Por Luis Orlando León Carpio y Leslie Díaz Monserrat
Fumar tiene sus encantos, así lo aseguran cientos de personas que permanecen atadas a esta adicción sin pensar demasiado en las consecuencias y sin asumir que, con cada absorción de humo, se les esfuma un trocito de vida.
Fiesta nocturna. 12:05 a.m. Multitud. Humo. Reguetón. Alcohol. Luces psicodélicas. Humo. Bailan. Ríen. Personas tararean. Cantan y son felices. Humo, mucho humo.
Él lo sabe: si quiere ir a «la conquista» debe verse masculino, maduro, independiente de sus padres; aunque no levante ni una cuarta del suelo.
Sin más, enciende su primer cigarrillo. Tose. No le gusta, pero sabe que si quiere robarle un beso de la niña más linda del 10o. grado, no puede comportarse como un chiquillo de mamá y papá. Absorbe otra bocanada y la suelta con sensualidad.
Desde ahora lo llevará a cada fiesta, como si la existencia toda dependiera del blanco pitillo. Como si la masculinidad fuera un disfraz que se viste para encajar en un cliché, y así alcanzar el éxito y la legitimación entre los amigos.
Ni siquiera piensa que pronto estará atrapado en un vicio tan peligroso. Baila, inspira con deseo. Ríe y en cada aspiración se le va lentamente la vida. (más…)