Santa Clara
Los mercados son gráciles muchachos,
guardan en sus pechos
delgados pañuelos, polvos y brillos por una ciudad
que agotada no responde a devaneos.
Por las mañanas muestran sus prendas,
en sus cabezas hay frescura
de cabellos peinados con aceite salobre
y algo del río en las miradas.
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Un escozor antiguo hace crecer los hombros
torneados por el “buen dios” que los conduce.
llega el momento en que el día corre,
el sol, hasta la lluvia con su inevitable círculo.
Ya de noche los muchachos estrujan sus párpados,
pestañas hechas para ver en cielo de sombras.
Encima la ciudad,
nido de cristal que han amado
en un sonido de lámpara y de pubis abierto.
Las figuras creadas por otras manos
—antes suyas—
sustituyen las caras
de todo cuanto ríe o parece reír.
Los muchachos, libres al fin,
como ha dicho el himno,
dejan caer de sus pañuelos las doradas esencias
que el “buen dios” ha colocado en ellos,
para esplendor o misterio de la ciudad
que se desvanece en el pincel.
Eduardo González Bonachea, poeta, narrador, investigador y doctor villaclareño (Camajuaní). Del libro Faro más allá de la isla, 2006.