En época del XIII Campeonato Mundial de Atletismo, que se celebra en Daegu, Corea del Sur, aprovecho para que conozca a nuestro Andarín Carvajal, maratonista cubano, cartero y muy pobre:
EL ANDARÍN CARVAJAL, CAMPEÓN DE LOS POBRES
Jorge Oller Oller
A finales de agosto de 1905 regresó a Cuba el andarín Félix Carvajal Soto con los trofeos que había ganado en varias competencias de los Estados Unidos. Era una gran noticia para la afición deportiva habanera y la revista El Fígaro le pidió a su reportero gráfico Rafael B. Santa Coloma lo retratara en su estudio. Era la primera vez que este humilde deportista iba a una galería fotográfica y también que su retrato fuera impreso en los periódicos cubanos. El pie de grabado informaba:
“El Fígaro tiene el gusto de publicar el retrato del notable y afamado andarín cubano, señor Félix Carvajal, vencedor en varios torneos. Ha obtenido el señor Carvajal los siguientes y difíciles premios:
1º. Premio en la exposición de San Luis, medalla de oro.
2º. Carrera en el estado de San Luís. Premio de una copa de plata y oro.
3º. Carrera del Missouri Atletic Club. Medalla de oro
4º. Chicago, Premio Medalla de Oro
5º. Washington, Premio Medalla de Oro.
Todos estos premios han sido ganados compitiendo con los mejores andarines conocidos, y todas las carreras alcanzadas fueron de 25 a 40 millas, como también han sido disputadas en los Estados Unidos.
Los premios del señor Carvajal que hoy se encuentra en La Habana, donde se propone demostrar su habilidad, se exhiben en El Pincel.
En el Fígaro aparece retratado con su más importante lauro la copa que obtuvo en San Luís.
Satisfacción para los cubanos debe ser el triunfo de un compatriota en el extranjero”.
Realmente el joven cartero de treinta años, conocido como el Andarín Carvajal, tenía muchos más meritos deportivos y patrios que los enumerados en El Fígaro. Fue a las III Olimpiadas celebradas en San Luis solo, sin recursos oficiales, sin más dinero que el que pudo recaudar en exhibiciones y colectas públicas. Un barco lo llevó a Nueva Orleáns y como los ahorros no le alcanzaron para continuar el viaje en tren, fue caminando por carretera los mil 200 kilómetros que faltaban para llegar a la ciudad olímpica. La jornada fue dura, días de ayuno, otros de suerte al encontrar alguna familia generosa que
le diera algún bocado o de hartarse de frutas en fincas contiguas al camino. Agotado, desnutrido, con sus pesados zapatos de cartero, los pantalones y camisa recortados para que parecieran un atuendo deportivo y soportando la ironía de algunos burlones, se presentó en la mesa de inscripciones. Los que vieron a este flacucho corredor de 1.52 metros de estatura dudaron que pudiera llegar tan siquiera hasta la mitad de la carrera.
A las dos de la tarde del 30 de agosto de 1904, sonó el disparo que inició el maratón. Treinta y un corredores, entre ellos el cubano, partieron de la línea de salida hacia la meta en busca del triunfo. Mientras corría por caminos polvorientos y desconocidos, el andarín Carvajal recordaba cual si fuera una película o un sueño, la humilde casa de Águila y San Lázaro donde nació el 18 de marzo de 1875, su infancia en San Antonio de los Baños y su primera victoria de corredor, al aceptar el reto del maratonista español Mariano Bierza que iba de pueblo en pueblo jactándose de su inigualable resistencia y como a las 7 de la mañana de un domingo del mes de noviembre de 1889, comenzaron a dar vueltas alrededor del parque convertido en estadio, repleto de vecinos y también de curiosos de otros caseríos cercanos. Alrededor de las cinco de la tarde el español quedó agotado y abandonó la prueba, mientras Carvajal remató el desafió corriendo dos horas más. La alegría de sus vecinos y amigos fue intensa, lo pasearon en hombros por las calles y fue tanta la emoción y la felicidad que se le aguaron los ojos.
La carrera en San Luis continuaba y el andarín cubano con sus pasos maratónicos, seguía pensando en aquellos días gloriosos en que junto con otros jóvenes amigos se unió a las fuerzas mambisas para luchar por la libertad de Cuba y en las largas distancias que recorrió, incluso atravesando terreno enemigo, llevando los importantes mensajes que sus jefes le confiaban. Tenía muy presentes aquellos tiempos de hambre y de peligros que forjarían su indómita voluntad de seguir siempre adelante, venciendo cuantas dificultades se presentaran.
Vino también a su mente cuando, al terminar la guerra, le dieron una plaza de cartero con zapatos, uniforme y pito. Estaba tan contento que no caminaba, sino corría repartiendo cartas y continuaba corriendo después del trabajo por distintos lugares de La Habana, soplando constantemente su silbato de cartero, recibiendo saludos, aplausos y haciendo amistades. Al anunciarse la Olimpiada de San Luís sus amigos lo animaron a participar y él vio en ello la oportunidad de su vida. Pidió apoyo al Gobierno de Estrada Palma pero no le hicieron caso. Acudió entonces al pueblo y en los parques de las barriadas mostró su resistencia y velocidad de andarín, profetizaba su éxito y pasaba su gorra solicitando ayuda. Le regalaban centavitos y así, kilo a kilo, fue reuniendo hasta poder completar el precio del pasaje en barco hasta Nueva Orleans.
En la carrera de maratón iniciada en San Luis, tras recorrer 29 kilómetros, el Andarín Carvajal sintió hambre y sed. Iba al frente, y se detuvo bajo un árbol de manzanas y aunque las frutas estaban aun verdes no vaciló en comerlas. En mala hora. Tan pronto se incorporó a la justa y caminó unos kilómetros su estómago se volvió un infierno. Tuvo que detenerse, apartarse del camino y ver como se le adelantaban cuatro de los corredores que venían detrás. Con dolores, sudores, un calor de más de 32 grados, el polvo que levantaban los autos de los jueces, los auxiliares y la prensa, hizo un supremo esfuerzo y se incorporó de nuevo a la carrera.
Cuando cruzó la meta ya lo habían hecho los cuatro corredores que vio pasar al sufrir los malestares. Los jueces se enteraron que el primero en entrar, el campeón norteamericano Fred Lordz, había recorrido la mayor parte de la marcha en el auto de un amigo y fue descalificado. Declararon ganador a Tom Hicks con un tiempo de 3 horas, 28 minutos y 53 segundos, seguido por Albert Corey, Arthur Newton y nuestro andarín.
A pesar de haber alcanzado un honroso cuarto lugar, de haber sido uno de los 14 atletas que pudieron llegar a la meta de los 31 participantes, el andarín Carvajal estaba desconsolado y lloroso. Casi todo el tiempo había encabezado la carrera con amplia ventaja y de no haber comido las manzanas verdes estaba seguro de haber obtenido el primer lugar. Pasados los primeros momentos de amargura, no se amilanó y decidió quedarse un poco más de tiempo en Norteamérica para competir en otros certámenes que estaban anunciados. Cuando un año y dos meses después regresó a La Habana traía la maleta llena de trofeos y medallas que fueron las referidas en El Fígaro.
Sin embargo, ni sus triunfos, ni el aplauso del pueblo, ni la apología de la prensa fueron acompañados de un reconocimiento oficial del primer gobierno republicano. El Andarín Carvajal continuó con su humilde trabajo de cartero y sus habituales carreras por la Habana, su silbato y seguido por sus amigos que corrían también tras él.
Se acercaban las Olimpiadas de Atenas y nuevamente lo animaron a participar. Sien embargo, como Cuba estaba bajo el gobierno de la segunda intervención norteamericana, no se molesto en pedir apoyo para hacer el viaje. Otra vez, fue el pueblo quien le brindo ayuda. Y nuevamente tuvo mala suerte con las Olimpiadas, al llegar a Atenas ya se había celebrado el maratón. No se amilanó y solo, sin saber idiomas y sin recursos, se presentó en competencias de corredores de distancias largas patrocinadas por varias ciudades de Grecia, España, Francia e Italia, alcanzando, según los rotativos de la época, más de cincuenta premios. Aunque volvió con fama y otro cargamento de trofeos, vino tan pobre como había ido. Los dineros de los premios que ganó solo le permitieron pagar los pasajes y vivir muy modestamente.
En 1910 hubo varios maratones importantes en Latinoamérica para saludar las fechas patrias de varios países, donde competirían los campeones más afamados de aquel momento. El Andarín Carvajal fue invitado pero necesitaba dinero para los pasajes y la estadía. El 14 de abril, tras numerosas gestiones pudo entrevistarse con el presidente de la Republica General José Miguel Gómez. El mandatario lo recibió en su despacho con su traje de dril 100, el reloj con leontina de oro, anillo coronado de brillantes y el invisible pero creciente enriquecimiento que le daban los negocios protegidos por su cargo. El andarín le solicito una pequeña ayuda para representar a Cuba en esas competencias deportivas de carácter patriótico y americanista. El gobernante le dijo que no disponía de fondos para ello. Cuando el atleta salió del Palacio de los Capitanes Generales estaba convencido que ningún politiquero iba a proteger, ni promocionar ningún deporte porque no les producía ninguna utilidad y se propuso organizar sus propios maratones, sin ayudas, a lo criollo.
Empezó invitando a los andarines famosos que visitaban La Habana a correr un trecho de la ciudad, alrededor de una manzana o por el Malecón siempre con su silbato y siempre vencedor. En 1928 los diarios publicaron algo insólito: el Andarín corrió alrededor de la Manzana de Gómez durante 6 días con sus noches nutriéndose únicamente de jugo de naranjas; los reporteros comprobaron que había dado un total de 4 375 vueltas sin detenerse.
El primero de enero de 1930 inició otra impresionante proeza maratónica al recorrer los 1 139 kilómetros de longitud que medía la carretera Central, desde Pinar del Río hasta Santiago de Cuba. No contento con ello también hizo el regreso a pie y, además le agregó otro tramo de ida y vuelta de Pinar del Río a Guane. El 23 de septiembre terminaba su maratón de más de 2 300 kilómetros.
Casualmente el Presidente de la Republica, Gerardo Machado y el Secretario de Obras de Publicas Carlos Miguel de Céspedes estaban llegando a Camagüey supervisando las obras de la carretera, cuando vieron al andarín corriendo de regreso a La Habana. Conversaron con él y Carlos Miguel le pidió a su ordenanza que buscara a los fotógrafos de prensa que venían en la comitiva para hacer una fotografía del presidente con el corredor. Desafortunadamente un accidente los había dejado atrás.
El Andarín continuó su camino y encontró a los reporteros gráficos una hora más tarde. Enseguida reconoció a su amigo Rafael B. Santa Coloma que le publicó su foto por primera vez en Cuba y ahora era el jefe de fotografía del Heraldo de Cuba. Lo acompañaban Fernando Lezcano de la revista Carteles, Panchito Pérez de El País y Fernando Fernández de El Mundo. Santa Coloma manejaba su propio automóvil al que llamaba “La Estrellita” formando parte de la caravana presidencial. Después de cruzar el río Las Yaguas, el carro que iba delante de ellos frenó de pronto y
el fotógrafo, para evitar el choque, hizo un giro rápido cayendo su auto en la cuneta. Por fortuna no hubo heridos pero la maniobra le costo la rotura de la barra de la dirección. Los cuatro amigos esperaban allí a los mecánicos con la pieza salvadora. Estuvieron un rato con el Andarín Carvajal compartiendo refrescos, café y algunos bocadillos que los reporteros gráficos traían para el viaje. Un rato después el corredor continuaba su marcha sin que a ninguno de los fotógrafos se les ocurriera hacer una fotografía de aquel inigualable personaje corriendo por la carretera más larga de Cuba.
A pesar de las muchas proezas atléticas y de conquistar más de 55 trofeos internacionales, nuestro andarín tuvo que ganarse la vida como pudo. Algunas veces corriendo como parte del espectáculo en los Carnavales. Otras de hombre-anuncio exhibiendo carteles llamativos que colgaban de sus hombros y también algunos quehaceres simples. Nunca dejó de correr con su pito de auxilio en los antiguos barrios donde era siempre admirado, querido y apoyado. La solidaridad de estas familias humildes lo ayudó en todo momento.
En los primeros días de enero de 1949 con 73 años de edad, enfermo, con el malestar de una hernia, hizo su última y heroica exhibición maratónica alrededor de La Habana junto con el corredor argentino Guerrero. Terminaron en el Estadio de La Habana dando unas vueltas por el terreno, un poco antes de comenzar el juego de pelota. El público puesto de pie lo ovacionó durante varios minutos. Nadie sabía de su dolencia y dolor, salvo sus amigos y el corredor argentino al que le dijo: Hice esto porque di mi palabra y siempre la he cumplido y también para que vean que el Andarín aun corre.
Fue la última exhibición de su valor, voluntad y resistencia porque días después, a las 7 de la noche del 27 de enero de 1949, fallecía en la Casa de Socorro de Marianao víctima de un infarto. La policía ocupó los valiosos trofeos y medalla que celosamente guardaba en una especie de escaparate que tenía en su casucha. Nadie supo de ellos. Pero siempre se recordará el gran esfuerzo que hizo este hombre siempre pobre por el atletismo cubano iniciando un camino de victorias donde brillan campeones como Rafael Fortún, Alberto Juantorena y decenas de corredores más.
Fuentes:
Revista El Fígaro 10 de septiembre de 1905
El Heraldo de Cuba». 14 de abril de 1910
El Heraldo de Cuba».10 de junio de 1916
Revista Carteles, febrero de 1949.
Conversación con Panchito Pérez en el Ministerio de Comunicaciones el 3 de junio de 1967
Deja un comentario