Carlos Vidales me ha enviado este artículo que publicó en La Rana Dorada. Gracias, amigo:
Introducción
En 1888 el escritor liberal español Juan Valera, en sus célebres Cartas Americanas [VALERA, 1952] se manifestaba sorprendido ante la gran cantidad de mujeres colombianas que sobresalían en la poesía y la literatura. Luego de analizar, en términos elogiosos, los versos de la poeta Agripina Montes del Valle, cuyo poema «Al Salto del Tequendama» le parecía superior en calidad y belleza al de su contemporáneo José Joaquín Ortiz, comentaba Valera:
No es Agripina Montes la única poetisa de nota que el Parnaso Colombiano nos da a conocer. Hay otras que llaman mucho la atención y se ganan el aprecio de los lectores.
Yo me figuro que en Colombia no deben de ocurrir las varias causas que en España, y sobre todo en Madrid, influyen para que las mujeres no escriban versos. Nuestros padres y abuelos, hartos de los discreteos, latines y tiquis-miquis de las damas de Calderón, condenaron el saber en las mujeres, denigraron a las mujeres sabias con los apodos de licurgas y marisabidillas, y pusieron el ideal femenino en la más crasa ignorancia. (3 de septiembre de 1888, p. 203)
En efecto, fueron tantas y tan notables las mujeres escritoras y poetas en el rico y variado movimiento intelectual del Parnaso Colombiano, que el propio Valera se veía obligado a interrumpir el discurso de otra de sus Cartas para exclamar:
Me remuerde la conciencia de haber elogiado sólo a Mercedes Flórez y a Agripina Montes, y de no mentar siquiera a otras poetisas. En muchas de ellas noto el mismo candor, la misma sencillez y no menos pasión delicada que la que tan simpática me hace a la hermosa Mercedes. (17 de septiembre de 1888, p. 217)
Desde los tiempos en que Valera escribió estas líneas se ha avanzado mucho en el estudio de la presencia femenina en la literatura y el periodismo colombianos. Especialmente durante las últimas dos décadas del siglo XX, nuevas perspectivas y enfoques han abierto el camino hacia una mejor comprensión sobre la situación de la mujer colombiana en la sociedad, en general, y en los campos de la creación intelectual en particular. Para dar solamente una referencia, véase la excelente colección de trabajos publicados en tres tomos bajo el título Las mujeres en la historia de Colombia [VELÁZQUEZ TORO, 1995]
Los nuevos estudios han superado ya la primera fase de la investigación de género en Colombia. Ahora ya no se trata simplemente de sacar a la luz nombres olvidados o discriminados, ni de enumerar más y más mujeres ilustres. Mucho menos se trata de confeccionar elogios «políticamente correctos» hacia las escritoras que se estudian, con amables alusiones a la hermosura física de dichas damas. Si bien todo esto puede parecer encantador, hoy el investigador se encuentra frente a nuevas y más complejas tareas que lo obligan a revisar la sociedad en su conjunto: las estructuras políticas y de clases, la legislación, la historia de las mentalidades, la evolución de las relaciones en el seno de la familia, el desarrollo de la educación y la dinámica de las relaciones interétnicas e interculturales, son algunos de los más importantes campos de estudio.
En el presente trabajo he intentado contribuir, con algunas reflexiones que propongo a manera de hipótesis, al análisis de las condiciones políticas, sociales y culturales que hicieron posible la emergencia de un fuerte grupo de escritoras y periodistas en Colombia durante el siglo XIX.
Dentro de ese marco de referencia, presentaré brevemente algunas de las mujeres más representativas y propondré algunas reflexiones acerca de su importancia para la cultura colombiana, sobre cuáles fueron sus relaciones con los grupos intelectuales y políticos a los cuales pertenecieron y sobre el papel que esos grupos jugaron en los conflictos políticos y sociales de su tiempo.
De la Independencia a la formación de los partidos históricos (1810-1860)
El proceso de la independencia y de la formación de las nuevas naciones hispanoamericanas fue largo y complejo. Las grandes rebeliones populares de 1780-83 y las conspiraciones criollas que inquietaron la vida colonial durante las dos últimas décadas del siglo XVIII contribuyeron fuertemente al surgimiento de grupos intelectuales que cuestionaban todo el sistema de dominación español. La sociedad en su conjunto era, y continuó siendo durante mucho tiempo, patriarcal y católica. Pero en su interior crecían grupos y sectores ideológicamente opuestos a los valores tradicionales.
Tales grupos fueron en su inicio pequeños y necesariamente secretos. La documentación que se conserva sobre su existencia y formas de vida consiste principalmente en los papeles relacionados con los procesos a que fueron sometidos los conspiradores y rebeldes, y en la correspondencia familiar de los presos, perseguidos y desterrados. Es allí donde encontramos las primeras piezas de una literatura femenina auténticamente nacional, pues con frecuencia las esposas, novias, hermanas, primas y sobrinas informaban en ellas a sus parientes masculinos sobre el estado político de su provincia o región, sobre el estado de ánimo de la población y sobre las medidas represivas tomadas por el régimen contra las nuevas ideas. Se conservan también las peticiones jurídicas o representaciones hechas por las esposas o hermanas de los rebeldes presos, pidiendo el perdón para sus maridos o hermanos o solicitando una reducción de los castigos. Son con frecuencia documentos largos, escritos con mucho detalle y cuidado. Por ellos podemos constatar que esas mujeres pertenecían a un grupo social minoritario, constituido esencialmente por criollos (blancos descendientes de españoles, nacidos en el país) sin títulos de nobleza y pertenecientes al estado medio, es decir, al estrato social de los comerciantes, letrados, profesionales, secretarios y empleados de la burocracia colonial.
De este grupo social salieron las ideas más radicales y los proyectos ideológicos más avanzados de la independencia. Y este fue también el grupo más castigado durante las terribles guerras libradas entre 1810 y 1820. La mayor parte de sus hombres notables, y no pocas de sus mujeres, fueron sacrificados en las carnicerías de la Reconquista (1814-1816) y en los combates que siguieron hasta la consolidación de la independencia nacional. Muchas mujeres de este estrato social quedaron viudas durante este sangriento período y debieron hacerse cargo de los negocios de la familia y del cuidado de los hijos. Las leyes y decretos de pensiones vitalicias dictadas por la república en favor de estas mujeres fueron un factor determinante para su supervivencia, en muchos casos, y para asegurarles una situación económica que les permitía una participación más abierta y menos condicionada en la sociedad de su tiempo.
Concluida la independencia y establecida la Gran Colombia (1820-1830), los nuevos detentadores del poder intentaron transformar la sociedad y pusieron especial atención a la reducción, o incluso la abolición, de los seculares privilegios de la Iglesia Católica. En el territorio de lo que después sería la República de Colombia, el vicepresidente Santander, liberal y masón, se rodeó de los grupos más radicales del liberalismo ilustrado y propició importantes reformas de la educación, el acceso a la cultura para la mujer, la publicación de periódicos y la difusión de las ideas democráticas y anticlericales. Por desgracia, esto no condujo a una sociedad de tolerancia sino más bien a una nueva forma de intolerancia: los grupos más activos del liberalismo radical eran agresivamente intolerantes frente al conservatismo católico y los efectos se hicieron sentir pronto. La ley sobre libertad de imprenta, promulgada en 1821, establecía esa fórmula ambigua y amenazante que se ha convertido en una expresión clásica de la sociedad colombiana: «prensa libre pero responsable» [POSADA, 1925:7]. Aunque las autoridades hicieron poco uso legal de esta fórmula para perseguir a periodistas o clausurar periódicos, sí se produjeron en cambio numerosos ataques violentos por parte de grupos adictos al régimen, contra publicaciones católicas o conservadoras. No hay espacio aquí para discutir los terribles efectos históricos que estos primeros grupos paramilitares y parapoliciales han producido en la sociedad colombiana; en cambio, es necesario preguntarse si la intolerancia anticatólica de los líderes liberales puede haber provocado una reacción de rechazo en el seno de sus propias familias. Es un hecho comprobable, en efecto, que las mujeres nacidas en las familias masónicas más radicales de ese período fueron sin excepción católicas y firmes defensoras del sacramento matrimonial. Este es el caso de nuestras escritoras y periodistas. La muy repetida explicación de que «la mujer es más conservadora que el hombre» me ha parecido siempre muy superficial. En el catolicismo de las escritoras y periodistas colombianas del siglo XIX, muchas de ellas hijas de próceres anticatólicos, me parece ver una reacción humanista contra la intolerancia antirreligiosa y una manera de ejercer la libertad de conciencia que esos próceres predicaban aunque no siempre respetaban.
Luego de la caída en desgracia del vicepresidente Santander (1828) y del establecimiento de la dictadura del Libertador Simón Bolívar, son anuladas las reformas educativas, restituidos los privilegios de la Iglesia Católica y reafirmada la autoridad patriarcal en el seno de la familia y de la sociedad. El Libertador, en este momento oscuro y trágico de su existencia, recurre a los pronunciamientos de padres de familia para sostener su autoridad dictatorial y anula de esta manera la todavía débil opinión pública, que apenas daba sus primeros pasos con sus asambleas populares, sus grupos políticos y sus publicaciones periódicas. Un patriarcalismo doctrinario y militarista se impone como fórmula sustitutiva de las consultas populares.
La muerte de Bolívar (1830) abrirá en cambio el camino a una fanática reacción antibolivariana con injustas persecuciones y odiosos ajustes de cuentas. Este es el período de los Caudillos y sus guerras civiles (1831-1845), durante el cual el país se va a sumir en la violencia y los enfrentamientos regionales en que la condición de literato, político y señor de la guerra estará encarnada en una sola persona, el jefe del poder provincial o local. Surgirá una multitud de periódicos en cada una de las regiones en conflicto, pero serán publicaciones puestas al servicio de las guerras civiles. En tales condiciones habrá poco espacio político para la expresión de literatura femenina y periodismo de mujeres. Las escritoras formadas y crecidas en aquella época se van a expresar entonces en la poesía mística o en narraciones costumbristas y sus producciones serán publicadas en los períodos subsiguientes.
Entre 1845 y 1860 la nación colombiana vive el período de la formación de los partidos históricos. Por primera vez comienzan a ser publicados poemas, relatos y otros escritos producidos por mujeres. La fundación de la Sociedad Literaria (1845), creada por un grupo de jóvenes estudiantes de Derecho, será el punto de partida de una gran cantidad de clubes, asociaciones y sociedades culturales en los cuales comienzan a participar las mujeres, apoyadas y estimuladas por los grupos liberales más avanzados. La sociedad presentaba entonces un cuadro contradictorio: en todas las clases sociales imperaba todavía un tradicionalismo patriarcal y se consideraba que la mujer no debía tener otro oficio que las labores del hogar, pero al mismo tiempo, una minoría intelectual ilustrada, muy ruidosa y entusiasta, difundía en innumerables publicaciones las más atrevidas ideas y daba espacio en sus páginas a las mujeres escritoras. Un visitante extranjero que hubiese querido conocer a Colombia por aquellos años y solamente se hubiera guiado por la lectura de la prensa, habría seguramente pensado que se encontraba en el país más avanzado del mundo. La realidad social, sin embargo, era muy diferente.
De esos decenios turbulentos podemos mencionar algunas mujeres representativas, entendiéndose que no mencionamos a muchas otras, en parte por falta de espacio y en parte por falta de documentación.
Policarpa Salavarrieta. Nació en Guaduas en 1796 y murió fusilada por los españoles en Bogotá, el 14 de noviembre de 1817. Su familia era de comerciantes acomodados de provincia. Fue educada en la casa de la señora Matea Herrán (otra notable patriota) en Santafé de Bogotá. Allí aprendió lo que los círculos «ilustrados» de la época entendían que era lo mejor para una mujer: leer y escribir correctamente, normas de buena educación y conducta, labores del hogar y elementos básicos de cultura general. Para precisar mejor su status social, conviene señalar que sus dos hermanos ingresaron al convento de los Agustinos, donde llegaron a ser frailes y más tarde sacerdotes, lo que indica su carácter de criollos sin títulos de nobleza, pero de «calidad», según la terminología de la época. Policarpa fue durante un tiempo maestra de escuela en Guaduas, donde inició su actividad secreta en favor de la independencia. Ante las sospechas crecientes de las autoridades locales, regresó a Santafé y fue empleada como costurera de familia en casas de notables partidarios de la independencia. La más importante de esas familias fue la de la señora Andrea Ricaurte, cuyo esposo e hijos ya habían sufrido las terribles penas de la represión española. Policarpa se convirtió pronto en el contacto entre las juntas de rebeldes de Santafé y las guerrillas patriotas del Casanare. Ella escribía las cartas y los informes, redactaba las instrucciones y manejaba la correspondencia, al mismo tiempo que organizaba la ayuda a los perseguidos y desterrados. Especialmente peligroso era su trabajo de infiltración en el ejército español, distribuyendo panfletos de propaganda que ella misma redactaba, incitando a los soldados a la deserción y ayudándoles a escapar a los llanos para integrarse a las guerrillas de la resistencia. En agosto de 1817 un grupo de esos desertores cayó en manos de los realistas. Los papeles, panfletos y cartas que se les encontraron estaban todos escritos por la propia mano de Policarpa. Sometida a proceso militar, fue condenada y fusilada en la plazoleta que hoy lleva su nombre, en Santafé de Bogotá. Sin ser escritora, sin haber pretendido jamás ejercer el llamado «arte de las letras», Policarpa murió por su palabra escrita y en sus cartas y panfletos se advierte una ardiente pasión por la justicia y una gran destreza en el manejo de la escritura política.
Manuela Sáenz. Nació en Quito (Ecuador) en 1797 y murió en Paita (Perú) en 1856. Se casó muy joven con el inglés James de Thorne, tratando de escapar del control de la famlia. En 1822 conoció al libertador Simón Bolívar, triunfante en la batalla de Pichincha, que selló la independencia del Ecuador. Enamorada de Bolívar, Manuela rompió su matrimonio y abandonó a su marido para convertirse en la amante del Libertador, a quien acompañó con pasión y fidelidad hasta 1830. Después de la muerte de Bolívar fue desterrada a Jamaica y más tarde se fue a vivir al Perú, donde vivió en extrema pobreza, vendiendo dulces y tabaco hasta el día de su muerte. Manuela no dejó huella importante en sus escritos, que consisten en una abundante correspondencia y algunos pasquines políticos en favor de Bolívar. Sus ideas políticas, especialmente entre 1828 y 1830, son muy cuestionables hoy: defendió la dictadura militarista de Bolívar, su proyecto de dictadura vitalicia y las medidas retrógradas del Libertador contra los principios reformistas en la educación y en favor de los privilegios de la Iglesia Católica. En cambio, su ejemplo de mujer independiente, su increíble valor al romper el matrimonio, su coraje al enfrentarse a toda la sociedad de su tiempo para realizar su amor con el hombre que ella reconocía como su compañero, han significado mucho para la causa de la emancipación femenina en Colombia.
Josefa Acevedo de Gómez. Nació en Santafé de Bogotá en 1803 y murió en la hacienda de El Retiro en 1861. Era hija del prócer de la independencia José Acevedo y Gómez, el «Tribuno del Pueblo», muerto en 1816 cuando buscaba asilo en los llanos. A los 19 años se casó con el notable político y literato Diego Fernández Gómez. Viajó por Europa y mantuvo durante su vida amistad con los grandes políticos, guerreros y escritores de su tiempo. Josefa Acevedo se inclinó hacia las letras desde niña, bajo la protección de su padre. Siendo muy joven escribió un «Ensayo sobre los deberes de los casados», un tratado de «Economía Política»» y un «Catecismo Republicano», obras que alcanzaron a ser publicadas durante los primeros años de la república. Fue poeta y narradora. Publicó, entre otros escritos importantes, «Cuadros Nacionales» y un opúsculo titulado «Oráculo de las flores y de las frutas». Josefa Acevedo fue la primera escritora y periodista colombiana, es decir, la primera que publicó sus escritos en periódicos y revistas. Su poesía es amable, de estilo llano y moderno, irónica y sin adornos retóricos. En algunos de sus versos hay buenos consejos para las mujeres jóvenes, pero no desde el punto de vista del rigor religioso, sino desde una perspectiva más mundana:
Guárdate pues, dulce Anita,
de una ilusión seductora;
pues aunque el hombre enamora
su corazón no palpita.
Ligero, cruel e inconstante
sólo busca sus placeres
y es burlar a las mujeres
pasatiempo de un amante.
[SAMPER ORTEGA, 1936:8]
Como cuentista, Josefa Acevedo emplea una técnica narrativa lineal, directa, llana, sin adjetivos innecesarios. Sus relatos «Mis recuerdos de Tibacuy» y «El amor conyugal» [SAMPER ORTEGA, 1936b:23-38] anticipan las mejores técnicas del c costumbrismo. Estamos, pues, ante una narradora de gran calidad. Ideológicamente podemos situar a Josefa Acevedo como representante de un catolicismo liberal; sus conceptos sobre el amor, la mujer y las relaciones conyugales son más avanzados y pragmáticos que los de otras escritoras de los decenios siguientes.
Silveria Espinosa de Rendón. Nació en Sopó (Cundinamarca) en 1815 y murió en Bogotá en 1886. Fue hija del impresor Bruno Espinosa de los Monteros, ardiente republicano y demócrata de cuyas imprentas salieron multitud de libros de contenido radical y antiautoritario [POSADA, 1925]. Escribió novelas y ensayos sobre la educación, pero ha pasado a la historia principalmente por sus poemas, publicados en El Parnaso Granadino. Colaboró con varios períodicos colombianos y del exterior. Fue probablemente la primera poeta colombiana de la época republicana cuya fama llegó a Europa. Escribió un ensayo dramático titulado «El Día de Reyes». Se conservan de ella dos folletos de ensayo poético y moral: «Lágrimas y recuerdos» y «El divino modelo de las almas cristianas». Silveria Espinosa fue una poeta mística, de profunda religiosidad [SAMPER ORTEGA, 1936:29-31].
De la Federación a la Regeneración (1860-1900)
El triunfo del liberalismo, consagrado por el ascenso de José Hilario López al poder y la victoria constitucionalista en la guerra civil de 1860, había sido precedido por una gran ofensiva ideológica de las fuerzas más radicales de ese partido. En este punto debe anotarse que el liberalismo colombiano tenía entonces dos corrientes ideológicas muy claramente definidas: una corriente doctrinaria, ortodoxa, que defendía sobre todo los principios del librecambio y de la absoluta libertad de comercio, es decir, los postulados económicos del más puro liberalismo de Manchester; y otra corriente, humanista y radical, que defendía los postulados sociales y políticos de la ilustración, los Derechos Humanos, la defensa de las clases trabajadoras y el mejoramiento de la condición de la mujer. Esta corriente fue con frecuencia enemiga del librecambio, o cuando menos exigió que la libertad de industria y de comercio fueran limitadas por una política de desarrollo social. Casi todos los grandes escritores liberales de esta época, hombres y mujeres, pertenecieron a esta corriente. Por esta razón no hay que extrañarse de su activa participación en las Sociedades Democráticas, organizaciones de obreros y artesanos que luchaban contra el librecambio y exigían el proteccionismo económico. Los grupos de intelectuales liberales acudían a las sesiones de las Sociedades Democráticas y dictaban allí conferencias sobre historia, política y literatura; las mujeres organizaban cursos de costura y dictaban conferencias dirigidas a las mujeres obreras, con consejos sobre la vida del hogar y los problemas del trabajo. Muchas de las publicaciones periódicas dedicadas a la mujer que surgieron en esta época, fueron inspiradas por esta labor política y social de los intelectuales radicales en el movimiento de trabajadores y artesanos. Tanto José María Samper como su esposa Soledad Acosta participaron activamente en las asambleas y sesiones de las Sociedades Democráticas y en la Sociedad de Artesanos de Bogotá. También lo hicieron Manuel Ancízar y su esposa Agripina Acosta, hermana de Soledad, y muchos otros escritores, poetas, periodistas y publicistas de la época, hombres y mujeres.
Lo característico de este movimiento social, ideológico y político, es que su actividad intelectual fue realizada por núcleos familiares: hombres y mujeres vinculados por lazos de parentesco, esposos y esposas, padres e hijas, tíos y sobrinas, hermanos y hermanas, que compartían la tarea literaria y periodística en revistas y publicaciones de contenido progresista. En términos sociológicos, se trataba de un sector ilustrado de la burguesía comercial, de las élites de notables regionales y de una clase media culta en ascenso. La activa participación de las mujeres de estos grupos en la creación literaria y las faenas del periodismo muestra, por una parte, hasta qué punto esos sectores pusieron en tensión todos sus recursos humanos para luchar contra los privilegios oligárquicos y contra la vieja mentalidad reaccionaria y colonial; y, por otra parte, hasta qué punto fueron capaces de demostrar en sus vidas personales los principios de igualdad y democracia que sostenían en sus discursos. Aunque en las otras clases y estamentos la sociedad seguía siendo retrógrada, patriarcal, estos grupos de avanzada lograron presentar una alternativa práctica de organización familiar. La investigadora norteamericana Jana Marie DeJong ha sostenido que la pertenencia de las literatas colombianas de este período a familias de tradiciones literarias «facilitó e hizo más aceptable la publicación de sus obras» [DEJONG, 1995:141], pero esta explicación me parece insuficiente. Creo que además se trataba de grupos económicos e intelectuales empeñados en promover cambios radicales en la sociedad y en el seno de la familia, y que fueron capacaes de mostrar en la práctica formas más modernas de la relación hombre-mujer dentro de los marcos de la unión familiar. Un recuento ilustrativo, aunque no exhaustivo, de las relaciones de parentesco entre literatos y literatas de este período, ha sido ofrecido por la autora mencionada [141-142] y aquí solamente me limito a proponer la hipótesis de que una cuidadosa investigación sobre las vidas privadas de esos hombres y mujeres podrá poner en evidencia principios ideológicos y valores compartidos en la búsqueda de relaciones más justas y armónicas de la pareja humana. Lo que, por otra parte, fue formulado por José María Samper, esposo de Soledad Acosta, en su Historia de una alma, cuando definió su matrimonio con Soledad Acosta como la unión, en igualdad de condiciones, de «dos almas unidas por el amor, el patriotismo y la educación, pero de distinto sexo y diferente carácter» [SAMPER, 1948 (1882), II:246]. De más está decir que por aquella época era inconcebible la idea de una pareja humana constituida por dos personas del mismo sexo.
Fueron estas corrientes de avanzada las que recogieron el triunfo liberal en el país. Consecuentemente, se impuso el sistema federal. Colombia fue desmembrada en una multitud de Estados Soberanos independientes. Florecieron los centros de poder regionales y surgieron innumerables periódicos y publicaciones en cada centro provincial. Las pequeñas élites intelectuales de provincias, hasta entonces obligadas a depender de la vida cultural de Bogotá, pudieron expresarse y fortalecerse, al mismo tiempo que participaban como detentadoras del poder en sus respectivos Estados Soberanos.
Comenzaron a ser conocidas, en consecuencia, muchas escritoras, poetas y periodistas de provincia. Se multiplicaron las publicaciones dirigidas a la mujer. Más de la mitad de ellas fueron fundadas y redactadas por hombres y las demás realizadas íntegramente por mujeres. Mencionaré algunas de esas publicaciones, advirtiendo que quien desee una exposición más exacta y completa puede consultar el excelente trabajo de Patricia Londoño sobre el tema, que aquí uso como mi principal fuente de información [LONDOÑO, 1990].
Entre las publicaciones de este género dirigidas por hombres se destaca la Biblioteca de Señoritas (1858-1859) fundada y redactada principalmente por hombres (Eugenio Díaz, Felipe Pérez, Eustacio Santamaría y N. Santamaría). En su primer número declaraba que estaba dedicada a las mujeres porque ellas son «las más interesadas en el progreso moral de la sociedad». Patricia Londoño, en su trabajo ya mencionado, nos entrega interesantes datos:
Los títulos de los demás periódicos de este primer grupo, por lo general se componen de una palabra que alude a un despertar, como en La Aurora, La Mañana o El Rocío, o a las flores, como en La Guirnalda, o a alguna de las virtudes femeninas como en La Caridad. Después de estos nombres, casi siempre hay un subtítulo que lo identifica como un «periódico dedicado al bello sexo». A veces se añade que es un «periódico literario» o que fuera del bello sexo, está dedicado «a la juventud». Todos fueron dirigidos por hombres, entre quienes figuraron personajes conocidos en el mundo de las letras, como Eugenio Díaz, José Joaquín Borda, José María Vergara y Vergara, Manuel Pombo y José María Samper.
Muchos colaboradores firmaban con iniciales o con seudónimos. Por ejemplo, una de las colaboradoras de El Iris fue Soledad Acosta de Samper; firmó con los seudónimos de «Andina» y «Aldebarán».
De la extensa –y al parecer completa– lista aportada por Patricia Londoño, incluyo aquí algunas de las más notables revistas dedicadas a la mujer, publicadas en Colombia entre 1858 y 1900:
1. Biblioteca de Señoritas, Bogotá, Imprenta de Ovalles i Cia., semanal, núms. 1-67, año 1, 1858-1859. [HLLM]
2. La Caridad, «Libro de la familia cristiana», Bogotá, semanal, 1864-1882. [HLLM]
3. El Iris, «Periódico literario dedicado al bello sexo». Redactores: José Joaquín Borda, J. David Guarin y Carlos Posada. Editores: Nicolás Pontón y Daniel Ayala. Bogotá, 1866-1868, núms. 1-24, años 1-111, (Ilustrado con láminas litografiadas). [HLLM]
4. La Aurora, «Periódico literario dedicado al bello sexo». Medellín, Editorial Upegui y Calle, semanal, 1868-1869, núms. 1-24. [HLLM]
5. El Hogar, «Periódico literario dedicado al bello sexo». Redactor: 1. J. Taborda. Bogotá, vol. 1, núm. 1, enero 25 de 1863, vol. 2, núm. 120, diciembre 19 de ¡870. [FAES]
6. La Primavera, «Periódico literario dedicado al bello sexo». Cartagena, julio24 de 1871, núm. 12 (sólo se conoce este número). [U de A]
7. La Lira, «Periódico religioso dedicado al bello sexo». Cartagena, octubre 31 de 1872, 8 págs. (sólo se conocen los núms. 14 y 15). [U de A]
8. El Rocío, «Periódico literario dedicado al bello sexo y a la juventud». Bogotá, Imprenta de Nicolás Pontón & Cia., Bogotá, 1872-1875. [HLLM]
9. La Guirnalda, «Periódico dedicado al bello sexo». Barranquilla, mensual, 1873-1874 (sólo se conocen los núms. 1 y 7). [Udc A]
10. El Aficionado «Periódico dedicado al bello sexo». Yarumal, Antioquia, 1874 (manuscrito; ilustraciones en color; se conservan cinco números). [HLLM]
11. El Iris, «Periódico literario dedicado al bello sexo». Barranquilla, marzo 23 de 1874, núm. 1; sept. 26 de 1874, núm. 7. [U de A]
12. La Mujer, «Lecturas para las familias». Directora: Soledad Acosta de Samper. Bogotá, quincenal, 1878-1881. [HLLM]
13. La Velada, «Colección de lecturas para el hogar. Periódico literario, científico, industrial y novedoso». Director: José Maria Garavito. Bogotá, 1880-1883, núms. 1-19. [HLLMJ
14. La Golondrina, «Hoja literaria y de variedades». Director: Juan José Botero. Medellín, quincenal, 1881. (En el subtitulo afirma que a la «producción de mujeres antioquenas se les dará preferencia». [HLLMJ
15. La Primavera, «Dedicado al bello sexo; literatura, noticias e industria». Redactores: Miguel Martínez Pitleres y Filemón S. Villalobos. Mompox, quincenal, 1882-1883, núms. 1-13. [U de A]
16. La Familia, «Lectura para el hogar». Directora: Soledad Acosta de 5am-per. Bogotá, mensual, 1884-1885, núms. 1-12. [HLLM]
17. El Amigo de las Damas, «Periódico literario dedicado al bello sexo de esta ciudad». Redactores: Enrique E. Delgado y José E. Coviedes. Cartagena, 1889-1890, núms. 1-4. [U de A]
18. El Domingo de la Familia Cristiana. Directora: Soledad Acosta de Samper. Bogotá. semanal, 1889-1890, núms. 1-52. [HLLM]
19. La Mañana, «Periódico dedicado al bello sexo». Redactor: Jesús María Trespalacios. Medellín, quincenal, abril 12 de ¡890, núm. 1; julio 23 dc 1890, núm. 6. [U de A]
20. La Mujer. Directores: RIJ (Ismael José Romero) y FAR (Fernando A. Romero). Bogotá, semanal, y después bisemanal, 1895-1897, núms. 1-150. [HLLM]
21. El Domingo. Directora: Soledad Acosta de Samper. Bogotá, semanal, 1898-1899, núms. 1-24. [HLLM]
22. Lecturas para el Hogar. Directora: Soledad Acosta de Samper. Bogotá, mensual, 1905-1906, núms. 1-12. [HLLM]
Puede afirmarse, pues, que las mismas condiciones políticas que produjeron la Federación en Colombia fueron decisivas para la emergencia de un periodismo dedicado a la mujer y para la aparición en público de muchas escritoras, poetas y periodistas. Esto no significa de ninguna manera que la mujeres fueran simples objetos pasivos de este proceso. Ellas aportaron iniciativas, rebeldía, exigencias y una intensa actividad. Fueron protagonistas de los conflictos sociales y políticos, actoras y creadoras de las transformaciones operadas en la sociedad colombiana. Fueron, en muchos casos, pioneras y educadoras de sus propios compañeros de luchas. Veamos algunas de ellas.
Soledad Acosta de Samper. Nació en Bogotá en 1833 y murió en la misma ciudad en 1913). Es la más conocida, la más elogiada, la más comentada y la más prolífica de las escritoras colombianas. Fue ensayista, cuentista, periodista, historiadora y novelista. Hija del general de la Independencia, escritor, ensayista, historiador y geógrafo Joaquín Acosta, y de la jamaicana Carolina Kemble. Hizo sus primeros estudios en Bogotá, en el Colegio de La Merced. A los 12 años de edad fue enviada a Halifax (Nueva Escocia, Canadá), para asegurarle la mejor educación posible al cuidado de su abuela materna. Luego se radicó en París, donde permaneció en diversos colegios. Su padre le dedicó los más grandes cuidados y compartió con ella sus conocimientos y relaciones. Gracias a esto se familiarizó con las tertulias y reuniones científicas en las que conoció a los más importantes escritores de Europa, con los cuales mantuvo estrecha amistad y larga correspondencia. A su regreso a Colombia, se casó en 1855 con el escritor, político y publicista José María Samper, con quien mantuvo durante toda la vida una relación de estrecha colaboración intelectual. Con él vivió algunos años en París. Allí publicó sus primeros trabajos bajo los seudónimos de Aldebarán, Renato, Bertilda y Andina. A partir de 1858 comenzó a publicar su obra en Biblioteca de Señoritas y en El Mosaico de Bogotá. Ayudó a su marido en los periódicos que él dirigía y envió algunas colaboraciones suyas a diarios del Perú. En 1862 José María Samper fue nombrado jefe de redacción del diario El Comercio, de Lima, y el matrimonio Samper Acosta se trasladó al Perú. Soledad Acosta respaldó a su marido con una labor periodística y editorial activa. En el Perú fundaron la Revista Americana, un periódico de impresión elegante que no tuvo larga vida. De regreso a Bogotá, José María Samper fue nombrado nuevamente miembro del Congreso y se convirtió en uno de los elementos más importantes de la política colombiana. Soledad Acosta continuó escribiendo y publicando, generalmente en periódicos y revistas. A1 morir José María Samper en 1888, Soledad Acosta se trasladó nuevamente a París. Sus escritos sufrieron un cambio de estilo, abandonando la expresión novelística y dedicándose más a los estudios históricos. Soledad Acosta fue siempre una activa escritora preocupada por la educación y la orientación de la mujer. Fundó y dirigió varios periódicos y revistas dedicados a la mujer y la familia: La Mujer (1878-1881), La Familia, Lecturas para el Hogar (1884-1885), El Domingo de la Familia Cristiana (1889-1890), El Domingo (1898-1899) y Lecturas para el Hogar (1905-1906). En esas publicaciones colaboraron todas o casi todas las escritoras, poetas y periodistas de su época, con artículos sobre los más variados temas: historia, costumbres, antropología, moda, ciencia, noticias curiosas, religión, moral, consejos a la mujer y reflexiones sociológicas. En muchas ocasiones, obligada por los vaivenes de la política y de la economía, Soledad Acosta debió ser única editora, directora y única redactora. Soledad Acosta publicó más de 20 novelas, 50 narraciones breves y cientos de artículos sobre diferentes asuntos. Entre ellos: Novelas y cuadros de la vida suramericana (1869), Biografía del general Joaquín Acosta, Dolores, José A. Galán, Preliminares de la Guerra de Independencia en Colombia (1885), Episodios novelescos de la Historia Patria – La Insurrección de los Comuneros (1887), Una holandesa en América, Alonso de Ojeda, Cuadros de la vida de una mujer, La Monja, Un chistoso de aldea (1905), Los piratas en Cartagena (1885), El corazón de la mujer, Luz y sombra e Historias de dos familias. Fue miembro activo y correspondiente de numerosas academias literarias del país y europeas, fundadora de la Academia Nacional de la Historia, delegada oficial de la República de Colombia al IX Congreso Internacional de Americanistas en el Convento de La Rábida, en España (1892), representante y jefe de la delegación colombiana en los congresos conmemorativos del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América. Fue profundamente católica y su visión de la mujer estuvo siempre marcada por esta firme convicción religiosa. Se ha dicho que argumentó contra la obligación de casarse, pero esta afirmación se debe a un error lingüistico: ella argumentó fuertemente contra una sociedad en la cual las mujeres debían casarse por obligación impuesta por otros (el padre, la familia), pero al mismo tiempo sostuvo que «La única misión de la mujer es la de mujer casada» (La mujer en la sociedad moderna) y destacó la resignación como valor cristiano: «La vida de la mujer es un sufrimiento diario; pero éste se compensa en la niñez con el candor que hace olvidar; en la adolescencia, con la poesía que todo lo embellece; en la juventud, con el amor que consuela; en la vejez con la resignación» (Ibid.), matizando, al mismo tiempo, que «sucede que la naturaleza invierte sus leyes, y se ven niñas que comprenden, adolescentes que aman, jóvenes que vegetan y ancianas que sueñan» (Ibid.). Algunos autores y críticos la acusado de inconsecuente, por estas y otras frases, al parecer contradictorias; sin embargo, Soledad Acosta nos presenta, a lo largo de toda su obra, una concepción muy coherente sobre la vida de la mujer y su lugar en la familia, que puede caracterizarse como la doctrina de un catolicismo moderno, liberado de las tradiciones patriarcales pero sometido a las normas sacramentales del matrimonio y la moral cristianas. Es, a mi juicio, una doctrina que refleja muy bien las relaciones familiares que ella vivió durante su infancia. Su relación matrimonial con José María Samper significó una reafirmación de esas ideas: desde la época del noviazgo tuvo esta pareja la costumbre de inventar juegos literarios en los que ella y él competían en destreza de improvisación y composición, de igual a igual. José María Samper reconoció en más de una ocasión que algunos de sus textos deberían reconocerse como de responsabilidad compartida con su esposa y la misma confesión hizo alguna vez el notable publicista Manuel Ancízar refiriéndose a su propia esposa, Agripinia, quien era, vale la pena recordarlo, hermana de Soledad. Entre la enorme bibliografía sobre esta notable mujer, sobresale el estudio de Santiago Samper Trainer, el más exhaustivo de cuantos se han escrito sobre el tema [SAMPER TRAINER, 1995].
Agripina Montes del Valle. Nació en Salamina (Caldas) en 1844 y murió en Bogotá en 1915. En su familia hay varios literatos, políticos y periodistas. Se casó con el periodista y poeta Miguel del Valle. Fue educadora: en Manizales fundó el Colegio de la Concepción, en Bogotá ejerció el profesorado y en el Magdalena fue directora de la Escuela Normal en 1877. Se distinguió como poeta, superando su producción en calidad y cantidad a muchos de sus contemporáneos. En 1872 ganó una medalla de honor en un concurso literario, en Santiago de Chile, por su poema «A la América del Sur». En 1883 publicó en Bogotá un libro de poemas, prologado por el gran Rafael Pombo. Su obra poética, de estilo que anticipa el modernismo, es de tono grandioso y declamatorio. El poema «Al Salto del Tequendama» fue muy difundido en todo el mundo hispanohablante y ha sido considerado como su mejor producción.
Mercedes Flórez. Nació en 1859. No dispongo datos sobre su muerte. Es la única escritora colombina del siglo XIX de origen humilde. Se casó por amor, contra la voluntad de sus padres, con un hombre tan pobre como ella, Leonidas Flórez, quien también se dedicó a la poesía, aunque con menor suerte que su esposa. El matrimonio logró ascenso social por medio de las letras, en una sociedad rígidamente clasista en la que solamente la violencia –a través de las guerras civiles– ofrecía la posibilidad de ascender en la escala social. Ninguno de los dos hizo poesía social, casi inexistente por aquel entonces, si exceptuamos a los «comunistas» de El Alacrán (1859) Joaquín Pablo Posada y Germán Gutiérrez de Piñeres. Mercedes escribió, en cambio, bellísimas poesías de amor dedicadas a su marido, la más notable de las cuales se titula «En la agonía» y es un angustioso ruego por la salud de su esposo aquejado de una gravísima enfermedad [VALERA, 1952:3 de septiembre de 1888, pp. 213-215].
Es imposible, en el breve espacio de este trabajo, detenerse en todas las escritoras de esta época. Un excelente resumen, aunque no completo, puede obtenerse leyendo el trabajo de Jana Marie DeJong sobre el tema [DEJONG, 1995].
Ahora bien, la Federación se agotó en las luchas regionales y la fragmentación política. El poderoso movimiento de la Regeneración (1881-1900) impulsado por el poeta y político Rafael Núñez, restauró el centralismo, dio al país una nueva constitución, fortaleció el poder presidencial y reorganizó la administración pública. Núñez había iniciado su vida política como un liberal radical pero terminó convirtiéndose en un político reaccionario y autoritario. Pese a ello, ya para entonces había logrado formarse una intelectualidad de carácter nacional. Las escritoras y poetas que habían surgido al amparo del florecimiento regional ya no eran exponentes de una literatura de provincia. Tanto por sus estilos, sus temáticas y su actividad en los campos de la educación y de las letras, ellas eran ahora miembros plenos de una élite culta que representaba a toda la nación. No fue casualidad que una mujer, Soledad Acosta de Samper, fuera la representante oficial de Colombia en conferencias y congresos internacionales. En los casi ochenta años transcurridos desde los tiempos sombríos de la Reconquista, en los inicios del siglo, hasta el fin de la Regeneración, las mujeres intelectuales del país habían logrado inmensos avances y aportado con muy valiosas creaciones a la cultura nacional. Probablemente por eso lograron ellas resistir los años terribles que vendrían. La guerra civil de los Mil Días (1899-1902) fue otra de las hecatombes montruosas en que la sociedad colombiana se hunde, con trágica frecuencia, desde la fundación de la república. El nuevo siglo se abrió con un baño de sangre y Colombia perdió el territorio de Panamá, por su propia mezquindad y estupidez y por la inteligente rapacidad de la potencia norteamericana. Soledad Acosta de Samper se habría de distinguir durante aquellos días luctuosos, movilizando a la opinión pública en defensa de la paz y de la soberanía nacional. Esta es, probablemente, la mejor manera de recordar hoy a esta mujer admirable, cuando Colombia –otra vez– vive una orgía de sangre y de violencia y cuando la gran potencia del Norte se apresta a sacar ventajas de esta guerra feroz.
Conclusión
Las escritoras y periodistas colombianas del siglo XIX surgieron y actuaron todas, con una sola excepción, en una clase social (el grupo criollo de las capas medias y medias-altas) y, dentro de ella, en la élite ilustrada e intelectual. Pertenecieron a familias de poetas, escritores, políticos y literatos. Establecieron extensos grupos familiares de gentes de letras y publicistas, ligados entre sí por matrimonios entrecruzados. A partir de la segunda mitad del siglo XIX participaron intensamente en la vida política del país y llegaron a ser protagonistas de importantes sucesos políticos y activas intelectuales de los grupos radicales que detentaron del poder en algunas regiones colombianas durante el período de la Federación. No desarrollaron una lucha feminista en el moderno sentido de la palabra, pero contribuyeron decisivamente a despertar la conciencia sobre la condición de la mujer. Pese al ejemplo existencial de Manuela Sáenz, no cuestionaron la inviolabilidad del matrimonio católico, pero fueron el más importante factor en la difusión de ideas modernas sobre las relaciones entre hombre y mujer y entre padres e hijos. Todas ellas fueron propagandistas y activistas en favor de la tolerancia política, la paz y la convivencia, y dignas representantes de la cultura y la soberanía nacional.
Bibliografía
DEJONG, Jana Marie (1995), «Mujeres en la literatura del siglo XIX», en Magdala Velázquéz Toro (Ed.), Las mujeres en la historia de Colombia, Consjería Presidencial para la Política Social, Presidencia de la República, Editorial Norma, Bogotá, III, 137-157. Además de ser una buena exposición sobre el tema, este trabajo tiene el mérito de indicar las relaciones de parentesco de muchas escritoras colombianas, mostrando su pertenencia a un grupo social determinado.
LONDOÑO, Patricia (1990), «Las publicaciones periódicas dirigidas a la mujer, 1858-1930», Boletín Cultural y Bibliográfico, Banco de la República, Bogotá, Número 23. Volumen XXVII. Reproducido en Las mujeres en la historia de Colombia, tomo II (1995):355-383.
POSADA, Eduardo (1925), Bibliografía Bogotana, Biblioteca de Historia Nacional, Imprenta Nacional, Bogotá. Tomo II. 593 págs.
SAMPER ORTEGA, Daniel (Ed.) (1936), Las mejores poetisas colombianas, Selección Samper Ortega de Literatura Colombiana, Sección 9a., Poesía, No. 89, Editorial Minerva, Bogotá. 141 págs. Presenta 26 poetas femeninas, la mayoría del siglo XIX.
— (Ed.) (1936b), Varias cuentistas colombianas, Selección Samper Ortega de Literatura Colombiana, Cuento y Novela, No. 11, Editorial Minerva, Bogotá. 242 págs. Presenta 16 autoras, la mayoría del siglo XIX.
SAMPER, José María (1948), Historia de una alma – 1834 a 1881, Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, Bogotá. Tomo II. 395 págs. La primera edición es de 1882. Obra autobiográfica, muy importante para el estudio de las relaciones de género en el grupo intelectual liberal-radical colombiano de la segunda mitad del siglo XIX.
SAMPER TRAINER, Santiago (1995), «Soledad Acosta de Samper», en Magdala Velázquéz Toro (Ed.), Las mujeres en la historia de Colombia, Consjería Presidencial para la Política Social, Presidencia de la República, Editorial Norma, Bogotá, I, 132-155. Contiene abundante información biográfica y bibliográfica. Es una excelente presentación humana, literaria y política de la escritora colombiana más conocida del siglo XIX.
VALERA, Juan (1952), «Cartas Americanas (1888)», en Antonio GÓMEZ RESTREPO (Ed.), La literatura colombiana, Ministerio de Educación Nacional, Ediciones de la Revista Bolívar, Biblioteca de Autores Colombianos, Bogotá, 167-250.
VELÁZQUEZ TORO, Magdalena (Ed.) (1995), Las mujeres en la historia de Colombia, Consejería Presidencial para la Política Social, Presidencia de la República, Editorial Norma. Tomos I-III. Excelente colección de estudios sobre la condición de la mujer colombiana a lo largo de la historia.
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