Por Mayli Estévez Pérez
Eduardo Paret se despidió «a lo grande» de la 50 Serie Nacional de pelota.
Eduardo Paret siempre jugó para su equipo,
y no para impresionar a los estadios.
(Fotos: Carolina Vilches Monzón)
Dicen que los hombres no lloran, pero cuando la vergüenza deportiva se mezcla con la impotencia de lo que pudo ser, bien vale la pena desahogarse entre lágrimas. Y más cuando se sabe que junto a ti, otros tantos en Villa Clara han unido sus manos para ocultar rastros de dolor y decepción en la cara.
Eso pudo pensar el Niño del Condado, Eduardo Paret, cuando al término del séptimo desafío frente a Ciego de Ávila se apartó del resto y no evitó llorar. Tampoco salió a felicitar al contrario, aunque los avileños bien se lo merecían, pero sonreír frente al rival no le salía natural.
Paret fue el anaranjado de más peso en la postemporada de la Serie de Oro, ni siquiera sus 38 años pudieron contra sus ganas de quedar campeón, de decirle adiós al pueblo villaclareño con otro título a cuestas.
En la campaña regular apenas jugó y no se le vio el brillo de temporadas anteriores. Pero a la hora buena, cuando más se le necesitó, Paret no falló. Y es que a los estelares, aun con la edad doliendo y disminuyendo habilidades, no les pesa crecerse.
Siempre jugó para el equipo y no para impresionar estadios o satisfacción personal. Al contrario de otros que todavía no entienden que el béisbol es un deporte colectivo.
Paret, el guante de oro del campo corto.
Se despide Paret de la 50 Serie Nacional y lo hace «a lo Paret» que es sinónimo de «a lo grande». Si cumple el anuncio de su retiro, Villa Clara y Cuba habrán visto por última vez su mejor entrega dentro del diamante beisbolero, allí en el campo corto de sus amores y sufrimientos. Tal vez, por eso, una palmadita en el hombro cuando se sintió derrotado, terminó por acentuar lo que parecía increíble: ¡Había perdido! Pero lo cierto es que los hombres también lloran.
Vanguardia
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