Cuando el 22 de abril de 1956 se inauguró el Gran Hotel, nacía para Santa Clara un símbolo que, a partir de entonces, la identificaría para siempre.
Edificio de 11 pisos de puro hormigón y concreto, rompió la unidad ecléctica del entorno colonial alrededor del Parque Vidal y con líneas modernísimas emergió altivo para darle un sello peculiar a la hermosa capital de Villa Clara.
Si no existiese este «rascacielos» provinciano —hoy, hotel Santa Clara Libre—, otra sería la historia de la Ciudad de Marta y del Che, pues a la épica Batalla de Santa Clara le faltaría un escenario, y las actuales generaciones se verían privadas de ver —a medio siglo de distancia— las huellas indelebles de aquellos combates en las paredes de su imponente fachada.
DE LOS CIMIENTOS AL CIELO
En 1953, comenzaron los trabajos para construir el edificio que le daría el antes y el después a la villa bautizada, el 15 de julio de 1689, con el nombre de Gloriosa Santa Clara.
Una tarea ardua y sumamente difícil resultó llegar al firme para levantar sus pesados cimientos. Por allí mismo, exactamente a sus pies, pasaba el Marmolejo —un añejo arroyo de cuya existencia da fe el historiador Manuel Dionisio González en su obra Historia de la Villa de Santa Clara y su jurisdicción, publicada en 1857—, lo que obligó a los constructores a bombear cada día el agua que inundaba los fosos hasta poder vencer el inesperado escollo natural.
Todo el año 1954 y también los 12 meses de 1955, sirvieron para que los pilongos de la época vieran tomar altura al gigante de concreto y acero.