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Posts Tagged ‘brasileño’

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Nuestro padre era hombre cumplidor, de orden, positivo; y así había sido desde muy joven y aún de niño, según me testimoniaron diversas personas sensatas, cuando les pedí información. De lo que yo mismo me acuerdo, él no parecía más raro ni más triste que otros conocidos nuestros. Sólo tranquilo. Nuestra madre era quien gobernaba y peleaba a diario con nosotros -mi hermana, mi hermano y yo. Pero sucedió que, cierto día, nuestro padre mandó hacerse una canoa.

Iba en serio. Encargó una canoa especial, de madera de viñátigo, pequeña, sólo con la tablilla de popa, como para caber justo el remero. Pero tuvo que fabricarse toda con una madera escogida, fuerte y arqueada en seco, apropiada para que durara en el agua unos veinte o treinta años. Nuestra madre maldijo la idea. ¿Sería posible que él, que no andaba en esas artes, se fuera a dedicar ahora a pescatas y cacerías? Nuestro padre no decía nada. Nuestra casa, por entonces, aún estaba más cerca del río, ni a un cuarto de legua: el río por allí se extendía grande, profundo, navegable como siempre. Ancho, que no podía divisarse la otra ribera. Y no puedo olvidarme del día en que la canoa estuvo lista. (más…)

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Foto: ©Agencia Efe/Antonio Lacerda

 

Con motivo del Mundial de Brasil 2014, que comienza este jueves 12 de junio, se ofrece a continuación una serie de claves sobre la escritura apropiada de algunos términos que pueden aparecer en las informaciones relacionadas con esta competición futbolística:

1. Brasileño es el gentilicio mayoritario y más extendido para los habitantes de Brasil, aunque se considera también válida la forma brasilero, adaptación del portugués brasileiro, frecuente en algunos países de América. Pese a que carioca se usa a menudo de manera indebida como gentilicio general para todos los nacidos en Brasil, alude específicamente a los naturales de Río de Janeiro.

2. La virgulilla (~) es un signo diacrítico que contienen algunos de los nombres de los estadios y se recomienda mantenerla siempre que sea factible: Castelão, Mineirão

3. El balón oficial se llama Brazuca, con mayúscula y sin cursiva ni comillas por tratarse de un nombre propio. (más…)

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He terminado de leer A orillas del río Piedra me senté y lloré, de Paulo Coelho , ese magnífico novelista, compositor de canciones populares, periodista y dramaturgo brasileño. De hace un tiempo acá me gusta publicar en mi blog fragmentos que me hayan impresionado de los libros que leo y disfruto. Esta vez solamente pondré uno, que aparece en el capítulo llamado jueves, 9 de diciembre de 1993, y al que lo mismo pudiera llamar “¡Rompe el vaso!” que “Aquel minuto de beso”. ¡Sencillamente conmovedor! Mi propuesta: lean esta novela.

A orillas del río Piedra me senté y lloré

Calló de repente.
—No quiero hablar de eso —dijo—. Quiero hablar de otro tipo de amor.
Sus manos tocaron mi rostro.
El vino hacia las cosas más fáciles para él. Y para mí.
—¿Por qué te has callado de repente? ¿Por qué no quieres hablar de Dios, de la Virgen, del mundo espiritual?
—Quiero hablar de otro tipo de amor —insistió—. Aquel que comparten un hombre y una mujer, y en el que también se manifiestan los milagros.
Le cogí las manos. Él podía conocer los misterios de la Diosa, pero de amor sabía tanto como yo. Por mucho que hubiese viajado.
Y tendría que pagar el precio: la iniciativa. Porque la mujer paga el precio más alto: la entrega.
Estuvimos cogidos de las manos durante largo rato. Leía en sus ojos los miedos ancestrales que el verdadero amor coloca como pruebas a ser vencidas. Leí el recuerdo del rechazo de la noche anterior, el largo tiempo que pasamos separados, los años en el monasterio en busca de un mundo donde esas cosas no ocurrían.
«Leía en sus ojos los millares de veces que había imaginado aquel momento, los escenarios que había construido a nuestro alrededor, el corte de pelo que yo debía de llevar y el color de mi ropa. Yo quería decir «sí», que sería bienvenido, que mi corazón había ganado la batalla. Quería decirle cuánto lo amaba, cuánto lo deseaba en aquel momento.
Pero continué en silencio. Asistí, como en un sueño, a su lucha interior. Vi que tenía ante él mi «no», el miedo de perderme, las palabras duras que había oído en momentos semejantes, porque todos pasamos por eso, y acumulamos cicatrices.
Sus ojos empezaron a brillar. Sabía que estaba venciendo todas aquellas barreras.
Entonces solté una de sus manos, cogí un vaso y lo puse en el borde de la mesa.
—Se va a caer —dijo él.
—Exacto. Quiero que tú lo tires.
—¿Romper un vaso?
Sí, romper un vaso. Un gesto aparentemente simple, pero que implicaba miedos que nunca llegaremos a entender del todo. ¿Qué hay de malo en romper un vaso barato, si todos hemos hecho eso sin querer alguna vez en la vida?
—¿Romper un vaso? —repitió—. ¿Por qué?
—Podría dar algunas razones —respondí—. Pero la verdad es que es sencillamente por romperlo.
—¿Por ti?
—Claro que no.
Él miraba el vaso en el borde de la mesa, preocupado de que fuese a caerse.
«Es un rito de pasaje, como tú mismo dices —tuve ganas de decirle—. Es lo prohibido. Los vasos no se rompen adrede. Cuando estamos en los restaurantes o en nuestras casas, procuramos que los vasos no queden en el borde de la mesa. Nuestro universo exige que tengamos cuidado para que los vasos no caigan al suelo».
Sin embargo, seguí pensando, cuando los rompemos sin querer, vemos que no era tan grave. El camarero dice «no tiene importancia», y nunca en mi vida he visto que en la cuenta de un restaurante hayan incluido el precio de un vaso roto. Romper vasos forma parte de la vida y no nos hacemos daño a nosotros ni al restaurante ni al prójimo.
Moví la mesa. El vaso se bamboleó, pero no cayó.
—¡Cuidado! —dijo él, instintivamente.
—Rompe el vaso —insistí.
Rompe el vaso, pensaba para mí, porque es un gesto simbólico. Trata de entender que yo rompí dentro de mí cosas mucho más importantes que un vaso, y estoy feliz de haberlo hecho. Mira tu propia lucha interior, y rompe ese vaso.
Porque nuestros padres nos enseñaron a tener cuidado con los vasos, y con los cuerpos. Nos enseñaron que las pasiones de la infancia son imposibles, que no debemos alejar a hombres del sacerdocio, que las personas no hacen milagros, y que nadie sale de viaje sin saber adónde va.
Rompe el vaso, por favor, y libéranos de todos esos conceptos malditos, de esa manía de tener que explicarlo todo y hacer sólo aquello que los demás aprueban.
—Rompe el vaso —pedí una vez más.
Él clavó su mirada en la mía. Después, despacio, deslizó la mano de la mesa hasta tocar el vaso. Con un rápido movimiento, lo empujó al suelo.

El ruido del vidrio roto llamó la atención de todos. En vez de disfrazar el gesto con alguna petición de disculpas, él me miraba sonriendo, y yo le devolvía la sonrisa.
—No tiene importancia —gritó el chico que atendía las mesas.
Pero él no lo oyó. Se había levantado, me había cogido por los cabellos y me besaba.»

Yo también lo cogí por los cabellos, lo abracé con toda mi fuerza, le mordí los labios, sentí que su lengua se movía dentro de mi boca. Era un beso que había esperado mucho, que había nacido junto a los ríos de nuestra infancia, cuando todavía no comprendíamos el significado del amor. Un beso que quedó suspendido en el aire cuando crecimos, que viajó por el mundo a través del recuerdo de una medalla, que quedó escondido detrás de pilas de libros de estudio para un empleo público. Un beso que se había perdido tantas veces y que ahora había sido encontrado. En aquel minuto de beso estaban años de búsquedas, de desilusiones, de sueños imposibles.
Lo besé con fuerza. Las pocas personas que había en aquel bar debieron de mirarnos y pensar que aquello no era más que un beso. No sabían que en ese minuto de beso estaba el resumen de mi vida, su vida, de la vida de cualquier persona que espera, sueña y busca su camino bajo el sol.
En aquel minuto de beso estaban todos los momentos de alegría que había vivido.
 

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Paulo Coelho
Soy una entusiasta admiradora del escritor brasileño Paulo Coelho. El primer libro que leí fue El alquimista; me fascinó. Luego, pude leer Manuel del guerrero de la luz, Once minutos y Verónika decide morir. Sé que me faltan muchos más, pero ha sido lo suficiente para valorar en la justa medida a uno de los grandes de las letras, no por gusto es uno de los más conocidos y vendidos en el mundo. Esta noticia de que se unió a la firma Mango con el fin de recaudar dinero para continuar ayudando a niños que necesitan ayuda, lo hace más humano. La información más detallada sigue en:

Frases de Paulo Coehlo se convierten en camisetas solidarias

El escritor brasileño lanza una campaña junto a Mango para ayudar a los niños de las favelas de su país.

Paulo Coelho se ha unido a la firma de moda Mango para crear una colección de camisetas ilustradas con frases suyas que se pondrán a la venta desde este mes en 68 países a fin de recaudar dinero para la organización benéfica que lleva su nombre.
El Instituto Paulo Coelho, una institución sin ánimo de lucro cuya financiación proviene exclusivamente de los derechos de autor del escritor, comenzó su andadura en 1996 con el objetivo «de hacer alguna cosa por la humanidad», ha explicado el autor.
«Yo sabía que era imposible cambiar mi país, Brasil. Era imposible cambiar mi Estado y mi barrio, pero pensé que a lo mejor podría cambiar mi calle», al final de la cual hay una favela, ha añadido el autor de El alquimista.

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Amazonia
No todos los días un brasileño les da una buena y educadísima bofetada a los estadounidenses.

Durante un debate en una universidad de Estados Unidos, le preguntaron al ex gobernador del Distrito Federal y actual Ministro de Educación de Brasil, CRISTOVÃO ‘CHICO’ BUARQUE, qué pensaba sobre la internacionalización de la Amazonia?

Un estadounidense en las Naciones Unidas introdujo su pregunta, diciendo que esperaba la respuesta de un humanista y no de un brasileño.

Esta fue la respuesta del Sr. Cristóvão Buarque:

Realmente, como brasileño, sólo hablaría en contra de la internacionalización de la Amazonia.

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