y sin embargo este último no resulta al fin menos real (en muchos aspectos yo diría que es incluso más real) que aquél.
Por otra parte los personajes secundarios, como es lógico, son prácticamente ficticios y llevan nombres inventados. Y supongo que también influyó al nivel de la narración, la sonoridad, la eufonía conforme iba escribiendo, pero uno no sabe nunca cómo ocurren exactamente estas cosas.
Para mí la historia de la novela es un análisis de la AMISTAD. En ella vemos al amigo incondicional, al amigo que depende de las circunstancias, al que no se posiciona, y al que traiciona. ¿Era esa la idea?
Carlos Almira: Bueno, esa es una lectura tan válida como otras, y me alegra encontrarla (me tranquiliza personajes y con la naturaleza de la cosmovisión que cada uno de ellos representa y encarna: la acción frente a la contemplación.
Y además hay otra cosa: toda la trama descriptiva no sólo de los paisajes y la naturaleza, sino incluso de los caballos, los talleres, las ciudades, etcétera, parece recorrida no con los ojos del guerrero sino con los del poeta. En este sentido, el personaje de Issa Nobunaga parece la lente misma a través de la cual se ve desplegarse la historia. Está en muy pocas páginas pero recorre el espíritu, el aliento, de toda la obra. Por eso yo creo que el verdadero protagonista es Issa Nobunaga. Es más, incluso yo diría que no sólo invade en cierto modo la visión del narrador (que por cierto, oscila entre la tercera y la primera persona), sino la visión misma, y hasta la sensibilidad, del propio Oda Nobunaga. Algo que, por cierto, también tendría que ver con otra tesis implícita en la novela: el triunfo y la acción de Oda Nobunaga pasan, son contundentes pero al fin, resultan efímeros; por el contrario, el canto del pájaro o el dibujo de una rama, tan frágil y quebradizo, se repiten incesantes hasta la eternidad. Así, el poder es sólo el protagonista en apariencia de la Historia, mientras que el borroso contorno, el fondo aparentemente pacífico y armonioso contra el que ocurren todas las batallas: el ruido del agua, el olor del campo o las calles, los colores de la estación, hasta las nubes, es más sólido y continúa más allá y más acá de estas.
Por todas esas razones yo me quedo con Issa Nobunaga como protagonista, ¡protagonista en ausencia como la propia Naturaleza!
En principio yo no pensaba tanto en hacer una novela sobre el tema de la amistad sino sobre las posibles opciones vitales que se presentan a los individuos, pero en al menos dos sentidos, el tema de la amistad era también fundamental: primero, porque los dos hermanos Oda e Issa Nobunaga, que encarnan estas dos posturas vitales tan dispares, se estiman y se quieren como amigos, es decir, como iguales, aún sin comprenderse muy bien en último extremo, el uno al otro. No son simplemente hermanos en el despliegue de sus afectos, sino que van más allá, más allá incluso de la lealtad o el amor que sí vincula a otros personajes, hasta rozar lo inefable y misterioso de sus personas, del otro, que parece siempre empeñado en escurrirse como una sombra fugitiva.
En segundo lugar, al ser una novela de acción (y en la medida en que lo es), desarrolla inevitablemente el juego de las alianzas, las lealtades, las traiciones. Incluso cuando aparece el lado femenino en las situaciones y los personajes, esa conciencia de lo igual, lo superior y lo inferior, tan arraigada en las sociedades feudales y en la japonesa en particular, recorre inevitablemente la trama.
En fin, en un sentido muy amplio del término amistad (aunque cuando yo la escribía no lo pensara) es cierto que la identificación con lo otro (la naturaleza, la guerra, la ciudad, etcétera) puede también interpretarse, leerse en clave de amistad o alejamiento.
Desde luego en “Issa Nobunaga” la amistad tiene mucho más peso que el amor.
La novela también refleja la seducción del poder que nos lleva a por decirlo de alguna manera situarnos por encima del bien y el mal. ¿Quería reflejar eso un poco como crítica a la Política en España? (A ambos lados).
Carlos Almira: Nunca pensé en España cuando escribía “Issa Nobunaga”. Creo, sin embargo, que la naturaleza del poder no ha cambiado a lo largo de la Historia tanto como sus formas y modos de manifestarse y justificarse.
En las sociedades tradicionales y antiguas, como en cierto modo aún lo era la de Oda Nobunaga, el poder se legitimaba remitiéndose a instancias sagradas e inefables (como Dios, Amaterasu, el Emperador, etcétera); después de la Revolución Francesa, y ya no sólo en occidente, fue cada vez más difícil, muy difícil (salvado el paréntesis del fascismo), justificar el poder de este modo; la Ilustración hizo que la única instancia aceptable fuese la Razón, y en última instancia, el pueblo (o la nación, etcétera). En este sentido, la democracia se convertiría en el siglo XX en el mejor garante ideológico del poder como tal, (poder que por cierto, y en casi todas partes, pese a los regímenes constitucionales, parlamentarios, de partidos, de libertades civiles, etcétera, sigue siendo esencialmente oligárquico, también en España).
Y en última instancia, el poder (como capacidad de hacer que otros actúen o se inhiban en un sentido que voluntariamente no escogerían, en ausencia de tal poder), sigue siendo hoy como debió serlo en la Prehistoria. Y por cierto, no vendría mal reconocerlo, pues quizás una dimensión oculta de esta crisis española y mundial, es la necesidad, la urgencia de democracia real (que no es lo mismo que democracia directa).
Desde luego, cuando escribía “Issa Nobunaga” no pensaba en todas estas cosas, partía más bien de una intuición más simple y directa de lo que es el poder, que pienso que además impregna toda la novela: poder es lo que se puede.
En un momento determinado cuando Oda está ascendiendo con éxitos cree que será traicionado, pero Mitsuhide le dice que aún no es el momento, que lo harán cuando esté arriba. ¿Cree usted que es así siempre?
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