
Foto: tomada de La Jiribilla
Si las obras que merezcan tal nombre han de respetarse, ¿qué decir de la debida a José Martí, Obra por excelencia? Aunque formal o legalmente no se identifique como un símbolo patrio, lo es por su trascendencia, y ha de venerarse no menos que los emblemas nombrados con ese rótulo. Para asegurar el tratamiento que reclaman legados y alegorías de tal significación no bastan las leyes. La educación, la cultura y la civilidad influyen de manera directa, pero no vale obviar los requerimientos legales necesarios para que los respeten, incluso quienes no se identifiquen con ellos.
Para solo hablar de Martí —pues de él se trata ahora—, no se le debe atribuir ninguna cita que no sea suya y, salvo quizás cuando las que realmente lo son resulten muy conocidas, se ha de indicar de alguna manera la procedencia de ellas, aunque medie la urgencia que puedan requerir la prensa diaria, la tribuna de circunstancia y otros medios afines. Ni la más puntillosa voluntad de rigor impedirá de modo absoluto que se yerre involuntariamente, pero el rigor se necesita para prevenir tergiversaciones que pululan, y no siempre por desconocimiento, sino también por intenciones fraudulentas.
A malas prácticas —frutos del dolor o de la desprevención— ya se ha referido el autor de este texto en otros localizables en la red. Entre ellos se encuentran “¿José Martí sirve para todo?” y “Cómo citar a José Martí”. Ahora intenta no repetir lo dicho en ellos, pero a veces las reiteraciones son útiles, necesarias.
La riqueza conceptual, ética y artística de Martí confiere a sus textos rasgos que permiten calificarlos de bíblicos, aunque metafóricamente, porque su personal religiosidad —o espiritualidad— no se atuvo a dogmas, ritos ni templos. “Religioso sin religión” lo llamó Fernando Ortiz en su prólogo a José Martí y la comprensión humana (1957), de Marco Pitchon, libro no ajeno al tema de estos apuntes, pero que no es del caso comentar aquí. (más…)