Horror, plenitud
Ahora que han vuelto las abejas a tu boca
Para decir lo dulce, lo intocado,
Y eres rubio y degustable
Como la sangre del girasol,
Y puede tu juventud justificarlo todo:
La esperanza y el desconcierto
Y hasta la belleza que no te deja ser bello.
Ahora que transcurre la cuaresma
Y caen las hojas vinosas,
Y sobre las hojas un muchacho,
Y sobre el muchacho el asombro,
Y tú que has visto su cara
Roja también como las hojas,
Agradeces el agua, el aire y la amistad
Y la maña impostergable de mañana.
Ahora que temes dormir
En la misma posición de su caída
Y andas la noche para negar su rostro,
Pero su rostro sobrevive a la noche
Y ya es el alba donde amanece siempre.
Ahora que hablarías de la plenitud,
Como se habla de un campo de girasoles,
Si no fuera porque hay en tu ojo
La quebradura de una estrella,
Si no fuera por la elegancia del silencio
Que es tu común frivolidad,
Si no fuera porque eres culpable
Del alma que te escucha.
Ahora que debes amar o no amar nunca,
Comienza ya sin temor
La sonora catedral de tus abejas
Y la fiesta de los días,
Y respira vasto como el mar para los tuyos
O como el viento lustral de la cuaresma,
Y pon tu palabra
Como una gota de miel en sus pupilas,
Aunque el desconcierto sea
Esas hojas que parecen no tocar jamás la tierra
Pero que al fin caen
Sobre el cuerpo descubierto del suicida.
Ventajas de la poda
Las muchachas cortan sus cabellos
Con la esperanza del renuevo.
En un tiempo la cosecha segunda
Fue tan vasta como el primer corte.
En un tiempo el pordiosero
Cortó nuestro césped
Por la baratija de su alcohol.
Ciertos animales podados en luna nueva
Son ahora más dóciles, más nuestros:
Los gallos de la lidia,
Perfectos como águilas de patio,
El perro desorejado,
El toro nocturno que amanece buey.
Ciertos frutos tomados en menguante
Alcanzan la real maduración.
Así, de lo infértil y demasiado
Podan tu vida hasta que parece bella.
Quien haya perdido una mano
No servirá en el ejército.
Antes de que un temblor comience
Para Lina, en su temblor
Antes de que el cántaro de la niña se quiebre
Y enmudezcan los enjambres de la dicha,
Antes de que las mujeres recojan la sangre última
De los breves animales ofrendados
Y el niño que juega a las canicas
Presagie con su juego el choque de los mundos,
Antes de que el árbol de la ira
Deje caer sus frutos ardientes y violentos,
Antes de que el blando corazón de los ahogados
Endurezca en el invierno
Sin oír el canto de sus novias suicidas en los ríos,
Antes de que un temblor comience a perseguirnos
Por la ciudad de puertas condenadas;
Danos, Señor, la paz.
La paz gentil de las comidas
Cuando la oración del padre sube en brazos del humo,
La paz del esposo y la esposa a medianoche,
La paz del que acepta su culpa y se vence,
La paz de las estatuas en otoño.
Pero no la paz hueca de las santas
Que dejan caer el aire pesado de sus miradas,
Ni la paz indiferente del muro
Donde el sol de los míos se lamenta,
Ni la paz del tigre satisfecho
Que devoró esta mañana la Belleza.
Quiero hablarle a las aguas sin turbarme,
Quiero ver en los niños a los niños
Y en la página los blancos animales.
Quiero volver a la amistad de unos pocos
Porque el amor de ellos ya me salva.
Pero si no puedes, Señor, concederme
La paz de tus palomas intocadas
Y el cántaro de mieles rebosante;
Quiébrame entonces en el sueño
Como la espiga que un niño dobla
Pues he visto el rostro sereno del suicida
Y el afán perpetuo de mi madre.
*Sergio García Zamora, poeta villacareño y editor de la Editorial Capiro.
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Una poesía que encanta a la maravilla de haber nacido con alma poética, que realza esa belleza de no querer terminar de leer lo que tienes delante de tus ojos que no son simples letras, son palabras que te hacen ir más alla del universe mismo y de lo humano.