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Rubén Darío“Es injusto el silencio que empieza a tender sus alas letárgicas sobre la tumba de Rubén Darío. Sus laureles se hacen mustios en los mudos senderos.” escribió en 1917 José María Vargas Vila, escritor colombiano y amigo del poeta. Estas líneas adquieren una gran actualidad especialmente en esta época de navidad, cuando nadie recuerda ni medita ese maravilloso poema que nos dejó y que lleva por título “La Rosa Nina”. ¡Vamos a recordarlo!
Inicia Rubén Darío su poema pascual con la construcción del más bello retablo navideño que artista alguno haya podido realizar. Lejos quedaron los pinceles de los celebres pintores del Renacimiento de reproducir el telón de fondo, donde quizá solo el genio del “divino Sandro” como llamara Darío a Botticelli, hubiera podido plasmar el cristal, el oro y el rosa del alba palestina que describe en la primera estrofa.
Inmediatamente coloca Darío en la escena, a los tres reyes magos que salen de adorar al Rey, iluminando sus rostros con la luz de los cielos con la que el pintor Murillo solía bañar la naturaleza humana en sus cuadros y que termina envolviendo hasta las humildes bestias que calientan el pesebre. Definitivamente, aquellos hombres cavilosos y barbados son los testigos de un gran portento. Darío les presenta como el símbolo de la Ciencia asombrada, intrigada y rendida ante el misterio de la estrella que brilla en la altura y el niño que nace en el pesebre terrestre ¿Qué relación o asociación existe entre ambos fenómenos?
En las estrofas siguientes, Darío hace un contrapunto entre la descripción pictórica de la realidad exterior (que nos muestra a las cabalgaduras del cortejo sacudiendo sus cuellos cubiertos de sedas y metales; el frío matinal que refresca los belfos de los camellos y les humedece, bañándolos con el efecto de una luz misteriosa: gracia, azul y roció) con la realidad interior que transcurre en la psiquis de los Magos que contemplan, sueñan y razonan sobre el acontecimiento que acaban de presenciar, mientras en el exterior los compases solemnes de los plumajes flavos, el ritmo del trote ágil de potros de Arabia y la cadencia placida de las risas blancas de negros esclavos, amenizan la escena, como un son de pascua tema musical de la Epifanía.
Súbitamente el Poeta se pregunta asimismo ¿De qué lugar proceden estos sabios? Y se responde hipotéticamente: de Persia, de Egipto, de la India, pero al no encontrar certidumbre en su respuesta, apela a Tertuliano ─apologeta del Siglo II, precursor del Trinitarismo Latino─ y le dice que es en vano cavilar sobre la procedencia de los Magos, pues llegaron de la Luz, del Día, del Amor, es decir de lo inefable.
El interrogatorio continúa sobre la misión de los magos ¿Qué hacen ahí? ¿Por qué llegaron de tan lejos? Y como el Dante de la Divina Comedia, Darío responde con certeza profética “El fin anunciaban de un gran cautiverio y el advenimiento de un raro tesoro, traían un símbolo de triple misterio, portando el incienso, la mirra y el oro.” En esta respuesta escuchamos el eco de la doxología católica “Hodie Christus natus est, hodie Salvator apparuit” “Christe Redemptor ómnium” “Hoy Cristo ha nacido, hoy ha aparecido sobre la tierra el salvador del universo”. La misión de los Magos es anunciar el nacimiento del libertador, que viene a poner fin al gran cautiverio y a establecer el reino de la libertad. Ésta es la esencia de la buena noticia que los Magos han encontrado en el portal de Belén, y así lo corrobora Arnold Toynbee cuando descubre que desde entonces “El Ser Humano no vive solamente bajo la ley de la Naturaleza, sino también bajo la Ley de Dios, que es libertad perfecta”. El poeta reconoce en estos versos que Cristo rompe las cadenas de la fatalidad y del determinismo para liberar al ser humano y a todo el universo. A partir de ese momento, como lo afirma Emilio Castelar, Cristo se convirtió en “la aspiración de toda la historia y en el centro de gravedad de todas las inteligencias, pues dio unidad a la historia, unidad a la vida y abrió horizontes infinitos al progreso del espíritu”.
En la estrofa VII, Darío se introduce en el retablo de Belén y asiste al acontecimiento trascendental, bajo la guisa de una dulce niña de belleza rara que surge ante los magos toda ensueño y fe; y abre el dialogo con una afirmación rotunda “Yo se que ha nacido Jesús nazareno, que el mundo está lleno de gozo por él y que es tan rosado, tan lindo y tan bueno que hace al sol más sol y a la miel más miel”. Darío testifica que Dios se ha encarnado en Cristo, que el universo se regocija con este evento trascendental y que la bondad y la belleza de Dios reafirman la autenticidad y la bondad de la creación.
Darío hablando como la Rosa Niña, pide a los reyes le presten la estrella para ir a Belén y guiado por ella se presenta ante el pesebre; y cuando estuvo frente a aquel infante en cuyas pupilas miro a Dios arder, se quedo pasmado, pálido el semblante porque no tenía nada que ofrecer. El alma del poeta esta ahora ante la mirada de Dios, viendo en sus pupilas la zarza ardiendo sin consumirse que contemplo Moisés en el Sinaí; de pronto adquiere conciencia de su infinita pequeñez frente al misterio de Dios hecho hombre que le contempla desde las pupilas del niño, Darío tiembla (el verso final de la estrofa XIII lo confirma cuando dice “Y la niña estaba temblando de amor”) con ese temblor que detectó en él Miguel de Unamuno, afirmando que “Era el alma del indio que temblaba con todo su ser como el follaje de un árbol azotado por el cierzo ante el misterio”.
Inmediatamente el poeta realiza el estado de su propia miseria interior (de la misma manera que Abraham ante Yahvé: “He aquí que me atrevo a hablarte yo, yo que soy polvo y cenizas”) y la necesidad de hacer una ofrenda, dar un aporte a la Epifanía para poder ser partícipe de esa gran dispensación de gracia, en la cual todo el proceso temporal de la vida de la humanidad encuentra su sentido y significado, como lo sostiene Christopher Dawson.
En la estrofa XIV el Poeta describe los regalos de los Reyes: el oro en cajas reales, perfumes e incienso en frascos de hechura oriental ─como los que pinta Alberto Icaza en sus cuadros─ y las ofrendas de los humildes pastores que han traído al establo sus quesos, sus flores y su miel de panal. Todos han efectuado sus aportes y el Poeta que se da cuenta que no tiene nada que ofrecer se pregunta ¿Qué dar a ese niño? ¿Qué dar a ese tierno divino Señor? Y se responde ¡qué dar sino él mismo! como si en ese momento tomara conciencia de lo que Mahatma Gandhi intuyera con meridiana certeza “No puede haber Fe o Religión sin sacrificio” Así también, de la prédica de Isaías que establece que el verdadero sacrificio es el sacrificio interno del corazón humano “Harto estoy de holocaustos de carneros…la sangre de novillos y machos cabríos no me agrada…Vuestras manos están llenas de sangre: lavaos, limpiaos, quitad vuestras fechorías de delante de mi vista, desistid de hacer el mal, aprended a hacer el bien…[dice Yahvé]”.
Darío ha llegado a la situación definitiva y definitoria de la naturaleza humana, se encuentra frente a la mirada de nuestro Señor, frente al gran misterio del logos de Dios. Sabe también que debe efectuar su sacrificio desde la miseria total de ser polvo y cenizas (pulvis et umbra sumus dijo Horacio) pero ante él se abre el abismo insondable que separa al creador con la criatura, mas he aquí que el Poeta es arrebatado sobre el abismo por la gracia de Dios que llega al rescate. La Gracia irrumpe en el poema intermediada curiosamente por una veleidad modernista del poeta: el Hada, salvada de las ruinas paganas
por los escritores contemporáneos de Darío: Anatole France y Joseph Charles Mardrus. El alma del poeta tiene un hada madrina (o el Ángel de la Guarda) quien le infunde la gracia para superar sus limitaciones y acercarse a la divinidad.
El sacrificio se inicia a los influjos de la gracia de Dios que conociendo los secretos del corazón de Darío, le transfigura en el verdadero sentido evangélico, pues ese es el significado de lo que el poeta califica como “metamorfosis santa” diferente de las Metamorfosis paganas naturalistas de Ovidio, quien vuelve a aparecer en el poema desde dos perspectivas: en referencia a sus obras poéticas (Las Metamorfosis) y en clara alusión a su sombra lejana que aplaude la transfiguración de Darío y que es la misma que acompaña al Dante en su periplo celeste de la Divina Comedia.
En la última estrofa el sacrificio supremo y la transfiguración del Poeta se consuman. Al influjo de la Gracia Divina él mismo se ofrece como víctima propiciatoria, ofreciendo al Señor que le agradece y le sonríe, en la melodía de la Epifanía, su cuerpo hecho pétalos y su alma hecha olor.
Dice Carlos Martínez Rivas “Estamos ya más allá de todo! Todo ha cesado. Se descorren las cortinas y se abren los eternos espacios” pero en verdad hemos penetrado en el fuego interior de Darío que todo lo abraza, ese fuego que triunfa del rencor y de la muerte y desde donde vemos que hacia Belén la caravana pasa.
Muchos darianos y críticos literarios podrán opinar y opinarán que la Rosa Nina es un poema cursi de ocasión que no tiene trascendencia en la obra de Darío. Nada más equivocado, la Rosa Nina constituye la expresión de fe más vibrante de Rubén. Así lo demuestra el testimonio de Vargas Vila cuando pronuncia su sentencia definitiva sobre el Poeta “Nunca un alma más pura se albergó en un cuerpo más pecador sin mancillarse” “Murió… con el alma impúber de un catecúmeno cristiano que bordara sus sueños en las hojas trenzadas de una palma pascual” “Darío fue siempre el Poeta niño que el mismo nos pinta en sus reminiscencias, despertando a la orilla de los lagos, con una flauta panida en las manos”.
El regalo de Navidad de Rubén para toda la humanidad ha sido entregado, abrámoslo con sumo cuidado, apreciemos cada una de sus palabras y meditémoslo en esta epifanía.

LA ROSA NIÑA

I
Cristal, oro y rosa. Alba en Palestina.
Salen los tres reyes de adorar al rey,
flor de infancia llena de una luz divina
que humaniza y dora la mula y el buey.

II
Baltasar medita, mirando la estrella
que guía en la altura. Gaspar sueña en
la visión sagrada. Melchor ve en aquella
visión la llegada de un mágico bien.

III
Las cabalgaduras sacuden los cuellos
cubiertos de sedas y metales. Frío
matinal refresca belfos de camellos
húmedos de gracia, de azul y rocío.

IV
Las meditaciones de la barba sabia
van acompasando los plumajes flavos,
los ágiles trotes de potros de Arabia
y las risas blancas de negros esclavos.

V
¿De dónde vinieron a la Epifanía?
¿De Persia? ¿De Egipto? ¿De la India? Es en vano cavilar.
Vinieron de la luz, del Día,
del Amor. Inútil pensar, Tertuliano.

VI
El fin anunciaban de un gran cautiverio
y el advenimiento de un raro tesoro.
Traían un símbolo de triple misterio,
portando el incienso, la mirra y el oro.

VII
En las cercanías de Belén se para
el cortejo. ¿A causa? A causa de que
una dulce niña de belleza rara
surge ante los magos, todo ensueño y fe.

VIII
¡Oh, reyes! —les dice—. Yo soy una niña
que oyó a los vecinos pastores cantar,
y desde la próxima florida campiña
miró vuestro regio cortejo pasar.

IX
Yo sé que ha nacido Jesús Nazareno,
que el mundo está lleno de gozo por El,
y que es tan rosado, tan lindo y tan bueno,
que hace al sol más sol, y a la miel más miel.

X
Aún no llega el día… ¿Dónde está el establo?
Prestadme la estrella para ir a Belén.
No tengáis miedo que la apague el diablo,
con mis ojos puros la cuidaré bien.

(más…)

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